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El Camino de la Serpiente: Historia de un camino de autosanación
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Libro electrónico247 páginas4 horas

El Camino de la Serpiente: Historia de un camino de autosanación

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Información de este libro electrónico

Una mujer segura de sí misma, que ya había cambiado su destino más de una vez, encuentra en el diagnóstico de una operación la confrontación con propio ser, con sus valores, sus temores y sus potencialidades. Así comienza el recorrido hacia su destino, descubriéndose y transformándose.
IdiomaEspañol
EditorialBookBaby
Fecha de lanzamiento10 oct 2013
ISBN9781483521343
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    El Camino de la Serpiente - Marcela Thesz

    El Camino de la Serpiente

    Por Marcela Thesz

    Presentación

    Mi nombre es Marcela Thesz. En el momento que escribo esto tengo 35 años, nací en 1977. Vivo en pareja hace 13 años con el padre de mi hija que acaba de cumplir 12.

    Soy instructora de tai chi y de chi kung. También enseño meditación. Doy clases en el Parque Autóctono de la ciudad de Córdoba, Argentina, hace 8 años.

    Soy reikista y tengo la capacidad de armonizar la energía de las personas utilizando mis manos. Por algún tiempo, a la par de enseñar tai chi, me he dedicado también a armonizar energéticamente a quien me lo solicita. Ahora, hace un tiempo que ya no lo hago.

    Nací en Tandil, mi familia se mudó a Bariloche cuando yo tenía 2 años y, desde los 18 años, vivo en Córdoba. Vine a estudiar arquitectura, la dejé. Luego estudié historia, la dejé. Luego estudié comunicación social, la dejé. Por distintos motivos, la universidad no era lo mío.

    Cuando tenía 19 años falleció mi papá. De Bariloche, mi mamá se volvió a Tandil junto con mis dos hermanos. Soy la del medio. Actualmente mi hermano menor vive en Córdoba, está separado y tiene un hijo de 3 años. Mi hermano mayor vive en Tandil, está casado y tiene tres hijos de 12, 10 y 6 años.

    Después de la muerte de mi papá comencé a trabajar para mantenerme y quedarme en Córdoba. A los 20 entré en una empresa de informática en la que trabajé 6 años y a la que renuncié con el cargo de Gerente de Marketing.

    Ahí conocí a mi marido y nuestra hija nació cuando yo estaba por los 24 y era una ejecutiva del marketing en asenso. Estaba estresada y pasada de rosca. Las complicaciones que tuve durante el embarazo y el parto, en el que casi morimos ambas, me pusieron la vida que llevaba delante de mis ojos y decidí cambiar.

    Empecé a practicar tai chi. Retomé la meditación que había aprendido de niña. Recurrí a la medicina china y a muchas terapias alternativas.

    Renuncié al trabajo y por algunos años trabajé en el marketing como independiente. Empecé a enseñar tai chi casi por casualidad, después de haber cursado el instructorado. Pero la experiencia fue tan fuerte que me dediqué profesionalmente a esto, encontré mi razón de ser en el mundo a través del tai chi. Fui dejando el marketing para crear Tai Chi del Parque.

    En los últimos 12 años he entrado al quirófano varias veces por distintos motivos. Sumado a un accidente que tuve en Bariloche a los 17 años, en total 6 veces me cortaron y me cosieron distintas partes del cuerpo. Heridas del accidente, un parto natural traumático, una video–laparoscopia de vesícula biliar, un doble quiste en una pierna y un lunar de nacimiento de 5 centímetros en la cola. Sacaron varias partes de mi.

    También soy hipotiroidea desde hace 6 años. Mi tiroides ha sido muy inestable en estos años, pasando de hipo a hipertiroidismo en poco tiempo, causando diversas complicaciones en mi cuerpo. Hace 5 años estoy diagnosticada con una arritmia cardíaca supraventricular benigna que es consecuencia de los trastornos hormonales. También he tenido varios quistes en los ovarios, en la tiroides y tengo un nódulo en la mama derecha desde hace 10 años.

    Objetivamente, no tengo nada grave. Emocionalmente, a veces siento que no puedo más de médicos. Estoy harta de estar enferma, harta de malos resultados. Parece que la enfermedad retorna a mi vida constantemente. Paso unos meses estable y luego me enfermo nuevamente. Algo siempre se me desequilibra.

    Me cansé ya de buscar y probar distintos médicos; de ocultarles la parte energética que los médicos no quieren saber en relación a la salud y a la enfermedad, de evitar mencionarles los tratamientos de terapias alternativas que también hago. Me cansé de los terapeutas que prometen la sanación total; de que me digan que no saben lo que tengo, que no saben por qué recaigo en enfermarme y de que me agreguen medicaciones que no me resultan.

