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El desarrollo
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Libro electrónico468 páginas6 horas

El desarrollo

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Este libro no es un tratado sino un ensayo escrito para no especialistas, con la aspiración de dar elementos para sentir y pensar por cuenta propia sobre el desarrollo económico y social. Aspira a ayudar a arrebatarles a los economistas y grupos de poder el monopolio de cómo pensar el futuro. Incluye además literatura poco conocida o poco difundida hoy, o porque tiende a ser relegada al olvido bajo la presión del “pensamiento único”, monopólico, de los neoclásicos. Usa un estilo de lectura fácil, con pocos tecnicismos y sin suponer nada en especial como formación previa. Quiere sacar el tema de los rieles usuales e introducir en la discusión preguntas relevantes, algunas antiguas pero descuidadas, y otras muy nuevas.
IdiomaEspañol
EditorialLOM Ediciones
Fecha de lanzamiento1 mar 2018
ISBN9789560002211
El desarrollo

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    El desarrollo - Raúl Claro H.

    Raúl Claro H.

    El desarrollo.

    Entre el simple crecimiento

    y el vivir bien

    LOM PALABRA DE LA LENGUA YÁMANA QUE SIGNIFICA SOL

    © LOM Ediciones

    Primera edición, 2011

    ISBN: 978-956-00-0221-1

    ISBN Digital: 978-956-00-0698-1

    Diseño, Composición y Diagramación

    LOM Ediciones. Concha y Toro 23, Santiago

    Fono: (56-2) 688 52 73 • Fax: (56-2) 696 63 88

    www.lom.cl

    lom@lom.cl

    Prólogo¹

    Este ensayo pretende abordar el tema del desarrollo económico y discutir algunos de sus elementos fundamentales. Está pensado desde la convicción de que el desarrollo tiene mucha importancia en Chile, que esta aumenta con el tiempo. Y que hace falta, por eso, discutir ampliamente y formarse ideas claras, aun cuando las opiniones sigan muy variadas.

    Sin embargo no es un libro que trate ante todo del desarrollo chileno. El motivo que me ha llevado a escribirlo es la convicción de que, más allá (o más acá) de entrar a discutir sobre Chile como posible país desarrollado, hace falta ampliar la base de la discusión: qué es desarrollo hoy en el mundo, en este momento de la historia; cuáles son sus elementos principales; cuáles sus perspectivas; cuáles para un país como Chile, o en América Latina, en el Sur o Tercer Mundo. Incluso en los países hoy desarrollados. Porque los fenómenos históricos que van ocupando poco a poco el centro de la discusión, la globalización y la conciencia de limitaciones ecológicas, son nuevos, a pesar de sus antecedentes de otras épocas. Y cuestionan el desarrollo.

    El proyecto es por consiguiente: hablar del desarrollo en toda su amplitud sin reducirlo a la perspectiva chilena o latinoamericana. A pesar de eso, hay un énfasis en Chile, en América Latina y, como punto de comparación, en Alemania, donde he vivido gran parte de mi vida. Hay, creo, buenas razones para pensar que para un país en vías de desarrollo es útil, o aun necesario, conocer la problemática que se les presenta a los países ya desarrollados. Hay aun interesantes puntos de contacto, como por ejemplo entre el movimiento posdesarrollista o de decrecimiento europeo y orientaciones críticas latinoamericanas, como las del grupo Otro desarrollo.²

    Las tres partes del ensayo, Una visión, Idea del desarrollo, Desarrollo repensado, forman así un todo, aunque pueden palparse tensiones entre ellas, como si lo dicho en una se desdijera en otra. En parte es quizá así. Pero es porque la situación lo exige.

    Una mirada al índice mostrará que aparecen ideas de diversas fuentes. Los temas expuestos forman algo así como un filo evolutivo, como una ramificación en el desarrollo de las ideas. Así como la vida busca distintas formas y se diversifica, como el brazo de un árbol se abre en ramas, ramas menores, hojas, se puede observar acá cómo de un interés, de un problema, de la apertura de una posibilidad, surgen ideas que se van desarrollando y ramificando.

    Las raíces son antiguas. Arrancan en los comienzos de la Edad Moderna, se confunden con la nueva ciencia experimental; el tronco crece con fuerza después de la Segunda Guerra Mundial, y desde allí genera muchos nuevos brotes. ¿Está hoy perdiendo fuerza y vitalidad en un clima poco favorable? ¿O puede surgir de una rama, marchita, un nuevo fuerte retoño?

