Mucha gente los considera privilegiados por la naturaleza y no pueden creerlo cuando se quejan de su problema: no poder engordar. Vista desde afuera, la situación parece ideal: flacos y flacas (que no pasan del 15% de la población en los países occidentales) comen de todo, en la cantidad deseada, sin tener en cuenta la balanza. ¿Qué más pueden pedirle a la vida?
Sin embargo, aunque la delgadez no es sinónimo de fragilidad, los hombres y mujeres que se encuentran por debajo del peso normal cargan con la imagen de enfermos, desanimados y sin fuerzas para enfrentar la vida.