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Aquí reúno mis reflexiones y apuntes sobre mi experiencia vital y política, los cuales no pretenden ser una guía de actuación para nadie, sino una humilde aportación a quien pudiera servirle y, sobre todo, un ejercicio que necesitaba llevar a cabo yo mismo: necesitaba contar cuánto he vivido durante un período que terminó convirtiéndose en los diez años más enriquecedores y apasionantes de mi vida.
Aquí están mi trayectoria inicial en los movimientos cívicos de lucha contra ETA, mi trabajo político en el Parlamento Vasco durante dos legislaturas y mi participación en la dirección de UPYD. Aquí están mis miedos y mis dudas, mis recuerdos y mis experiencias vitales y políticas. Éxitos y fracasos, decepciones y alegrías. Subrayo aciertos y errores, hago crítica y autocrítica, pongo en valor el trabajo formidable de tantos, cuento anécdotas, dudo y afirmo y relato problemas que pudieron resolverse y otros que me hicieron más fuerte. No hay nada que sea blanco o negro. No tengo la verdad absoluta. No es palabra de Dios sino mi visión de las cosas, con todas sus deficiencias. No pretendo sentar cátedra ni ajustar cuentas. Y reflejo no solo mi evolución personal y política, sino mi aprendizaje continuo, que hizo que las mismas cosas las viera diferentes según pasaba el tiempo.
Claro que estoy orgulloso de mi trayectoria. Y claro que cometí errores que deben ser señalados y reconocidos por honestidad y decencia. Nunca pretendí salvar a España ni cosa parecida, sino aportar lo mejor de mí mismo para mejorar la sociedad en la que vivo. No poseo la verdad absoluta y es seguro que, entre quienes piensan distinto, podemos encontrar infinidad de virtudes. Es una de las cosas más importantes que he aprendido. Fui y sigo siendo un humilde ciudadano comprometido con la sociedad y la gente que me rodea. Esta ha sido, hasta hoy, mi trayectoria.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento14 jun 2019
ISBN9788417990060
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    No apto para fanáticos - Gorka Maneiro

    © Derechos de edición reservados.

    Letrame Editorial.

    www.Letrame.com

    info@Letrame.com

    © Gorka Maneiro Labayen

    Diseño de edición: Letrame Editorial.

    ISBN: 978-84-17990-06-0

    Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación, en Internet o de fotocopia, sin permiso previo del editor o del autor.

    Letrame Editorial no tiene por qué estar de acuerdo con las opiniones del autor o con el texto de la publicación, recordando siempre que la obra que tiene en sus manos puede ser una novela de ficción o un ensayo en el que el autor haga valoraciones personales y subjetivas.

    .

    A mi hermana, Gurutze

    .

    «El fanático es quien considera que su creencia no es simplemente un derecho suyo

    sino una obligación para él y para todos los demás».

    Fernando SAVATER

    Prólogo

    Un compromiso político inagotable

    «Podemos entender de dos maneras diferentes el atentado sufrido: como una equivocación, un error más en la larga lista de errores cometidos por la kale borroka, o como un acierto, en el sentido de que han atacado la vivienda que pretendían. Si estamos ante el primer caso, queremos solidarizarnos con la persona a la que pretendían atemorizar y reiterar que nadie debe ser acosado por defender unas ideas tan legítimas como cualquier otra.

    Si nos encontramos ante el segundo caso, cosa que sospechamos, exigimos a los saboteadores que expliquen las verdaderas razones de tal acto, y que no mientan».

    El 11 de octubre del año 2000, ETA seguía matando de la forma vil y cobarde a que siempre nos ha tenido acostumbrados. Mataba y también atemorizaba a todos los que osaban alzar la voz para recordar la enfermedad moral de una sociedad secuestrada por el totalitarismo. El 11 de octubre del año 2000 habían transcurrido unos pocos días desde que una vivienda del Paseo de Ulía de San Sebastián fuese atacada con dos cócteles molotov. A los habitantes de esa vivienda nunca les fue ajeno el compromiso político; tampoco a los chivatos que, días atrás, facilitaron los datos de esta vivienda a los cachorros de la kale borroka para que recordasen —mediante un escarmiento que terminó calcinando la fachada de la misma— el precio oneroso a que estaban expuestos aquellos que se rebelaron contra la omertá criminal de la mafia etarra. El 11 de octubre de 2000, en esa vivienda, junto a sus hermanos y aitas, habitaba Gorka Maneiro Labayen y ese mismo día El País publicaba las palabras que reproduzco en el párrafo precedente.