    El ensayo se apoya en una idea básica, que expresó hace años Ernst Schumacher:

    … el desarrollo no es primariamente un problema para economistas y menos aún para economistas cuyo conocimiento está fundado en una filosofía crudamente materialista. Sin ninguna duda los economistas de cualquier creencia filosófica son útiles en ciertos estadios del desarrollo, y para trabajos estrictamente técnicos, pero solo si ya están establecidos los fundamentos generales de una política de desarrollo que abarque a la población entera (Schumacher 2001, p. 148).

    La tercera parte del libro es particularmente cuestionadora. Las ideas presentadas podrán parecer utópicas, difíciles de aceptar por hombres y mujeres en nuestra situación. Pero lo que enseñan la experiencia diaria y la ciencia es que lo verdaderamente utópico es creer que el curso actual pueda durar mucho. No se trata entonces de una elección entre realismo y utopismo, sino entre ilusión y realidad. A pesar del poder de la ilusión, la realidad se impone. Ese es el motivo para darles a estas ideas tanta importancia. Parecen sueños, pero se apoyan en argumentos de dura fuerza.

    Y como no sabemos qué va a suceder, para estar a la altura del desafío, no queda más que hacer un intento, ensayar un camino…

    1 Nota: La traducción de textos en idioma extranjero es mía si la referencia menciona la fuente en otro idioma que el español.

    El título de una obra mencionada en el texto aparece traducido al castellano aun cuando no exista traducción a este idioma.

    Las referencias a sitios en internet corresponden, en general, al mes de noviembre de 2010.

    Las siglas usadas corresponden a la versión española, salvo algunos casos en las que la inglesa es de uso general. En la bibliografía, sin embargo, se utiliza siempre la versión inglesa, adoptada internacionalmente. Así, por ejemplo, uso OCDE, ONU, PNUD en el texto, pero OECD, UNO, UNDP para la referencia.

    2 Véase en internet el sitio Otro desarrollo: estudios críticos sobre el desarrollo de la Alianza latinoamericana de estudios críticos sobre el desarrollo (2010): http://www.otrodesarrollo.com/.

    Primera parte

    UNA VISIÓN

    Capítulo 1

    Introducción

    No sabemos a dónde vamos, sino tan solo que la historia nos ha llevado hasta este punto y –si los lectores comparten el planteamiento de este libro– por qué. Sin embargo, una cosa está clara: si la humanidad ha de tener un futuro, no será prolongando el pasado o el presente. Si intentamos construir el tercer milenio sobre estas bases, fracasaremos. Y el precio del fracaso, esto es, la alternativa a una sociedad transformada, es la oscuridad.

    Eric Hobsbawm,

    Historia del siglo XX, última frase

    (2006,

    p

    . 585)

    Una nueva etapa histórica: la globalización

    Estos años, finales del primer decenio del siglo XXI, se vislumbran cada vez más como un período de grandes cambios en la organización de la sociedad y de la economía mundiales.

    Puede ser aún más que un cambio de época. La globalización económica, que estructura nuestro mundo, modifica profundamente los paradigmas del desarrollo de la especie humana.

    Después del derrumbe de los países socialistas, del socia-lismo real, en la década de los noventa del siglo pasado, el sistema político-económico mundial ha avanzado en forma extremadamente rápida en dirección a lo que llamamos globalización, para reducir o eliminar barreras entre los países. Los Estados nacionales, que articulaban al mundo en comunidades más o menos soberanas, pierden en el proceso globalizador, progresivamente, muchas de sus funciones. Si organizaban sus riquezas, su producción, su distribución y consumo según intereses, características y políticas nacionales, ahora tienen que aceptar otras reglas. Si anteriormente albergaban, protegían o explotaban a su población y su territorio de acuerdo a decisiones nacionales, ahora la globalización los deja a merced de intereses transnacionales.

