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El temblor interminable
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Libro electrónico235 páginas2 horas

El temblor interminable

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Información de este libro electrónico

Ugo Pipitone pone sobre la mesa un fenómeno que, a lo largo del tiempo, adquiere nuevas facetas: la globalización. Al margen de maniqueísmos, que oscilan entre panegírico y denuncia, el autor estudia la globalización como un proceso histórico con antecedentes, siempre salpicado de retos inéditos, avances y retrocesos inesperados.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento4 sept 2023
ISBN9786079367435
El temblor interminable
Autor

Ugo Pipitone

Ugo Pipitone (1946) es profesor-investigador del CIDE desde 1987. Se ocupa de temas de desarrollo económico con particular atención en América Latina y el Oriente asiático. Entre otros libros, ha escrito Modernidad congelada (CIDE, 2011); Para entender la izquierda (Nostra Ed., 2007); El temblor interminable (CIDE, 2006); Ciudades, naciones, regiones (FCE, 2003); Las veinte y una noches: Diálogos en Granada (Taurus, 2000).

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    El temblor interminable - Ugo Pipitone

    portentradaportadilla

    Índice

    Introducción

    I. Caos y globalización

    1. Regla y excepción

    2. Metáforas microbiológicas y termodinámicas

    3. Globalización: el orden caótico

    4. La regionalización (una historia gráfica)

    5. Conclusión en tres puntos

    II. Desigualdades

    6. Tecnología y desigualdad: una introducción

    7. Desigualdades en el desarrollo

    8. Desigualdad (y pobreza) en el subdesarrollo

    9. Malasia, Kerala, México

    10. Conclusión

    III. El ambiente amenazado

    11. PIB/ambiente, riqueza/bienestar

    12. Atmósfera y biodiversidad

    13. Nacimiento de una atención

    Desastres ambientales

    Conferencias internacionales

    ONGS y verdes

    Alarmas científicas

    Malestar urbano

    14. Territorios de conflicto

    La dimensión externa

    La dimensión interna (agricultura, automóvil)

    Conclusión

    15. Entre el retraso y la utopía reformadora

    Índice de textos citados

    Introducción

    Interdependencias globales, desarrollo tecnológico, segmentación social y emisiones tóxicas: de la evolución de estas variables dependerá la forma del futuro. Alrededor de estos temas, y de sus conexiones, se intentará reflexionar aquí.

    En la primera mitad de este siglo los habitantes del planeta pasarán de 6.1 (6.5 en 2005) a 9.1 mil millones, o sea, cincuenta por ciento más en un planeta cuyos principales ecosistemas ya están gravemente afectados y en un presente en que la mitad de la población mundial vive en la pobreza. Frente a este alud en proceso, estructuras e instrumentos para gobernar el cambio revelan fallas inéditas. El Estado nacional muestra una creciente fatiga para regular la explosión de complejidad en su seno y en su alrededor. Una impresión de precariedad del presente; una suerte de inadecuación, de retardo, frente a los retos que de él surgen. Un terrorismo de matriz islámica que nos devuelve a odios bíblicos y la mayor potencia que se comporta a menudo como el pueblo elegido en versión lone ranger ; una nueva corriente de individualismo que, entre consumismo y televisión, rumia un fluctuante desengaño anestesiado, mientras reduce la experiencia y visibilidad de lo colectivo; la gigantesca masa de capitales especulativos que cruzan las fronteras sin obligaciones fiscales, dejando algunos beneficios y grandes riesgos y, dulcis in fundo, el cambio climático. Ser apocalíptico se ha vuelto trivial. Todo lo anterior, y mucho más, en una promiscuidad donde interno/externo redefinen sus fronteras en la economía, en las sociedades, en la política, en la vida cotidiana. A esa ebullición diferenciada y concomitante llamaremos globalización.

