Tempo
Por Carlos Olalla
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Tempo es la historia de iniciación y de amor de un joven que, empeñado en construir el violín perfecto, ese que puede expresar la música que él siente en su interior, va adentrándose en el camino de la vida donde conocerá duros momentos de dolor y de soledad que le acompañarán hasta que entienda que vivir es compartir, es dar, es amar sin esperar nada a cambio...
Carlos Olalla
Actor catalán que empezó a dedicarse a la interpretación a partir de los 45 años, cuando se encontró en el paro tras haber pasado 25 años dirigiendo empresas en España. En los últimos diez años ha participado en las principales series españolas de tv (El tiempo entre costuras, Amar en tiempos revueltos, Aquí no hay quien viva, Hospital Central, etc.), ha trabajado en una veintena de películas (Grupo 7, Amigos, REC2, etc.) y en una decena de montajes teatrales como Yepeto (T.Cossa), Photocall (A.Conejero), Ira (J.Malpica), Cuento de Navidad (C.Dickens), Veintisiete vagones de algodón (T.Williams), La puta respetuosa (J.P.Sartre),La excepción y la regla (B.Brecht), Caídos del cielo 2 (P.Pedrero), etc.Como escritor cuenta con dos novelas publicadas (“La sabiduría del silencio” y “La taberna de los sueños”), un libro de poesía (“Hijos del viento”) y uno de ensayo “Carmen Amaya, el mar me enseñó a bailar”) Colabora habitualmente en distintos medios (diario Última Hora de Palma de Mallorca y la revista de arte Álbum Letras&Artes) mediante artículos de opinión y críticas de arte. Uno de sus artículos (“El teatro es un acto de resistencia”) ganó la VII edición del premio de periodismo cultural Paco Rabal en 2013Tiene un blog cultural, La placenta del Universo,(http://laplacenta.clandestinodeactores.com) y puede encontrarse más información en su página web (www.carlosolalla.com)
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Tempo - Carlos Olalla
--¿Por qué quieres que te enseñe a construir un violín?—sonó grave la voz del maestro al otro lado de la puerta
--Lo necesito... necesito construir el mejor violín que se haya
escuchado jamás— respondió Daniel
--¿Por qué?—insistió el maestro
--No lo sé, sólo sé que necesito hacerlo—
--¡Vete, no quiero perder el tiempo contigo...!—
--Por favor, maestro, he venido desde muy lejos para aprender –
--¡Vete!—
--Maestro, por favor, déjeme entrar, le aseguro que no le haré perder el tiempo—
--Si no sabes por qué ¡Perderás mi tiempo y el tuyo! ¡Vete, te he dicho!
Daniel siguió en pie frente a la puerta. Había hecho un largo viaje hasta llegar allí y no tenía adónde ir. En aquel momento sintió frío. Las lágrimas que resbalaban por sus mejillas se confundían con la lluvia que caía desde hacía horas, años quizá. Solo, empapado y cabizbajo, empezó a andar. La noche era ya cerrada y las calles estaban desiertas. Su sombra le acompañaba al pasar bajo unas farolas amarillentas y cansadas que apenas iluminaban. Anduvo sin rumbo por las calles de aquella pequeña ciudad que, como su alma, parecía muerta. Sus pasos le dirigieron a un parque. Se tumbó a dormir bajo un enorme arce solitario que se erguía cerca del estanque. El viento se llevó la lluvia y, al poco, también las nubes. Si hubiera tenido fuerzas para abrir los ojos habría visto salir la luna.
El silencio del alba dejaba oír el lento movimiento de las hojas de los árboles. Algún pájaro madrugador había empezado a cantar cuando el joven se despertó. El olor a hierba mojada trajo a su memoria los recuerdos de su infancia. Cerró de nuevo los ojos para sentir la lejana caricia de los brazos de su madre. Había pasado tanto tiempo y, sin embargo, tan pocos años... Tras desperezarse y estirar sus entumecidos músculos, se levantó y miró a su alrededor. No había nadie. El parque era mucho más grande de lo que le había parecido cuando entró. Bordeó el estanque dejando que su mirada acariciara la estatua que había en él. Rodeada de nenúfares, la imagen blanca de aquella mujer de piel de piedra parecía querer devolverle la mirada. Se detuvo frente a ella y, en silencio, empezó a contarle todas sus penas.
-- Schisstt...—le respondió ella
--¿Cómo?
--Calla y escucha...—le susurró la estatua
--¿Pero tú puedes hablar?—le dijo asustado
--¿Y tú no puedes callar?—le contestó ella
--Sí, pero...
--Schisstt... calla y escucha...
--No oigo nada, ¿qué quieres que escuche?
--¿Cómo vas a oír si no has aprendido a escuchar?
--¿aprender a escuchar?
--Si..., cuando aprendas a callar todos los ruidos que llevas dentro, empezarás a escuchar...
--¿los ruidos de mi interior?
--Schisstt... calla y escucha... solo calla... y empezarás a escuchar...
Daniel guardó un profundo silencio y aguzó su oído, pero no oyó nada. Volvió a intentarlo, pero no oyó nada. De nuevo lo intentó, pero no oyó nada.
--No oigo nada, ¿qué tengo que hacer?—le preguntó
El silencio fue la única repuesta de la estatua...
-- ¿Qué quieres que haga? – repitió angustiado
Asustado por la terrible sensación de haber enloquecido buscó ayuda desesperadamente. Una persona, una presencia, alguien con quien compartir su miedo. Miró a su alrededor y no encontró a nadie. Volvió sus ojos hacia la estatua que, inmóvil, seguía mirándole. Inició entonces la huida. Con paso rápido se alejó del estanque. De vez en cuando se giró para comprobar que la estatua no le seguía. Ella permanecía allí, inmóvil, blanca, silenciosa...
II/... Cuya respuesta suele estar muy cerca, aunque casi nunca la vemos.
A lo lejos divisó una figura humana. Bajo un enorme sauce dormitaba un vagabundo. Daniel se acercó, pero no se atrevió a despertarle. Aquel hombre estaba en el más profundo de sus sueños. Desconcertado, sin saber qué hacer, aguardó unos instantes a su lado. Al fin se decidió.
--Oiga, perdone...—dijo en voz baja
No hubo respuesta. El vagabundo dormía tan profundamente que ni todos los gritos del mundo le habrían despertado.
--¡Tiene que ayudarme!—le dijo con voz cada vez más angustiada—La estatua....la estatua ¡habla! ¿ No me oye? ¡Le estoy diciendo que hay una estatua que habla! ¡Despierte de una vez! ¡Hay una estatua que habla!
Su angustia le impidió escuchar los pasos del oficial de policía que se aproximaba a su espalda.
--¿Qué está haciendo, joven?—le preguntó
--¡Alabado sea Dios! ¡Menos mal que está usted aquí! Estaba intentando explicarle a este hombre que la estatua del estanque me ha hablado...
--¿Qué hombre?
--Este
--¿Cómo dice?—le preguntó el policía atónito ante lo que estaba viendo
--Sí, éste, pero está tan dormido que no he podido despertarle
--¡Sus manos! – le dijo con voz autoritaria.
Daniel aturdido, extendió sus brazos. Casi sin darse cuenta se encontró esposado y camino de la comisaría. Al salir del parque, de nuevo en la calle, se cruzó con varias personas que le miraban asustadas. Todas se apartaban del delincuente que, inútilmente, trataba de explicarle al policía que no había hecho nada malo.
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