Cartas al mundo
Por Juan García Inza
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«Querido mundo… espero que te sirvan de reflexión y que las compartas. Si cada uno piensa y vive en paz, será posible convivir como hermanos».
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Cartas al mundo - Juan García Inza
© Derechos de edición reservados.
Letrame Editorial.
www.Letrame.com
info@Letrame.com
© Juan García Inza
Diseño de edición: Letrame Editorial.
Maquetación: Juan Muñoz Céspedes
Diseño de cubierta: Rubén García
Fotografías de portada: Rafael Sánchez Puerto
Supervisión de corrección: Celia Jiménez
ISBN: 978-84-1068-659-5
Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación, en Internet o de fotocopia, sin permiso previo del editor o del autor.
«Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47)».
Prólogo
Juan García Inza es sacerdote de la diócesis de Cartagena-Murcia. Nacido a orillas del mar Menor, lleva a este, su mar, muy cerca del corazón. Y es precisamente a sus orillas donde se han gestado muchas de las reflexiones que hoy publica en forma de libro y que han sido seleccionadas de entre todas las que ha ido publicando durante años en su blog Religión en libertad.
En este libro se recogen estas reflexiones en forma de Cartas al mundo, de manera que cualquier lector se siente interpelado por el mero hecho de formar parte de este mundo. El planteamiento es sencillo: si conseguimos ser mejores personas, haremos de este mundo un lugar mejor. En sus propias palabras: «Si estas reflexiones que ofrezco son útiles, tal vez me anime más adelante a seguir sacando a la luz las verdades sencillas que nos esperan para sembrar el mundo de sonrisas».
Carta del autor
Querido mundo:
Hace un tiempo me llegó, no sé cómo, una curiosa carta dirigida al mundo. No tenía remite. Me gustó el contenido. Indagué un poco sobre el autor, y un amigo que acababa de llegar de Nueva York la había encontrado en un banco del pase cercano a su casa. La guardó con interés para abrirla al llegar a casa. Pensaba que iba dirigida a él, porque formaba parte del mundo.
Un vecino cercano me dijo que cada día aparecía una carta nueva en cualquier sitio, y él recogía las que podía porque los temas que trataban eran para él de mucho interés. Una vez leída la carta se la pasaba a otra persona, a otro vecino del mundo.
La idea me gustó, y entonces pensé enviar cartas al mundo a través de internet. En el blog Religión en libertad las fui publicando. Al cabo del tiempo, mirando el índice de almacenamiento, me sorprendí al comprobar que ya llevaba 1600 «cartas». Pensé que merecía la pena publicarlas todas juntas y darlas a conocer. Naturalmente el número era excesivo. Hice una amplia selección y la ofrecí a esta editorial, que las convirtió en este libro que tienes en las manos.
Espero que te sirva para reflexionar sobre «este mundo», que revoluciona muchas veces la verdad, cae fácilmente en la mentira, y se olvida del sentido común para pensar serenamente en los temas que importan en la vida.
Querido mundo, es maravilloso vivir con orden y armonía, dejando que la belleza nos coja de la mano y nos lleve por caminos sembrados de sonrisas, tratando de ser felices y hacer felices a los demás.
Si estas reflexiones que ofrezco son útiles, tal vez me anime más adelante a seguir sacando a la luz las verdades sencillas que nos esperan para sembrar el mundo de sonrisas.
Quiero agradecer a Alejandra Calderón, joven nicaragüense, que se vino a España, y en concreto a Murcia, buscando un presente, y un futuro feliz. Ella, experta en informática, me ha ayudado a componer las páginas de este libro. Gracias.
Libertad de expresión, ¿un coladero?
Querido mundo:
Indudablemente la libertad de expresión es un derecho de toda persona para manifestar por cualquier medio lo que piensa. Sin libertad de expresión no habría democracia. Pero conviene sentar bien las bases en las que se apoya este derecho.
La libertad de expresión es el derecho fundamental que tienen las personas a decir, manifestar y difundir de manera libre lo que piensan sin por ello ser hostigadas. Como tal, es una libertad civil y política, relativa al ámbito de la vida pública y social, que caracteriza a los sistemas democráticos y es imprescindible para el respeto de los demás derechos.
En la democracia, la libertad de expresión es fundamental porque permite el debate, la discusión y el intercambio de ideas entre actores políticos y demás integrantes de la sociedad en torno a temas de interés público. Es por ello por lo que no podemos considerar como democrática una sociedad donde no haya libertad de expresión.
Por otro lado, la libertad de expresión es una manifestación real y concreta en el espacio público de otra libertad esencial para la realización personal de los seres humanos: la libertad de pensamiento.
