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El mapa de mi neurosis
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Libro electrónico196 páginas3 horas

El mapa de mi neurosis

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El texto narra mediante la investigación de mapas digitales un territorio lleno de violencia, extracción de recursos, tráfico sexual. A la par profundiza en la ansiedad y neurosis producida durante la cuarentena provocada por el covid 19.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento17 ago 2023
ISBN9786078931347
El mapa de mi neurosis
Autor

Arturo Ortiz Struck

Arturo Ortiz Struck (Ciudad de México, 1969) es artista visual, arquitecto y escritor. Ganó el premio nacional de periodismo “Rostros de la discriminación” por el artículo: Desde la arquitectura, la discriminación. Fue miembro de Sistema Nacional de Creadores de Arte en las disciplinas de arquitectura (2007-2010) y artes visuales (2011-2014). Ha participado en diversas exposiciones de Arte Contemporáneo y Arquitectura, entre las que destacan: Financial Architectures en Londres, Reino Unido,2017; Territorios Arrasados, UNAM, 2019; así como la Bienal de Arquitectura de Venecia en 2008 y 2012; entre otras.

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    El mapa de mi neurosis - Arturo Ortiz Struck

    I

    TODO EN ESTE LIBRO ES UNA FICCIÓN, TODO FUERA de él, también.

    II

    ENCONTRÉ LA FORMA DE SER TAN EFICIENTE EN MI trabajo que lo he tenido que disimular, no es que lo que hago sea complicado, pero es bastante especializado, en realidad es más fácil de lo que cualquiera puede imaginar. Los títulos y certificados universitarios construyen la primera línea de respeto y reconocimiento, pero sobre todo de extrañamiento a lo que hago.

    Soy geógrafo, aunque no sé explicar por qué. Supongo que cuando me tocó escoger una disciplina para entrar a la universidad no pensé gran cosa, me interesaba nuestro medio ambiente y los fenómenos sociales, supuse con cierta razón que la relación entre ambos temas podía coincidir en la geografía. Nada de lo que ofrecía el programa académico me interesó sobremanera, llevé mis estudios sin pasión ni sobresalto, al terminar hice una especialidad en geografía política. Eso lo puedo explicar con claridad, resulta que estaba en un horario que me acomodaba y en ese entonces era un requisito personal no negociable. Las clases comenzaban a cualquier hora después de las seis de la tarde, y terminaban a cualquier hora después de las diez. En las mañanas trabajaba en la oficina de un tío, ingeniero civil, que me tenía haciendo planos topográficos, él pensaba que acabaría siendo un topógrafo en su empresa. Es evidente que no tenía idea de qué era la geografía, pero el empleo me permitió independizarme y tener mi propio departamento.

    Los jueves terminaban las clases en una cantina, las discusiones entre mis compañeros se volvían acaloradas y pasionales. Básicamente existían dos grupos, aquellos que defendían un proyecto radical de izquierda revolucionaria; eran muy divertidos pero no por sus convicciones ideológicas, sino por su verborrea fantástica que encontraba en cada aspecto de la vida un ogro capitalista que quería extirparnos las entrañas. En una ocasión, uno de ellos argumentó, acompañado de datos, cómo Amazon era un proyecto de dominación ideológica imperialista diseñado por un grupo de multimillonarios gringos en colaboración con la CIA y la NASA; después de muchos mezcales, aseguraba que todos acabaríamos vendiendo nuestra alma a través de Amazon, que su valor consistía en la doblegación ideológica y que nos tocaba a nosotros organizar la resistencia. Pues bien, después de una cátedra de izquierda comprometida, puso son cubano en su nuevo equipo de sonido Bose y se puso a bailar. Algunos de ellos idolatraban a Cuba y veían en Venezuela una promesa histórica, iban de vacaciones a las playas de Varadero y a La Habana, como si el turismo consistiera en mantener la lucha revolucionaria. No me quedó muy claro por qué uno de ellos viajaba al menos dos veces al año a la isla sin su novia, decía que para él era un lugar de reflexión e inspiración en ese momento coyuntural de su vida en el que hacía su tesis de geografía política; siempre existió la sospecha de que le gustaba irse de putas.

