Descubre millones de libros electrónicos, audiolibros y mucho más con una prueba gratuita

Solo $11.99/mes después de la prueba. Puedes cancelar en cualquier momento.

La dualidad en uno
La dualidad en uno
La dualidad en uno
Libro electrónico203 páginas2 horas

La dualidad en uno

Calificación: 0 de 5 estrellas

()

Leer la vista previa

Información de este libro electrónico

Roberto es un hombre romántico, espiritual y práctico. A través de sus cavilaciones y las dualidades en su vida personal (drogas y meditaciones), amorosa (desamores y poliamores) y profesional (inversionista y maestro de yoga), entiende la vida a través de la dualidad. La dualidad es la opción a las dudas existenciales y prácticas de la vida. Explicada a través de las relaciones y caminos que experimenta Roberto, la dualidad es una propuesta en contra de los maestros espirituales, los vendedores de la iluminación, los románticos y los libertinos, o los seguidores fanáticos de izquierda o derecha. Roberto entiende que somos individuos porque somos "ego", y que somos uno porque somos familia, comunidad, sistema y energía. Recibe fracasos amorosos y rechaza amores extraordinarios, hasta que se da cuenta, el amor contiene al rechazo y la atracción, y sólo desde esta dualidad nace el amor incondicional. La Dualidad en uno es una invitación a celebrar el egoísmo espiritual, a entender y vivir las contradicciones aparentes de la vida, como el destino y la libertad, o la unidad y la individualidad, para soltar la necesidad de tener una verdad única.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento19 may 2023
ISBN9788411448802
La dualidad en uno

Relacionado con La dualidad en uno

Libros electrónicos relacionados

Thrillers para usted

Ver más

Artículos relacionados

Categorías relacionadas

Comentarios para La dualidad en uno

Calificación: 0 de 5 estrellas
0 calificaciones

0 clasificaciones0 comentarios

¿Qué te pareció?

Toca para calificar

Los comentarios deben tener al menos 10 palabras

    Vista previa del libro

    La dualidad en uno - Camilo Andrés

    1500_La_dualidad.jpg

    © Derechos de edición reservados.

    Letrame Editorial.

    www.Letrame.com

    info@Letrame.com

    © Camilo Andrés Mejía Zacipa

    Diseño de edición: Letrame Editorial.

    Maquetación: Juan Muñoz

    Diseño de portada: Rubén García

    Supervisión de corrección: Ana Castañeda

    ISBN: 978-84-1144-880-2

    Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación, en Internet o de fotocopia, sin permiso previo del editor o del autor.

    Letrame Editorial no tiene por qué estar de acuerdo con las opiniones del autor o con el texto de la publicación, recordando siempre que la obra que tiene en sus manos puede ser una novela de ficción o un ensayo en el que el autor haga valoraciones personales y subjetivas.

    «Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47)».

    .

    En la vida solo hay dos tragedias, nunca obtener lo que deseamos… y obtenerlo

    Oscar Wilde

    y… En la vida solo hay dos placeres, siempre obtener lo que deseamos y soltarlo

    Cumbiero espiritual

    .

    « Para los ojos detrás de tus ojos, que encuentren hogar, raíz y alas en estas palabras».

    Prólogo

    «A celebrar y lamentar porque el mundo se va a acabar… y vuelve a empezar»

    La dualidad es maestra de la vida que da sus lecciones en ironías y sincronías. Vives el idilio en presente, porque encontraste el amor de tu vida, pero te abandona después de tres meses. Ella sonriendo, aliviada, y tú llorando con el alma arrugada. Sin embargo, de allí nace la raíz del único amor que siempre tendrás hasta la muerte y eternamente: Tú.

    Crees ser libre del sistema, pero viajas en avión, hablas por WhatsApp, y la corporación que detestas es la misma que lleva el alimento a tu casa o creó las semillas transgénicas del tomate que usaste para el plato vegano que te hace sentir superior y saludable. Y sin embargo, entras al sistema para cambiarlo desde adentro, y lo cambias, rompes la ilusión del ego y te iluminas. Pero al leer tres frases de este libro, te ofendes o diviertes, juzgas o alabas la propuesta porque te identificas o te proyectas en ella, y ahora quizá estás pensando «¿quién se cree?» o «curioso, alguien que dice las cosas como son». Ego, tu ego, tu hermoso ego, y sin embargo, el ego se entrega y se funde en el amor para ser consciencia, para ver la ilusión que él mismo concibió, desde afuera como creador y desde adentro como jugador; desde afuera como espectador, desde adentro como actor; desde afuera como alma eterna, desde adentro como vida pasajera.