    Y, luego de años de búsqueda, cuando finalmente creía haber alcanzado cierta estabilidad, cuando mi tiroides estaba tranquila, mi corazón más o menos estable —medicada de ambos con T4 y bisoprolol—, un control de rutina con el ginecólogo me puso de nuevo en el lado de la enfermedad, al borde del quirófano por séptima vez.

    INDICE

    EL CAMINO

    LA PRACTICA

    EL APRENDIZAJE

    PALABRAS FINALES

    BIBLIOGRAFIA

    AGRADECIMIENTOS

    EL CAMINO DE LA SERPIENTE

    Todo lo que sucede es un proceso, un camino de sucesos encadenados definitivamente con un destino. La mayoría de las veces no logramos ver el destino y nos quedamos estancados en el lo quiero–no lo quiero.

    En la filosofía china, todo proceso se describe como un ciclo yin-yang: una parte del camino es descendente y la otra parte es ascendente. A la vez, cada parte del camino tiene subidas y bajadas, se toca fondo y se llega al pico.

    Se dice que el camino de la serpiente es largo, incómodo y lleno de dificultades, pero quienes lo completan reciben los regalos del cielo y alcanzan una comprensión superior.

    Lo que relato a continuación es el proceso que se produjo en mí a partir de la enfermedad… mi propio camino de la serpiente.

    El día que me dijeron que me tenían que operar

    Lo supe desde antes, desde el momento que leí los resultados de la ecografía mamaria. No era cáncer ni mucho menos, era el mismo nódulo mamario que tengo hace 10 años que había crecido un poco. Supe, al conocer los centímetros que el nódulo ocupaba en mi cuerpo, que me iban a sugerir someterme a una cirugía.

    Ahí comencé a llorar y seguí haciéndolo mientras conducía hacia el consultorio médico. Al llegar me contuve (odio llorar en público) pero apenas la doctora me dijo esto se opera, empecé a llorar otra vez. Y me dijo si no lo puedes sostener emocionalmente, podemos esperar de 4 a 6 meses, pero que no pase del verano.

    Me alegro de haber llorado tanto en ese momento. Si no me hubiera quebrado emocionalmente me habría operado un par de semanas después.

    Hoy comienzo a relatar esta historia dos horas antes de ir a una consulta médica, en la que me darán un nuevo diagnóstico sobre mi nódulo mamario. Pasaron 11 meses y todo, absolutamente todo cambió. Esta vez, también ya conozco los resultados de la ecografía, me la hice hace unos días, y para matar la ansiedad es que escribo y decido contarte toda esta historia.

    Rodando hacia el fondo del abismo

    Ese fatídico día con el médico es el día en el que comenzó todo esto. Fue la simple advertencia del universo y la de mi propio cuerpo diciéndome que dejara de demorar ciertos temas que debía tratar en mí misma y sobre los cuales me había venido haciendo la reverenda tonta.

    La perspectiva de la operación era aterradora para mí. A los 34 años ya había pasado por 6 cirugías, entre mayores y menores. En 4 había tenido complicaciones, entre las que se incluía el complicado nacimiento de mi hija. Parecía, en ese punto, que si volvía al quirófano sólo me podría ir mal.

    A pesar de que los profesionales eran buenos, cuando me trataban a mí se equivocaban en todo lo posible. Así terminé teniendo la misma operación dos veces, para sacarme un quiste sebáceo de la pierna, sólo porque había dos quistes y se olvidaron de revisar antes de coser mi pierna la primera vez. También pasé por varios endocrinólogos que se equivocaron en la dosis de T4 y me medicaron mal, lo que causó que tuviera arritmia cardiaca. Los médicos que me trataban no se ponían de acuerdo entre sí y tampoco se hacían cargo de los tratamientos que me sugerían.

    En el momento que me dijeron que me tenían que operar, 10 años de historia médica fallida se agolparon en mi mente y salí corriendo. Semejante estrés me causó días después un sangrado intermenstrual durante la ovulación, que no es algo malo en sí pero que, en medio de esa situación, me llevó al límite. En ese momento colapsé, me enojé porque mi cuerpo fallaba de tan terrible manera, tal como lo había hecho varias veces en los últimos años, y me escindí por completo. Eso significa que empecé a verme a mí misma y a mi cuerpo como dos cosas diferentes.

    Para completar la serie de estudios médicos que me tocaba hacer, en plena ovulación traumática me hice los análisis de sangre de control tiroideo, los cuales, obviamente, resultaron mal. A consecuencia de ello fue necesario aumentarme la dosis de T4 diaria. La endocrinóloga que me trataba en ese momento, sabiendo por el momento de estrés que estaba pasando, me preguntó si quería repetir los análisis en unos días, para ver si más relajada daban mejor resultado. Le respondí que no, ya que lo único que quería en ese momento era no tener que ver un médico en meses, cosa que aparentemente era imposible dadas las circunstancias, pero que fue real: no volví a ver un médico sino hasta 8 meses después.