    Gorka Maneiro sabe perfectamente que ETA no atacó a su familia por casualidad; como siempre ocurre con los totalitarios, los ataques son, por el contrario, pura causalidad. ETA conocía, a través de la tupida red de chivatos, delatores y cooperadores necesarios, quiénes de entre los vecinos de Donostia eran incómodos resistentes, ciudadanos dignos que se negaron a plegarse ante la ofensiva indigna de las pistolas. La familia de Gorka no empezó a ir a las marchas contra ETA porque los atacaran, fue exactamente al revés: ETA atentó contra su vivienda porque ellos previamente se habían significado políticamente. Pero el valor primordial de las palabras que reproduzco, las de un Gorka veinteañero, tienen un valor especial que lo radiografían de forma fidedigna: Gorka siempre tuvo claro el contexto social y político en el que nació, en el que creció y en el que se desarrolló, en el que hizo amistades diversas, plurales y de todas las ideologías. Gorka siempre supo vivir y disfrutar de la vida, pero jamás sintió la tentación de aislarse de la anomalía criminal que lo rodeaba, del sanguinario paisaje que ahormó su compromiso político. Si la kale borroka no hubiera hostigado a su familia, si la dirección de esos dos cócteles molotov hubiera sido otra, si el destinatario de dichos ataques hubiera sido otro, Gorka hubiera seguido tomando partido de la misma manera. Ese es Gorka Maneiro y ese, su compromiso político.

    Tras una militancia activa en Denon Artean y su paso por el PSE-EE, Gorka se enroló en UPYD. Siempre comprometido desde adolescente, interesado en la política y convencido, rebosante de saludable idealismo, de que nunca dejó de tener fe laica en esta como instrumento de transformación social, el tránsito de Gorka desde su militancia socialista a su compromiso magenta fue una evolución natural, lógica y congruente: para un progresista, los devaneos nacionalistas del PSOE eran una línea roja intransitable.

    Desde sus inicios parlamentarios, cuando yo era un mero votante (voluntariamente anónimo y alejado de toda militancia), ya me sorprendió su contundencia y clarividencia discursiva. No fueron pocas las tardes que me asomaba a la pantalla del ordenador y degustaba en YouTube sus desacomplejadas defensas de la igualdad y la ciudadanía compartida. Me recuerdo enseñando a quien me quisiera prestar atención discursos diáfanos contra el concierto económico vasco, en un ejercicio de parlamentarismo sin parangón en el País Vasco, auténticamente revolucionario. ¡Cómo no iba a serlo escuchar a un vasco exigir el fin de los privilegios que disfrutaban todos los vascos, en detrimento —ay— del resto de ciudadanos españoles! O sus contundentes defensas de una política fiscal y económica progresista, reivindicando un impuesto de patrimonio armonizado en todos las partes del País Vasco y, claro, también en el resto de España. Gorka Maneiro nunca renunció a defender el interés general desde un Parlamento autonómico, lo cual fue considerado por no pocos de sus correligionarios como toda una osadía: ¡defender el interés general en el templo de los nacionalismos cerriles y los nacionalismos light, vasquismos y otros miopes particularismos geográficos que inundaban la escena política vasca! Aún recuerdo aquella campaña electoral de 2009 en la que Gorka recibió serias descalificaciones por presentarse por Álava cuando él era donostiarra. Para mayor esperpento, a decir verdad escasamente sorprendente, quien capitaneó aquel burdo intento de descalificarlo fue el Partido Popular y el inefable Oyarzabal. Gorka, flemático, vino a responder que efectivamente él no era alavés, lo cual no le parecía un impedimento para ser elegido por Álava, puesto que no pretendía representar nada parecido al alavesismo o la identidad alavesa, si tal cosa hubiera de existir. En el mitin central de campaña, dejó una frase para la posteridad; simple, directa, incisiva, tan diáfana y carente de circunloquios como irrefutable: «Sí, soy donostiarra, y ni a mucha ni a poca honra, simplemente nací allí».