    Mezclemos todo (o vaciemos en un programa tan sofisticado como el imaginado por Isaac Asimov en su Trilogía de las Fundaciones), embotellemos y esperemos un rato para dar tiempo a acomodos, conflictos, deflagraciones, mezclas y asentamientos. Al destapar el recipiente ¿seguirá habiendo vida ahí dentro? ¿Qué clase de vida? Las perspectivas se vuelven aleatorias, mientras la inercia frente a retos ingobernados asume el aspecto de un cuadro de Bruegel el viejo, de 1568, donde el ciego que guía la marcha descarría a los otros que, confiados, le siguen en una lenta (¿generacional?) secuencia de caídas. De no ocurrir importantes cambios políticos o tecnológicos en los años venideros, existen elevadas probabilidades que el mundo se vuelva pronto un lugar bastante más inhóspito de lo que es hoy tanto ambiental como socialmente; por lo menos para la gran mayoría de su población y suponiendo que los demás encuentren cómo depender cada vez menos del entorno.

    Ha ocurrido un cambio de escala en todo, de la demografía al potencial científico, del consumo energético a la ubicuidad de las finanzas, de las telecomunicaciones a las tensiones étnicas, religiosas, etc. sobrevivientes de intentos fallidos de modernización. Y, al mismo tiempo, una sensación de lentitud de las sinapsis frente a una nueva complejidad neuronal que aumenta el potencial colectivo y crea, al mismo tiempo, inesperados riesgos sistémicos. No es sólo que el peso de las fuerzas en campo y su geometría se han alterado, sino que cada uno de los puntos que la componen adquiere una mayor libertad de movimiento sobre el escenario global. Una explosión de complejidad; entropía, en el lenguaje de la termodinámica. Y, consiguientemente, una sensación de mayor fragilidad global.

    Se recorrerán aquí algunos espacios de la turbulencia sistémica contemporánea: la regionalización (lo postnacional en proceso formativo), la desigualdad y el medio ambiente. Un territorio diferenciado que cambia de formas y produce, con sus microclimas, una atmósfera común compuesta de humos tóxicos y nuevas posibilidades. En la intersección móvil entre estos vectores de cambio, se intentará mapear el territorio con el complemento de algunas reflexiones. Y no queda más que disculparse por olvidos y simplificaciones.

    Cuajimalpa, mayo 2006

    Mejor sería no hacer nada, dijo uno de los filósofos optimistas, los problemas del futuro, el futuro los resolverá. Lo malo es que el futuro es ya hoy, dijo uno de los pesimistas.

    José Saramago

    Las intermitencias de la muerte, 2005

    Capítulo 1

    Caos y globalización

    1.Regla y excepción

    —¿Cómo dices eso? ¿No oyes el relinchar de los caballos, el tocar de los clarines, el ruido de los atambores?

    —No oigo otra cosa sino muchos balidos de ovejas y carneros (I,18).

    He ahí, en síntesis, personajes y temas, símbolos y dilemas, de la condición moderna y, si se pudiera usar la palabra con virginal inconsciencia, humana. El Quijote: lo no-predecible que altera el mundo a su paso, la diferencia que alienta otras y corrige el mundo a golpe de compensaciones justicieras. Del otro lado, Sancho, sólido principio de realidad, una sabiduría que se adapta a las circunstancias. Alguien que, a veces, se deja cautivar por la imaginación de un mundo distinto pero, más a menudo, está adherido al presente como fin de la historia. Admitamos que, en ocasiones, la imaginación cansa y uno entiende la desesperación del barbero:

    ¡Válame Dios! ¿Qué es posible que tanta gente honrada diga que ésta no es bacía, sino yelmo? (I,45).

    La imaginación que altera la corriente y la inercia que la restablece —con mayor o menor deriva— se contagian y redefinen sus fronteras en el tiempo. Imaginación como ruptura de la costra de la realidad, revelación de sus estructuras subterráneas, declaración de diferencia, de malestar. Pero, alimentándose de sí misma, en ocasiones la imaginación se desbarranca arrastrando consigo a millones de seres humanos. Ahora que también hay pasajes en que la locura de su señor mejora la vida a Sancho, llenándole el estómago a veces, e incluso los bolsillos con monedas de oro, y siempre, la cabeza de alguna tarea por cumplir, alguna urgencia.