    La meta de este proceso es poner a disposición de las grandes empresas un campo de acción realmente global, planetario. Permitirles aprovechar sin restricciones todas las oportunidades de negocios que ofrece el mundo, desde sus grandes centros económicos hasta los rincones más alejados. La globalización organiza la economía en forma directamente mundial. El proceso produce también un aumento de poder del gran empresariado (como fuerza organizada global), que ha ampliado su capacidad de crecer, a costa de la naturaleza y de la sociedad, en sus dimensiones y en su alcance geográfico. Expande continuamente su propiedad sobre el territorio físico, sobre los recursos y las instituciones económicas. La presión sobre los Estados para que privaticen, es decir, para que renuncien a su propiedad exclusiva de las zonas geográficas reservadas al dominio colectivo (bosques, costas, ríos, lagos, riquezas del subsuelo) permite que progresivamente se adueñen de ellas personas naturales o empresas, tanto nacionales como transnacionales. Lo mismo sucede con las actividades productivas hasta ahora de carácter público, por ejemplo, los servicios de salud, educación, transporte público, agua, energía, servicios de información y comunicación. Su propiedad y gestión estaban reservadas a la comunidad, por su naturaleza de bienes básicos para la vida social, su importancia estratégica (no solo militar) o debido a la dificultad de crear para ellas un mercado.¹ Hoy se las privatiza fácilmente, aunque en un proceso a menudo poco transparente, resistido por muchos y con frecuentes fracasos y retrocesos.

    El cambio es radical. No está concluido, ni es posible apreciar todavía plenamente su alcance y consecuencias. Porque lo que pierde rápidamente relieve es la economía regional, aquella que fue siempre el marco de actividad obligado para individuos y grupos desde hace siglos. El resultado no es la desaparición del Estado nacional, pero sí su transformación en un Estado… desollado. El efecto de estos procesos globalizantes es producir un Estado sin piel, sin aquel órgano que lo separa de y lo conecta con el medio ambiente, es decir, con la región y los demás Estados. Las reglas del juego cambian profundamente, la movilidad de personas y bienes se acrecienta, las distancias tienden a desaparecer. Todos los aspectos de la comunidad se ven expuestos, en la medida en que son interesantes para la economía moderna, directamente a la acción de los actores económicos, es decir de las grandes empresas y las grandes riquezas. Se suprime la mediación de la comunidad nacional o regional, condicionada por su territorio y su dotación natural particular, sus riquezas, y su población. Se crean las condiciones políticas y legales para que todo aspecto del ambiente natural (bosques, recursos mineros, costas…), toda riqueza acumulada en la forma de capital fijo e instituciones (calles, aeropuertos, fábricas), y particularmente la población (fuerza de trabajo) formen parte de sendos mercados globales, con un mínimo de regulación nacional. De este modo, como si fueran vasos comunicantes, su contenido se hace homogéneo y se ve integrado en mercados mundiales tendencialmente indiferenciados.²

    Eso crea la mayor flexibilidad imaginable para la gestión empresarial, que tiene así al mundo entero como campo de acción. Allí se provee de lo que necesita a fin de elaborar, y luego vender, sus productos en las mejores condiciones posibles y, de ese modo, crecer y recomenzar el proceso con mayor riqueza y mayor poder.

    Está claro que esta posibilidad solo se dio cuando se crearon condiciones técnicas adecuadas. Era necesario reducir la importancia de las barreras naturales, como las distancias, los mares, ríos y montañas, desiertos. Todo esto fue creado poco a poco, ante todo a lo largo del siglo XX, hasta llegar a cubrir la redondez del planeta con una capa técnica sobre la biosfera. Una malla formada por carreteras, aeropuertos conectados entre sí por corredores aéreos, puertos mecanizados y automatizados unidos por barcos portacontenedores, por oleoductos, por cables submarinos, por haces de ondas electromagnéticas apoyadas por satélites que circundan la Tierra.

    Y en el campo de la economía se avanza rápidamente hacia la unificación de condiciones de todo orden, para asegurar que el tratamiento de todos los factores que intervienen en ella sea cada vez más homogéneo. Las monedas nacionales son ahora libremente convertibles a la moneda internacional, el dólar estadounidense. Y la creación del euro, que reemplaza a más de veinte monedas nacionales, impide a los países de la Unión Europea que lo han adoptado, una política monetaria nacional.³

    Globalización y desarrollo

    ¿Qué significa esto para el proyecto del desarrollo, sea realizado ya, como en los países de la OCDE, o como meta para una nación que aspira alcanzarlo? El desarrollo ha sido hasta ahora básicamente un fenómeno nacional. Lo que se desarrolla es un país, en relación con otros países. Pero en la medida en que la globalización de la economía mundial se hace realidad y se profundiza, tiene menos y menos sentido hablar de país desarrollado.