    El otro grupo de estudiantes era menos radical, al fin y al cabo a todos nos gustaban algunos placeres pequeñoburgueses. En cada comida o cena que organizábamos se hablaba de la calidad del vino, hacíamos competencias de asados y la verdad nuestra vida diaria se parecía más a la de Homero Simpson que a la de un conjunto de camaradas revolucionarios transformando el mundo. Me divertí mucho aquellos años, pero nada de lo aprendido me interesaba o servía, me gustaba más tener amigos. Tal vez por eso algunos familiares e incluso la novia de entonces decían que había encontrado finalmente algo de interés en mi vida, algunos de ellos se decepcionaron después al ver que el entusiasmo sólo estuvo ahí durante el periodo de estudios.

    Cuando estaba por terminar el programa del posgrado, una aguerrida compañera de lucha burguesa/comunista me sugirió que estudiara cartografía digital, una empresa ofrecía cursos certificados y, si bien era un instrumento del capital —dijo—, el asunto era cómo escamotear al sistema y hacerlo trabajar a nuestro favor. Le hice caso y lo estudié, no por alguna razón ideológica o por un interés particular, más bien investigué de qué trataba, me di cuenta de que era una técnica, una competencia, una habilidad o como queramos llamarle, susceptible de obtener empleo de manera más fácil y mejor remunerada que un geógrafo con posgrado; había utilizado el software durante mis estudios de licenciatura para algunas clases, pero nunca me atrajo demasiado. En mi currículum sería un curso certificado más que no llamaría mucho la atención, al fin de cuentas era un geógrafo calificado con experiencia en estudios topográficos, y la paquetería de software que sabía utilizar era un adorno necesario, un plus donde entraba el manejo de sistemas de información geográfica, pero en mi opinión era clave para lograr una contratación.

    Mis compañeros en el curso de cartografía digital eran técnicos en computación, al principio me parecieron muy hábiles, pero después del primer módulo descubrí que sólo sabían usar Excel muy bien, lo cual no es muy difícil. Uno aprende ese programa a golpes de necesidad. Lo usé en la prepa para la clase de matemáticas y computación, pero en el transcurso de los años, lo utilizaba como calculadora, organizador, calendario, para hacer gráficas que les demostraran a mis maestros de licenciatura mi capacidad de combinar datos y presentarlos de manera eficiente con una gráfica de pie o de barras tridimensionales.

    Un profesor en particular, que trabajaba de achichincle en el PRI, había sido diputado o algo así, nos exigía al final del curso una presentación en PowerPoint, que debía estar llena de gráficas y datos. Todos aprobábamos la materia después de nuestra exposición proyectada en una pantalla, pues era lo único que a él le interesaba. Entre los alumnos inventábamos los datos, intercambiábamos archivos de Excel y nos organizábamos para presentar la misma información en diferentes gráficas prediseñadas. No recuerdo el nombre de esa clase, pero debió llamarse simulacro. Concedo que aprendí del profesor algo que me quedó grabado: Cuando hagas una presentación y te pregunten un porcentaje que no conoces, di el primer número que se te ocurra, pero con mucha seguridad —sugirió—, de esa forma podrás mantener el control de la narrativa aunque sea una mentira. He de confesar que en el transcurso de mi vida no ha faltado ocasión para hacerlo.