    Azote parlamentario del gobierno nacionalista vasco, e incómodo baluarte de la dignidad constitucionalista cuando el PP y el PSOE decidieron confundirse con el paisaje hegemónico del nacionalismo hasta difuminar dolorosamente su antaño ejemplar comportamiento cívico. Incluso cuando el constitucionalismo clásico relegaba a muchos de sus mejores mujeres y hombres, cuando voluntariamente optaba por desempeñar un papel testimonial y minúsculo, difuminando hasta la superficialidad su fortaleza e inconfundible identidad pasada, Gorka daba un paso al frente para defender la inmaculada hoja de servicios y el imprescriptible compromiso con la libertad y la dignidad de tantos cargos públicos del PP y el PSOE en Euskadi.

    Gorka Maneiro no es un hombre perfecto —¡qué obviedad!— y nunca ha pretendido serlo ni aparentarlo. Ningún ser humano lo es. Ha cometido errores —otra tautología— y nunca le dolieron prendas en reconocerlos, algo no tan común por estos pagos políticos. Tal vez el principal fue no prestar la debida atención a lo que ocurría internamente en su partido, mientras focalizaba su trabajo en una inmaculada y heroica labor institucional. Cuando empezaron los problemas internos y las presiones externas, la dirección de UPYD optó por rechazar cualquier ejercicio de autocrítica y señaló taxativamente que todas las causas de su imparable declive eran exógenas. Al calor de esa involución orgánica empezaron a proliferar críticos y traidores en cada esquina. Algunos, ciertamente, lo fueron; muchos otros no dejaron de ser personas valiosas que osaron alzar la voz ante algunos comportamientos que desmentían la credibilidad regeneracionista del partido magenta. En una complicada ambivalencia, un partido que ha sido determinante en la política española a la hora de poner el dedo en la yaga de los problemas estructurales más nucleares de nuestro país, con una labor institucional prácticamente inmaculada, fue en paralelo incapaz de emitir la menor autocrítica respecto a algunas decisiones y comportamientos orgánicos difícilmente justificables. Como bien reclamó Fernando Savater, UPYD debía ser un partido «con más vocación por escuchar y menos obsesión por controlar». Lástima que las palabras del gran Fernando cayeran en saco roto.

    En el libro que tienen entre manos, Gorka Maneiro hace un ejercicio genuino e irrepetible de introspección, con luz y taquígrafos, tomando la voz y la palabra para hablarnos de política. De la política en mayúsculas, y de esa otra que tristemente también existe y que debemos escribir siempre en minúsculas. No encontrarán aquí una hagiografía fantasiosa del recorrido del partido magenta, ni una burda crítica movida por el rencor hacia nada ni hacia nadie. Gorka habla de aciertos y errores, no omite ni calla a conveniencia, no expulsa de la historia a los que, en un momento determinado, decidieron tomar caminos dispares, ni tampoco a aquellos otros que un día decidieron que él también se había convertido en un traidor. Craso error. En realidad, la única traición de Gorka hubiera consistido en permanecer silente en un momento trascendental de UPYD, cuando se puso encima de la mesa, a modo de contrato de adhesión, la imperiosa necesidad de disolver el partido a espaldas de la afiliación. Su negativa no se fundaba tanto en la consideración de que quienes eso propugnaban erraran en el fondo de su propuesta, sino en el indubitado rechazo a una forma de proceder que guardaba nula relación con el discurso público —de higiene y ejemplaridad— que siempre mantuvo UPYD.