    Una nación desarrollada tiene que conservar un margen de autonomía y posibilidades reales de elegir el curso que quiere seguir. Pero en la medida que siguen la lógica de la globalización neoliberal, los países tienden a convertirse en eslabones de mercados y estructuras mundiales. Sus decisiones políticas y económicas se ven limitadas por tratados y convenios internacionales, la nación pierde autonomía y posibilidades de decisión. Ante un conflicto entre las necesidades del desarrollo del país y las exigencias de la empresa transnacional, interesada solo en las ganancias de sus accionistas, es cada vez más probable que sea el país el que tenga que ceder y resignarse a ver perjudicados sus intereses. Para esto se han creado en el Banco Mundial tribunales especiales (CIADI, véase el glosario), que remplazan a la jurisdicción nacional.

    Las unidades estatales y las diferencias entre ellas se desdibujan en el campo económico y, como consecuencia, pierden también relieve en otros aspectos: político, cultural, social. El poder de la sociedad para dirigir y controlar sus procesos se reduce. La población ve menoscabados los derechos, vínculos y refugios que antes tenía por haber nacido y por vivir en una nación particular. Disminuye el espacio democrático, porque el ciudadano tiene apenas influencia en el conjunto global, que adquiere más y más poder.

    De poco o nada le sirve ahora vivir en una zona donde se produce una excelente fruta o un muy buen aceite. Anteriormente tenía acceso relativamente fácil a esos productos locales y, en este sentido, gozaba de un privilegio sobre los habitantes de otras naciones. Hoy, el mercado mundial elimina la ventaja local y reordena la asignación de productos y recursos de acuerdo al dinero. La buena fruta y el excelente aceite van a parar a los que pueden pagar el mejor precio, lo que en ciertos casos significa que la producción se exporta en su totalidad. Si una parte se vende en casa, el lugareño puede acceder a ella, pero ahora tiene que pagar un precio internacional, en muchos casos fuera de su alcance.

    Algo parecido sucede con los puestos de trabajo. El empleo local pasa a ser parte del mercado mundial, y el nativo pierde las ventajas de antes. Si la ocupación y su remuneración son particularmente atractivas, atraerán a postulantes de todas partes, dispuestos a trasladarse y a realizar los esfuerzos necesarios para acceder a ese puesto. La población local tendrá que ponerse en la fila, que ahora no es del tamaño que corresponde a la localidad, sino más larga y exigente, porque se incorporan trabajadores de muchos otros lugares.

    Ahora bien, este proceso no solo afecta a los países subdesarrollados o semidesarrollados; también amenaza a las antiguas naciones industrializadas. En Europa especialmente, los países que forman la Unión Europea han tenido que renunciar a buena parte de su soberanía, sobre todo en el terreno económico, para garantizarles a las empresas transnacionales un campo parejo de acción, amplios mercados homogéneos donde puedan moverse con toda libertad. Esto sucede, desde luego, para las mercancías, pero cada vez más para el sector servicios, como la construcción. Hay fuertes presiones para que se les entregue también las actividades económicas básicas, fundamentales para la colectividad. En el mercado del trabajo las barreras nacionales caen, la inmigración se hace más fácil. Hay todavía restricciones para los miembros más recientes, pero desaparecerán a comienzos del año 2011.

    Paralelamente a esta uniformización y nivelación de las reglas del juego, la globalización concentra la propiedad y el poder. Las razones son claras. Si las reglas permiten universalmente el libre ejercicio del poder, y son las mismas para fuertes y débiles, los fuertes se harán más fuertes a costa de los débiles. La medida en que la globalización afecta la propiedad de los medios productivos en las economías no desarrolladas puede apreciarse en el crecimiento del valor de capital extranjero invertido en los países del Sur. Las cifras las da la OCDE, en dólares de 1990: en 1973 el valor correspondía a 495,2 millardos de dólares y representaba 10% del producto interno bruto (PIB) del país no desarrollado correspondiente; 25 años más tarde, en 1998, el valor se había sextuplicado a 3.030 millardos, y correspondía a 21,7% del PIB (Maddison 2001, tabla 3-3, p. 128).

    La globalización entonces no solo cuestiona el posible desarrollo futuro de países no desarrollados, sino el concepto de desarrollo mismo. Sectores grandes de la población, que alcanzaron un elevado grado de bienestar y de seguridad en esa época dorada⁶ que siguió a la Segunda Guerra Mundial, ven amenazados esos logros porque los Estados han aceptado limitar su poder frente a grandes intereses económicos.

