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El espectáculo de la violencia en tiempos globales
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Libro electrónico467 páginas6 horas

El espectáculo de la violencia en tiempos globales

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El contenido de esta obra servirá para la reflexión y el posible cambio de expresiones que en nuestro entorno producen, promueven, difunden y normalizan la violencia. Explicada en 14 trabajos realizados por antropólogos que observan, visibilizan y analizan diferentes propuestas relacionadas con el arte, la comunicación y las actividades lúdicas car
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento21 feb 2024
ISBN9786075399409
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    El espectáculo de la violencia en tiempos globales - Martha Rebeca Herrera Bautista

    Agradecimientos

    ———•———

    Agradecemos a la Dirección de Antropología Física del Instituto Nacional de Antropología e Historia el espacio y las facilidades que brinda para tener un foro de discusión en torno del quehacer de nuestra disciplina. Asimismo hacemos un reconocimiento especial a la maestra Guadalupe Judith Rodríguez Rodríguez, quien colaboró con nosotras en todo el proceso para que este libro se hiciera posible, sin su arduo trabajo, empeño, destreza y conexión con cada uno de los autores no hubiera sido posible su conclusión. También agradecemos a Juan Ignacio Flores Salgado, quien con ojos entrenados en la edición de libros y de manera desinteresada realizó la lectura final del texto que el lector tiene en sus manos y al señor Alejandro Olmedo, de la Dirección de Publicaciones del Instituto, quien rescató el escrito del sueño de los justos y lo lleva hasta su conclusión. Para ellos nuestro sincero agradecimiento.

    Presentación

    ———•———

    Martha Rebeca Herrera Bautista

    El libro que tiene en sus manos fue escrito en su mayoría por jóvenes investigadores que participan en el Seminario de Antropología de la Violencia, perteneciente a la Dirección de Antropología Física (daf) del Instituto Nacional de Antropología e Historia (inah). Este seminario, que lleva ocho años de existencia, surgió ante la necesidad de un grupo de pasantes de antropología física de la Escuela Nacional de Antropología e Historia (enah) que habían cursado dos seminarios de Antropología de la Violencia en la enah, y como la mayoría tenía interés sobre diversos aspectos de este fenómeno comportamental se condensó la propuesta del seminario con la finalidad de discutir cuestiones teórico-metodológicas en relación con esta problemática; interés que se extendió a temas de corporeidad y procesos de salud, enfermedad y muerte vinculados con la violencia.

    En ese sentido, el seminario fue pensado como un espacio abierto para la discusión interdisciplinaria sobre diversos rostros de la violencia, pero sobre todo fue creado para que los jóvenes antropólogos que terminaron sus estudios y están en proceso de convertirse en investigadores tuvieran un lugar que los convocara a plantear sus dudas, problemas, carencias metodológicas en torno de su investigación y darle seguimiento a las mismas. La finalidad es que desarrollen su tesis y obtengan el grado de licenciatura. No obstante que algunos han cubierto esta meta con grandes méritos y ahora se encuentran cursando estudios de posgrado, otros llevan considerables avances aunque aún no experimentan el rito de paso y algunos más en últimas fechas se han incorporado, lo que nutre y da vigencia a este proyecto académico.

    Entre otros de sus objetivos el seminario fomenta la participación de sus miembros en diferentes foros académicos (ponencias, artículos, talleres) y promueve el trabajo colectivo; es importante decir que se ha convertido en un espacio solidario donde las destrezas de cada uno se intercambian, se comparte información y experiencia, y se revisan y discuten las ponencias y los avances de cada una de las investigaciones en curso.

    Como resultado de la permanencia de cuatro seminarios que realiza esta Dirección, anualmente en el mes de noviembre, se lleva a cabo un coloquio. En el año 2012 fue su XIX edición, y los participantes del Seminario Permanente de la Antropología de la Violencia nos dimos a la tarea de investigar sobre los medios de comunicación en relación con la violencia en estos tiempos globales, de ahí que las ponencias versaran sobre diferentes aristas que van desde el arte, el cine, la televisión, la música, la prensa, el internet y los videojuegos, y que después de un arduo trabajo se concentraran en esta obra.