Sin embargo, la libertad de expresión implica deberes y responsabilidades, fundamentalmente para proteger los derechos de terceros, del Estado, del orden público o de la salud moral de la ciudadanía. Por ejemplo, incurren en excesos quienes hagan propaganda a favor de la guerra, apología del odio, manifiesten intolerancia racial o religiosa, o inciten a la violencia o a realizar acciones ilegales. (https://www.significados.com/libertad-de-expresion)
Hoy se abusa de este derecho para iniciar una «guerra» sin cuartel contra instituciones y personas, que consideramos enemigos, que no adversarios. Parece que todo el mundo tiene derecho, en nombre de la L. de E. a insultar, calumniar, mentir y maquinar contra todo lo que se mueve. Y no siempre el agredido tiene la posibilidad de defenderse, y teniendo que cargar con el «mochuelo» de lo que otros desvergonzados quieran endosarle.
Y en nombre de esta mal llamada L. de E. se puede destruir el honor, incluso la vida, de cualquiera. Muchas personas han sido declaradas inocentes después de sufrir una «condena» de telediario y otros medios. Y, ¿quién restaura una vida, un honor hecho girones y estigmatizado para siempre? A muchos les ha costado la vida una campaña brutal por motivos políticos o económicos. Conocemos muchos casos.
Un maestro de escuela primaria en Hong Kong, cuyo nombre no fue revelado, fue censurado por las autoridades educativas de la región luego de utilizar en clase materiales referentes a la libertad de expresión y la independencia, según confirmó The Guardian.
El Buró de Educación, institución responsable de implementar políticas educativas en el territorio autónomo, acusó al maestro de un acto premeditado de violación de la Ley Básica (constitución de la Región Administrativa Especial de Hong Kong) por «difundir un mensaje sobre la independencia de Hong Kong».
«Para proteger los intereses de los estudiantes y salvaguardar el profesionalismo de los maestros y la confianza del público en la profesión docente, la oficina de educación decidió dar de baja al maestro», manifestó el Buró de Educación en un comunicado.
Medios locales informaron de que el maestro presentó a la clase un video que mostraba a un activista independentista y que luego les hizo preguntas a los estudiantes sobre lo que para ellos era la libertad de expresión. Y, según el video, cuál era la razón para defender la independencia de Hong Kong.
La oficina consignó que ya advirtió a varios maestros sobre el incidente y que trabajaría para encontrar a otras «ovejas negras» acusadas de mala conducta profesional.
En conferencia de prensa, la subsecretaria de Educación, Chan Siu Suk-fan, aseguró que el maestro «tenía un plan para difundir el mensaje de independencia» y que su clase discutió el manifiesto del Partido Nacional, una organización política ilegalizada en 2018.
Entre julio de 2019 (cuando comenzaron las protestas masivas contra la ley de extradición a China) y agosto de este año, el Buró recibió 247 quejas sobre la supuesta participación de los maestros en las protestas. De las 204 investigaciones concluidas, 33 resultaron en reprimendas o cartas de advertencia a los maestros. El portavoz de la oficina le dijo a The Guardian que no descartan más bajas de maestros para aquellos que cometieron faltas graves de conducta.
El sindicato de maestros más grande de Hong Kong condenó enérgicamente la descalificación del maestro. En un comunicado, el Sindicato de Profesores Profesionales de Hong Kong acusó a la oficina de educación de no realizar una investigación justa.
Afirmaron que la descalificación unilateral y las cartas de advertencia a la escuela eran «actos despreciables de intimidación de la dirección de la escuela» e inaceptables. (https://www.infobae.com/america/mundo/2020/10/06/un-maestro-de-primaria-de-hong-kong-le-hablo-a-sus-alumnos-de-libertad-de-expresion-y-mostro-un-video-el-regimen-chino-no-se-lo-perdono/)
Es un ejemplo entre muchos. La libertad de expresión bien usada es un acto responsable para manifestar lo que uno piensa con todo respeto. Otra cosa son los intereses políticos que se ven afectados por esta libertad. En muchas ocasiones hace falta jugarse lo que uno es, o tiene, por manifestar lo que uno piensa. ¿Somos realmente libres?
Un saludo.
La libertad de los pájaros
Querido mundo:
Cuenta una historieta, una fábula, que en una jaula se acinaba un buen grupo de pájaros. No podían salir. Dependían de la comida que les proporcionaba el dueño cada día. Cantaban, chillaban, revoloteaban… Tenían unas ganas enormes de salir volando, pero no era el momento de abrirles la puerta, era peligroso salir al exterior. Lo único que les consolaba era observar otras jaulas cercanas donde pasaba lo mismo. Y pensaban los pajarillos que debía de ser así. Seguramente el que manda tendría razón. Y cerraban el pico por un momento.