    En un mes había pasado de estar sana y feliz a estar enferma y muerta de miedo.

    Se me notaba en la piel, en el pelo, en la capacidad de pensar (en realidad no podía pensar). De lejos se veía que estaba mal. Eso repercutía directamente en mi trabajo, todos mis alumnos se daban cuenta que las clases eran diferentes y que yo estaba rígida y desalineada.

    Por supuesto, también repercutió en mi familia. Mi marido se mantuvo a mi lado incondicionalmente durante todo este proceso, en las buenas y en las malas, supo dejarme ser con mis emociones y esperarme, pero mi hija absorbió lo que pasaba y tuvo una crisis en la escuela y en su salud. Aunque fue leve, todo estaba allí, mi energía de miedo, siendo la madre de esta familia, impregnaba todo.

    Durante meses lloré realmente mucho. Las crisis de angustia aparecían porque sí y necesitaba llorar durante dos o tres horas hasta sentirme más aliviada. Pasé semanas con los ojos hinchados.

    En esos días me fui a un retiro de meditación (voy dos veces al año a un retiro zen). Fue el más doloroso que pasé. Independientemente de los años que llevo practicando el zen, esa vez la postura fue tortuosa, todo me parecía molesto, estaba irritable y no lograba ningún nivel de concentración. En las charlas que tuve con mi maestro esos días sólo hablaba de mi angustia y de que en realidad, en ese momento me costaba mucho estar en mi cuerpo (aquí y ahora) y que tenía una profunda sensación de no me gusta esto que me estaba pasando.

    Mi maestro zen me dijo: Estás jodida. Porque, ¿qué opciones tenía? ¿Encontrarme otro cuerpo que ocupar mientras el mío se iba a reparaciones? En las divagaciones de la mente esas cosas se llegan a pensar…

    En ese momento no comprendía absolutamente nada, aún no podía ver el proceso, tenía cero confianza y sólo podía ver lo que no quería: no quería estar enferma.

    Mi marido se preocupaba mucho por mí cuando entraba en crisis. Yo necesitaba canalizar el miedo y la angustia y como no encontraba otra forma, lloraba. Él comenzó a sugerirme que buscara un psicólogo. Yo estaba completamente paralizada y no podía tomar ninguna iniciativa. Recuerdo esos meses como inactivos. Hacía las cosas, pero en realidad estaba completamente quieta, helada, todavía impactada.

    Mi maestro zen también me recomendó un psicólogo. Cada vez que charlaba con él sobre mi práctica de la meditación, me largaba a llorar. No lograba ver más allá del miedo.

    Mientras tanto, mi cuerpo seguía respondiendo al estrés. La arritmia que me acompañaba hacía 5 años se había intensificado. Dos o tres veces al día sentía mi corazón saltar. La primera vez que el corazón me saltaba, lo podía manejar, la segunda vez más o menos y con la tercera arritmia del día mandaba todo al cuerno y me enojaba de nuevo, me surgía una sensación muy fuerte de hartazgo de mi propio cuerpo, y lo que hubiera logrado, en el sentido de volver a unirme, desaparecía al instante y me iba de nuevo del momento presente.

    En esos tres meses posteriores al diagnóstico de la operación toqué realmente fondo. Quienes estaban a mi lado trataban de ayudarme a comprender que lo que me pasaba no era grave, ninguna enfermedad terminal, nada que me incapacitara. Muchas veces me dijeron eso y muchas veces me enojé al sentir que mis emociones no eran respetadas. Todavía creo que cada uno vive su enfermedad como puede y eso significa que podemos vivir una gripe como si fuera un cáncer y vivir un cáncer como si fuera una gripe. Yo sabía que no me pasaba nada grave pero de todos modos lo vivía como si fuera realmente muy grave.

    Mis enfermedades eran las mías, que sumadas a mi historia médica que me aterraba recordar, más el enojo con mi cuerpo, resultaban un cóctel que me impedía moverme en ninguna dirección. Ahí, quieta, sólo podía llorar y cada tanto. Esos momentos los recuerdo como hubiera estado aprisionada en un espacio pequeño y oscuro, húmedo y mohoso, en el que no podía respirar.

    ¿Cuál era la dimensión de todo esto? ¿Qué era lo que generaba tal espacio en mi vida? Primero tenía la firme sensación que toda operación iba a salir mal. Sin razonamiento de por medio, eso era lo que yo sentía, por lo cual tenía un gran miedo. El simple hecho de pensar en la operación me generaba angustia y comenzaba a llorar. También, quería estar haciendo otras cosas, dando clases, trabajando, no quería tener que estar ocupada en mi cuerpo ni en mí misma. Estaba terriblemente enojada con mi cuerpo y con el mundo por cambiar mi agenda.