    Por otra parte, no hay duda de que el desarrollo fue y sigue siendo un tema de importancia fundamental. Según algunos autores, ha sido también el tema principal de la época de posguerra:

    El tema política e intelectualmente dominante desde 1945 ha sido cómo desarrollarse. Al menos esto vale para el Tercer Mundo, como se le acabó llamando, pero de hecho la afirmación es igualmente verdadera para el resto del mundo. En realidad, lo que la mayoría de la gente quería decir con desarrollarse era cómo podría volverse próspera y vivir tan bien como vivían los estadounidenses, o como pensaba que vivían (de acuerdo a lo que mostraban las películas de Hollywood) (Wallerstein 1996, p. 355).

    Ha sido el concepto organizador dominante de nuestra época (Aseniero, 1985, p. 50) una meta generalizada para todas las naciones. Asume el lugar antes ocupado por los términos de progreso, de crecimiento, y aun de revolución. E incluso es el gran tema de los clásicos de la economía, desde Petty y Hume, pasando por Smith y Ricardo, hasta Mill y Marx (Frank 1996, p. 20). Es una cuestión crucial para un país o una región. La respuesta a si puede ser calificada de nación desarrollada, o si al menos se encamina hacia allí, determina su condición presente y futura.

    Por eso, lo que la globalización neoliberal promete a la población de los países que ha ido transformando, es extender el desarrollo económico a la economía mundial en su conjunto. En lugar de algunas naciones privilegiadas, repartidas dentro de un mundo pobre, encontraríamos un mundo desarrollado. Pero sin cambios profundos en las políticas que el neoliberalismo recomienda, y además en lo que entendemos por desarrollo, esa promesa es simplemente una gran ilusión… por mucho que cada país piense que él, él sí, alcanzará la meta.

    Es crucial, por consiguiente, decidir qué se entiende por desarrollo; qué concepto se tiene acerca del camino, de las decisiones que hay que tomar y de las condiciones, incluso de los sacrificios, necesarios.

    No solo es necesario aclarar ideas acerca de qué es desarrollo. Hay que enfrentarse con los cuestionamientos que plantea la globalización. ¿Tiene todavía sentido hablar de y soñar con el desarrollo? ¿Es posible para un país como Chile?

    ¿Qué entendemos por desarrollo?

    A lo largo de este ensayo trataré de precisar el contenido del desarrollo con ideas que han ido apareciendo en los últimos decenios. La selección no es la única posible, pero este trabajo debiera fundamentarla y mostrar su coherencia, en sí misma y con la realidad que nos rodea.

    El concepto de desarrollo que defenderé incluye cuatro elementos fundamentales:

    (1) un bienestar generalizado en el país desarrollado;

    (2) una estructura económica en la que el progreso técnico y la industria tienen un papel preponderante en todos los niveles, incluyendo los bienes de capital, la creación de tecnología y el desarrollo científico;

    (3) un elevado grado de participación democrática de la población;

    (4) una visión a largo plazo que integra el uso sustentable de los recursos y de la naturaleza.

    Chile, ¿futuro país desarrollado?

    En este contexto se inserta la intención de Chile de llegar a transformarse en un país desarrollado.

    Alrededor de 1990, después de dieciséis años de dictadura militar, con un crecimiento económico alto, se pensó que Chile podría alcanzar la calidad de nación desarrollada en veinte años. Parecía ser una meta adecuada para el Bicentenario y un período de nuevas esperanzas. Hoy vemos que ese plazo era ilusorio, pero no por eso se ha abandonado la meta.⁸ Chile quiere seguir creciendo a un ritmo rápido. En enero de 2010 consiguió, en la OCDE, pasar de observador a ser miembro pleno. Aun cuando, como veremos, el ingreso a ese grupo no signifique haber dejado atrás el subdesarrollo, la incorporación podría indicar que se va por buen camino. Alimenta la confianza en que la meta será alcanzada dentro de un plazo previsible.⁹

    Pero este ensayo tiene una tesis central respecto de Chile, y es que esta intención debe ser, en un mundo en vías de globalización, considerada cuidadosamente. Hemos cometido errores en nuestra historia que hay que evitar.

