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Mision y Escape durante la Guerra Fria: Lado desconocido contado de primera mano  por Hector G. Aguililla Exdiplomatico cubano exiliado en los Estados Unidos
Mision y Escape durante la Guerra Fria: Lado desconocido contado de primera mano  por Hector G. Aguililla Exdiplomatico cubano exiliado en los Estados Unidos
Mision y Escape durante la Guerra Fria: Lado desconocido contado de primera mano  por Hector G. Aguililla Exdiplomatico cubano exiliado en los Estados Unidos
Libro electrónico249 páginas3 horas

Mision y Escape durante la Guerra Fria: Lado desconocido contado de primera mano por Hector G. Aguililla Exdiplomatico cubano exiliado en los Estados Unidos

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En estas fascinantes memorias personales de un exdiplomatico cubano de alto rango, se dan a conocer hechos de las relaciones internacionales, que muchas veces se mantienen envueltos de una mistica oculta para el publico. Se pone al descubierto el uso de la diplomacia como medio para realizar operaciones especiales encubiertas y, en particular, suministros de armas y entrenamientos militares por parte de Cuba a las narcoguerrillas latinoamericanas asi como su presencia militar poco divulgada en Siria durante la guerra de Yom Kippur en 1973.

Relata de primera mano sucesos secretos o poco conocidos, ocurridos durante la guerra fria, donde la diplomacia, el espionaje, el trafico de armas y la intervencion militar se entrelazan en la injerencia de los asuntos de otros estados, principalmente en el Medio Oriente, Africa y America Latina.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento19 nov 2021
ISBN9781662492280
Mision y Escape durante la Guerra Fria: Lado desconocido contado de primera mano  por Hector G. Aguililla Exdiplomatico cubano exiliado en los Estados Unidos

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    Mision y Escape durante la Guerra Fria - Héctor G. Aguililla

    cover.jpg

    Misión y Escape durante la

    Guerra Fría

    Lado desconocido contado de primera mano

    por Héctor G. Aguililla,

    Exdiplomático cubano exiliado en los Estados Unidos

    Héctor G. Aguililla

    Derechos de autor © 2021 Héctor G. Aguililla

    Todos los derechos reservados

    Primera Edición

    PAGE PUBLISHING, INC.

    Conneaut Lake, PA

    Primera publicación original de Page Publishing 2021

    ISBN 978-1-66249-230-3 (Versión Impresa)

    ISBN 978-1-66249-228-0 (Versión electrónica)

    Libro impreso en Los Estados Unidos de América

    A mis difuntos padres, Héctor M. Aguililla Diéguez y Gioconda A. Saladrigas Casañas, que Dios los tenga en la gloria.

    Para mi adorable esposa, Miriam Aguililla, y mis queridos hijos, Maitelis y Héctor Eduardo Aguililla.

    Y a mis brillantes cinco nietos.

    Epígrafe

    En los momentos de crisis, solo la imaginación es más importante que el conocimiento.

    Albert Einstein

    Haz el amor y no la guerra.

    John Lennon

    Agradecimientos

    A mi querida esposa, Miriam Aguililla (Mirita), por haberme dado toda su ayuda incondicional aportando sugerencias, datos y opiniones en todo momento.

    Igualmente a mi hija Maitelis (Maite), por apoyar mi propósito, y a mi hijo Héctor Eduardo (Eddy), que sin ser un editor, pero sí un buen auditor, hizo una auditoría a mi obra y la enriqueció con sus agudas observaciones y proposiciones.

    Prólogo

    Producto de vivencias poco comunes en parte de mi vida, mientras era diplomático cubano, me sentí motivado para escribir mis memorias en esta novela narrativa. En ella entrelazo la experiencia diplomática con mi participación en algunas operaciones especiales encubiertas y el escape de un régimen dictatorial en busca de la libertad y la democracia para el futuro de mi familia.

