Porluan
Por Fernando Buendia
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Porluan - Fernando Buendia
Contents
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Una historia ficticia basada en una mujer real… .
. . . -He aquí el hombre es como uno de nosotros, sabiendo el bien y el mal; ahora, pues, que no alargue su mano, y tome también del árbol de la vida, y coma, y viva para siempre . . .
Génesis 3:22
1
Hoy solo tengo un recuerdo, una luz que se filtraba entre las nubes, una brisa que recorría mi ser, un perfume que invadía mi piel dilatando mis pupilas.
Nunca creí en los espejismos, y siempre buscaba una razón lógica para descartar mis alucinaciones, mis delirios eran bañados con crudeza para evitar que se convirtieran en obsesiones, y cuando tenía una obsesión me abstenía de soñar, utilice tácticas que aprendí de una manera muy detallada para controlar mis deseos y poder renunciar a ellos; al no tener deseos debía mantener mi alma nutrida, para ello recurría a todos los paisajes, a las melodías que nacían de cualquier violín, al tacto sobre la tierra húmeda, al olor de las rosas en cada una de sus fases hasta quedar marchitas, a los sonidos que escuche cuando era niño, a la imagen nítida de un ave cargando en su pico una hoja de olivo.
Todo empezó con un sueño, quiero creer que estaba dormido, hasta donde recuerdo no fue una coincidencia haber soñado, desee tanto no desear, que finalmente el único instinto que conservaba intacto, despertó.
Sería ingenuo al pensar que el don de amar, solo fuera producto de una emoción, o una alteración química, el amor es una fuerza inexplicable, soberbia, tan exacta y contundente como puede llegar a serlo el crujir de un trueno al estrellarse con la tierra, o el delicado sonido del viento cuando este filtra por debajo de una puerta, es como el contraste del frio y el calor, como una habitación con la luz exacta y las sombras necesarias en la pared, el amor es un sistema tan complejo, que suele ser impredecible, y pensar que todo comenzó con un sueño, tantas mañanas eh deseado no haber soñado aquella tarde.
En este sueño permanecía inmóvil ante el fuego que se veía consumiendo un trigal, un cielo que servía como espejo a las llamas que consumían la tierra, mientras la cenizas cobraban vida y bailaban en las corrientes del aire que parecía un ser independiente a la naturaleza, el humo cubría cada una de las veredas, no puedo llamar extraño a nada de lo que vi en el sueño, pero si hubiera sido atento, mi destino habría sido develado esa misma tarde, las llamas que hacían arder el trigal tenían como corazón, un color verde que parecía ser el origen de aquel infierno.
No recuerdo el sueño como una pesadilla, me recuerdo tranquilo, con la serenidad que no puede existir en medio de un campo que se incendia.
Solo una vereda era respetada por el humo, al final de esta vereda un molino de piedra aun giraba, lentamente interfería con mi caminar el danzar de las cenizas, al llegar a la puerta del molino, esta se abría a mi paso sin necesidad de tocarla, el suelo de madera hacia evidencia de mis pasos, una escalera apolillada me condujo al segundo piso, donde sobre una silla frente a la ventana, viendo el fuego consumir la tierra, una mujer estaba sentada, la vi acomodar su cabello, mientras por un descuido descubría su cuello, era tan blanco que podía reflejar la luz dócil de una vela, el cabello castaño al moverse era quien dirigía el baile de las cenizas, que parecían servirle como la cobra al flautín, si tan solo me hubiera marchado en ese momento, si no le hubiera dado tiempo de voltear a verme, ¿Cuántas cosas hubiera evitado? . . .
. . . Pero permanecí, otra vez inmóvil, como si hubiera sabido que es lo que iba a pasar, como si hubiera sabido lo que esperaba ver en su rostro, como si pidiera a gritos la muerte sobre una guillotina, con la misma ansiedad con la que se espera al sol después de un eclipse eterno, permanecí inmóvil… esperando que el abismo al cual me había aventado tuviera un fin, y no fuera infinito, con la esperanza de volar sin alas, creo haber abierto mas los ojos…
Cuando la mujer volteo, un resplandor me cegó instantáneamente, caí de rodillas, mi frente tocaba el suelo, no tenía fuerza para levantar la vista, recurrí a mi corazón, me concentre en el deseo de ver su rostro, . . . mientras levantaba la cabeza, escuche un piano componer un himno, y la pude ver…
. . . sus labios que parecían guardar la línea del horizonte, sus mejillas, . . . perfectas, . . . sus ojos verdes, el verde que se ve en la luna desde Marte, como se ve un amanecer debajo del