    En diciembre de 2015, el día en que se inició la campaña del 20-D, me acerqué a saludar a Gorka Maneiro. Desde entonces, nuestra sintonía política y personal no ha dejado de crecer. Hoy tenemos una relación de amistad y compartimos anhelos e ilusiones. Para sorpresa de algunos, no siempre hay medro, arribismo o negocio en la política, al menos no en el tipo de política en la que seguimos creyendo. He visto a Gorka Maneiro renunciar a una oferta de Cs para que dirigiera ese partido en el País Vasco, propuesta que le hubiera garantizado hoy, a buen seguro, seguir siendo parlamentario. Algún compañero de UPYD —de los entusiastas por disolver el partido sin consultar a ningún afiliado— ya le dijo que lo mejor para él era permanecer silente ante esa disolución y hacer su carrera política en otro lado. O dejarse de socialdemocracia e izquierda y comulgar con las ruedas de molino liberales que parecen estar tan de moda. O moderar su crítica al nacionalismo y su firme convicción igualitaria, y saltar a otros pagos más fértiles para su desarrollo profesional. No son pocas las opciones ni las ofertas, pero creo no errar si afirmo que Gorka nunca tuvo muchas dudas al respecto. Sigue siendo aquel tipo que grababa debates de radio para escucharlos repetidas veces después y que se enervaba en comidas familiares cuando alguien defendía una injusticia. El chaval jatorra, con estética desenfadada, al que le robaron su Parte Vieja donostiarra durante años por defender memoria, dignidad y justicia para las víctimas del terror. El que tuvo que vivir con escolta los primeros cinco años de la vida de su pequeña. La persona optimista y jovial cuya primera reacción cuando conoce a alguien es pensar bien y resaltar sus virtudes. El conversador incansable, el político vocacional que ama su trabajo. El meticuloso y el concienzudo; el sarcástico, el mordaz y el divertido. El ciudadano comprometido que cree en lo que hace y no tiene la menor intención de dejar de hacerlo.

    Qué quieren que les diga… Para mí es un honor seguir caminando al lado de Gorka Maneiro.

    Guillermo del Valle

    No apto para fanáticos

    El partido de Rosa… sin Rosa:

    ¿Un final digno para UPYD?

    «Quiero ciudades aliadas, no ciudades sometidas que se rebelen en cuanto nos alejemos. El vínculo del miedo es fuerte pero quebradizo».

    BRÁSIDAS

    UPYD fuera del Congreso de los Diputados

    El viernes 18 de diciembre de 2015, dos días antes de la celebración de las elecciones generales, almorcé en Madrid con Rosa Díez, Carlos Martínez Gorriarán y Andrés Herzog, por entonces supuestos amigos míos, en un restaurante de la calle habitual donde solíamos juntarnos, muy cerca del Congreso de los Diputados y de la sede nacional de UPYD.

    A un servidor, entonces portavoz adjunto del partido, lo habían mandado fuera de Madrid para hacer campaña electoral con algunos miembros de la entonces dirección nacional de UPYD y otros estupendos compañeros, por lo que había estado alejado del meollo de la campaña auspiciada en los interiores de la sede central, razón por la cual no tenía conocimiento directo de las sensaciones que en la capital del Reino se tenían, circunscripción electoral donde realmente nos jugábamos nuestra permanencia en el Congreso de los Diputados. Solo había participado como espectador en el acto inicial de campaña y en el primer día de la misma, cuando acompañé a Andrés Herzog a la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas de España, donde tuvimos la ocasión de charlar con, entre otros, el entonces presidente de la Academia, Antonio Resines, quien, siempre atento y dispuesto a facilitar las cosas, me causó una sensación de lo más grata. Por lo demás, me dediqué a viajar para acompañar y animar a la afiliación, y apoyar a otros candidatos provinciales en distintas partes de España, adonde me destinaron los estrategas electorales. Esto me permitió conocer más de cerca a la afiliación y a personas extraordinarias.

    En aquel almuerzo, tanto Carlos Martínez Gorriarán como Rosa Díez se mostraron optimistas en relación a la posibilidad de lograr el ansiado escaño. Andrés Herzog, por su parte, no les llevó la contraria. Según pude comprobar, él también tenía buenas sensaciones de lo vivido durante aquellos días. Rosa Díez vaticinó que el escaño de Andrés Herzog (no aspirábamos más que a mantenernos presentes en el Congreso de los Diputados con ese posible solitario escaño) no sería el último que se repartiría y que lo obtendríamos con cierto margen y desahogo, por lo que en la noche electoral no sufriríamos demasiado o al menos no durante demasiado tiempo. En un momento del almuerzo pregunté por la disposición de los presentes en relación al futuro de UPYD, a lo que Rosa Díez respondió tajantemente: «Pase lo que pase, hay que seguir», a lo que yo respondí, no sé exactamente por qué, con cierta sorpresa: «Ah, ¿sí? Yo, desde luego, pienso lo mismo». La creí… aunque varios meses después varias personas me contaron que, para entonces y desde unos meses antes, la decisión de cerrar UPYD si no manteníamos representación estaba ya más que tomada.