    Adopté el seudónimo de Javier, al ser reclutado por la Dirección General de Contrainteligencia (DGCI) y la Dirección General de Seguridad del Estado (DGSE), por cerca de un año en el trabajo con el cuerpo diplomático en Cuba, antes de salir en diciembre de 1976, por primera vez, al Servicio Exterior. Después, fui el agente Halcón para la Dirección de Inteligencia Militar (DIM) durante algunos años de mi misión en Siria, que duró por 7 años, hasta 1984. Y en los Estados Unidos, a partir del año 1988, adopté legalmente, por medio de la CIA, el nombre de Michael Fernández para protección. Regresé 7 años después, en 1995, a mi nombre de nacimiento, Héctor Gustavo Aguililla Saladrigas.

    Finalmente, al obtener la ciudadanía estadounidense me quedé legalmente con el nombre de Héctor Gustavo Aguililla.

    Fui miembro del Servicio Exterior cubano en Siria, Irán y Kuwait. También trabajé en los Departamentos Jurídico, de Organismos Internacionales, de Asia y Oceanía y de África Norte y Medio Oriente del Ministerio de Relaciones Exteriores por quince años.

    La mayor parte de la narrativa de este libro se desarrolla en la República Árabe de Siria, donde estuve acreditado como agente diplomático en una misión por 7 años y 3 meses, otra parte en la República Islámica de Irán por un poco más de 2 años y en el Estado de Kuwait por 4 meses.

    De tránsito en Madrid hacia mi última designación diplomática en la Embajada cubana en Madagascar, como Primer Secretario y Segundo Jefe de la Misión, me asilé con mi familia en la Embajada de los Estados Unidos en Madrid, en octubre de 1988. Venía, procedente de La Habana, junto con mi esposa, nombrada de nacimiento, Miriam Rodríguez Varela, y mis dos hijos, Maitelis y Héctor Eduardo.

    Dos semanas después de haber escapado del Gobierno totalitario de Cuba, llegábamos a los Estados Unidos de América procedentes de Frankfurt, en uno de sus aviones militares, a la Base Aérea Andrew en Maryland, conocida como la Base Aérea del Presidente.

    En este relato trato de mantener la atención del lector en una narración llena de revelaciones de sucesos reales, pocos conocidos, que suelen ser ocultos y, a veces, envueltos en una mística.

    Describo años intensos de mi vida en los que disfruté enormemente muchos momentos de placer, de eventos culturales, de aventuras, de sacrificios y, en ocasiones, hasta de peligros de muerte.

    No es fácil para una persona que ha sido protagonista y partícipe de acciones y sucesos relevantes, y hasta de carácter histórico, adaptarse a una nueva vida promedio.

    Estas memorias las escribí originalmente con nombres ficticios después de transcurridos más de veinte años de los sucesos, pero aun así las mantuve engavetadas por diez años más. Finalmente, con el pasar del tiempo, decidí terminarlas con los hechos y nombres verdaderos de sus personajes. No obstante, siempre quedaron algunas pocas informaciones y datos que no consideré prudente revelar.

    En el primer capítulo cuento sobre el emotivo escape con mi familia en Madrid, España, y en el tercero hago una retrospectiva sobre mis primeros pasos como diplomático cubano en Siria, cuya parte antigua de su capital, Damasco, tiene seis mil años de existencia. Ofrezco, brevemente, una descripción general de ese interesante país árabe y narro mis actividades oficiales y encubiertas, así como visitas a varias ciudades del interior y a uno de sus países vecinos, El Líbano.

    Después, más adelante, en el sexto capítulo, hago otra retrospectiva desde mis inicios cuando era estudiante, que fui seleccionado para estudiar en el Instituto Superior de Relaciones Internacionales. Y, posteriormente, en el noveno, los planes para huir de Cuba. En otros capítulos más actividades de inteligencia y tráfico de armas y, por último, en los Estados Unidos, con la CIA y el FBI.

    Mis intenciones como autor son que el lector pueda disfrutar mis memorias placenteramente y, a la vez, facilitarle algunas informaciones históricas, políticas, culturales y religiosas de interés.

