Digestivos cervantinos
Por Ignacio Padilla
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Ignacio Padilla
Ignacio Padilla (Ciudad de México, 1968) es licenciado en Comunicación por la Universidad Iberoamericana, maestro en Letras inglesas por la Universidad de Edimburgo, y doctor en Filología por la Universidad de Salamanca, donde defendió la tesis "El diablo y lo diabólico en la obra de Miguel de Cervantes". Su obra dramática, ensayística y narrativa ha sido traducida a más de quince idiomas y le ha granjeado una docena de premios internacionales, entre ellos, el Premio Málaga de Ensayo 2008 por La vida íntima de los encendedores; Almadía, Premio Luis Cardoza y Aragón de Crítica de Artes Plásticas 2008 por Arte y olvido del terremoto; Premio Iberoamericano de Ensayo y Debate-Casa América 2010 por La isla de las tribus perdidas. Ha sido becario de la John Simon Guggenheim Foundation y es miembro del Sistema Nacional de Creadores, así como investigador del Centro de Estudios Cervantinos y miembro correspondiente de la Academia Mexicana de la Lengua. Actualmente es profesor de tiempo completo en la Universidad Iberoamericana.
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Digestivos cervantinos - Ignacio Padilla
A la memoria de don Eulalio Ferrer,
sabio encantador.
PRESENTACIÓN
SOY POR FORTUNA UN lector tardío de la obra de Cervantes. Lo celebro porque estoy convencido de que hay un tiempo y una edad para deslumbrarse con determinados libros. Mi padre se empeñó siempre, con entusiasmo y sin éxito, en que leyese el Quijote a una edad en la que sólo estaba preparado para deslumbrarme con otros libros. La obra de Cervantes tuvo que esperar pacientemente a que mi espíritu la necesitase, a que mi humor la comprendiese y la celebrase en su auténtica grandeza. En Escocia y a los veinticinco me llegó por fin ese día feliz. Y todavía festejo. Experimento cotidianamente la sorpresa que entonces sembró en mí el Quijote así como las paradojas, a veces trágicas y a veces cómicas, que el cervantismo en general me tenía deparadas.
Siempre he dicho que escribo por amor y por venganza. Con cada línea de mis novelas, cuentos, ensayos y obras teatrales he deseado de todo corazón provocar en otros el asombro, el miedo, el placer que en mí han provocado ciertos libros, ciertos autores. Con la obra de Miguel de Cervantes añado la gratitud al amor y a la venganza. De buena cuna es mostrarse agradecido, y yo no quiero hacerlo menos con la obra de Cervantes. Estos textos, como las clases que día con día perpetro en honor al alcalaíno, son parte de esa muestra de gratitud, un alarde, acaso, que vengo haciendo ya desde hace algunos años, con libros y ensayos consagrados a la obra de este autor.
Estos textos fueron realizados, pulidos y concluidos con el apoyo del Centro de Estudios Cervantinos, institución entrañable no sólo por consagrarse a quien se consagra, sino por ser una de las muchas hijas de la generosidad de Eulalio Ferrer, admirado maestro y amigo, cervantista como debe ser: entusiasta primero por la pasión y la existencia, y luego por la simple inteligencia. A él dedico, debo y agradezco cuanto en vida hizo por mi camino en el cervantismo y por lo que seguirán haciendo su memoria y su legado por el cervantismo en general.
Estos textos han sido presentados ya, de manera parcial, en diversos coloquios y espacios consagrados a la experiencia de la lectura cervantina, los más de ellos vinculados con Guanajuato, con Cervantes y con Eulalio Ferrer. La Universidad Nacional Autónoma de México y la Universidad de Guanajuato albergaron generosamente un par de ellos, y no menos lo hizo en su momento el Coloquio Cervantino en la misma ciudad. Otros fueron publicados en la revista Revuelta, de la Universidad de las Américas, y alguno más ha pasado ya por espacios de América Central y de la patria que albergó primero a Cervantes. A todos ellos, mi gratitud.
