Primos en tiempos de magia (Cousins in the Time of Magic)
Por Emma Otheguy y Poly Bernatene
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La historia vive con magia. Eso es lo que la alocada tía Xia les dice siempre a los primos Jorge, Camila y Siggy. El atrevido Jorge no podía ser más distinto a sus primos: Camila es una soñadora que adora a los animales y Siggy es un aspirante a influencer que tiene una fiesta exclusiva a la que asistir. Y su tía tiene muchos secretos incluyendo una misteriosa espada con diamantes incrustados que Jorge definitivamente no debía ver.
Pero, cuando los tres primos caen en un portal del tiempo en el patio de su tía, son transportados a 1862 y a un pasado lleno de maravillas y peligros. Para regresar al presente deben apresurarse y entregar la espada al general Ignacio Zaragosa justo a tiempo para la histórica Batalla de Puebla en México: el surgimiento de la celebración del Cinco de Mayo.
Mientras su viaje a México los lleva a través de la Guerra Civil americana, los primos observan como gran parte de la historia ha sido moldeada por comunidades Latine. Ellos deben encontrar sus poderes internos para asegurarse de las cosas pasen como tienen que pasar, sin alterar el pasado.
Emma Otheguy
Emma Otheguy is the author of the bilingual picture book Martí’s Song for Freedom about Cuban poet and national hero José Martí, as well as her middle-grade novel Silver Meadows Summer, which Pura Belpré-winning author Ruth Behar called “a magnificent contribution to the diversity of the new American literature for young readers.” Martí’s Song for Freedom received five starred reviews, was named a Best Book of the Year by Kirkus Reviews, School Library Journal, and the New York Public Library, and was the recipient of the International Literacy Association’s 2018 Children’s and Young Adult Book Award in Intermediate Nonfiction. Emma’s forthcoming projects include her contribution to Newbery Honor-winning author Adam Gidwitz’s Unicorn Rescue Society middle grade fantasy series, to be released in spring 2020, as well as a picture book, A Sled for Gabo, due out in fall 2020. Emma lives in New York City. Visit her online at emmaotheguy.com.
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Primos en tiempos de magia (Cousins in the Time of Magic) - Emma Otheguy
PARA MI FÉLIX IGNACIO,
TE QUIERO CON EL ALMA.
Y, COMO SIEMPRE,
PARA LOS NIÑOS DE AMÉRICA.
—E. O.
1. EL DESCUBRIMIENTO
Se suponía que Jorge no debía ver la espada.
La única razón por la que la vio fue porque se estaba subiendo al techo del garaje. Cooper Tumbor, el hijo de los nuevos vecinos y el niño más pomposo del mundo, lo retó a subirse y a hacer una parada de manos en lo más alto. El costado del techo era empinado e inclinado como una montaña, pero Jorge nunca rechazaba un reto.
Sus primos Camila y Siggy estaban adentro, así que Jorge supuso que tendría algo de privacidad para intentar su acrobacia. Jorge era el más pequeño de los tres primos y estaban todos en casa de su tía Xía, como cada lunes después de la escuela. Tía Xía era un amor, pero siempre estaba en el limbo.
A Camila le gustaba tratar a Jorge de manera maternal, a pesar de que solo era un año mayor. Eso, a veces, era un problema para Jorge, a quien le atraían los retos (mientras más peligrosos mejor), pero ahora mismo Camila estaba leyendo uno de sus libros de animales y Siggy, el mayor de los tres primos, estaba grabando un video. En general, Siggy tenía que grabar varias tomas antes de poder publicar algo —tampoco era que tuviera muchos seguidores, pensó Jorge con una sonrisa pícara—.
Su tía Xía, en cambio, era la peor niñera de la historia y eso era lo que más le gustaba a Jorge de ella. Les daba muchas meriendas, abrazos un poco apretados y libertad absoluta para jugar en su casa y en su patio. Su tía estaba adentro hablando por teléfono con un amigo, y Jorge calculó que no iba a salir a vigilarlo por el momento.