    Obviamente incluyo en la obra una denuncia a la dictadura totalitaria de Cuba y su diabólica política exterior de injerencia e intervención en diferentes partes del mundo.

    I

    Escape en Madrid

    1988. Ayudamos a mi hija mayor, Maitelis, a organizar una fiesta de despedida que quiso hacer por su propia iniciativa en nuestra casa de la playa de Jaimanitas, ciudad de La Habana. Ella y nuestro hijo menor, Eddy, entonces con 13 y 10 años de edad respectivamente, desconocían nuestros planes ocultos de huir de Cuba.

    Maitelis invitó a un grupo de amigos de su escuela y otros del barrio, pero era bien popular y se regó la noticia como pólvora. Asistieron una cantidad impresionante de jóvenes. No solo se llenó la casa y el portal, sino que se bailaba hasta en la calle.

    Una vecina del barrio, informante de la seguridad del estado, llamó a la policía. Cuando esta última llegó, me acerqué a los oficiales y me preguntaron que si había algún problema. Les dije que yo tenía un permiso que saqué para hacer la fiesta (de la propia policía), y que los jóvenes solo estaban bailando y divirtiéndose. Entonces los oficiales se despidieron y se fueron.

    El 10 de octubre de 1988 parqueó en la rampa de entrada de la casa un auto negro del Protocolo del Ministerio de Relaciones Exteriores para llevarnos al aeropuerto. Nos despedimos de los familiares y amistades que se reunieron para decirnos adiós.

    La vecina informante de la Seguridad se acercó al auto, cuando ya estábamos listos para partir, y nos dijo:

    —Van a cumplir una nueva Misión de la revolución, les deseo éxitos. ¡Ustedes son el futuro de nuestra patria!

    Mirita y yo tuvimos que hacer un esfuerzo para no echarnos a reír. Por su lado mi hija Maitelis, ya dentro del auto, comentó en voz alta:

    —Me parece que me están raptando.

    Nos quedamos un poco atónitos mi esposa y yo, pues, la niña estaba ajena a nuestros planes de huida, pero al parecer algún sentido le indicó que algo extraño estaba sucediendo o, tal vez, fue simplemente un ingenuo comentario.

    En aquellos momentos, debido a remodelaciones que le estaban haciendo al Aeropuerto Internacional en Rancho Boyeros, se despachaban a los pasajeros primero en otro lugar, de donde los llevaban en ómnibus al aeropuerto. El lugar, casualmente, fue el mismo donde se había celebrado mi fiesta de graduación hacía casi 14 años, el Parque Río Cristal.

    Nos acompañaron en otro carro mis padres y mi cuñado, Francisco Chaviano. Este último estaba al tanto de nuestras intenciones.

    En Río Cristal, una vez que despachamos las maletas y nos chequearon los pasajes y pasaportes, nos despedimos de nuestros familiares que nos habían acompañado. Chaviano nos miraba y, de vez en cuando, sonreía en complicidad con nosotros. Estábamos un poco nerviosos porque siempre temíamos que nos podían haber descubierto de alguna manera y que, a última hora, nos pararían la salida.

    Nos trasladamos, finalmente, al Aeropuerto Internacional José Martí, desde donde tomamos un vuelo de cubana de aviación el 10 de octubre de 1988 con destino a Madrid, España.

    En el avión, Mirita y yo sonreíamos de alegría, conscientes de que aún nos faltaba dar el paso final de nuestro objetivo. Junto con nosotros viajaba el Sr. Prieto, funcionario, igual que yo, del Ministerio de Relaciones Exteriores, y su esposa, a quienes debíamos acompañar durante el tránsito en Madrid. Por un lado, la idea era que nosotros le sirviéramos de guía por ser el primer viaje de ellos al extranjero, y por otro, usaban a Prieto, que era militante del PCC, para vigilarnos.

    Llegamos al Aeropuerto Internacional de Barajas, Madrid, ya siendo 11 de octubre, por la diferencia de horarios.