    Sin embargo, aquello que altera el equilibrio previo no siempre surge de una intención justiciera, como ilustra nuestra propia Edad: una historia iniciada con mercaderes de la baja Edad Media y seguida con burgomaestres, que invierten en la bolsa de Ámsterdam, con capitanes de industria y multinacionales. En fin, no siempre el realismo —y la historia del capitalismo está ahí para demostrarlo— es conservación. Algo que Marx entendió como nadie y después trató de olvidar para dar más espacio al futuro imaginado. Además de que conservación no es, en todo momento y espacio, encarnación del mal, como los ecologistas nos han enseñado en las últimas décadas. ¿Sólo progreso viene de la imaginación? ¿Sólo conservación del realismo?1

    Recordando que la diferencia no excluye la unidad, podemos decir que el Quijote es la izquierda. Y cuando imagina el futuro, lo mejor que le ocurre es idealizar el pasado. Tradición fértil. ¿No están llenos los discursos de Saint Just de virtus romana? ¿No miraba el Renacimiento a las realizaciones clásicas de un mundo desaparecido hace siglos?2 ¿No mira Maquiavelo a Tito Livio y Lenin, acortando las distancias, a la derrotada Comuna de París? ¿No está recorrido el pensamiento de Marx por la estrella polar de una ancestral comunidad que necesita ser reconstruida sobre nuevas bases? Y de ahí vino el Terror y el sufragio universal, Napoleón y el cartismo, la

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    y los derechos humanos. Que hagan balances los boticarios de la historia.

    Orden y desorden, necesidad y azar, realidad e imaginación, gravitación universal y asteroides libres, reglas y excepciones. Contraste y simbiosis no se explican el uno sin la otra. El mundo no es orden o desorden, regla o excepción. Es orden y desorden, regla y excepción: coexistencia de lo que une con lo que divide; la unidad que se construye de cara a aquello que la niega, la amenaza. Razonando desde la estadística, tal vez pueda decirse que cuando la imaginación prescinde de la realidad se convierte en misión, cruzada, ingeniería social, y cuando la realidad prescinde de la imaginación, es como si en un jardín se desterraran las plantas vivas a favor de hermosos, eternos, sustitutos de plástico.

    1 He hecho el bien. He hecho el mal. He visto al bien salir del mal; al mal, del bien. Paul Valéry, Mi Fausto (La señorita de cristal, inconcluso, 1945), Icaria, Barcelona, 1987, p. 64.

    2 En la Convención de noviembre de 1792, en el momento de decidir la suerte de Luis, inexorablemente Saint-Just menciona a Bruto. Cfr. la colección de discursos curada por Albert Soboul, Terrore e libertá, Editori Riuniti, Roma, 1966, p. 57. Sin olvidar al viejo Burckhardt de La cultura del Renacimiento en Italia, Ed. Iberia, Barcelona, 1971, pp. 129s.

    2.Metáforas microbiológicas

    y termodinámicas

    Desde siempre, la analogía biológica es fascinante y conservadora, una vez convertida en metáfora social. Menenio Agripa, senador romano, dos mil quinientos años atrás, intenta embaucar a un pueblo turbulento (y endeudado) con el apólogo del estómago y de los miembros que no pueden prescindir uno de otro. Y mientras teje las loas de lo eterno, los revoltosos obtienen la institución del tribuno de la plebe y, de paso, demuestran al senador que unidad y eternidad no son sinónimos.

    La contemplación de los resultados biológicos de millones de años se paga con un humilde aturdimiento. Pero, la evolución no es sólo la mutación lenta y suave como deriva en el proceso de las réplicas. Retrocedamos al origen de la célula nucleada, unos dos mil millones de años atrás.

    En algún momento las bacterias ancestrales [células procariontes, sin núcleo] debieron de combinarse con otros microorganismos, instalándose en su interior y proporcionándoles un sistema de eliminación de desechos y energía procedente del oxígeno, a cambio de alimento y cobijo (...) un mecanismo evolutivo más brusco que la mutación: una unión simbiótica que llega a ser permanente (...) la velocidad de recombinación es superior a la de mutación3.

    Aceleración evolutiva, podría decirse. ¿Cómo no pensar en la globalización y la multiplicidad de sus contagios? La velocidad de las recombinaciones es ciertamente mayor a la de las mutaciones internas de cada sociedad.