    La afirmación básica acá es que desarrollo es algo muy distinto a crecimiento económico. La tendencia a confundir el uno con lo otro nos llevaría a repetir el pasado. En la historia chilena hay fases de éxito económico, coyunturas extremadamente favorables para el comercio exterior chileno, en las que el país pudo producir bienes codiciados en el exterior y venderlos en grandes cantidades y a buen precio. Trátese de trigo, plata y cobre en los primeros decenios de la república, o del salitre y cobre a fines de siglo XIX, la exportación de productos primarios fue fuente de gran crecimiento. Chile aprovechó sus ventajas comparativas y creció entonces… pero no se desarrolló.¹⁰ El resultado fue que algunos, chilenos y extranjeros,¹¹ lograron acumular grandes fortunas personales, sin que el crecimiento llegara a toda la población. Y, peor, sin que las estructuras económicas y sociales cambiaran para hacer de Chile una nación avanzada.¹²

    Esta preocupación debiera ser hoy especialmente aguda, porque el esfuerzo chileno (si se puede hablar de esfuerzo, ya veremos el porqué de esta salvedad) se realiza en una fase histórica que, como vimos (y veremos todavía), no favorece el desarrollo de nuevas naciones. Y Chile se ciñe a los principios de la globalización neoliberal de manera preferentemente estricta. Hasta se ha convertido en un país ejemplar para muchos. Así se compromete en la APEC a cumplir metas de liberalización de acuerdo al ritmo de las naciones industriales, 10 años antes que los países no desarrollados. Desmonta unilateralmente su protección aduanera sin pedir nada a cambio; se despoja así de su piel, queda expuesto al mercado mundial, sin exigirles a los otros países nada comparable. Chile cree y confía en las recetas neoliberales.¹³

    Sin embargo, después de más de veinte años de experiencia globalizante, ya es posible constatar que la globalización no cumple sus promesas. No mejora el crecimiento ni desarrolla el país.

    El desarrollo cuestionado

    Hay otro cuestionamiento todavía más básico, del que se ocupará la tercera parte de este ensayo: los límites materiales que nos imponen el cuidado y preservación de la biosfera. Estudios recientes llegan a la conclusión que en este momento consumimos, globalmente, el equivalente al 140% de lo que la biosfera puede ofrecer cada año a la sociedad humana. Es decir, consumimos todo lo que puede considerarse ingreso anual y además, una cantidad considerable del capital.¹⁴

    Esto no depende solamente del crecimiento en población, sino de nuestro nivel de consumo.

    Somos seres humanos con aspiraciones muy distintas a las que tenían nuestros antepasados. Para emplear el término de William Catton (2010), la especie homo sapiens sapiens está en vías de convertirse en la especie homo colossus. La aspiración general al consumo de los países industrializados tiende a transformar a los miembros de la especie humana en seres colosales. Si se generalizara una forma de vida comparable a la estadounidense, se requerirían al menos cinco planetas Tierra para la población actual.

    Si no es posible para todos los países convertirse en naciones industrializadas, ¿se trata de apresurarse, llegar antes que los demás? Esta no es una respuesta satisfactoria, porque significa resignarse a que una parte de la humanidad no logre realizar lo que la ONU definió como un derecho humano. ¿O tenemos que definir el desarrollo y el bienestar de otro modo, compatible con su universalización? Este es un nuevo motivo para abordar en profundidad el tema en este momento..

    A las dos razones mencionadas para entrar en una discusión crítica del desarrollo se añade una tercera. En un mundo que valora la democracia y la libertad individual por encima de muchas otras cosas, el futuro depende, al final, de cada uno de nosotros.

    Es una paradoja; la paradoja de la contribución individual al bien común: cada contribución parece insignificante y prescindible. ¿Para qué preocuparse, si el aporte es tan pequeño, si al final no va a cambiar nada?

    Sin embargo, de estas contribuciones insignificantes depende, a fin de cuentas, todo.

    Una discusión sobre el desarrollo entonces significa tomar en serio la condición política de cada ciudadana y ciudadano. Frente a la tendencia de definir a todo habitante de un país principalmente como consumidor, una discusión sobre el futuro exige poner de relieve otro aspecto: el ciudadano resuelto a decidir sobre su suerte individual y a influir en el destino común. El ciudadano político.

    Desarrollo como realización histórica de una utopía

    Dos significados de desarrollo

    El desarrollo de que hablamos aquí es un concepto ante todo histórico. Se ha formado en estrecha relación con la aparición de naciones a lo largo del tiempo que se configuran de un modo particular. Se asemejan entre sí en una serie de características y constituyen el mundo desarrollado. No es un concepto exigido por o nacido de alguna teoría.

    A la idea del desarrollo están dedicados los capítulos cuarto y quinto. Pero acá conviene llamar la atención expresamente a que el término tiene dos significados, dos vertientes centrales, que no son alternativas sino complementarias. Si no se tiene esto presente en forma clara, existe el peligro de resbalar de forma insensible de una a la otra y de perder la nitidez del pensamiento, confundiendo ideas que deben ser distinguidas con cuidado.