    Traté de dejar todas nuestras valijas en consignas en el aeropuerto mientras estábamos de tránsito, para evitar que estorbaran nuestros movimientos en el escape, pero cuando le estaba diciendo a la familia Prieto que me esperaran, escucho la voz de nuestro Director Ulises Estrada, quien, sorpresivamente, me llamó:

    —Aguililla, ¿a dónde vas?

    Sin demostrarle mi sorpresa y temor, con sangre fría le respondí:

    —Ulises voy a Consignas, para dejar las valijas mientras hacemos el tránsito aquí en Madrid para ahorrar en el costo del taxi y movernos más fácil con los niños.

    —Ya hace un tiempo no ofrecen ese servicio en este aeropuerto —dijo Ulises.

    —Bueno, entonces tendremos que pagar más por el taxi, porque cobran extra por las valijas, no nos queda otra opción —le dije, y me puse a sacar cuentas en una calculadora.

    —¿A qué hotel piensan ir? —volvió a preguntar Ulises.

    Rápidamente pensé que lo mejor era decirle la verdad, en cuanto a dónde íbamos a alojarnos, por si chequeaba posteriormente no fuera a levantar sospecha.

    —Aunque acostumbramos usar casi siempre lugares económicos como el Hotel Moderno, el Monte Sol o el Arosa, esta vez queremos ir al Hotel Coloso, porque se encuentra también relativamente cerca de la Puerta del Sol y de las grandes tiendas por departamento como Galerías Preciados y el Corte Inglés —le respondí.

    —Sí —comentó Ulises—, yo lo conozco, yo me he alojado ahí, es un buen lugar. Llévate a Prieto y su esposa contigo.

    —Seguro, no se preocupe, están en buenas manos —le dije—. Yo no sabía que usted venía en el mismo avión nuestro. ¿Qué hace por aquí?

    Me di cuenta de que Ulises había venido en clase de primera y había subido a nuestro avión en La Habana, a través de la vía de protocolo, sin llamar la atención y sin decirnos nada a nosotros. No por gusto en la CIA le llamaban la pantera negra.

    —Voy a Argel, a participar en una reunión de la Comisión Mixta de Colaboración Económica entre Argelia y Cuba —respondió.

    -—Buena suerte, seguro le va a ir bien —concluí.

    Acto seguido, nos dirigimos a tomar los taxis con el equipaje. Monté primero a Prieto y su esposa en uno, diciéndole al chofer el destino y que siguiera nuestro auto, así Prieto no sospecharía nada. Mirita, los niños y yo, tomamos otro taxi.

    En el camino hacia el hotel nos percatamos en conversación con el chofer, que el día siguiente era 12 de octubre, fiesta nacional en España por el Descubrimiento de América y el nacimiento del Imperio Español.

    Supuse que la Embajada de los Estados Unidos estaría cerrada. Por lo general, las misiones diplomáticas respetan las fechas feriadas del país anfitrión.

    Al ver que no podría llevar a cabo mi plan de fuga al día siguiente de mi llegada, como inicialmente yo lo tenía concebido, mi cerebro comenzó a trabajar a un millón de revoluciones por segundo. Se me ocurrió que, tal vez, podía sobornar al taxista ofreciéndole un billete de 100 dólares para que perdiera de vista el otro taxi que nos seguía y que se dirigiera directamente a la embajada americana. Al mostrarle el billete disimuladamente a Mirita y hacerle señas sobre mis intenciones, ésta me respondió con otra seña negativamente desaprobando mi idea. Como estábamos con los niños la descarté.

    Llegamos alrededor de la 1:00 p.m. al hotel y alquilamos tres habitaciones en el segundo piso. Casualmente la habitación que ocuparon Prieto y su esposa se encontraba ubicada frente al elevador y las escaleras, y las dos nuestras al final del pasillo.

    —Prieto —le dije—, lo mejor que podemos hacer ahora es dormir unas horas para descansar del largo viaje — (10 horas de vuelo)— y a las 4:00 p.m. podemos salir de compras. Aquí en Madrid la mayoría de los comercios cierran al mediodía y reabren a las 4:00 p.m. hasta las 9:00 p.m.