    Internet, comercio exterior acelerado, transferencia tecnológica, competencia global, movimientos de capitales productivos y especulativos, relocalización productiva global, telecomunicaciones, migraciones, delincuencia transnacional, efectos ecológicos globales: un embrollo sistémico; la aparición del mundo, ya no como referencia lejana, sino como presencia ubicua y poderosa, que afecta las prácticas de vida de todos y ensancha las experiencias de inadecuación (personal, sectorial, nacional) frente al presente y a sus vientos cruzados. El contexto externo altera el funcionamiento de los órganos de la célula forzándolos a adaptaciones sin destino prefijado. Apuntemos al margen: natura facit saltum, o sea, ningún sistema (la unidad) controla plenamente sus elementos constitutivos.

    La sociedad está siempre inacabada y no existe sino bajo la amenaza permanente de su propia destrucción (...) las respuestas a los desórdenes actuales conllevan desórdenes futuros, indefinidamente 4.

    Esa tensión estructural sin destino escrito sólo puede ser exorcizada anulando el tiempo. Y, en efecto, la atemporalidad es un ideal antiguo y nunca del todo superado: la realidad puesta fuera del tiempo. Dos imágenes opuestas del universo muestran, en este aspecto, una coincidencia sustancial. De un lado, la máquina que repite operaciones establecidas desde siempre y para siempre: un autómata arcano programado en un origen perdido del tiempo. O sea, el determinismo: la idea de que el futuro está encapsulado en un pasado donde se concentran las reglas y los enigmas de la naturaleza, incluida la humana. 5 Del otro lado, está Dios y la tarea del científico es la de robarle, pedazo a pedazo, los secretos que se esconden, cristalinamente puros, en su cerebro. El trabajo científico como revelación de eternidad. ¿Qué hay en común entre el determinismo y la idea de Dios? La ausencia del tiempo o, dicho de otra forma, la negación de la vida como autoconstrucción (autopoiesis) que puede alterar sus tendencias previas. En realidad, la vida se desgrana en procesos irreversibles que sólo pueden entenderse en términos de antes y después.6

    Y el después no siempre es la confirmación (salvo ex post) de lo previo. Fuera del tiempo, la realidad se vuelve virtual. Leamos a Ilya Prigogine, Nobel de química 1977.

    Uno de los acontecimientos más extraordinarios de nuestro siglo es el hecho de que las partículas elementales suelen ser inestables (...) Nos hemos dedicado a buscar esquemas generales, globales, a los que pudieran aplicarse definiciones axiomáticas inmutables, y lo único que hemos logrado, en todos los campos, ha sido encontrar tiempo, acontecimientos y fenómenos de evolución (...) estructuras disipativas en condiciones muy alejadas del equilibrio en que la estructura surge a partir del caos térmico, del azar molecular. 7

    La termodinámica nos conduce a dos ideas. 1: Lejos del equilibrio, cualquier sistema que intercambie energía con su entorno se enfrenta a una amplia posibilidad de opciones moleculares cuyo resultado concreto es determinable sólo en términos probabilísticos. El nacimiento de la verdad azarosa. 2: Durante el tránsito de un equilibrio a otro, el grado de desorden molecular, que llamamos entropía, o sea, la masa de energía libre que expresa el aumento del número de configuraciones posibles al interior de un sistema, tiende a maximizarse. No enfrentamos el despliegue grandioso de leyes inmutables, sino comportamientos dinámicos inestables. Lo ‘posible’ es más rico que lo real.8

    Naturalmente el mundo no se hace y deshace cada día y el desorden molecular opera sobre la base de estructuras capaces de re-producirse y conservarse. Así que, frente a pequeñas perturbaciones, las respuestas del sistema (físico, biológico o social) normalmente son capaces de restablecer el equilibrio con una baja dispersión entrópica. Pero, cuando las perturbaciones aumentan su intensidad o frecuencia, la reconstrucción de la unidad puede ser azarosa y requerir el aporte de elementos arquitectónicos novedosos. Un clásico de la literatura siciliana, hombre de una sola y tardía obra, Giuseppe Tomasi di Lampedusa, nos recuerda la relación incierta entre cambio y continuidad. Tancredi que va a la guerra le dice, casi corriendo, al príncipe Salina, su tío: Si queremos que todo quede como está, es necesario que todo cambie y para no dejar duda sobre la ambigüedad, añade: "Mi sono spiegato?"

    Aunque existan ciclos de mayor o menor desorden, también es cierto que entre caos y orden la relación es mucho más compleja que en un juego a suma cero.

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