    En las páginas de este texto, entre cada capítulo, se han integrado algunas imágenes. La primera corresponde a la portada de uno de los libros de la autora Anabella Barragán, mientras que las siguientes son carteles, elaborados y presentados en espacios académicos por los integrantes del Seminario Permanente de Antropología de la Violencia, encontrando aquí un valioso espacio para su difusión. Cabe mencionar que estos carteles fueron presentados en el Coloquio Internacional de Antropología Física Juan Comas, en su versión XV y XVI, donde algunos de ellos recibieron mención honorífica por su temática e ingenio.

    Prólogo

    ———•———

    La violencia en tiempos globales se ha convertido en uno de los problemas más inquietantes, sus múltiples rostros nos hacen pronunciarla en plural, y en ocasiones con el calificativo de extrema. Quizá hoy tengamos mayor conciencia de ella, en tanto, que en las últimas décadas se configura como un fenómeno cotidiano de la experiencia y la cultura que trasciende las formas de la vida política, y como tal se matiza históricamente, es decir, sufre mutaciones en su significado social, replanteando sus manifestaciones, además de que social y científicamente es valorada, interpretada y explicada de manera diferente.

    La palabra violencia tiene sus orígenes en el latín vis (fuerza) y latus (participio pasado del verbo ferus: llevar o transportar), es decir, su significado asume el llevar la fuerza a algo o alguien (Muchemblend, 2010). Para la Organización Mundial de la Salud (Krug et al., 2003: 12) la violencia es definida como: El uso deliberado de la fuerza física o el poder, ya sea en grado de amenaza o efectivo, contra uno mismo, otra persona o un grupo o comunidad, que cause o tenga posibilidades de causar lesiones, muerte, daños psicológicos, trastornos del desarrollo o privaciones.

    A pesar de que en todas las sociedades hemos recurrido a la violencia desde el momento en que somos conscientes de nuestras diferencias, vulnerabilidades y finitud, no es sino hasta el siglo xviii cuando aparece la palabra violencia y es utilizada para identificar al ser iracundo y brutal. Permite definir aquella relación de fuerza que busca someter u obligar a otro (Muchemblend, 2010); y es el antropólogo físico Santiago Genovés (1993) quien plantea que la violencia generalizada e institucionalizada comienza con la propia cultura.

    Como podemos apreciar, decir violencia es encontrarnos con una palabra que convoca varios sentidos, todos ellos conformados en la pluralidad del discurso cotidiano y que se hace presente en diversos contextos explicativos y con diferentes interpretaciones en el tiempo.

    Es por ello que indagar sobre los seres humanos en relación con la violencia es una empresa que intimida tanto por su complejidad como por sus circunstancias y sentidos, pero que resulta necesaria si queremos explorar ese lado oscuro por demás singular de la condición humana. En ese sentido, considerando lo señalado por Jacques Sémelin en 1983, no existe una teoría capaz de explicar todas las formas de violencia, por lo que, a quien habla de ella, siempre hay que preguntarle qué entiende por violencia. Pero también cabe preguntarnos si este interés por la violencia no estará teniendo como consecuencia colateral un sobredimensionamiento de los aspectos violentos de las sociedades humanas. Es posible pensar que el propio incremento en la visibilidad de estos aspectos (tal y como los consumimos en los medios), unido a los nuevos desarrollos teóricos que nos permiten acotar, distinguir, contextualizar y relacionar diferentes tipos de violencia con mayor precisión, son elementos fundamentales en su popularidad actual como objeto de estudio.

    Además, la escalada de los actos de violencia preocupa porque hacen patente la descomposición interna de la cohesión social, contra la cual las instituciones sociales se muestran impotentes. Ante la crisis de la modernidad y las transformaciones en la relación Estado-sociedad,

    la violencia se entiende como el resultado de un proceso de constante desorganización social: cambios en la esfera de la producción, en las instituciones políticas, en la familia, en los referentes identitarios y culturales devienen en múltiples conflictos y violencias.