Jorge corrió, saltó, logró alzar su cuerpo sobre la cuneta y comenzó a gatear lentamente hasta lo alto del garaje. No era tan difícil como pensaba. Las tejas irregulares le servían como puntos de apoyo y, si bien no era pan comido, tampoco era imposible. Llegó al techo sudoroso y triunfante. Arrancó algunas flores color rosa intenso de la buganvilla que crecía junto al garaje —como prueba de que había estado allí— y se las metió en el bolsillo. Miró a su alrededor preguntándose a dónde se había ido Cooper. Él esperaba que Cooper se quedara a molestarlo.
Jorge se enfocó en el techo del garaje una vez más, donde había un área lo suficientemente plana como para que un niño hiciera un parado de manos. Lo complicado sería hacer la voltereta sin caerse. Justo cuando Jorge iba a intentarlo, oyó un carro que llegaba a la entrada de la casa y alguien que daba un portazo a la puerta principal. Jorge vio cómo tía Xía corría hacia la entrada con su cabello rizado volando tras ella. Se agachó y, para su alivio, tía Xía no lo vio. La permisividad de tía Xía no incluía balancearse en los techos.
Jorge no podía ver mucho a tal altura, pero oyó a Luisa, la compañera de trabajo de tía Xía en el museo, bajarse del carro.
—Encontré esto en el clóset de insumos. ¡Tú sabes lo limpio que mantengo yo ese clóset así que alguien tuvo que haberlo puesto ahí!
Jorge se apoyó en su estómago y se arrastró hacia la orilla del techo, donde podía ver mejor hacia la entrada. Estaba esperando ver algo histórico, como una mantequera rota o una máquina de escribir vieja, el tipo de cosas que adoran los sabelotodo como Luisa y tía Xía pero que a nadie más le interesan.
No esperaba ver una espada con diamantes incrustados.
Era una espada deslumbrante. Tenía una empuñadura de oro sólido, decorada con diamantes y rubíes que destellaban como chispitas a la luz del sol. De hecho, el caluroso sol de Miami radiaba con ferocidad en la entrada, y todo lo que tocaba parecía asarse y soltar humo. Tal vez era algo más pues en ese momento tía Xía tomó la espada con sus manos y dijo:
—¿Cómo es esto posible? La espada estuvo perdida por más de un siglo y ahora alguien simplemente la deja en un clóset en el museo. ¡Tiene que ser magia!
Jorge tembló, a pesar del calor. A tía Xía le encantaba hablar de cómo la historia está viva y de cómo el pasado nos habla. Después de todo ella trabaja en un museo de historia. Por supuesto que a eso se refería cuando dijo que era magia…
Aunque había algo en la manera en que lo dijo que le provocaba a Jorge un cosquilleo inusual. Jorge pensó que más le valía bajar del techo antes de sufrir una insolación, pero no se atrevió a moverse mientras tía Xía y Luisa estuvieron en la entrada.
—Tengo que llevarle esto a Nacho —dijo tía Xía—. Significará mucho para él.
—Ten cuidado —le rogó Luisa. Jorge se preguntó por qué sonaba tan preocupada. Tía Xía simplemente le llevaría la espada a un señor llamado Nacho.
—No sabes quién la puso ahí —dijo Luisa—. Alguien podría estar persiguiéndote.
O Jorge estaba escuchando cosas raras o tía Xía estaba ocultando un gran secreto. ¿Por qué alguien estaría persiguiendo a su alocada y atolondrada tía? Ella es la última persona que alguien perseguiría, eso era seguro.
—La dejaré ahora mismo —dijo tía Xía decidida.
—¡No puedes! Los barcos…
—Están listos. —Luisa debió saber que de nada servía discutir con tía Xía cuando algo se le metía en la cabeza. Así que se subió en su carro y se fue.
Jorge se quedó en silencio dónde estaba. Las tejas del tejado empezaban a clavarse en su estómago y a arañarle las rodillas, pero al menos el día por fin se estaba refrescando.