    Después, cuando trabajé con mi tío ingeniero, durante un año entero me puso a realizar bases de datos, precios unitarios y catálogos de conceptos de obra en Excel. No me quedó de otra que aprender a filtrar, vincular fórmulas y organizar datos de forma precisa para poder calcular cosas que hoy me parecen inimaginables. Por ejemplo, cuánto cuesta hacer un metro lineal de castillo de concreto de 15 x 15 centímetros, armado con varilla del número 3 y estribos del número 2 a cada 15 centímetros… No parece tan complicado, es cosa de saber cuánto material se utiliza y en cuánto tiempo lo realiza un albañil, pero resulta que es mucho más complejo. Primero es una cuadrilla de un maestro de obras que invierte el 8% de su tiempo laboral diario en ver que lo hagan bien; un segundero que ocupa el 16% de su tiempo dando instrucciones a los albañiles; una cuadrilla de albañiles que se dedica a realizar la cimbra con trozos de madera y clavos y que ocupan el 20% de su tiempo en un día para armar un metro lineal de castillo; otra cuadrilla que hace el armado de varillas, conformada por un albañil y un ayudante que ocupan el 10% de su tiempo en un metro lineal de armado para castillo; luego una cuadrilla formada por un albañil y un ayudante que harán el colado de concreto, primero y al otro día quitarán la cimbra, quienes ocupan el 6.7834% de su tiempo en un metro lineal. Uno podría decir que se multiplica el porcentaje del tiempo diario por su salario dividido entre seis jornadas y listo, ¡pero no! A ese producto había que sumarle el factor de salario real que incluía la prima del Seguro Social, del Infonavit, más los costos indirectos que eran una amalgama de tiempo invertido de la empresa constructora en la fabricación de un metro de castillo, junto con el costo de impresión (no sé de qué), del desgaste de una pick up, de un trascabo y de veintidós computadoras; además había que agregar factores desconocidos como la neurosis de mi tío y el factor de utilidad. Todo esto no incluía materiales, era la pura mano de obra. El resultado era que el principal valor de mano de obra de construir un metro lineal de castillo, no se destinaba a la mano de obra, sino a la multitud de redondeos. Más de la mitad terminaba en los costos colaterales y no en el valor del trabajo de los albañiles. Con los materiales era lo mismo, se contabilizaba la totalidad, se le añadía un sobreprecio por administración, utilidad, etcétera. El tema es que esas cuentas iban a parar en un catálogo de conceptos que sumaban cantidades de obra con los costos vinculados a cada precio unitario y había literalmente miles de conceptos para la construcción de un edificio. En esa época mis sueños consistían en errores fatales que cometía en las tablas de Excel, y descalificaban a mi tío de la obra por la que competía y yo perdía mi trabajo.

    En fin, cuando me di cuenta de que para hacer mapas lo único que tenía que saber hacer y organizar eran bases de datos en Excel, o algún programa similar, me sentí aliviado por completo. De eso se trataba, mis compañeros técnicos en computación me enseñaron que su uso de Excel era más limitado que el mío, pero tenían miles de trucos para optimizar tiempo con pasos cortos. Mismos que aprendí a cambio de marearlos con la repetición de los discursos de mis amigos burgueses/comunistas del posgrado. Una de mis compañeras me llamó erudito, lo cual me provocó una risa estúpida debido a que la mitad de lo que decía me lo inventaba y a que mi memoria no era tan buena como para recordar las tonterías ideológicas de mis camaradas universitarios, que además no era tan difícil adivinar que la mitad de lo que ellos decían también era inventado. Muchos de ellos se referían a Gramsci como si lo hubieran leído, a Agamben para discutir el origen fascista de la hamburguesa y a Lyotard para explicar una obra de Gabriel Orozco que encontramos en Bellas Artes; a mí la pieza me pareció un chiste, pero mis posgraduados amigos le veían categorías intelectuales que nadie imaginaba. Incluso organicé un taller de dos sesiones de cuatro horas con mis compañeros técnicos en computación, y a cambio de verborrear repeticiones fantásticas de los dichos mitológicos de mis colegas universitarios, a ellos les tocó comprar cervezas y botana.

    Siete meses después era un experto en ArcGis, mi conocimiento como geógrafo me ayudó a explorar utilidades que parecían nuevas en los mapas. Antes de terminar el curso, encontré trabajo en una empresa editorial y de comunicación que estaba dirigida por quien me pareció desde un inicio un Gangster, no sólo por su pelo pegajoso, su traje brillante y su gordura espectacular, sino porque su banalidad latente y su modo de hablar me eran repugnantes, recurría a anglicismos como brother que con un poco de confianza terminaba por sintetizar en bro; y por su tono cínico de ricachón empedernido, dueño de la editorial y muchas otras empresas que operaba desde la misma oficina. Lo más sorprendente del personaje era su increíble red de conexiones que incluía a los radicales del PRD/Morena, a los panistas insoportables y a una bola de priistas corruptos y no corruptos de la época. Empresarios, deportistas, artistas y todo tipo de fauna conocida eran amigos o tenían algo que ver con él, me parecía que compartía algún secreto con cada uno. El señor tenía derecho de picaporte por doquier, algunos colaboradores aseguraban que incluso con el Papa. Como de costumbre, nada nuevo.