    Algunas violencias nacidas desde la llanura ante el malestar originado por la desigualdad y exclusión social; otras que por razones económicas expanden sus industrias de sufrimiento y horror, como son las promovidas por el crimen organizado, el secuestro, la extorsión, la explotación sexual infantil, la trata de personas, la migración, entre otros rubros de la economía ilegal que configuran un orden criminal a escala internacional; otras que provienen del Estado y sus manifestaciones de cinismo: derroche del presupuesto público, enriquecimiento ilícito de funcionarios, tráfico de influencias de servidores públicos, imposición de presidentes, opacidad de la supuesta transparencia, etc., que a muchos nos genera rabia contenida pero también desaliento, pues las instituciones que deben garantizar el cabal cumplimiento de las leyes, el buen uso y distribución de los recursos de la nación, son los actores principales de estas fechorías, donde la corrupción, la impunidad, la ineficiencia y la injusticia reinan. Expresiones juveniles como actos de rebeldía, de protesta o por simple diversión como puede ser el ciberbullying, manifestaciones de violencia intrafamiliar e interpersonal en el espacio escolar o laboral, crean un clima donde la sensación de inseguridad, el miedo y la desconfianza exacerba el problema en tanto puede provocar una violencia defensiva.

    Pero sobre estas modalidades subyace la violencia estructural, esa violencia invisible e indirecta que desvela la organización económica y política que se ha configurado en la escala del sistema mundial y local, y que se manifiesta por conflictos y contradicciones cimentadas por las estructuras sociales y sistemas culturales significados o no como injustos en sus consecuencias relacionales: represión, opresión, explotación, segmentación, discriminación, desigualdad y exclusión, mismas que niegan posibilidades a millones de hombres, mujeres, niños y ancianos violentados en sus derechos fundamentales como seres humanos, en su integridad física, social y moral por el propio Estado; situación que crea un caldo de cultivo para que emerjan otras manifestaciones de violencia (intrafamiliar, sociales, interpersonales).

    Hoy los autores de la violencia y sus víctimas se conocen, pertenecen a la misma familia, banda, pandilla, región o nación, y al perpetrar las agresiones en contra de sí mismo, el sujeto y el objeto se convierten en una misma cosa, la violencia deja de ser racional o una respuesta racionalizada y se convierte en una provocación violenta, un acto impulsivo, un acto de odio y venganza que acomete contra un nosotros, lo que la hace inexplicable, una violencia endógena que afianza sus raíces en el individuo y surge de conflictos internos, producto de la pérdida de solidaridad, de confianza, de empatía, de valores, de reconocimiento del otro como igual.

    Aunado a lo anterior, los medios de comunicación explotan sin decoro la violencia a través de la ficción, y crean versiones de la realidad mediante la prensa, la radio y la televisión. En fechas recientes también se incorpora a los medios el internet y por medio de los videojuegos se puede interactuar con la violencia. Así, en todos los medios de comunicación oímos, vemos, se representan y crean relatos mediante imágenes de episodios de violencia por parte del Estado, entre bandos criminales, manifestaciones diversas contra el mal gobierno y sus políticas de exclusión social, guerras, actos terroristas, accidentes y un largo etcétera; su presencia es tan cotidiana que la normalizamos, situación que nos hace pasivos ante su presencia hasta no inmutarnos. Quizá por esta banalización que hacen los medios de la violencia somos indiferentes ante los sucesos que convulsionan al mundo y a nuestro país, miles de asesinatos por parte del crimen organizado (tanto de los mismos narcotraficantes como de periodistas, migrantes, inocentes, adictos, mujeres, entre otros), extorsiones, secuestros, comunidades desplazadas, mujeres torturadas, abusadas sexualmente y asesinadas, migrantes secuestrados, y también permanecemos apáticos ante el dolor de los deudos y los costos de la violencia ignorados y etiquetados de daños colaterales por el expresidente Felipe Calderón.