Pero un día observan que, por fuera, en cielo abierto, algunos pájaros disfrutaban del aire, de los árboles, de la compañía de otros pájaros, y comían de lo que la naturaleza les ofrecía. Y los pájaros de la jaula comenzaron a pensar. Se preguntaban: ¿y por qué nosotros no? ¿Qué mal hemos hecho? Nos dicen que no nos pongamos nerviosos, que cuando pase el mal que hay fuera podremos salir. Pero ¿cuándo será ese día? ¿Tanto poder tiene ese mal que no vemos? Se quedaban pensativos con la cabeza bajo el ala. No querían ver la realidad.
Un día el dueño de la jaula les dijo:
—A partir de mañana vais a comenzar a salir, pero ordenadamente y según unas estrictas normas. El primer día vais a salir los más pequeños acompañados de un mayor. Si todo va bien, otros días saldréis por turno los demás.
—¡Bieeeeeen! —cantó la manada de pájaros—. ¡Por fiiiiin!
A la mañana siguiente todos estaban expectantes. Se oyó una voz autorizada y paternalista que dijo:
—¡Que se preparen los del primer turno!
Y pasados unos segundos abrió la portezuela de la jaula y… todos a una salieron volando seguidos por la mirada atónita y encabritada del dueño, que no se esperaba esa desobediencia, esa rebelión. Y la jaula se quedó vacía con la puerta abierta.
Al cabo de poco tiempo comenzaron a llegar los pájaros huidos y entraban en la jaula buscando ansiosamente la comida del dueño, que no habían encontrado en un mundo asolado por el mal. Y pensaron: «No tendremos libertad, pero por lo menos comemos». Y se cerró la puerta hasta que todos aprendieran a buscar la pitanza de la mano del amo, que los quiere mucho.
Y aquel señor de la jaula todos los días se asomaba a las rejas para adoctrinar a los pájaros de lo bueno que era seguir las órdenes de aquellos que dicen querernos más que nadie. Y así no hay problemas. Todos somos iguales, aunque algunos sean más iguales que otros.
Escribo esto acordándome de Orwell, que publicó en 1945 aquella famosa parábola titulada Rebelión en la granja. Sí, todos iguales en la dignidad que tenemos como seres humanos, pero distintos en otras muchas facetas, físicas y espirituales, que hacen que yo sea yo y no tú.
Y eso es lo bonito de la vida, la variedad dentro de un orden de respeto al tú, que es tan ser humano como yo. La socialización que pretende cortar a todos con el mismo patrón siempre ha fracasado. Nuestra libertad para pensar y actuar, dentro de un orden, es sagrada, y cuando se ha pretendido construir una sociedad con figuritas moldeadas en serie, se ha terminado por romper la belleza de la naturaleza que es variada y armónica.
Como dice Fernando Camacho comentando la obra de Orwell: «El Gobierno de Napoleón en Rebelión en la granja se basa en la utilización del poder blando para la manipulación del resto de los animales (el proletariado). Cuando esto no funciona, subsiste la amenaza del poder duro. De esta forma, su portavoz (el cerdo Chillón) va justificando con mentiras y engaños la escasez de elementos básicos. Tanto es así que, siempre por el bien de la granja, se van cambiando las leyes en favor de lo más conveniente para los cerdos, lo cual se acepta por el respeto que se guarda si no a los cerdos, a los perros de presa que siempre los acompañan».
El coronavirus nos ha dado una lección: todos estamos expuestos a los mismos peligros. Pero el autoritarismo no le va a hacer retroceder. Solo la autodisciplina, y guardando las distancias respetuosamente podremos doblegarlo. El pequeño «bicho» se ríe de las dictaduras. Vino libremente y se irá si ponemos adecuadamente las prescripciones científicas, que no políticas. Normas claras, obediencia puntual, y respeto al ser humano y a las instituciones que promueve.
La pandemia no debe ser excusa para meternos a todos en el mismo molde prefabricado, para hacer posible esa sociedad domesticada que algunos tienen en la cabeza. Sí, todos somos iguales, pero algunos parecen ser más iguales que otros.
Un saludo.
No tengáis miedo, yo he vencido al mundo
Querido mundo:
Las epidemias no son episodios modernos. Tal vez tan virulentas como el coronavirus no hayan existido muchas en la historia. Este virus que tenemos entre nosotros ha sido capaz de poner de rodillas a toda la humanidad, y paralizar prácticamente la vida del planeta. Pero hay que hacer un poco de historia.