    Mi trabajo al principio era crear mapas que después una diseñadora gráfica adornaba, los cuales se utilizarían en algunas publicaciones y también en estrategias políticas de personajes que contrataban al Gangster para que les diseñara sus tácticas mediáticas y de gobierno en algún municipio que intentaban representar. Algún diputado del municipio de Santiago Niltepec en Oaxaca, por ejemplo, había solicitado los servicios políticos que desarrollamos desde la colonia Polanco sin que ningún colaborador, asesor político o asistente a las reuniones hubiera pisado nunca el mentado municipio. Nuestro trabajo fue un éxito electoral y un desastre posterior en el que dominó un desgobierno y una confusión de funciones e intereses de tal magnitud que estalló la violencia local y aparecieron grupos de autodefensa; la rapiña se desencadenó por todos lados en los siguientes tres años. La cosa resultó tan mal, que al diputado lo expulsaron del PRI y no le quedó de otra que ser senador para mantener el fuero, en esta ocasión por Morena. De manera paradójica contrató al mismo Gangster para su estrategia en la cámara alta, quien en los primeros tres años de su cliente como diputado, obtuvo una sociedad en la concesión de una mina de la que recibía una renta que gastaba frenéticamente en muebles antiguos, piezas de arte y camionetas Suburban, una la usaba el futuro senador y otra estaba al servicio de una candidata a diputada del PAN.

    En los siguientes meses mi trabajo tuvo mayor relevancia en la empresa, primero por una cuestión de imagen de los mapas que se veían bien, eran interactivos y online, con gráficas que mostraban un análisis en tiempo real en la pantalla, asunto que dejaba boquiabierto a propios y extraños, empezaron a invitarme a reuniones con políticos de cualquier bandera, hacía mapas que demostraban cualquier cosa que sería repetida por el político en turno en horario estelar en el noticiero nocturno de las televisoras. Aproveché el momento para proponer la creación de bases de datos relacionadas y comparables mediante 62 categorías de análisis que podían convertirse en 62 gráficas diferentes, cada una con la posibilidad de presentarse en catorce distintos formatos, gráficas de barras, de pie, tridimensionales, horizontales en axonométrico, etcétera. Pero si además combinábamos la información de una categoría con otra, se generaría una nueva gráfica, de tal forma que sería exponencial el número de gráficas que podríamos utilizar para combinar datos que construyeran una mentira tan poderosa que un político de mediana habilidad podría presentarla como verdad absoluta y geolocalizada.

    Antes de llegar a explicar el asunto de las 62 gráficas el Gangster perdió el interés y me pidió una cartografía digital sobre sex shops, ya que uno de sus clientes quería abrir una nueva cadena de juguetes sexuales y servicios relacionados, la información que pudiera levantar y colocar en un mapa sería clave para su éxito. Aproveché la ocasión para exigirle al menos tres asistentes para cubrir las editoriales, las estrategias políticas y a su nuevo cliente comercial; obtuve dos y la promesa de que no volvería a retrasarse el pago de la quincena. Supongo que mi trabajo le servía, ya que mi equipo integrado por una diseñadora, llamada Paula, y mis nuevos colaboradores, Marcos e Isaac, ambos excompañeros técnicos en computación que estudiaron conmigo cartografía digital, recibimos desde entonces puntualmente la quincena, a diferencia de los demás colaboradores que cobraban cuando había, sin importar la nueva adquisición de una mesa Florence Knoll original para una de las salas de juntas de la oficina. A nosotros nos dieron un área especial con computadoras nuevas y licencias suficientes para que pudiera divertirme. Por lo demás, mi propuesta ni siquiera fue escuchada, pero no importó, necesitaba un colaborador, y obtuve dos.

    A partir de entonces el trabajo lo organicé de tal forma que Marcos desarrollaba la construcción de

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