    Las preguntas que subyacen al fenómeno de la violencia son: ¿por qué los mexicanos no respondemos ante estos hechos cotidianos?, ¿por qué ante actos de corrupción e impunidad, muerte y crueldad, dolor y desamparo nos mantenemos indiferentes, como ha sido el caso de la muerte de 49 niños de la Guardería ABC producto de la corrupción y el tráfico de influencias, 72 migrantes asesinados por los Zetas en San Fernando, las más de 700 mujeres torturadas y asesinadas en Ciudad Juárez, que configuran el fenómeno del feminicidio? ¿Acaso los medios de comunicación no han contribuido en esta naturalización, insensibilización y banalización de la violencia? Y valdría también preguntarse qué sociedad somos, envueltos en una dinámica individualista, de consumo, que privilegia la inmediatez, la competencia, la falta de solidaridad, el sálvese quien pueda y como pueda.

    En ese sentido, el quehacer antropológico se liga a las interrogantes sobre su origen (el porqué), sus manifestaciones (qué) y sus finalidades (el para qué). Reconociendo su carácter histórico social, por ello es imposible entenderla fuera del contexto en el cual se produce. Cada cultura tiene una serie de condicionantes, de imaginarios y de percepciones que la nombran. Ello implica que su estudio no puede restringirse a los hechos o a un acto concreto, también son importantes sus antecedentes, predisponentes y desencadenantes, sus efectos a corto y largo plazo así como las maneras en que las interpretamos.

    Pensando nuestro tiempo y nuestros comportamientos, pareciera que atravesamos por un momento de grandes cuestionamientos como sociedad en relación con el Estado, la política, las familias, la educación, la ética y la moral, así como el medio ambiente. La violencia nos atañe hoy porque aparece como un fenómeno inherente a toda sociedad humana, pero también porque representa la renuncia o el agotamiento de los recursos simbólicos que la constituyen.

    Así la violencia emerge de todos lados: ante el malestar dado por la desigualdad y exclusión social, por intereses económicos, como en el caso de la delincuencia organizada, ante la corrupción e impunidad en todos los niveles de gobierno, los abusos de autoridad, la falta de oportunidades laborales y educativas, ante el miedo, inseguridad, incertidumbre y desesperanza.

    Otro aspecto que llama la atención es la afición o adicción a las nuevas tecnologías de la información y comunicación (tic); vivimos en la era de la pantalla global, como dicen Lipovestsky y Serroy (2009), el culto a lo visual espectacularizado nos inunda. ¿Qué efectos tendrá tal proliferación de pantallas en nuestra relación con el mundo, con los demás, con nuestro cuerpo y con nuestras sensaciones? es una pregunta planteada por estos autores, ya que pasamos de la era del vacío a la era de la saturación, de lo superlativo, a la lógica del exceso.

    Hemos realizado una investigación documental sobre las razones, formas, significados y consecuencias de las muertes violentas en nuestro país durante los seis años de guerra contra el crimen organizado en la presidencia de Calderón, y después de revisar notas periodísticas, ensayos, crónicas y reportajes en algunos espacios en internet nos llamó la atención la inclinación de los medios de comunicación por hacer de la violencia un espectáculo, donde se observa a la sociedad bajo el signo de lo excesivo, se promueven imágenes que por sí mismas relatan hechos cruentos y aunque ofenden a nuestros ojos y nuestra sensibilidad, a los cuerpos torturados y sin vida de las víctimas, a los deudos de esas personas asesinadas, día a día se muestran sin ningún recato, aludiendo el derecho a la información; es válido este argumento en tanto refleja el grave problema social, económico, político y moral que enfrenta la sociedad mexicana y que nos sitúa en una barbarie civilizada, donde el valor de la vida humana es ínfimo ante las nuevas industrias ilegales emergentes como son el narcotráfico, el secuestro, la extorsión, la venta de órganos, la migración, la pornografía y la explotación sexual infantil, entre otras que conllevan sufrimiento humano, ante los vacíos de poder de un Estado que da muestras de corrupción, negligencia, inacción e impunidad. Pero, ¿no será que se explotan estas imágenes con otras intenciones, que van desde intereses económicos, intimidar a las personas y disciplinar ante la violencia con el fin de garantizar la reproducción de estos espacios y que así continúen con sus altos dividendos?

