Caminar: (ilustrado)
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Pasear es un rito civil, y caminar es un acto animal. Pasear es algo social, y caminar algo más bien selvático, aunque sea por las calles de una ciudad. El que pasea se imagina paseando, o gusta de observarse según la perspectiva de los otros; el que camina es, en ese sentido, extrovertido, solo le importa el afuera. El que pasea coquetea diciendo que sale a buscarse a sí mismo, a conversar machadianamente con uno mismo, a reunirse consigo mismo, a reencontrarse o reconstruirse…; el que camina tampoco sabe nada pero por lo menos ya ha alcanzado a darse cuenta de que hay poco que escarbar dentro de sí, y rastrea vorazmente el exterior, las calles, los campos, los cielos. [...] Caminar es algo que está decisivamente relacionado con la independencia y con la libertad".
"[…] se está redescubriendo que andar, que es la forma más natural y primitiva de desplazarse, puede convertirse en la actividad más luminosa y la más creativa, porque tiene la velocidad humana; parece producir una sintaxis mental y una narrativa propia".
Enrique Vila-Matas, El País
Robert Louis Stevenson
Robert Lewis Balfour Stevenson was born on 13 November 1850, changing his second name to ‘Louis’ at the age of eighteen. He has always been loved and admired by countless readers and critics for ‘the excitement, the fierce joy, the delight in strangeness, the pleasure in deep and dark adventures’ found in his classic stories and, without doubt, he created some of the most horribly unforgettable characters in literature and, above all, Mr. Edward Hyde.
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Caminar - Robert Louis Stevenson
William Hazlitt
Robert Louis Stevenson
CAMINAR
Ilustraciones de Juan Palomino
Traducción de Enrique Maldonado Roldán
PRÓLOGO
El mundo por delante
Para Víctor Gómez Frías,
caballero andante
A quienes tiendan a considerar que ese objeto llamado «libro» podría funcionar como metonimia perfecta de la vida sedentaria les podría parecer sorprendente, o incluso paradójica o contradictoria, la llamativa cantidad de novedades editoriales que, dedicadas monográficamente al tema del paseo o el caminar, vienen apareciendo desde hace un par de años entre nosotros, y dentro de la cual merece desde ahora destacar este pequeño volumen que ofrecemos hoy. Tal vez una biblioteca privada pueda simbolizar el reposo, la instalación en un lugar donde permanecer, pero, al menos desde que Alejandro Magno se iba a sus conquistas con los textos de Aristóteles como parte imprescindible de su impedimenta, la lectura nunca ha sido incompatible con la aventura, con el movimiento, con la errancia. Más bien al contrario, lo incomprensible es no llevarse libros a los viajes, y a la saludable y curiosa moda de libros sobre andanzas y caminatas se le podrían encontrar otros motivos, puestos a ello; aunque no hace ninguna falta, pues aquellos para quienes leer y caminar son dos imperativos irrenunciables y constitutivos sabemos que están esencialmente relacionados, hermanados en cuanto son dos modos elementales de intentar rastrear alguna verdad o por lo menos alguna pista, de sumergirse en la realidad para encontrar alguna certeza o merecer algún tipo de explicación.
Al margen del motivo del camino, y de las innumerables veces en que un sendero ha ejercido en la literatura como metáfora de la vida, prolongando el tópico clásico del Homo Viator, el hecho de trasladarse a pie es en sí un buen tema para la reflexión, que inevitablemente, además, vendrá acompañado de digresiones sobre el paisaje, la naturaleza, la salud del cuerpo y el alma. Pero no haría falta llegar tan lejos: el movimiento de las piernas y sus implicaciones, sus causas y consecuencias, e incluso su ideología (como ha demostrado Rebecca Solnit) son ya asuntos suficientemente complejos y apasionantes como para hacer un alto y detenerse en ellos. Sobre la actitud del flâneur que vaga o merodea por las ciudades, sobre las manifestaciones y revoluciones a pie o sobre las marchas militares, sobre el pícaro buscavidas que se da garbeos… hay bibliografía específica, y también, más en general, sobre el particular de los paseos, que aunque por supuesto tienen mucho que ver con el asunto que nos ocupa, suponen una versión dulcificada, por excesivamente civilizada, del hecho físico de caminar.
No pretendo llevar las cosas demasiado lejos, pero, si pasear es un entretenimiento distinguido, burgués, ocioso, elegante…, caminar es más bien algo instintivo, natural, salvaje. Pasear es un rito civil, y caminar es un acto animal. Pasear es algo social, y caminar algo más bien selvático, aunque sea por las calles de una ciudad. El que pasea se imagina paseando, o gusta de observarse según la perspectiva de los otros; el que camina es, en ese sentido, extrovertido, solo le importa el afuera. El que pasea coquetea diciendo que sale a buscarse a sí mismo, a conversar machadianamente con uno mismo, a reunirse consigo mismo, a reencontrarse o reconstruirse…; el que camina tampoco sabe nada, pero por lo menos ya ha alcanzado a darse cuenta de que hay poco que escarbar dentro de sí, y rastrea vorazmente el exterior, las calles, los campos,