El regreso de las familias a Fukushima
A veces todo es cuestión de persuasión, convencerse de que no hay peligro. Husai mira a su alrededor, todo parece tan normal como antes, podría cerrar los ojos y olvidarse de todo. Pero, cómo no darse cuenta de esas casas deshabitadas alrededor de la de ella, de las excavadoras que despejan la ciudad, de las calles vacías, de esas hierbas que invaden las aceras y que escalan a lo largo de las paredes, ese silencio y, sobre todo, lo que no vemos, esas diminutas partículas que flotan en el aire, que se posan en el suelo y en el follaje. Cesio 134, estroncio, tritio... tantos enemigos invisibles, terribles y terroríficos: la radioactividad.
Arrodillada sobre el tatami, Husai Yashima, de 52 años, está preocupada. Ocho años después del desastre de Fukushima tiene que regresar a vivir aquí, en esta casa donde siempre ha vivido. Los momentos familiares felices se evaporaron el 11 de marzo 2011 a las 14:46 con 44 segundos. El gobierno japonés determinó que la ciudad había sido suficientemente descontaminada, que los evacuados podían regresar a sus hogares. “Para volver a vivir en el infierno”, Husai no está equivocada. En el río que corre al lado de su casa, la radioactividad se propaga
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