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La sonrisa del nihilista
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Libro electrónico302 páginas3 horas

La sonrisa del nihilista

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Un libro de aforismos breves, directos, incisivos, que expresan la idea, la envuelven y la arrojan directamente al lector, pretendiendo zarandearlo para que suelte lastre, y luego ofrecerle una mano humana.
Se abordan pensamientos y reflexiones acerca del entramado de creencias, prejuicios y sesgos, con los que el ser humano fundamenta la existencia, la identidad, la racionalidad de su mundo y su pretendido conocimiento. Un recorrido intenso y perturbador por el individuo, el conocimiento y la realidad, desde la mirada de un nihilista que niega un sentido o propósito a la vida y se ubica en la circunstancialidad, la contingencia y el azar.
Un libro que traslada las preguntas frecuentes de la filosofía a ámbitos más cotidianos sin perder fuerza, lirismo e ironía.
IdiomaEspañol
EditorialLetrame Grupo Editorial
Fecha de lanzamiento19 jul 2024
ISBN9788410688131
La sonrisa del nihilista

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    La sonrisa del nihilista - Hermes Indómito

    Portada de La sonrisa del nihilista hecha por Hermes Indomito

    © Derechos de edición reservados.

    Letrame Editorial.

    www.Letrame.com

    info@Letrame.com

    © Hermes Indómito

    Diseño de edición: Letrame Editorial.

    Maquetación: Juan Muñoz

    Diseño de cubierta: Rubén García

    Composición de cubierta: Daniel Martí Sancristóbal

    Revisión y corrección: Asun Martí Sancristóbal

    ISBN: 978-84-1068-813-1

    Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación, en Internet o de fotocopia, sin permiso previo del editor o del autor.

    «Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47)».

    Introducción

    Por Daniel Martí Sancristóbal

    Cuando mi amigo Hermes me comunicó su deseo de ser yo quien introdujese este libro, me embargó una extraña mezcla de emociones: a la alegría de ser invitado a semejante tarea, le seguía la responsabilidad de encarar dicho trabajo con cierta objetividad y que no me delatara nuestra amistad. Pueden decirse muchas cosas de este libro: atrevido y directo, duro e incómodo, exigente e intempestivo, tan lúcido e irónico como perturbador. Si hay algo que pretende es hacer levantar al lector, embravecerlo, zarandearlo para que suelte lastre, y luego ofrecerle una mano humana. Y creo que lo consigue. En forma de aforismos expresa la idea, la envuelve y la arroja directamente al lector, dejando margen para la duda y la contingencia. Poco a poco te va impregnando y dejando una estela de preguntas con las que dialogar. Y diría que esa es su mejor virtud: la capacidad para sumergirnos en una inmensa maraña de cuestiones, unas más cotidianas, otras menos, que pueden permanecer el tiempo suficiente para que el lector las piense, las sienta, las reflexione, las mastique, que, en definitiva, las haga suyas al establecer con ellas su propio diálogo. Así, lo que parece estático se mueve, movilizando a su vez al espíritu interrogador del lector. Un libro para caminar con él —o sobre él—.

    Por otro lado, me generaba inquietud por manejar —interpretar— el caudal de ideas y sentimientos expresados por el autor de forma que fuese comprensible, concebible o asumible al lector. El criterio que unifica los aforismos, sentencias, comentarios, alusiones, escritos seguramente a trompicones, a golpes de intuición, siempre quedará en manos de la interpretación del lector. Resulta claro que no se escribe aquí para filósofos academicistas ávidos de farragosas polémicas, sino para un lector medio que tenga inquietudes existenciales, vitales y filosóficas, difíciles de satisfacer, agradar o compensar, con esa pesada losa de la narrativa tradicional filosófica. ¡O quizá ni siquiera para estos! El propio autor así lo atestigua: «Así me parece a mí el estado de las cosas: puede que algunos pensamientos les sean válidos a unos, que encuentren eco en otros, que sean rechazados por muchos y totalmente indiferentes a los más. No es este, pues, un libro para la mayoría, ni siquiera para muchos, tal vez para algunos y quizás solo para unos pocos». Quizá solo escribe para sí mismo como terapia en la que, a modo de puzle, reconstruir y repensar lo que somos. Y, dado que es imposible pensarse sin historia, el autor navega por ideas y sentimientos encontrando apoyos en muchas y variadas lecturas de entre un gran abanico de escritores y pensadores, lo que le da ese aire ecléctico.