    Un modo de pensar el desarrollo es, entonces, definirlo como alguna forma de bienestar general. Este significado tiene una buena dosis de subjetividad y de relatividad, porque el bienestar puede ser sentido y concebido de muchas maneras por una sociedad, dependiendo de su historia y su cultura. Si se entiende el bienestar como una satisfacción adecuada de las necesidades básicas de los miembros de una sociedad, su forma concreta dependerá de qué necesidades son básicas para ese grupo y cómo prefiere satisfacerlas.

    De acuerdo con este significado, la atención se centra ante todo en las personas, en los individuos en cuestión; se trata de su desarrollo, de desarrollo humano.

    Así, todo país desarrollado es, en cierta medida, un país rico. Pero no todo país rico es desarrollado. Puede suceder que la riqueza de un país indiscutiblemente rico no beneficie a la mayoría de la población, sino que permanezca en manos de unos pocos, o vaya a parar a otros puntos del planeta. O puede suceder que la riqueza se distribuya con cierta medida de equidad, y todos los habitantes alcancen un grado elevado de bienestar, pero que esa riqueza sea de carácter coyuntural; que dependa del alto precio internacional de una materia prima, por ejemplo, que el país extrae y exporta por unos años. En este caso, la riqueza no se debe a la capacidad humana y social del país, sino a circunstancias pasajeras. En un país desarrollado, el grado de riqueza que alcanza no se debe a una afortunada geografía o a circunstancias transitorias, sino a su esfuerzo por crear una sociedad capaz de resolver sus problemas en base a sus propios recursos, a su ciencia, su técnica y su organización.

    Hay por eso un segundo aspecto del concepto, con el que la palabra adquiere un significado más objetivo y menos relativo. Se trata de realizar una forma de sociedad que incorpore una fuerte dosis de ciencia y técnica modernas. Esta forma de satisfacer necesidades sociales y resolver problemas es la que, históricamente, realizaron algunos países de Europa central, de América del Norte y luego de otros continentes.

    El acento está puesto en el dominio y transformación de la naturaleza para ponerla al servicio del ser humano. Se le arrancan trozos para disponer de mayores fuerzas, obtener materiales nuevos, y producir objetos técnicos que satisfagan necesidades humanas y amplíen sus potencialidades y posibilidades. Se interrumpen los procesos naturales y se desvían las fuerzas productivas que emplea en sus propios ciclos. Se la domestica.

    En este segundo sentido, el desarrollo significa crear una red de objetos técnicos, que pueden ser tan sólidos como una planta petroquímica o tan sutiles como ondas de telecomunicación.

    O, mejor dicho, el desarrollo moderno no está constituido tanto por la red misma de objetos técnicos como por la capacidad de la sociedad para inventarlos, producirlos, usarlos y continuar desarrollándolos. Detrás de los objetos hay una estructura social que permite a la nación enfrentar los desafíos que se le presentan: con sus recursos naturales, sociales, científicos y técnicos.

    Las antiguas utopías

    Desde tiempos muy antiguos se ha reflexionado y discutido sobre la mejor forma de organizar una comunidad humana a fin de realizar ciertos ideales. La utopía escrita más antigua que conocemos es el diálogo de Platón La República (400 a. C.), donde se describe una sociedad en la que reinan la virtud y la justicia. Luego de varias de carácter religioso y social (Utopía, de Tomás Moro, 1516, o Ciudad del Sol, de Campanella, 1602), aparecen a partir del siglo XVII utopías científicas. Francis Bacon (1561-1626) publica su Nova Atlantis en 1624, donde describe una sociedad en que la ciencia, la técnica y una organización social dedicada a la investigación de la naturaleza y su aplicación a la sociedad crean una situación ideal para todos sus miembros. Un siglo y medio más tarde, en 1793, Nicolás de Condorcet (1743-1794) escribe un Bosquejo de un cuadro histórico de los progresos del espíritu humano, que pronostica un progreso sin límites basado en el conocimiento, la educación, la ciencia y la técnica. Estas dos visiones se alimentan del optimismo que infunden los éxitos de las ciencias naturales en sus primeros siglos de desarrollo y de la fe en los triunfos de la razón.

    Echemos entonces un vistazo a estas obras de Bacon y Condorcet.