Tía Xía se quedó en la entrada para carros sosteniendo la espada y luego atravesó corriendo el césped. Jorge la vio cargar la espada hasta el tinajón, una vasija grande de barro que se apoya en uno de sus costados, en la esquina del jardín. Ella agarró la espada firmemente con la mano izquierda, como si estuviese acostumbrada a hacerlo, y se arrodilló frente al tinajón.
Había vasijas de esas regadas por todo Miami, pero la de su tía era inusualmente grande. Incluso cuando Jorge vio a tía Xía entrar por la boca de la tinaja y desaparecer en su interior, tuvo que frotarse los ojos por la confusión. Debió de haber desaparecido por un costado o tal vez estaba enterrando la espada. O quizás él ya estaba sufriendo un golpe de calor. Segundos después, tía Xía salió del tinajón, se limpió las rodillas y las manos, y caminó hacia la puerta principal.
Jorge se quedó inmóvil varios minutos esperando a ver si algo extraordinario ocurría. Como nada sucedió, se viró y regresó al techo del garaje una vez más. El reto se le había olvidado por completo. Lo único que quería ahora eran respuestas de tía Xía como dónde había puesto la espada y cuál era la intriga con el tinajón. Más importante aún era saber quién estaba persiguiendo a tía Xía. Ahora que lo pensaba, sí, había varias personas molestas con tía Xía, cuyos vecinos eran ricos y gruñones. En general se quejaban de lo mal que tía Xía cuidaba su césped, de cómo sus perros ladraban todo el tiempo y de lo alto que escuchaba a Bad Bunny (literalmente a todo volumen). Pero Luisa no le hubiese dado una advertencia tan seria, solo por unos vecinos malhumorados.
—Vaya, vaya.
Jorge refunfuñó.
Cooper Tumbor estaba parado detrás del garaje otra vez. Vivía en la casa detrás de la de tía Xía, y al parecer, no había nada que disfrutara tanto como torturar a Jorge. Y, considerando que Cooper estaba en séptimo grado y Jorge en quinto, era una verdadera injusticia.
—Ya veo que no pudiste con la parada de manos —dijo Cooper burlándose.
—Ya veo que no pudiste adivinar el clima —dijo Jorge, imitando a Cooper y señalando su paraguas largo y puntiagudo.
—Mira otra vez —aclamó Cooper señalando hacia arriba.
Jorge miró hacia arriba y el brillante cielo azul de Miami se nublaba a toda velocidad. Se iba a empapar.
—Por supuesto —dijo Cooper en tono airado—, fui a buscar un paraguas para prepararme para la lluvia. ¿Por qué? Cuando mis antepasados, los Tumbor de Massachusetts, construyeron un dormitorio en la Universidad de Harvard, la universidad más importante del país, no dejaron que la lluvia los detuviera, ¿o sí?
—Sí, sí, yo sé —dijo Jorge. Cooper siempre hablaba de sus ancestros super importantes. Estaba lloviznando y Jorge quería bajar antes de que el techo se mojara más.
—Por supuesto, lo llevo en la sangre. Soy muy afortunado de tener ancestros tan importantes. ¿Quiénes me dijiste que fueron tus antepasados, Jorge? Vinieron de una islita, ¿no?
Jorge apretó los dientes. Él era mitad cubano, mitad mexicano, y estaba cien por ciento cansado de Cooper Tumbor.
—Sal del medio —gruñó mientras se preparaba para bajar.
¡BRUUUM!
Hubo un destello de luz azul eléctrica, rompió a llover y Jorge se empapó al instante. Se formaron riachuelos en la parte posterior del techo, deslizándose a toda velocidad entre las tejas. Todo el tejado estaba resbaladizo por el agua de lluvia. Cualquiera que intentara bajar ahora seguramente resbalaría y se rompería el cuello.
—Vaya, vaya —repitió Cooper con su tono pomposo—. Esto va a ser interesante.
Abrió su paraguas y sonrió.
2. EL PROBLEMA CON LOS LUNES
Adentro, Siggy estaba grabándose mientras probaba el Betún de Radiante Resplandor. Era un menjunje que le habían dado gratis a cambio de que lo promocionara en su canal de redes sociales. Los regalos que Siggy recibía por lo general no eran muy buenos, ya que no tenía muchos seguidores para promocionárselos, pero el Betún de Radiante Resplandor era milagrosamente efectivo. Siggy lo usó en su cabello negro azabache y quedó deslumbrante, y le dio un frasco a tía Xía para que lo usara también.