    En ese sentido, a los autores convocados en estas páginas, conscientes de nuestra tarea como científicos sociales, nos interesa analizar cómo los medios de comunicación explotan la violencia real y ficticia y sus posibles efectos en las personas, pues la vemos cotidianamente en la prensa, en la televisión y en internet, la oímos en la radio, jugamos e interactuamos con ella en los videojuegos, la representan en el cine, el teatro, el arte y la literatura. Quizá esta violencia representada, donde la crueldad, el espanto y el asco se muestran sublimados, sirva para dominar nuestros miedos o redima nuestras pasiones y frustraciones mediante un efecto catártico, pero las imágenes de extrema violencia real, que vemos en televisión desde hace por lo menos dos décadas o vía internet, esos videos en los blogs de narcos, donde podemos observar a los sicarios confesar sus atrocidades y mostrar con lujo de detalle sus técnicas de tortura y su eficiencia para dar muerte a sus víctimas, o las páginas donde se incita a las adolescentes a formar parte de colectivos en pro de la anorexia o el suicidio, por mencionar sólo algunos ejemplos, nos hacen cuestionar el momento en que vivimos, sobre todo ante nuestra preocupación por las generaciones más jóvenes dependientes de estas tecnologías.

    Más desconcierto aún, cuando las personas que ven esos videos, por lo general jóvenes, chatean sobre lo observado en ellos, y vemos alzar pocas voces que manifiestan su desconcierto e indignación ante estas imágenes crueles y abyectas, mientras que otros, indiferentes o sarcásticos se mofan ante el espectáculo del horror, y uno se pregunta ¿por qué esas imágenes tan abrumadoras para unos resultan divertidas para otros?, ¿cómo perciben, si es que perciben, esa violencia extrema? Me derrumbo al pensar el grado de insensibilidad al que hemos llegado que nos permite reírnos ante el dolor de los otros, deshumanizados al hacer de la muerte un espectáculo y de la violencia extrema una forma de entretenimiento.

    En ese sentido, el presente libro se conforma por 14 capítulos que abordan diferentes aristas sobre el arte, el cine, el internet, los videojuegos, la prensa, la televisión y la realidad de la violencia en un contexto por demás particular, por ejemplo la región en resistencia zapatista, donde se experimenta cotidianamente la guerra de baja intensidad que los medios reportan de manera distorsionada o no reportan.

    Partimos de realizar una revisión crítica desde esto que se ha constituido un espectáculo de la violencia por parte de los medios masivos de comunicación, que preocupa sobre todo por el papel que juegan en el desarrollo de orientaciones culturales, políticas, ideológicas y económicas, en las creencias y valores esenciales en nuestra socialización, y, más aún, el discurso y la forma en que se presentan los hechos, las imágenes, los relatos cruzados por intereses particulares que logran fabricar otras realidades.

    También nos lleva a preguntarnos por qué en la actualidad hay una fascinación por la violencia, por las conductas destructivas y por los comportamientos agresivos: ¿será que la espectacularidad de las imágenes, la acción y la sonoridad de las escenas cinematográficas y televisivas, provenientes de la ficción o de la realidad, nos han habituado a los altibajos de la adrenalina? Aunada a la posibilidad de crear otras vidas posibles distintas a las reales en el mundo cibernético, esta fascinación hace de nuestro entorno cotidiano un sinsentido, al que se suman la incertidumbre y la desesperanza del presente. Todo esto se asocia al desfile de violencias en todos los espacios de relación social, enmarcados por discursos de respeto a los derechos humanos (en la infancia, adolescencia, juventud, madurez, senectud), a la diversidad, la tolerancia, la inclusión, el reconocimiento de la pluriculturalidad y la erradicación de la violencia, que no corresponden del todo a las formas en que nos relacionamos unos con otros.

    Así, el primer capítulo, titulado El arte de la violencia o la violencia en el arte, escrito por Amaceli Lara Méndez, analiza desde una perspectiva teórica evolutiva-cognitiva el papel que juega el arte, el placer y la percepción en la vida cotidiana de los seres humanos, y con el fin de comprender nuestros referentes sociales contemporáneos, cuestiona las corrientes artísticas que utilizan al cuerpo humano como su objeto de expresión, por medio de la autolaceración o su modificación con fines estéticos, la filmación y exposición del sufrimiento que generan estas prácticas al propio artista y el sentido que le da a las mismas.