Nos cuenta Roberto de Mattei, profesor de Historia Moderna e Historia del Cristianismo en la Universidad Europea de Roma, en la que dirige el área de Ciencias Históricas, lo siguiente: «Todos lo repiten: nos enfrentamos a un enemigo invisible, el coronavirus. Y es cierto. Pero ¿en qué sentido? Invisible no significa inmaterial. El virus —todo virus— es un microorganismo que pertenece al mundo de la materia, no al espiritual. Ahora bien, es invisible porque el ojo humano no lo percibe sino a través del microscopio. Es invisible porque es misterioso. Se desconoce la naturaleza y la forma de propagación: es enigmático e inasible».
Es cierto, el virus anda por los caminos del mundo sin dar la cara hasta que encuentra una posible víctima. Y además no se conforma con una víctima, sino que busca otros incautos, o inocentes, que se ponen a su alcance. Es realmente un virus traidor. Y contra él nada pueden las sofisticadas máquinas de guerra de los países más poderosos.
Pero esta pandemia no es la primera vez que da la cara. A lo largo de la historia, este u otros virus han hecho estragos en la humanidad.
Desde hace siglos, el ser humano ha tenido que combatir contra un enemigo al que ni siquiera ve, y, hasta hace poco, mucho menos entiende. Los virus han sido, en muchas ocasiones, más mortales que guerras y hambrunas. La Peste Negra, que asoló Europa en el siglo XIV, es la peor pandemia a la que se ha tenido que enfrentar la humanidad: se llevó por delante más de la mitad de la población del continente, según algunos cálculos.
Nos recuerda Raffaella Breeze algunas de las más importantes plagas que ha sufrido la humanidad y sus consecuencias:
Peste Negra: 75 a 200 millones de muertes.
Gripe española: 75 millones de muertes.
VIH/SIDA: 30 millones de muertes.
Plaga de Justiniano: 25 millones de muertes.
En el siglo I d. C. una extraña plaga azotó al Mediterráneo: la ciudad de Constantinopla y los puertos del mar Mediterráneo sucumbieron a la enfermedad, que llegó a cobrarse 5.000 vidas al día, según los historiadores, y se llevó por delante a la mitad de la población de la actual Estambul. Eran los miles de ratas los que llevaron la enfermedad a las ciudades, y su origen podría estar en China. Algunos historiadores apuntan a que su efecto fue tan devastador que debilitó al Imperio bizantino exponiéndolo a los ataques de los árabes.
Tercera plaga: 15 millones de personas.
Plaga Antonina: 5 millones de muertos.
Y la actual que estamos padeciendo ya veremos el balance, aunque es verdad que se está actuando con mayores y mejores medios.
¿Cómo se combaten las plagas? Desde luego con los medios sanitarios y consejos oportunos que en nuestro caso se están tomando. Pero, como dice Luis Segura (https://adelantelafe.com), los creyentes sabemos que Dios no da puntada sin hilo. Tenemos la convicción de que la Historia es dirigida como a él le place, y que no hay mal que por bien no venga. Por eso quizás no sea casualidad que esta locura del coronavirus haya caído en el corazón del cristianismo en plena Cuaresma. De modo que por h o por b, el Señor de la Historia sacará provecho de esta humillación, de este encierro tiránico y quién sabe sin sentido, de esta cuarentena impuesta con la excusa del miedo. En cualquier caso, este contratiempo ha vuelto a recordarnos que el hombre propone, y Dios dispone.
Esta Cuaresma está siendo de verdad. Una cuarentena en toda regla. Una Semana Santa más auténtica, sin jolgorios callejeros. Las iglesias vacías porque no se puede salir a la calle, pero Dios está en todas las casas más que nunca. Muchos hogares se han convertido en oratorios fervorosos. Nos hemos relacionado más gracias a los medios. Y hemos vuelto a preguntar a todos por su salud. Estamos ganando en humanidad.
Al hilo de esto, reflexionaba yo acerca del papel de Jesucristo si anduviera hoy entre nosotros. Acerca de su actitud hacia los enfermos lo sabemos todo. ¿Pero qué ocurriría hoy si Jesús viviera entre nosotros? A veces he escuchado en boca de algunos que, si actualmente Jesús viviera entre nosotros, volveríamos a matarlo, a él, ni más ni menos, que es la salud del mundo. Sin embargo, creo que no sería necesario matarlo. Hoy le diríamos todos, los poderes públicos sin dudarlo y el timorato clero acto seguido: «¡Jesucristo, quédate en casa!» (Luis Segura cit.)