    Por otro lado, no deja de ser un ejercicio filosófico. Si podemos concebir como posibilidades el convertirnos en racionalistas —¡casi todos ellos exagerados! —, en idealistas —¡algunos tan pretendidamente absolutos! —, en positivistas —¡tan absurdamente lógicos! —; o si, por otro lado, podemos admitir las radicalizaciones ideológicas; o en el ámbito religioso podemos aceptar desde el creyente hasta el fundamentalista… ¿Por qué el nihilista es rechazado por todos ellos? ¿Por qué no habría de ser posible un nihilista? ¿Por qué no habría un nihilista de poder sonreír?

    La idea del autor es mostrar que un nihilismo es posible, no solo en el nivel del pensamiento o como teoría filosófica, sino como principio vital, como el espíritu que puede guiar nuestra conducta, como modo de existencia. Un acercamiento sincero al nihilismo a través de un individuo particular, desde su experiencia siempre contingente, azarosa y fragmentada, sus ideas, sus vivencias, sus emociones, su realidad, de modo que no quede separado el pensamiento del sentimiento ni de la acción. Escrito desde una persona que vive las contradicciones del sentir y el pensar, que se adentra en la experiencia humana aunando e integrando reflexión y emoción, razón y sentimiento, en lugar de racionalizar, conceptualizar y teorizar la vida. Lo peculiar es que más que razonar, se propone sugerir a base de metáforas, intuiciones, imágenes. Se percibe claramente la influencia, tanto en el contenido como en el estilo, de Nietzsche, aunque también de Schopenhauer o Cioran, una influencia que no oculta en sus constantes referencias. Pero también encontramos ese debate propio del ámbito de la antropología y la filosofía de la ciencia, sobre cómo asumir la comprensión, presente en Wittgenstein, Kuhn o Geertz.

    Es momento de que aclaremos qué es ser nihilista, qué tipo de nihilismo aparece aquí. El nihilismo es la negación de un principio absoluto y transcendente que otorgue sentido y propósito a la existencia, que haya una razón de ser u orden subyacente a toda la realidad, y que haya un fundamento seguro y objetivo para el conocimiento y la moral. Dicho así, al negar toda creencia, principio, fundamento y dogma, parece conducirnos directamente a la nada y al más puro absurdo. Digo «parece» porque dicha negatividad es vista así, precisamente por aquellos que pretenden establecer fundamentos seguros: creyentes, espiritualistas, idealistas, racionalistas, dogmáticos, etc. Por esto fueron tildados de nihilistas los ateos por los creyentes, los anarquistas por los tradicionalistas o conservadores, los rebeldes y desencantados por los idealistas y optimistas, los relativistas por los racionalistas y universalistas, y los escépticos por los más dogmáticos.

    Lo que aquí se plantea es, por un lado, cómo pueden pretender fundamentar el conocimiento, la existencia y la realidad, ya que, incluso si el último fundamento fuese racional… ¿cómo podríamos fiarnos o justificar la razón? ¿Y qué tipo o concepción de la razón podría hacerlo? Y, por otro lado, mostrar que todo fundamento es una creencia, un ideal, una mentira —¿necesaria, piadosa? — y que toda creencia es autoengaño.

    Es indudable que poner en cuestión toda creencia, todo ideal —de Orden, Razón, Verdad, Bien, etc.— produce vértigo y desasosiego, y que pensemos que solo puede advenir el caos, el vacío y la desesperación. Siempre se apunta esta carga negativa, una vertiente casi demoníaca del nihilismo, y, aunque algo de esto hay —¿quién no tiene detrás de sí algún demonio?, ¿quién no atraviesa momentos depresivos, desesperantes y desconsoladores? — no se queda en esta burda superficie y busca darle los espacios en los que puede desplegarse sin aquellas nefastas consecuencias que se le atribuyen. Es difícil establecer un todo al que una escritura tan fragmentaria haga alusión directa, dejándonos como guía los nombres de los apartados o capítulos como los espacios distintos en los que moverse. Es así como parecen estar estructurados los capítulos: en cada uno de ellos se nos abre un espacio que implica, a su vez, una forma de mirar que ha de ser valiente, que requiere de apoyarse sobre fuerzas que anidan en uno mismo, que son más mundanas.

    Así es que, solo a modo de brújula orientativa entre toda esa constelación de ideas, expondré mi particular interpretación: el libro se estructura en ocho apartados que, aunque puedan leerse como unidades temáticas en sí, parecen poseer una dinámica argumental al considerar las consecuencias del tipo de nihilismo que aquí se presenta: un nihilismo vital e integrador.

