Viento herido
Por Carlos Casares
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El libro que hizo entrar a la literatura gallega en la modernidad. Doce relatos marcados por el fatalismo y la tragedia donde hallamos ecos de Rulfo, Duras y Pavese.
Cuando se publicó en 1967, «Viento herido» supuso un auténtico terremoto en el panorama de la literatura gallega, a la que hizo entrar en la modernidad. Doce relatos brevísimos pero fascinantes, gobernados por la violencia, la brutalidad y la soledad del ser humano. Un grupo de niños que tortura a otro en una especie de juego de guerra. Un anciano que observa cómo pasan los días mientras espera su final. Tabernas y tugurios de mala muerte donde se vengan fantasmas del pasado. La nostalgia de un amor perdido, la huella del tiempo posada en objetos familiares, la tristeza de un domingo por la tarde. Influido por Kafka y por Faulkner, por Vasco Pratolini y por Cesare Pavese, por Marguerite Duras y por el realismo mágico de Juan Rulfo, estamos ante un hito de la literatura peninsular del XX.
CRÍTICAS
«Un gran libro de cuentos, y uno de los más personales jamás escritos. En él está el verdadero Casares: el miedo, la violencia, la perturbación, la angustia.» —Suso de Toro
«Estos cuentos están dotados de un ingenio lúdico y perspicaz, y poseen una gracia que se clava en la inteligencia y que da lugar a eso tan indefinible que es la flor de la literatura.» —Gonzalo Torrente Ballester
«Casares supo armonizar como pocos la espontaneidad de la narración oral con las técnicas del relato culto.» —Ángel Basanta, El Cultural
«Con Carlos Casares, menos es más. Fue un maestro en construir de lo particular a lo general, y de lo general a lo particular.» —César Casal, La Voz de Galicia
«La obra de Casares llevó en los años setenta un aliento renovador a la literatura gallega por su cosmopolitismo y su vocación humanista.» —Xosé Hermida, El País
«Casares es una figura muy plural con registros para todos los públicos. Tuvo un importante papel para atraer a los jóvenes a la lengua gallega.» —Víctor Freixanes, Real Academia Galega
Carlos Casares
Carlos Casares nació en Xinzo da Limia (Orense) en 1941. Estudió Filología Románica en Santiago de Compostela, donde desarrolló una intensa labor política. En 1967 publicó su primer libro, «Vento ferido» (Viento herido), que sacudió los cimientos de la literatura gallega de la época. Terminada su licenciatura, se incorporó como docente a varios centros de enseñanza, de donde fue destituido e inhabilitado en varias ocasiones por sus ideas políticas. Empezó a colaborar de manera habitual en «La Voz de Galicia», y en 1976 recibió el Premio de la Crítica española por su novela «Xoguetes para un tempo prohibido». Dos años después ingresó en la Real Academia Galega. En 1985 se convirtió en el nuevo director de la Editorial Galaxia, buque insignia del galleguismo. Viajero y lector incansable, mantuvo una íntima amistad con Álvaro Cunqueiro, con Ramón Piñeiro —el gran ideólogo galleguista de la posguerra— o con Gonzalo Torrente Ballester, a quien frecuentaba a diario durante los veraneos en Galicia del fallecido autor de «La saga/fuga de J.B.». Fue presidente del PEN Club Galicia. Falleció en el año 2002.
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Viento herido - Carlos Casares
A mis padres.
A Meches y Xavier, mis hermanos.
A Paco y Sira, buenos amigos.
Carlos Casares, 1963
Xulio Maside
imagen«Cualquiera que pase tiene
un rostro y una historia.»
—CESARE PAVESE
El juego de la guerra
O xogo da guerra, 1966
Xulio Maside
imagenLo echaron a suertes y me tocó a mí. Creo que hicieron trampa, pero me callé. Me dijo el Rata: «Ve». Yo no quería ir, digo la verdad. Pero cuando el Rata decía ve, había que ir. El Rata estaba loco, según mi madre. Pero yo creo que no estaba loco, sino que era atravesado y de mala ley. «Ve», dijo otra vez. Y fui. La casa de don Domingo quedaba lejos. Algo así como a dos kilómetros. Tuve que dar un rodeo para no pasar por delante de la zapatería de mi padre. Pensé: «Me escapo para casa y ya está». Pero cogí miedo. Además, hacía calor y en casa en verano no se para con las moscas.
Llegué al chalet de don Domingo y grité:
—¡Zalo…!
Ladraron los perros. Esperé un poco y volví a llamar.
—¡Zalo!
Cuando apareció, enseguida me di cuenta de que venía de dormir la siesta. Me dijo: «¿Qué pasa?». Yo le dije: «El Rata te espera en el río. Cazó una mariposa muy bonita. Dice que vayas, que te la da para la colección». Zalo se volvía loco con las mariposas. Y el Rata, qué cabrón, cómo sabía lo que le gustaba a la gente.
—¿Dónde está el Rata?
—En el Campo de la Bomba.
Salimos corriendo. Cuando llegamos, el Rata estaba bañándose en el río. Al vernos, salió. Miró a Zalo con cara de atravesado y le dijo: «Hola, ¿quieres la mariposa?». Zalo se volvió hacia mí, como preguntando. La verdad, yo no quería hacerlo. El Rata silbó y entre todos se echaron sobre Zalo. Lo desnudaron y lo ataron a un aliso. Zalo lloraba y a mí me entraron también ganas de llorar. Eso no se le hace a nadie y menos a traición. El Rata le escupió ahí, en aquel sitio, y lo llamó cagueta. «No se llora», dijo. Después cogió una vara de mimbre y se la pasó por las piernas y por la barriga sin darle. Lo echamos a suertes y me tocó a mí. Quise huir o tirarme al río, pero el Rata me miró así, como mira él, y cogí la vara. «Venga.» Le dije que no. «Mira, Rafael, que te tocó a suertes.» Le dije que no. «Mira, Rafael, que te vamos a atar a ti.» «No.» «Mira, Rafael, que me estás hartando.» «Mira, Rafael…» Por la voz supe que me iba a decir lo de mi madre. Agarré la vara y fui hacia Zalo. Yo no quería, bien lo sabe Dios. Y le di en el pescuezo. Los otros gritaron: «Más». Apreté los dientes y sentí que me bajaban las lágrimas por los ojos y que no veía. Y le di en las piernas, en los hombros, en la cara, en el pecho. Sangraba y gritaba. Y los otros decían: «Más». Yo no veía. Y daba. Y sentía el sol dentro de la cabeza y los gritos de Zalo, que se me clavaban en los oídos. Y le daba. «Más.» Cuando miré a Zalo tuve miedo. Sangraba por todas partes y se lo comían las moscas. Estaba como muerto. No hablaba. El Rata y los otros escaparon. Yo también escapé.
Yo no quería, digo la verdad. Se lo dije al señor aquel, pero no me hicieron caso. También le dije que lo echamos a suertes y que me tocó a mí. Pero no me escuchó. Me