La aritmética de Cervantes
EL PROBLEMA DE TRAER siempre las orejas puestas, sugiere Quino en boca de Felipito, es que nunca estamos a salvo de escuchar las cosas más increíbles. Quien haya navegado por las aguas procelosas del cervantismo, entenderá perfectamente a qué se refiere el humorista argentino. Es más: me atrevo a decir que quienquiera que este año haya tenido las orejas puestas habrá escuchado una cantidad ingente de sandeces sobre el desastrado Manco de Lepanto y sus más célebres criaturas. Bien es cierto que también se han hecho comentarios lúcidos o por lo menos sensatos. Me parece, sin embargo, que en materia cervantina, acaso más que en ninguna otra, una zarandaja dicha mil veces puede y suele convertirse en socrática sentencia.
Decía Borges que el abuso de la exégesis habría convertido a William Shakespeare en una suerte de agujero negro que lo atrae todo, inclusive la luz, de modo que ahora, por no reflejar, ya no refleja nada. Ignoro hasta qué punto Miguel de Cervantes y su obra compartan este trágico destino. Si aún no son agujeros negros, están muy cerca de serlo. Por lo pronto, parecen más bien espejos cóncavos, dispuestos como nunca antes a reflejar sólo lo peor de sus interpretaciones, sus mil lecturas acomodaticias, políticamente correctas, anacrónicamente idealistas, mediáticamente zafias, resueltamente cegadoras.
Para nadie es secreto que mi contribución en este orden al año cervantino ha sido una quijotada con visos de antiquijotesca. Orgullosamente reconozco mi culpa y lo vano de mi cruzada. Acepto que he escrito duramente contra el Hombre de la Mancha, contra la imagen romántica que tenemos de don Quijote e inclusive contra la idea de un Cervantes impoluto, dechado de virtudes, incontrovertible santo del erasmismo. En cambio, he defendido a ultranza y de balde lo mismo a don Quijote y a su autor como seres inconsistentes, tan tiernos como despóticos, tan valientes como cobardes, tan aptos para la grandeza como para la miseria. He defendido, en fin, su humanidad, no por hacerles menos, sino porque verles imperfectos me permite admirarles mucho más que si fuesen paladines del liberalismo, superhombres contra la superstición, acartonados íconos del zapatismo, amantes franciscanos de los animales o alegoría de lo que se guste y mande.
Esta imperfección, estas contradicciones, se encuentran en todos los aspectos de la vida y de la obra de Miguel de Cervantes: en su pensamiento, en su estilo, en su religiosidad, en sus personajes. Se encuentran sobre todo en su humanismo. Nos hemos acostumbrado a creer que Cervantes era un coherente y perfecto defensor del humanismo erasmista. Olvidamos, sin embargo, que incluso Erasmo era un dechado de contradicciones, las cuales se transmiten hasta Cervantes a través de sus maestros, especialmente jesuitas, cuyo humanismo es también contradictorio, siempre a medio camino entre el reformismo católico y el contrarreformismo tridentino. Esto hace que Cervantes sea un hombre en constante conflicto, aferrado a un modelo que él piensa consistente, pero que en realidad no lo es. Consecuencia de ello es que su obra no se entienda: en realidad, no puede entenderse porque el único sistema válido para entenderla es el propio Cervantes, un ser imperfecto, en conflicto, lleno de errores, a veces incluso un patán. Acostumbrados a ver todo en extremos, el mundo se divide en acusadores y defensores, ninguno de los cuales es del todo justo, ninguno equilibrado. Para demostrarlo, empujo a Cervantes, su pensamiento y su obra al banquillo de los acusados.
Sostiene el primer fiscal que el acusado es un ludópata confeso, un valentón impenitente y asiduo parroquiano de tabernas de mala nota. Numerosos testigos y documentos debidamente autenticados confirman que se trata de un individuo sin oficio estable, un antiguo combatiente que ha pasado la mitad de su vida asediado por deudas y la otra mitad mantenido por las mujeres de su familia, cuyo ejercicio busconas es bien conocido. Consta asimismo que, en su juventud, el acusado huyó del país para evitar que le fuese amputada la mano derecha, condena a la que se hizo acreedor por haber acuchillado a un albañil en cierta riña callejera. Desde que regresó, el sobredicho ha abandonado a los suyos en numerosas ocasiones, ha falseado por escrito su hidalguía, ha sido dos veces excomulgado y ha debido comparecer otras tres ante la justicia para responder a diversos cargos de abuso de confianza cuando era comisario recaudador de las galeras reales.
Como si nada de esto bastase para condenarle, esta vez el acusado se declara culpable de los nuevos cargos de malversación de fondos públicos