Leo, luego escribo. Ideas para disfrutar de la lectura
Por Mónica Lavín
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A solas, con la luz suficiente se disfruta completamente la lectura. No hay nada peor que leer por obligación, porque es la tarea, porque ¡tienes que hacerlo! Leer es como escuchar música: solo lo que a ti te guste y en el momento que tú elijas. Además, tómalo como pasatiempo o distracción ... te darás cuenta que abrir un libro es como dejar atrás el mundo de las obligaciones. Entonces, si quieres aprender a disfrutar la lectura sin que nadie te obligue a hacerlo, échale una mirada a este libro. Después surgirán en ti esas ganas de escribir tus propias historias, tus ocurrencias, tus ideas...
Leo, luego escribo y su demanda sostenida durante varios años no ha hecho más que afirmar la importancia del lector. Un escritor no es nada sin la complicidad de quien en la otra orilla hace que las palabras cobren vida y tengan sentido. Éste es un libro que se debe a ellos, los lectores, porque su sentido es contagiar complicidades para la lectura en general.
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Comentarios para Leo, luego escribo. Ideas para disfrutar de la lectura
11 clasificaciones4 comentarios
- Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Mónica Lavin nos vuelve a conquistar con su genialidad de la palabra impresa.
- Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Un libro que te hace apasionarte por las lecturas y te transporta a querer devorar todos los títulos que menciona, voy a iniciar sus recomendaciones.
- Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Entretenido e ilustrativo... Lo recomiendo para docentes jóvenes y padres.
- Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Me gustó mucho. Me parece una guía amena e íntima acerca de lo que es un cuento desde el punto de vista de la autora. Su selección de textos es muy buena y los demás títulos que sugiere me dan curiosidad. Me parece que los ejercicios que sugiere son entretenidos y cumplen su función de soltar la pluma.
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Leo, luego escribo. Ideas para disfrutar de la lectura - Mónica Lavín
—sobre Leo, luego escribo—
Escribir un libro y publicarlo es lanzar una botella al mar o una moneda al aire, como mejor se prefiera. Una imagen tiene que ver con la suerte, la otra con el encuentro azaroso. Leo, luego escribo, publicado por primera vez en 2001, me ha dado la sorpresa de permitir las dos imágenes. Ha pasado el tiempo y entre viajes aquí y allá, otros libros publicados, talleres, conferencias, siempre me sale al encuentro alguien que lleva un ejemplar de Leo, luego escribo para que se lo firme, o que hace mención de él porque le ha sido útil para las clases, o le ha gustado para entrar en la lectura. Me emociono, pienso en la botella y la moneda. Qué maravilla que el libro tenga un lector y que ese lector lo lleve con cariño a mi vera otra vez. Si todo libro apunta a un lector ideal, y yo pensé que el lector natural de esas Ideas para disfrutar la lectura
, como reza el subtítulo, sería un joven de bachillerato, me he topado con lectores adultos, adultos mayores, hombres, mujeres, jovencitas y jovencitos, lectores en Centroamérica, donde el libro circula o en el sur de Estados Unidos. Entonces me siento retribuida. Y agradezco, en primer lugar, la apuesta que en su momento hizo Porfirio Romo como editor y los talentos literarios que he convidado para compartirlos con los lectores. Porque Leo, luego escribo está hecho de dos ingredientes: los años acumulados de contagio por lecturas al frente de talleres de escritura y la pluma de escritores admirados por mí. Sólo algunos, claro está.
A lo mejor Leo, luego escribo permitiría un segundo volumen con el mismo deseo antológico y apasionado por el cuento como género que pide la complicidad del lector, como género breve pero incisivo: efervescente. Y sí, la lectura, estoy convencida, puede aliviar de soledad, de sed de belleza, de miopía. Da claridad, gozo estético, compañía emocional y es siempre un reto intelectual. Algo aparentemente tan simple como las palabras elegidas y unidas para contar una historia. No sólo ocurre con el cuento, desde luego, la poesía, la novela, el ensayo todas formas distintas del placer literario por el que hay que apostar.
Los cuentos incluidos en Leo, luego escribo han sido leídos en voz alta frente a grupos diversos, han sido analizados por lectores de experiencias distintas; por ello son textos calados. Sé que producen una emoción y asombros diversos. Y que a mí, cuando asisto a la lectura colectiva que los socializa y hace que todos compartamos la emoción por ellos, vuelven a tomarme por asalto, a renovar mi asombro, mi admiración por los autores, mi convicción de que un buen cuento o pieza literaria se podría leer hasta el infinito y no se agotaría en sí misma. Pienso eso de un cuento largo y maravilloso "El beso", escrito por el autor ruso Antón Chejov (un autor que no podía faltar en este libro). El beso que un soldado recibe en el pasillo de una casa, no destinado para él, cambia su estado y lo vuelve un hombre enamorado. La invención del amor a partir de un beso equivocado. ¿No es eso maravilloso en el cuento? Podría en este sentido hablar de muchos otros cuentos de ahora y de antes que punzan bajo la piel con un poder de persuasión que yo pido a la prosa cuando leo. No quiero que se me resbale en la superficie, quiero que entre bajo mi piel, que sea parte mía. Pido cicatrices. Lecturas que rasguñen.