    ¿Les ha ocurrido que la vida les habla en paradojas? en koans o haikus de formas que mojan sutilmente la piel, que rompen la membrana espiritual en un segundo y llega a ustedes en un destello el entendimiento de lo que se vive en años. ¿Les ha pasado que la vida los pone a escoger algo, están seguros de su decisión, eligen, después de un tiempo se arrepienten, y una vida entera más tarde, entienden?

    Tanto tiempo deseando que ella me deseara, en algún momento fue Gabriela, en otro Isabela. Rogando en forma de diálogos interesantes, tiernos y espirituales que saliera conmigo a la esquina o a la cama, y me dijera sí, vamos, sí, llévame, sí, viájame, sí, cómeme sin orden y con ritmo, sí a todo, sin leer los términos y condiciones. Tiempo y energía invertidos deseando, procurando un «Sí», pero solamente después de muchos «No», esperando a que me diera una sonrisa, una salida, una mirada vulnerable de confianza, que me abriera sus brazos o sus piernas y, al final, lo más importante, trabajar obstinadamente para que me diera su prioridad. Finalmente ocurre y… ya no quiero. Simple deseo del vacío que se llena con ilusiones.

    La dualidad es real y es también solo un concepto filosófico, literario, poético, logístico y espiritual. La dualidad es ilógica e irracional, como concebir que va del extremo de la libertad hasta el destino. Son lo mismo aunque opuestos, un círculo o un péndulo. La dualidad va de la luz a la oscuridad, en grados incrementales e imperceptibles que cambian para asombrar o iluminar, porque vienen de lo mismo, aunque son opuestos. La dualidad va segura y sonriente desde el miedo hasta el coraje, suelta y decidida. La dualidad es real, y como realidad, su opuesto es que no existe, o que a lo sumo es un juego, para celebrarla entre bohemios y hippies, y tomársela menos en serio. Es en serio la dualidad y por tanto, defenderla, manifestarla, vivirla, es tan falso como cierto, estén de acuerdo o en desacuerdo, es tan trascendente como invisible y transparente.

    La dualidad es el punto en el que la mente no puede escoger, no entiende y llega a una contradicción racional y a una convicción espiritual. Es cierto, Dios está afuera y adentro. Es cierto, la vida está ya toda escrita y la esencia de la vida es la libertad en forma de pluma, tinta y papel. Es cierto, la felicidad es reír y llorar. La dualidad, como el amor, es para vivirla, no para pensarla; irónico, tampoco debería ser para escribirla. La dualidad en palabras no se puede expresar o definir, aunque se le puede evocar. Es ese deseo de cambiar que se hace real solo cuando dejo de intentar cambiar y me doy cuenta de que siempre estoy cambiando, y que nunca termino de ser fuente inmutable y eterna. Es escribir un libro en novela, cuento, crónica, memoir, reportaje, poema, haiku; donde al abrirse en cualquier página se comprenda el mensaje y, sin embargo, solo al leerlo completo una y otra vez se entienda verdaderamente. Solo se comprende a la vida y a la dualidad cerrando el libro y abriendo las puertas, olvidando las palabras, viviéndolas, siéndolas, respirándolas, penetrándolas, no leyéndolas… Aunque bien puede ser, qué más desearía mi ego y mi corazón que este libro te baje los pantalones o te asfixie los pulmones.