    Fue también durante ese encuentro que pude conocer el nombre del hotel de Madrid donde dos días después pasaríamos la noche electoral, algo que desconocía la mayor parte de los miembros del Consejo de Dirección, los cuales, salvo dos o tres excepciones, no recibieron notificación alguna . Como después supimos, no era intención de nuestro candidato a la Presidencia del Gobierno de España vivir la noche electoral, y recibir y analizar los resultados electorales con la ejecutiva nacional de UPYD, sino con algunos familiares cercanos y con aquellas personas que seguían tomando las decisiones estratégicas desde la sombra. Cuando llegué al hotel de encuentro el domingo 20 de diciembre, pude observar que la mayoría de los miembros de la dirección se mezclaba con los periodistas que tomaban posiciones en el espacio reservado para comparecer después y con los clientes que pululaban en la cafetería del hotel, mientras las personas de confianza de Andrés Herzog (con las que tomó las decisiones más importantes del partido desde que fuera elegido portavoz nacional en julio de ese mismo año) se encontraban acomodadas en una sala aparte. Fui a ese lugar cuando nuestra responsable de prensa vino expresamente a buscarme. Y fue entonces cuando vi a Andrés Herzog con algunos de sus familiares más cercanos, los números 2 y 3 de la lista por Madrid y, entre otros colaboradores del candidato y algunas de las personas que habían dirigido el partido desde el inicio, nuestro exgerente jubilado meses antes, Sinforoso Alcalá, Juan Luis Fabo, Carlos Martínez Gorriarán y Rosa Díez, quien ejercía de maestra de ceremonias. No permanecí demasiado tiempo en el lugar, ya que preferí estar con el resto de los miembros del supuesto (o depuesto) Consejo de Dirección el mayor tiempo posible, bien mezclado con los periodistas, bien en el bar del hotel. Con esos restantes miembros de la ejecutiva se contó después cuando hubo que salir a dar la cara ante los medios de comunicación, mientras decenas de simpatizantes, afiliados y voluntarios nos acompañaban y lloraban durante aquella larga noche negra y Andrés Herzog repetía como repitió durante varios días después: «UPYD seguirá existiendo mientras sus ideas sean necesarias… y a día de hoy lo son».

    UPYD y el Congreso de Disolución

    Al día siguiente a la noche electoral más triste de UPYD, el 21 de diciembre, Andrés Herzog me llamó mientras desayunaba, a eso de las diez de la mañana. Me dijo que Rosa Díez quería que almorzáramos con ella y sus máximos colaboradores después de la reunión oficial que los miembros oficiales del Consejo de Dirección de UPYD teníamos esa mañana.

    Esa reunión de la dirección sirvió básicamente para intercambiar sensaciones en relación a los resultados obtenidos… y, visto lo visto, creo que sirvió a Andrés Herzog para observar atentamente las intenciones de cada uno de nosotros y tomar nota. De lo que dijo recuerdo solo una frase: «Si alguien piensa que debo dimitir, que sepa que me da igual». Por lo demás, la idea en la que insistió fue en la de tomarnos un tiempo de reflexión… lo cual podría ser letal para los ánimos de la afiliación, que en esos momentos necesitaba respuestas inmediatas por parte de la dirección del partido en una situación como aquella de emergencia y crisis. En general, los miembros de la dirección apoyamos la continuidad de Andrés Herzog y le mostramos nuestro apoyo, yo incluido.

    Tras la reunión, algunos pocos de los miembros del CD (Andrés Herzog, Maite Pagazaurtundua, Julio Lleonart y yo mismo) fuimos al encuentro organizado por Rosa Díez en el restaurante habitual adonde solíamos acudir a almorzar tras las reuniones de la dirección, y también acudieron las personas de

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