    Por su parte, Anabella Barragán Solís nos propone explorar la representación de diversos tipos de violencia a través de un conjunto de exvotos pictóricos elaborados en los siglos xix y xx pertenecientes a San Andrés Huixtac, comunidad del municipio de Taxco de Alarcón, en la región Norte del estado de Guerrero, en los que se relatan las experiencias de vida de los sujetos involucrados, quienes apelan a la intervención divina para conjurar milagrosamente el daño potencial de dichos actos. Es decir, la autora utiliza estas obras del arte popular que denuncian episodios de violencia física, el uso de armas de fuego, los actos de injusticia o de calumnia, así como la muerte violenta por accidentes automovilísticos entre otras modalidades de violencia, impresos en la memoria colectiva de las comunidades y del arte religioso, como testimonios plásticos y literarios que retratan una realidad histórica.

    A través de su escritura, Luisa Fernanda González Peña nos presenta una mirada antropológica sobre las representaciones de la violencia extrema en el cine contemporáneo. Hace una revisión histórica que va del cine gore al snuff, donde las imágenes de muerte gestan un interés mórbido por parte del público, y se pregunta: ¿qué tanto este fenómeno puede llegar a afectar al individuo?, ¿por qué existe interés en consumir filmes de esta naturaleza? y si éstos ¿tienen algunas repercusiones en nuestra realidad o, por el contrario, reflejan los tiempos violentos en los que vivimos?

    Otro texto relacionado con la pantalla cinematográfica es el de Diana Monserrat González, quien trata el tema de la representación de la violencia como recurso vital dentro de los contenidos fílmicos, pues permite transportar al espectador por situaciones extremas y llevar al límite sus emociones, aparentemente sin ninguna consecuencia. De ahí que la autora proponga examinar la influencia que el cine (particularmente el hollywoodense) adquiere en la sociedad contemporánea, así como la relación existente entre la violencia expuesta y la violencia vivida.

    En otro sentido dirige la lente de la cámara cinematográfica Rosa Isela García Rivero, quien realiza una reflexión sobre el nexo entre la violencia simbólica y la pornografía, a través de una revisión de la diversa producción y el consumo de pornografía, en tanto que en la actualidad se reconoce como una práctica sexual más, con altos rendimientos económicos, donde lo privado se convierte en público, y lo íntimo en espectáculo. En ese sentido, nos comparte su experiencia de trabajo de campo dentro del cine porno Ciudadela y nos describe algunas de las prácticas sexuales que se efectúan en este espacio público.

    Del cine pasamos al espectáculo en vivo: María Esther Rosas Lima nos relata el arduo camino por el que transitan los hombres que trabajan en la industria sexual y se dedican a shows de strippers, los cuales son pensados para el consumo femenino. Hombres que deben modificar sus cuerpos en aras de alcanzar el estereotipo de belleza masculino. De ahí que nos desvele las rutinas seguidas para conseguir tan anhelado cuerpo-objeto de deseo, los riesgos ante el ejercicio extenuante, las dietas y el consumo de sustancias para desarrollar los músculos y rediseñar su cuerpo atlético, flexible, perfecto, ser competitivo y lucir espectacular.

    Del espectáculo visual pasamos al sonoro, donde la música funge como un mecanismo reproductor y normalizador del ejercicio de la violencia. Alma Valentina Mendoza Coronado analiza algunas letras de canciones de diferentes momentos y compositores, con la finalidad de mostrar cómo a través de éstas se legitima la violencia contra las mujeres como un fenómeno estructural; así, entre canción y canción, exhibe la realidad actual, a la que cuestiona por la vía de los hechos ante la pretensión de igualdad y equidad entre hombres y mujeres.

    En relación con uno de los medios con el cual convive más de 90% de la población mexicana, que contribuye en la socialización de las personas y se ubica dentro de la intimidad de nuestro hogar, la televisión, Mariana Aguilar Guerrero nos enfrenta al problema de la violencia que se produce especialmente para el consumo infantil: las caricaturas. Hace un recorrido por más de siete décadas de caricaturas, de Tom y Jerry a Los Simpson, y analiza las diferentes manifestaciones y grados de violencia que se presentan en cada una de ellas. Se vale de una clasificación que considera a las caricaturas que se asemejan a la vida real y que dentro de su trama reafirman roles de género donde prevalece la inequidad, el sexismo y la homofobia, y las caricaturas fantásticas, en las que prevalecen las peleas, las armas, la sangre, los villanos, la muerte y los héroes, y se dejan lecciones que justifican la violencia en aras de hacer el bien.