Quizás la mayor complicidad de Leo, luego escribo viene de los maestros que, en su deseo de armarse para encontrar lecturas y formas de acercarse a ellas, han hecho de este libro un compañero amable. Los imagino, y me alegro, como en tiempos en que se publicó la primera parte de El Quijote, le-yendo alrededor de la hoguera, ahora salón, mientras alguien en voz alta lleva la batuta y los ojos de los otros persiguen la palabra impresa. Imagino la manera en que se detiene el lector para tomar aire, para permitir que las palabras escurran de su boca como lo hacen las notas de las manos de Rachmaninoff en el extraordinario cuento de Cary Kerner incluido en este volumen.
Leo, luego escribo y su demanda sostenida durante varios años no ha hecho más que afirmar la importancia del lector. La presencia del lector. Un escritor no es nada sin la complicidad de quien en la otra orilla hace que las palabras cobren vida y tengan sentido. Este es un libro que se debe a ustedes, porque en él están algunas de mis devociones y porque su sentido es contagiar a través de los nuevos lectores complicidades para la lectura en general. Para el gozoso lector al que reivindico como actividad solitaria o socializante, como lo muestran los numerosos círculos de lectura que crecen espontáneamente en muchos ámbitos. Leo, luego escribo me ha dado el placer íntimo de corroborar que el cuento, ese género que a los autores de todo el mundo nos cuesta publicar y que encuentre entusiasmo de editores, para que llegue a los lectores, sí es un género querido. Que el cuento es un eficaz propagador de las cualidades de la literatura: escudriñar en la condición humana. Mostrar lo que no es visible.
Por ello, lector que te has tomado la molestia de acompañarme en estas líneas, agradezco tu complicidad, tu espíritu de riesgo, porque te abandonarás a esta modesta guía de lecturas y maneras de acercamiento para abrir un apetito que, de perdurar (casi siempre sucede así), garantiza una vida más rica, con una textura hecha de las palabras y la imaginación de los otros. Algo que no vale la pena perderse. Y si el libro cobra vida cada vez que se lee, el lector se reafirma como nuevo para el texto e imprescindible para su apropiación y continuidad. Se suma a la tradición noble y digna de leer y dar a leer.
Alguna vez dije que leía para tener más vidas que un gato, ¿por qué no? Lo sigo sosteniendo.
Mónica Lavín Noviembre, 2012
PREÁMBULO
DE LA PRIMERA EDICIÓN
Escribir un libro es un atrevimiento que no esconde su deseo de toparse con la otra orilla, con la compañía imprescindible que da vida al libro: el lector. En Leo, luego escribo comparto algunas ideas sobre la lectura, con el interés de esparcir el gozo entre los lectores jóvenes o iniciales y de sostener una conversación con quien conoce los placeres de ahondarse en la ficción. El libro se centra en la experiencia de la lectura cuya provocación se puede llevar al ámbito de la escritura. El material de lectura es la narrativa: el cuento y la novela.
Como acompañante del aula escolar o del taller de escritura creativa pretende estimular discusiones en el acuerdo y el desacuerdo. Incluye algunos cuentos para leerse individualmente o en grupo, se sugiere compartir la conversación poslectura para enriquecer la experiencia de transitar por la página impresa. Los capítulos del libro están pensados para ser leídos con independencia del resto, de manera que cada quien diseñe su ruta lectora si no es de su agrado la que yo propongo.
Al final del libro sugiero una serie de ejercicios que se relacionan con la lectura de algunos capítulos y que funcionan como disparadores de la escritura. Los he utilizado para los talleres de narrativa que imparto con buenos resultados. Son agarraderas para soltar la pluma y adentrarse en la experiencia de la narrativa. Al final recomiendo algunos títulos que pueden ser de interés al lector y que he utilizado como fuentes.
LEER COMO REBELDÍA
Nada más terrible que tener que leer, que equiparar a la lectura con una engorrosa obligación, lejana a nosotros. Sucede desgraciadamente. Sobre todo en aquellos años de la adolescencia donde hay tanta vida que atender afuera de los temarios escolares. Pensamos que los libros no son vida, que en ellos están los padres, los maestros y la sociedad que nos hostigan de manera constante. Hay carteles que dicen que seremos mejores personas si leemos. El mundo se llena de palabrería alrededor de la lectura. La lectura nos parece sinónimo de aburrido, cosa seria, solemne. Al dejar el territorio de la infancia y sus lecturas gozosas, sobre todo leídas en voz alta por alguien que nos quiere, o llenas de dibujos acompañadores y graciosos, entramos en el territorio de la imaginación emergida de la palabra escrita. Tanto decirnos que tenemos que leer puede vacunarnos contra la lectura. Da la impresión de que hay una demagogia en torno a la lectura, que, sin duda con buenas intenciones, a veces ha equivocado sus maneras. En el desesperado deseo por que un mayor número de gente le dé una oportunidad al libro, que conozca los alcances de la lectura, se han librado desesperadas batallas en los medios impresos y electrónicos. Aquí en corto, confieso que la lucha por contagiar el gusto por la lectura sólo se puede librar con lentitud, es una batalla más parecida a la seducción que se da entre dos personas que a la comunicación masiva. Basta muchas veces con que el muchacho o la muchacha que nos gusta traiga un libro bajo el brazo o cite a Laura Avellaneda (de La Tregua de Benedetti) o a Demian (de Hermán Hesse) o la "Canción desesperada" de Pablo Neruda, para que busquemos encarecidamente el libro.
El contagio entra por vía del afecto, de los sentidos, de la pasión con que un maestro nos exprese el tránsito que significó determinada lectura. No hay libros equivocados, tal vez momentos equivocados para acoger al libro. La literatura, como toda manifestación del arte, es territorio de pasiones. Recuerdo al profesor Castillo que enseñaba ética en preparatoria, bastó que una