    —De acuerdo —respondió Prieto— nosotros también tenemos sueño y con lo que comimos en el avión no tenemos apetito.

    Una vez en la habitación le dije a Mirita que chequeara que los maletines de mano, con los que habíamos planeado escapar, tuvieran lo más esencial, pues, yo iría a hacer una llamada por teléfono fuera del hotel.

    Tuve que caminar varias cuadras hasta encontrar unos teléfonos públicos. Todos estaban ocupados, pero esperé y tomé uno. Me preocupó un poco el hecho de que había cerca de mí un Señor que se tocaba frecuentemente la parte de atrás de una oreja, donde se notaba un bulto, que me hizo pensar que podía ser un equipo de escucha, pero enseguida me calmé. Si estaban vigilando a alguien no era a mí, pues, es imposible que hayan ubicado a alguien allí a esperarme, ya que yo había ido de manera imprevista a ese lugar.

    Una vez que logré comunicarme telefónicamente con la Embajada norteamericana allí en Madrid, el diálogo fue el siguiente:

    —Embajada de los Estados Unidos. ¡Buenas tardes! ¿Cómo podemos asistirlo?

    —Por favor, pudiera hablar con su Excelencia, el señor Embajador, Reginald Bartholomew —dije.

    —¿Señor, puedo saber quién lo solicita? —preguntó mi interlocutor.

    —Sí, dígale que es un diplomático latinoamericano amigo suyo, que está de tránsito aquí en Madrid —le dije.

    —Bien, le voy a comunicar con el secretario personal del señor Embajador, espere un momento por favor —respondió.

    —Lo siento, pero el Sr. Embajador no se encuentra aquí en estos momentos. Si lo desea, puede dejarle conmigo un mensaje, yo soy su secretario personal. Me puede decir ¿cuál es su nombre? —respondió finalmente su secretario.

    —Mi nombre es Héctor Aguililla Saladrigas, soy Primer Secretario del Servicio Exterior de la República de Cuba, me encuentro de tránsito aquí en Madrid con destino a Madagascar, pero quiero solicitar asilo político en su Embajada con mi esposa y mis dos hijos.

    —Permítame un momento Sr. Héctor para consultar a la persona que se encarga de esos asuntos —dijo el secretario, quien en un momento breve me peguntó—: ¿Qué tiempo les tomaría a ustedes llegar a la Embajada?

    —Necesito que ustedes me envíen al hotel dos autos, precisé, uno que me permita salir rápido con mi familia del hotel y otro para que se quede recogiendo nuestro equipaje.

    —Héctor, lo siento, pero la persona encargada de estos asuntos no se encuentra en la embajada en estos momentos como le dije, ¿ustedes podrían usar un taxi? —me preguntó.

    —Sí, por supuesto, podemos tomar un taxi —respondí.

    —¿Qué tiempo les tomará llegar a la Embajada? —volvió a preguntar.

    —Estimo que estaremos allá en unos 45 minutos. Recuerde, voy con mi esposa y mis dos hijos. ¿Por quién puedo preguntar cuando llegue?

    —Pregunte por Pedro, estaré esperándolo en la entrada.

    Colgué y sentí un alivio, ya que esa conversación para mí era el paso clave de un salto a la libertad. Miré a mí alrededor, allí seguía el personaje que, sospechosamente, se oprimía el tronco de la oreja, pero no vi nada anormal y regresé al hotel El Coloso, donde me esperaba ansiosamente Mirita.

    Al llegar al hotel le dije al empleado de la recepción que nos íbamos a ausentar por unos días, porque iríamos a visitar a unos amigos fuera de Madrid, que dejaríamos las valijas en el cuarto y que, por favor, no se las fuera a entregar a nadie, ni siquiera a los propios funcionarios de mi Embajada si vinieran por aquí, ya que nosotros regresaríamos —agregué—. Y, por favor, llámenos un taxi, que salimos en 10 minutos.

    Ya Mirita me esperaba lista con los maletines de

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