    Tenía una la sensación de no tener control sobre mi vida, que todo esto estuviera sucediendo a pesar de mis deseos de que no fuera así. La arritmia era un reflejo de eso, el corazón fallaba cada tanto sin consultarme y yo no tenía (ni tengo ahora) ningún control sobre eso. Eso me daba mucho miedo… mi corazón y la falta de control, y a pesar de que la arritmia dura un segundo, el miedo hacia que me quedara con eso por horas.

    Gran parte del problema eran los recuerdos. Cada vez que me sentaba a meditar venían a mi mente recuerdos de momentos complicados en el quirófano, sobre todo de cuando nació mi hija, recuerdos de malos resultados, de equivocaciones médicas y cortes mal hechos en mi cuerpo.

    "¡Don´t go there!", porque mi maestro me lo dijo en inglés (significa no vayas allí) era la frase que gritaba en mi mente, a mi mente misma, para evitar que se hundiera en los recuerdos traumáticos.

    Mis pensamientos eran muy fuertes, todos negativos, todo lo que pensaba era que me iba a ir mal, con lo cual seguía corriendo en dirección opuesta a la cirugía. Todo mi cuerpo estaba dispuesto hacia la huída.

    Ese escape significaba también huir de mi cuerpo, ya que no quería sentir ni estar en un cuerpo que estaba fallando. Estar fuera del cuerpo implica también no tener conexión con el trasfondo emocional, entonces sentía las emociones, intensamente por cierto, pero no las comprendía. Mucho después pude ver el miedo y el enojo, comprenderlos, expresarlos y transformarlos.

    Fue mi maestro zen el que logró que yo diera un pequeño paso. Me indicó una práctica de meditación llamada tonglen en la cual me pidió que en mis momentos de angustia, sentada en meditación, pensara en todas las demás personas que estaban en mi misma situación: lo que fuera que me estuviera haciendo sufrir en ese momento, habría más personas en el mundo sufriendo por lo mismo.

    En esa conexión con el resto de las personas, debía considerar que yo por lo menos estaba sentada meditando, lo que me permitía crear un espacio un poquito más holgado, no tan asfixiante. Mi maestro me ayudó a ver que aún en mi crisis, metida en ese espacio oscuro y apretado, tenía la capacidad de hacerlo crecer un poquito a través de mi respiración y mi práctica de meditación. La indicación era compartir el pequeño espacio de luz con todas las demás personas que sufrían por lo mismo que yo.

    ----------------------------------------------------------------------------------------

    Navegar hacia uno mismo

    (Publicado en el blog de Tai Chi del Parque, noviembre de 2012).

    Siento una terrible angustia, o miedo, o enojo, o frustración, o impotencia o tristeza, o desolación…

    En este momento esa gran emoción inunda toda mi vida. Me siento pequeña, infinitamente apretada y comprimida por esto que siento y que me supera. Absolutamente nada más que dolor, incomodidad y rechazo hacia eso mismo que siento.

    Podría escaparme… irme a cocinar, o a correr, o a trabajar, o a charlar con alguien, o a ver tele, o a leer un libro, o a gritarle a alguien, o a hacerme daño. Las vías de escape son tantas…

    Pero decido quedarme. Conmigo. En este momento. En este lugar.

    Y aquí estoy en este horrible lugar comprimido, oscuro, con feo olor y ruidos molestos que es mi vida en este momento. Aquí estoy.

    Respiro: inhalo, exhalo… inhalo, exhalo… inhalo, exhalo.

    Realmente es horrible lo que siento, porque no lo entiendo, o no me gusta, o lo rechazo, o me molesta, o me impide seguir, o me demanda frenar, o me implica atenderme, o me implica cambiar, o me implica aceptarlo…. Es horrible y lo único que puedo sentir respecto a lo que siento es rechazo.

    Emoción, no te quiero en mi vida!

    Pero sigo aquí, conmigo, emocionada. Elijo nuevamente quedarme.

    Mientras respiro me recuerdo a mí misma como respirar y elijo estar atenta al aire que entra y sale de mi cuerpo. Cada vez que la horrible emoción que siento me supera, vuelvo a preferir mi respiración. La respiración se convierte en el ancla que me sostiene en este tormentoso mar de emoción amarga.

    Respiro y me anclo.

    Cada vez que mis pensamientos pesimistas, o negativos, o recuerdos dolorosos, o expectativas irreales o idealizaciones bellas copan mi mente, elijo nuevamente quedarme con mi respiración. Nuevamente mi ancla me salva de navegar a la deriva por la irrealidad de la mente.

    Respiro y me anclo.

    Con la respiración como compañera, este viaje no es tan tormentoso. Y me muevo por lo que me rodea y descubro que no es tan apretado como pensaba y que hay un poco de espacio. Uso mi exhalación para inflar ese espacio y hacerlo más

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