    Nueva Atlántida

    La utopía de Bacon es notable por los inventos técnicos que prevé. Pero interesa sobre todo por la visión del mundo que refleja: un mundo indefinidamente mejorable, perfeccionable gracias a la actividad humana sobre la naturaleza. Y por la posibilidad de generalizar este bienestar (como lo llamaríamos hoy), brindándoles a todos los miembros de la sociedad un alto grado de calidad de vida.

    La Nueva Atlántida es un viaje imaginario a la isla de Bensalem en los mares de Sur, entre Perú y Asia, aislada y secreta. Evangelizada por el apóstol san Bartolomeo, estaba orgullosa de su autarquía, dispuesta por el gran rey Solamona, mil novecientos años antes. El centro cultural de la isla es la Casa de Salomón, fundada por el mismo rey y dedicada al estudio de la creación.

    El fin de nuestra fundación es el conocimiento de las causas y secretas mociones de las cosas, y la dilatación de los confines del imperio humano para la realización de todas las cosas posibles (Bacon 1988, p. 181).

    Para la realización de todas las cosas posibles , escribe Bacon. Y efectivamente su imaginación describe cómo el hombre se enseñorea de la naturaleza mediante conquistas técnicas que en esos tiempos superaban todos los límites conocidos.

    La fundación dispone de cuevas y torres donde se producen

    coagulaciones, endurecimientos, refrigeraciones y conservaciones de los cuerpos. Las utilizamos asimismo para imitar de minas naturales, y para la producción también de nuevos metales artificiales mediante composiciones y materiales que utilizamos, y yacen aquí por muchos años (ibid.).

    Tenemos también una extensa variedad de tierras y abonos para hacer más fértil la tierra.

    Hay grandes progresos en las ciencias médicas:

    Tenemos también hermosos y extensos baños de distintas mixturas para la cura de enfermedades y restauración del cuerpo humano de la desecación; y otros para fortalecer los tendones, partes vitales, y el auténtico jugo y substancia del cuerpo (ibid., p. 183).

    Y lo que hoy llamaríamos la genética para controlar la creación y el comportamiento de organismos animales y vegetales:

    Tenemos también casas grandes y espaciosas, donde imitamos y producimos meteoros, como nieve, granizo, lluvia, algunas lluvias artificiales de cuerpos y no de agua, truenos, relámpagos: también generación de cuerpos en el aire, como ranas, moscas y otros.

    Practicamos en ellos [huertos y jardines] asimismo, toda clase de experimentos con injertos e inoculaciones […] hacemos, artificialmente, que los árboles y las flores vengan antes o después de su estación, y que crezcan y den fruto más rápidamente que según su curso natural. Los hacemos, también artificialmente mucho más grandes de lo que son por su naturaleza, y a sus frutos más grandes y más dulces y de diferente sabor, olor, color y figura que el natural. Y a muchos de ellos les tratamos de manera que sirvan para usos medicinales. […]

    Tenemos también medios para hacer germinar diversas plantas mediante mezclas de tierras, sin semillas, e igualmente para producir diversas plantas nuevas diferentes de las vulgares, y para cambiar un árbol o planta en otra (ibid., p. 183). […]

    Hacemos a partir de la putrefacción un número de especies de serpientes, gusanos, moscas, peces de los que algunos han evolucionado, efectivamente, a creaturas perfectas, como las bestias o pájaros, y tienen sexo y se propagan. Y no hacemos esto al azar, sino que sabemos de antemano qué especie de estas creaturas va a surgir de qué materia y mezcla (ibid., p. 184).

    Han podido realizar conquistas en el campo de la óptica y la acústica, mejores gafas y hasta audífonos. Y pueden hacer que un bajo suene como un tenor, y viceversa:

    Procuramos medios para ver objetos desde lejos, como en en los cielos o lugares remotos, y reproducimos cosas cercanas como si estuvieran a lo lejos y cosas a lo lejos como cercanas, fingiendo las distancias. Tenemos también ayudas para la vista muy por encima de los anteojos y lentes al uso. Tenemos también lentes y medios para ver pequeños y diminutos cuerpos perfecta y distintamente, como las formas y colores de pequeñas moscas y gusanos, granos y manchas en las gemas que de otro modo no pueden verse; observaciones en la urina y la sangre que de otro modo son imposibles de ver. Hacemos arcos iris artificiales, halos y círculos alrededor de la luz (ibid., p. 187).

    Tenemos ciertas ayudas que aplicadas a la oreja aumentan grandemente la audición. Tenemos

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