    En el prólogo se define el nihilismo y el camino escéptico, ecléctico y relativista que parece abrirnos. El capítulo II De bruces con el hombre expresa la impresión que supone tener enfrente al hombre y sus debilidades y arremete contra él por presuponer toda suerte de ideales y trascendencias para soportarse o salvarse. Aparecen la hipocresía, la mediocridad y la estulticia, a través de los excesos de la homogeneización, las ideologías, las tecnologías, las religiones y la razón. Ante tanta diatriba es difícil quedarse indiferente: ¡todos salimos en parte salpicados!

    El capítulo III Los desasosiegos del camino supone un acercamiento íntimo, existencial, al sujeto individual que se adentra en el abismo de su propia conciencia, a sus sentimientos y desasosiegos para no encontrar más que vulnerabilidad y azar. Si el capítulo anterior dirigía la mirada hacia el exterior, un espacio muy propicio para la crítica, en este es el espacio interior donde se forjan los sentimientos los que salen a la luz, brotando como la sangre a cada latido. Aquí todo lo circunstancial y pasajero se convierte en esencial: el azar, la incertidumbre, la enfermedad, el dolor, la muerte, el recuerdo. Y si es esencial es porque conmueve.

    En el capítulo IV Paseando con el nihilista aparece el nihilista que llega sonriendo, hablándonos y exponiendo su visión y su fuerza. ¿Qué nihilista es este? No cabe duda de que el autor se sitúa en ese tipo de nihilismo activo del que hablaba Nietzsche que debería haber surgido después de la muerte de Dios, un hombre que acepta la vida en toda su contingencia sin la necesidad de un sentido unificado o propósito trascendente. Hacen aquí su aparición las críticas a la religión y a la metafísica, a la razón y a la verdad, para acabar de despojar al hombre de todo pretendido ideal que vaya más allá de sí mismo, pero que, sin embargo, tenga la fuerza para reír, danzar y crear.

    A partir de él se inicia una ligera trasformación que nos lleva a los capítulos de carácter antropológico con el capítulo V La cota cero donde reiniciar la mirada del hombre, incitando a gestar su propia identidad, a eliminar estereotipos, a valorarse a sí mismo y valorar a partir de sí mismo. Es importante recalcar que no aboga por un individualismo ya que el individuo está inserto en una trama cultural, pero esta no puede convertirse en una prisión. Y en el capítulo VI Crecer en sensibilidad se explora el valor de la conciencia, la voluntad, el intelecto y las emociones, tanto para comprendernos a nosotros mismos como para la comprensión del otro.

    Es en el capítulo VII Los surcos del conocimiento donde encontramos los aforismos de mayor profundidad filosófica ya que abordan las consecuencias epistemológicas del relativismo científico. Esta parte resulta dificultosa si no se tienen conocimientos de los argumentos usados en la filosofía de la ciencia, sin embargo, el autor las considera relevantes ya que inciden en el pilar sobre el que sustentamos actualmente todo conocimiento: la Ciencia. Se adentra en cuestiones sobre la realidad, el método, la evidencia, los criterios o los fundamentos, para mostrar cómo este no deja de ser un conocimiento humano y sus criterios no están exentos de irracionalidad.

    El capítulo VIII Asuntos estéticos apunta algunas consideraciones acerca del papel de las humanidades: la filosofía, el lenguaje y las artes. Y cierra el libro un pequeño epílogo exhortando al lector a vivir según este nihilismo vital. Completa el libro un índice de libros de referencia con el cual el autor dialoga y que han sido mencionados en las innumerables notas que recorren todos los capítulos.

    Como se puede observar, no se limita, pues, a la defensa sin más de un nihilismo, sino que se sumerge tanto en las causas o motivos que pueden —¿o deben? — llevarnos a él, como en las consecuencias que conlleva en terrenos como la antropología o la epistemología. Sin pretender convertirse en un volumen de filosofía, se adentra en muchas temáticas y campos, dejando abiertas las puertas a nuevas interpretaciones.

    Me consta que no es un libro elaborado de un solo tirón, sino fruto de muchos años de reflexión, de lecturas, de experiencias y sentimientos, en un proceso lento, seguramente tan gratificante en algunos momentos como angustioso en otros. También me consta que toda la tarea de escritura, documentación, estructura y diseño ha corrido por su cuenta sin ayuda de becarios ni subvenciones o apoyos institucionales. Solo esta hazaña ya debería ser digna de admirar. El recorrido que tenga a partir de aquí es pura incertidumbre.