    Porque la dualidad es ese suspiro de tranquilidad, esa sospecha hecha realidad que te confirma, no hay un mandato divino, ni siquiera uno interno y mezquino de lo que se debe hacer. Y es también esa zozobra y sorpresa ansiosa que se ahoga de ver pasar el tiempo, de ver llegar la muerte y de preguntarnos vencidos ¿qué pasó?, ¿por qué no hice nada de esta vida que ya fue?, ¿por qué tengo miedo de esta muerte que hoy viene? La dualidad libera y condena. Sopla ese aire de saber con el corazón que todo es ilusión, que el juego de la vida no se acaba, ni siquiera en la muerte. Si acaso en la mente, apenas decido mandar todo a la mierda, al vacío, al cenicero; por un instante de respirar, sonreír, decidir ser feliz sin razón a su lado, en su hogar o en su cuerpo. Me asfixia porque me quita toda opción de decidir, me hace sentir marioneta. ¿No hay nada más allá del péndulo de la dualidad?, ¿hay algo diferente que trascienda la dualidad entre rechazar y aceptar?, ¿entre dar y recibir?, ¿entre la vida y la muerte tendré que moverme eternamente?, ¿por qué solo Dios puede estar fuera de la vida y la muerte, y por qué, incluso si él (o ella) eligió ser todo lo que es, incluyéndome a mí, no permitió que mi consciencia lo experimentara a voluntad? El inicio, la verdad, el final… ¿O seré yo que no me doy cuenta, que aquí y ahora soy nada, y a la vez ya soy todo?

    La dualidad es cuando te preguntan si quieres ser hippie y vivir en las montañas, o millonario y vivir en un pent-house, y respondes «ambas». La dualidad es cuando te preguntan si quieres exclusividad y monogamia, o libertad y poligamia, y respondes «ambas». Es cuando sales de la trampa del lenguaje, te entregas al caos y te das cuenta de que son las dos. Siempre son las dos opciones que pensabas eran excluyentes, pero que cuando las juntas se vuelven unidad… y vuelves a empezar.

    La dualidad es aceptar el rechazo insuperable del presente, que se vuelve amigable con el tiempo, después de años y baños de lágrimas y viajes. El rechazo que para ella fue sencillo y cotidiano, y que para mí fue profundo y extraordinario. Es obstinadamente, rechazar al rechazo y recibirlo una vez más, de alguien distinto. Y por si hay dudas otra vez, recibirlo de quien estás absolutamente seguro de que sí es, pero ella decide eventualmente que «contigo no fue» y de repente no es. Es llorar, celebrar, sentir, bailar y hacer el amor con uno mismo hasta que, no por arte de magia ni de golpe, sino con proceso y tiempo, ves lo que ella rechazaba y también lo rechazas, y la entiendes; pero también ves lo que ella no vio y la rechazas para siempre.

    Es el amor que más ama cuando más te aman y se aleja sin queja cuando te dejan. No es el que persiste y se apega cuando te hacen sufrir, y se ausenta infantil e inmaduro cuando por fin te aman y te besan. Es aceptar y rechazar para amar en dualidad.

    «La dualidad en dos»

    Me tomaré ahora unos párrafos de tu tiempo para hablar específicamente de la dualidad en el amor, e introducir a los personajes y la historia que te quiero contar, porque estas no pueden ser solo reflexiones y lecciones sin chisme y drama, eso se lo dejamos a los filósofos.

    Un día vas por la vía, puede ser por la calle o por WhatsApp, la consciencia atenta a la vida y recibes una serie de sincronías: El tipo del parque tiene un perro con el mismo nombre de tu signo zodiacal, «Aries»; la hermana de tu vecino nació el 11 de noviembre a las 11:11 a. m., y tú naciste el 7 de julio a las 07:07 p. m.; tu abuela, tu referente de hogar y autoridad femenina, muere en la misma fecha del cumpleaños de Lita. Lita, la piscis del 25 de febrero, la madre de los hijos que ya no tuvimos. Lita, Lita, Lita… que fue completa y se presentaba sencilla, que ya solo será deseo de futuro en recuerdos huérfanos, cada vez más valiosos y menos probables. Porque ahora Lita es feliz en otra escena, con otro protagonista, deseando aún la misma felicidad para mí, pero sin ella.

    La dualidad me ocurrió cuando rechacé a esa mujer completa, profunda y sensual: Lita. Lo era tanto que aún la deseo estando ahora enamorado de la mujer de mis vidas (Anandre, la cumbiera espiritual), aún deseo y lamento a Lita. Era tan completa, compleja y deliciosa que, dualmente, era también sencilla e inocente. La dejé ir (o me dejé escapar) por una mujer que aún no se conocía a sí misma y, por supuesto, no tenía tiempo de conocerme a mí. Si Lita era profunda y sensual, Magdalena era superficial y plana, aunque ese no era el problema.