Vamos a seguir luchando contra el coronavirus, no solo desde la medicina, sino también desde la fe. «No tengáis miedo, yo he vencido al mundo» (Jn. 16,33).
Un saludo.
La ideología de la destrucción
Querido mundo:
Contemplaba, horrorizado, el espectáculo tan salvaje de masas de jóvenes arremetiendo en calles de Barcelona y Madrid con todo lo que se ponía por delante. La excusa era defender a un rapero encarcelado por abuso de la llamada libertad de expresión. Y de la libertad de expresión se pasó a la libertad de acción. Cuando se desata la furia animal todo vale: tirarle adoquines a la Policía, romper escaparates, robar objetos de valor, destruir obras de arte, etc. Es la jauría humana que deja aparcada la razón en su casa y da rienda suelta al instinto salvaje azuzado por el odio. ¿Qué hay detrás de ese afán destructivo? Una ideología salvaje y descerebrada.
Dice Percy-Anez-Castedo: «A diferencia del perro del hortelano, que ni come ni deja comer, los partidarios de la ideología de la destrucción y la violencia están comiendo ellos solos —de una manera repugnante—, demostrando que no les interesa el equilibrio ni los contrapesos, vociferando y mezquinando el pan a los que piensan distinto. Lejos de eliminar la lacra de la corrupción, la están fomentando, creando administraciones alejadas de los problemas reales y con nula vocación de servicio. El partidismo retrógrado parece estar ganando la batalla, y no imaginamos siquiera el peligro que aquello repre senta para nuestra libertad, nuestros recursos y nuestro futuro político (ICEES – Bolivia)».
¿Qué hay en esas mentes destructivas en el momento de cometer una fechoría inhumana sin más móvil que el odio a la autoridad, al pueblo honesto, al orden y la paz? Desde hace meses estamos luchando con temor contra el coronavirus. Miles de personas están muriendo en la soledad de los hospitales sin poder decir adiós a sus seres queridos. Es una pandemia traicionera que esparce por todas partes la enfermedad y la muerte. Nos parecía que no había cosa peor. Pero cuando contemplo a las bandas de malhechores arremetiendo contra la sociedad pienso que el virus del odio es más grave que la pandemia. Es otra pandemia a la que muchos le han perdido el respeto, y contagia a todo aquel que ha dejado de pensar en el bien común, para expandir el mal para todos.
Se empieza a imponer una cuarta vía ideológica en la política española. Va tomando cuerpo entre los más hiperventilados de cada ambiente una nueva forma de expresión contemporánea, que ni siquiera descarta la violencia como arma de destrucción cultural y democrática. A la izquierda, la derecha o el centro, con todos los añadidos neo, ultra o pro que se quieran, ya les compite el odio como cuarta opción ideológica. Una escisión de las filas de siempre, que alienta su base odiando más que respetando.
«En el partido del odio están los intolerantes con prisa y sin freno, que ejercen de demócratas a tiempo parcial. Son abyectos advenedizos, de ideas alejadas del raciocinio, que valoran mucho más ver hundido a quien disiente de la uniformidad de su credo que aceptar la pluralidad y heterogeneidad de la sociedad. Poco importa para su fin que la economía se hunda, que la democracia se resquebraje, que la convivencia se quiebre o que nos conquiste el hambre. Su odio saldrá compensado si se logra el fracaso del otro, si los destrozos urbanos aumentan, si la prepotencia de la uniformidad ideológica sobresale por encima del pluralismo y la libertad individual. Su neopatria es el odio, y el rencor su bandera. Más que antisistema, el odio es su sistema». (José Torrente, en Málaga Hoy).
Estamos recogiendo los frutos de unas leyes de educación, donde se desprecia el humanismo, se arrincona la filosofía, se desprecia la religión. Hay en nuestra sociedad, en edades muy tempranas, un déficit alarmante de sentimientos, de amor humano, de visión trascendente. Para muchos la educación no cuenta, el corazón está necrosado, la fe perdida, y se camina sin saber a dónde voy. La incultura nos desorienta, y no tenemos metas fijas.
«Creo que la desorientación es uno de los signos de la posmodernidad. El ser humano está cada vez más preparado para vivir instalado en la incertidumbre, el desconcierto, la perplejidad. La sociedad de hoy es compleja; está tejida de ingre dientes contradictorios que conducen a muchos individuos a no saber a qué atenerse: lo bueno y lo malo, lo excelente y lo perverso, el blanco y el negro… Los