    En el siguiente capítulo, titulado El espectáculo de la violencia en televisión, la que suscribe discute cómo este medio ha encontrado la fórmula de vender la violencia, a través de narrar de cierta forma las noticias, presentando imágenes espectaculares sobre catástrofes naturales, actos delincuenciales o criminales de extrema violencia arguyendo cumplir con el derecho a la información. Así se exhibe el deseo que reina en el presente, la demanda inconmensurable de la realidad, donde la violencia se muestra y se antepone a toda distancia reflexiva y crítica. En este sentido vale preguntarse por las consecuencias que esta sobrerrepresentación causa en la audiencia, ya que se han documentado efectos que actúan en el ámbito de lo comportamental, o cognitivos y afectivos, como puede ser la insensibilización ante la crueldad, la distorsión en la percepción de la realidad, o bien la influencia en las creencias y actitudes hacia la propia violencia.

    El siguiente capítulo se centra en los medios impresos. Guadalupe Judith Rodríguez Rodríguez nos plantea que ante la violencia relacionada con el crimen organizado que se ha desatado en nuestro país, los medios impresos difunden sin el menor recato una serie de imágenes de cuerpos desnudos, humillados, lacerados, mutilados, ensangrentados, aludiendo al derecho de la información, no obstante que estas escenas ofenden la mirada del que observa, pero, sobre todo, anulan la dignidad de las personas asesinadas. En este tenor, se propone una lectura sobre la muerte desacralizada y el manejo del cuerpo desde una perspectiva antropofísica, y se pregunta por el sentido último de estas imágenes tal como se exponen, si obedecen al interés de informar o conllevan la intención de controlar e intimidar a la población por medio del horror y el miedo.

    Norma Angélica Rico Montoya nos comparte el trabajo que ha desarrollado durante años con los niños y niñas zapatistas en relación con sus percepciones sobre la guerra, la resistencia y la autonomía, ya que ellos como posibles continuadores de la organización y la vida comunal configuran el objetivo de la inteligencia militar. No obstante, la infancia zapatista, además de víctimas de la violencia, se ha convertido en verdadera actora, respondiendo ante ella, con sus propias prácticas de resistencia y participando activamente en las estrategias impulsadas por el Movimiento Zapatista para la construcción de su autonomía, se inserta en este trabajo colectivo, ya que es importante dar voz a lo que acontece en estos espacios de lucha, pero que poca mirada tiene de los medios de comunicación, a pesar de los procesos de violencia que se ciernen sobre ellos.

    De esta realidad cruda que reflejan los artículos anteriores, pasamos a los nuevos espacios cibernéticos. Ahí Ana María Mendoza Reynosa navega por varias páginas de internet dedicadas a las Anas y Mias, es decir, al colectivo de jóvenes en su mayoría, que pretendiendo ser princesas, relatan sus estrategias para lograr su fin tan anhelado, al decir de ellas, un estilo de vida, que aunque conlleva riesgos para su salud y quizá les provoque la muerte, siguen reivindicando. Así entre perfiles, recetas y argucias, la autora da cuenta de su investigación y nos describe las estrategias que emplean las personas que presentan trastornos de la alimentación: anorexia y bulimia para conseguir mantenerse como unas princesas.

    En otro espacio de internet, Mirna Isalía Zárate Zúñiga nos describe imágenes sobre la teatralización de las muertes violentas expuestas y difundidas en los narcoblogs mediante un análisis semiótico de un video presentado en uno de los blogs del narco así como del impacto que causó en sus espectadores. Para llevar a cabo estas interpretaciones, consideró los referentes simbólicos que se gestan en este tipo de muertes, en donde el cuerpo constituye la principal materia de producción de sentidos, al ser objeto de múltiples violencias, y al generar nuevos imaginarios sociales, ya que la espectacularización conduce a la resignificación de los conceptos de muerte y violencia, misma que se observa en las percepciones e interpretaciones de los jóvenes, quienes viven la violencia como parte de su cotidianidad.

