Las plantas han desarrollado complejos sistemas para preservar su linaje: sus semillas vienen protegidas por cápsulas de madera (frutos secos), vainas (legumbres), cáscaras (pipas) o capas de celulosa (cereales). Algunas incluso por el fruto, como el tomate.
Estas barreras dificultan la germinación de las semillas en un medio adverso y favorecen su difusión y eclosión cuando es favorable. Así, muchas de las semillas que se comen los animales no las digieren, con lo que vuelven a la tierra envueltas en el abono fértil de sus heces.
Qué ocurre con la activación
Cuando los granos se remojan en un ambiente templado, simulamos el riego de la lluvia, generamos las posibilidades de poner en marcha su crecimiento y comienzan a desplegar todo su potencial. Es la manera de abrir el «precinto». La activación de las semillas acelera reacciones bioquímicas que liberan su reserva de nutrientes y favorecen una digestión y asimilación más eficientes:
• Se liberan los minerales enlazados en el ácido fítico (gracias