    Daniel Martí Sancristóbal

    Gandia (Valencia) 2024

    .

    «Como todo iconoclasta, he destrozado

    mis ídolos para consagrarme a sus restos»

    E. Cioran

    «Guárdeme bien, si puedo, de que mi muerte

    diga algo que no haya dicho antes mi vida»

    M. Montaigne

    I. Prólogo: ¡Ignición!

    Prepárese, lector. Es hora de afrontar una visión que sugiere nuevos matices, que invita a explorar con una renovada sensibilidad. Se requiere una forma de valor que no obtiene su fuerza de fuentes establecidas: ¡habrá que rascar la superficie y picar más hondo para hacer brotar las aguas! ¡Acercarse a otras significaciones con tiento o temeridad!1 No hay apenas sitio aquí para espectadores: disponga a su espíritu a actuar. Si no va a hacer nada con esto, mejor ignórelo. Y si al continuar se desequilibra, no tema, la vida le procurará otros tantos momentos mucho más vertiginosos.

    El lector suele esperar ideas en forma de receta o fórmula —que les desvele el secreto o la esencia— a las que reducir la complejidad de la realidad, el mundo y el hombre, que le allanen el camino de la comprensión e incluso le permitan, de una sola ojeada, adquirir una visión clara de la totalidad, pero a lo más que podemos aspirar es a entornar los ojos al mirar fragmentos y pinceladas, a escudriñar pliegues y grietas, a aventurarnos por senderos la mayoría escabrosos, innombrables o dolorosos, y con todo ello —que ya es mucho— ampliar nuestro horizonte de comprensión —de racionalidad y sentimiento— que nos separa, en el espacio, del mundo y que nos separa, en el tiempo, de la muerte.

    Cada nueva circunstancia, cada nuevo aprendizaje, va procurando un cambio. Algunas veces se presenta un golpe abrupto, duro, certero. Nuestro conocimiento no puede presagiarlo ni hacerlo más previsible. Es por ello que se ha de templar en las vicisitudes y dificultades de la vida en donde no hay garantías y en donde, en una constante lucha trágica donde se entrecruzan y superponen sin orden las contradicciones, las confusiones, las ambigüedades, solo la incertidumbre será compañera. En la aleatoriedad de las circunstancias se percibe que toda creencia no es más que autoengaño.

    Si se ataca y fustiga aquí al hombre lo es tanto por su debilidad como por su arrogancia e insolencia: la una le deshonra porque se inhibe a sí mismo en vida, nada se exige más que dejarse llevar; la otra porque se inflama en manos de la razón y el conocimiento sin haberse planteado la naturaleza del mismo. Los dos llevan al dogmatismo: los unos, al no pensar, lo abrazan; los otros, al pensar, lo establecen.

    Que la vida humana no es más que una amalgama de circunstancias entrelazadas al azar, que carece de orden, propósito, finalidad o sentido objetivo o absoluto; que no existe ese algo único, fijo y trascendente que pueda servir de sustento, fundamento o justificación; que no hay referentes ni principios absolutos, universales y necesarios, que puedan servir de guía; que no hay una Verdad esencial a todo conocimiento, ni un Bien justificativo de toda moral, ni una Justicia capaz de serlo, ni un Dios que ordene ni designe, ni un Universo que conspire, ni una Esencia fija que mantenga eternamente la unidad de las cosas, ni un Yo esencial, único e inmutable, ni un Equilibrio más allá del movimiento constante, ni una Razón capaz de captarlos. Que toda razón, valor superior o esencial, son solo conceptos vacíos de significación objetiva fruto de un impulso o necesidad humana de escapar al sinsentido, al desorden, al azar. Que no hay salvación, ni destino, ni eternidad, ni seguridad, ni ídolos, ni héroes, ni esperanza, ni paz, ni descanso, ni memoria. Que el sentido es una cuestión muy humana.

    ¡Qué gran decepción no encontrar en este libro ninguna razón que todo lo explique, ningún principio que todo lo fundamente, ninguna verdad que oriente y ninguna creencia que alivie! Todo lo que era llamado grande se nos ha revelado como farsa. Muy lejos se está ya de grandes ideales, pero también de primaveras románticas, de futuros paraísos sociales o científico-tecnológicos, o

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