—Y ahora —dijo dirigiéndose a la pantalla de su teléfono— ¡voy a hacer brillar mis zapatos en menos de un minuto!
Pausó la cámara y empezó a hurgar en el mueble debajo del televisor. Pensó que un reloj de arena se vería bien, y tía Xía tenía alrededor de mil juegos de mesa. Desafortunadamente, a todos parecía faltarles los cronómetros. Al final, encontró un reloj de arena de plástico barato dentro de la caja de Taboo. Estaba un poco roto (el plástico de un lado estaba completamente aplastado) pero aún servía. Lo agitó, pensando dónde ponerlo en su video.
La puerta principal se abrió y tía Xía entró. Estaba sin aliento y, aun más extraño, sus chancletas estaban cubiertas de arena.
—¿Fuiste a la playa? —le preguntó Siggy, deslizando el reloj de arena en su bolsillo, donde cayó junto a una invitación a una fiesta. No dejaría pasar que tía Xía hiciera un viaje improvisado a la playa mientras se suponía que debía estar cuidándolos. No sería la primera vez que desaparecía por un largo rato sin previo aviso, dejando a Siggy a cargo de sus primos Camila y Jorge.
Los perros habaneros de tía Xía, Teo y Robincito, corrieron a recibirla en la puerta. Ella se agachó a acariciarlos.
—¿La playa? —respondió, con la cara metida entre los pelos de Robincito—. No, yo estaba afuera.
—¿Y por qué estás llena de arena? —preguntó Siggy, quien con la mayoría de las personas a su alrededor hablaba inglés, pero con su tía solía hablar español.
En ese momento sonó el celular de tía Xía. Su tono era como una alarma en las caricaturas, de esas que se activan segundos antes de que lancen un misil. Robincito y Teo ladraron con ferocidad, y Camila, que estaba sentada en el sillón, dejó a un lado su libro para calmar a los perros. Se acomodaron a sus pies, y Camila les acarició sus pancitas. El hecho de que le molestara que interrumpieran su lectura no se extendía a los animales. Camila adoraba a todo tipo de animales, fueran grandes o chiquitos.
—Llamada no deseada — anunció tía Xía cuando colgó el teléfono y lo lanzó a la mesa.
—Solo tienes cinco por ciento de batería —dijo Siggy.
—Verdad que sí. Los teléfonos necesitan carga.
Tía Xía actuaba como si no supiera cómo funcionan los teléfonos. Era porque estaba demasiado interesada en la historia. Trabajaba en el Museo de Historia Latina en Miami, curando exhibiciones sobre las importantes formas en las que las personas latinas moldearon la historia. Por tanto, sabía más de la tecnología de la Guerra Civil que de celulares.
—¿Cómo van tus videos? —preguntó tía Xía, cambiando el tema de repente.
Hacía tiempo que Siggy había aprendido a ignorar las locuras y los cambios abruptos de tema de tía Xía. Todo era parte de lo que Siggy llamaba su «encanto auténtico». Puede que fuera despistada, pero también era la única persona que se preocupaba por lo que hacía Siggy. Ella lo escuchaba hablar sobre los aspectos más delicados de la vida social escolar, como cómo pasar por el casillero correcto en el momento exacto para escuchar los chismes más interesantes. Cuando Siggy le daba alguno de los productos que estaba promoviendo en su canal, ella actuaba como si fuera el más preciado de los regalos; de hecho, llevaba el frasco de Betún de Radiante Resplandor a todos lados. Siggy le enseñó a tía Xía cómo usaba el Betún de Radiante Resplandor en su cabello y luego se puso a untarlo en sus zapatos, mientras ella lo observaba con interés.
—¿Ves? —Siggy levantó sus zapatillas blancas—. De veras son increíblemente brillantes. Las volveré a lustrar antes de la fiesta