    Por último, en otra vertiente tecnológica, la de los videojuegos, Gustavo Reyes Gutiérrez nos sumerge en experiencias de seducción y complicidad en la odisea tecno-lúdica, con contenidos violentos y prácticas hedonistas; de ahí que realice una reflexión sobre la experiencia virtual de la violencia y su relación con la vivencia placentera de jugar videojuegos, a partir del análisis de algunos datos obtenidos en su investigación, cuyo interés se centra en la experiencia corporal del simulacro, los usos y representaciones del cuerpo en la práctica cotidiana con videojuegos.

    He intentado resumir el contenido y matiz de cada uno de los capítulos que conforman este libro, donde el eje rector es la espectacularidad que cobra la violencia en tiempos globales, sea ésta real, ficticia o virtual, todas ellas creaciones humanas que merecen ser estudiadas con el fin de comprender mejor nuestra condición humana, las maneras en que nos relacionamos, de afrontar el presente en un momento crucial de grandes cuestionamientos, incertidumbres, malestares y desencantos, de búsqueda de nuevas fórmulas de interrelaciones sociales que respeten e incluyan a todos los diferentes, ya que la diversidad es un signo distintivo de nuestra especie, la empatía, la compasión, el reconocimiento del otro como semejante. Por favor, pónganse cómodos, para iniciar lecturas diversas sobre algo consustancial del ser humano, la violencia a través de diferentes narrativas.

    Martha Rebeca Herrera Bautista

    Ciudad de México, agosto de 2018

    BIBLIOGRAFÍA

    Genovés, Santiago, 1993, Expedición a la violencia, México, fce/unam.

    Krug, E. G., L. L. Dahlberg, J. A. Mercy, A. B. Zwi y R. Lozano, 2003, Informe mundial sobre la violencia y la salud, Washington, oms/ops.

    Muchembled, Robert, 2010, Una historia de la violencia. Del final de la Edad Media a la actualidad, Barcelona, Paidós.

    El arte de la violencia o la violencia en el arte

    ———•———

    Amaceli Lara Méndez

    Ante la presencia de varias corrientes artísticas que exploran la autolaceración del cuerpo, su modificación con fines estéticos, la filmación y exposición del sufrimiento como una expresión que induce a cierto tipo de reflexión sobre el cuerpo humano o el de otros seres vivos como objetos, en este trabajo expongo algunos estudios y posiciones teóricas desde una perspectiva neurocientífica acerca de lo que es el arte, el placer, la percepción, la violencia, con el fin de establecer el porqué de la aceptación de este tipo de expresiones artísticas. Asimismo, retomo las reacciones de las personas que las presenciaron, para establecer si el antiarte es finalmente eso: una expresión artística.

    Antiarte

    Aunque el panorama actual en el arte es heterogéneo y las generalizaciones tienden a deformar la realidad, es posible seguir el rastro de tendencias artísticas que han surgido a partir de la segunda mitad del siglo xx, en las que se percibe la desconfianza hacia las capacidades del ser humano, la pérdida de optimismo y la condena a la sociedad moderna (Granés Maya, 2010).

    Si todo ordenamiento, si toda categorización, si todo ejercicio valorativo supone de forma implícita una tentativa de ejercer poder, el arte, de un modo u otro, es cómplice de los juegos de dominación. Hans Haacke, el artista estadounidense de origen alemán que se hizo célebre por obras en las que revelaba los secretos sucios de las grandes compañías que financiaban el arte, lo expresa con claridad: los productos artísticos también representan un poder simbólico, un poder que puede ponerse al servicio de la dominación o de la emancipación, y que por lo tanto tienen implicaciones ideológicas que repercuten en nuestras vidas cotidianas (Granés Maya, 2010: 218).

    Desde finales de los sesenta, varios artistas conceptuales influenciados por los escritos de Foucault y Barthes trataron de resolver esta paradoja. La solución que encontraron fue, primero, abandonar la pintura, medio que

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