    Magdalena también era especial y, aunque superficial, igual me ahogué encontrando su profundidad. Quizá no le di la talla, ni a su mente, ni a sus piernas, ni a su entraña. Magdalena era una mujer que celebraba en los bares, los parques y restaurantes con la música y las energías de otros seres con quienes yo no resonaba. Seres más jóvenes y, al mismo tiempo, educados en una crianza mucho más refinada que la mía, lo cual les hacía más libres, arriesgados y vivos. Una mujer difícil de seducir y encantar, una mujer que, en silencio esperando un ascensor, cuando inevitablemente hay que volver o escapar de la pareja, en lugar de abrazarme, tomarme la mano o al menos mirarme con ojos de amor y atención, decidía soltarme y mirar su teléfono para estar sin mí, pero en mi presencia. En esos instantes de vacío y ocio, ella prefería estar sin nosotros para estar con Instagram, esperando con ojos de avidez y aburrimiento en la pantalla, mientras el ascensor empujaba fuerte el presente con su espacio corto y movimiento lento. Magdalena era una mujer que cuando tenía sus orgasmos, me sonreía complacida y sin preguntar si yo había gozado o no, convencida en su deber de disfrutar para ella, me decía «buenas noches, Bobbie». Una mujer que, dualmente, también era compleja, sensible e inteligente.

    Lo curioso, lo dual, ocurrió en varios sentidos y sinsentidos. Con las dos, Lita y Magdalena, tuve un periodo de despedida y transición que ocurrió al tiempo, salí con las dos a la vez. Con Lita pasé más de 3 años de mi vida y, si había una pelea en el día, igual a la noche todo terminaba en armonía. Siempre era su responsabilidad entenderme y expresarse, hablar y escuchar, hacer todo para que existiera hogar en la relación. El sexo de reconciliación era tan bueno como el sexo de lunes en la noche. Ella respiraba, sudaba, bailaba, simplemente me lamía el corazón y la piel, se zambullía en la cama sin reparo, sin mirar el fondo ni el vacío, se hundía con su cuerpo y osadía, y me lamía y relamía, y yo gemía. Su voz, sus piernas y mi lengua se llenaban de lluvia, de jabón líquido caliente, ardiente, que ella después descargaba en forma de gotas de placer, que se transformaban en chorros celestiales de deseos evidentes, inocentes, de no querer salir de dentro de ella y de soltar mi esencia solo en ella.

    Con Magdalena, por el contrario, pasé poco menos de tres meses. Fue tan intenso (o insulso, o rápido de aprender, o vacío de disfrutar), que ella tomó la decisión sin duda y con alegría. Decisión que yo debí tomar también, una buena decisión que nos ahorró tiempo a los dos, una relación que, en pocos meses, me mostró fugazmente lo que nunca viví con ella ni con Lita en varios años. ¿Qué tenía por aprender, por vivir a su lado?, ¿por qué abandonar a quien el corazón sabe que es hogar, para ir a quemarse en una oscura vanidad espiritual? Lita era menuda, blanca, de pelo y ojos negros, compacta en sus senos grandes y abundantes, de vientre justo y caliente. También era compacta en su mente, pero abierta en su alma y en el corazón especialmente. Magdalena en cambio era alta, bronceada, pelo castaño y ondulado, ojos aceituna y miel dependiendo del sol o la oscuridad que hiciera por fuera y por dentro. Sus senos eran pequeños, pero sus piernas largas y sueltas, como también lo era su vientre donde me sentí varias veces perdido, rendido y ahogado. Su alma sí coincidía con la de Lita, también abierta y profunda, pero su corazón al menos para mí, o para mi gusto, cerrado con candado, con un espejo grande y pesado donde, buscándola a ella, me encontré a mí.

    Hasta ahora sonaría como si la buena fuera Lita y la mala Magdalena, pero lo contrario también podría ser, y con toda razón, con toda intuición, porque ellas no eran buenas ni malas, eran suficientes y necesarias. Era yo conociendo mi oscuridad en forma de escorpión que pica y que conduce a la esencia del veneno propio. No eran malas ni buenas, aunque Lita sería en otras vidas la que yo en esta, pero con más huevos, sí sabría amar; y Magdalena sería

    ¿Disfrutas la vista previa?
    Página 1 de 1