El desafío de la revolución digital a la Iglesia: XXXII Semana de Estudios de Teología Pastoral
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El desafío de la revolución digital a la Iglesia - Instituto Superior de Pastoral Universidad Pontificia de Salamanca
Contenido
Presentación
Juan Pablo García Maestro, OSST
COORDINADOR DE LA XXXII SEMANA DE TEOLOGÍA PASTORAL
I
PONENCIAS
¿Caminamos hacia un futuro posthumano?
Sara Lumbreras
INSTITUTO DE INVESTIGACIÓN TECNOLÓGICA, UNIVERSIDAD PONTIFICIA COMILLAS (MADRID)
Luces y sombras de la cultura digital
Jesús Rojano Martínez
INSTITUTO SUPERIOR DE PASTORAL (UPSA-MADRID)
El desafío de la revolución digital a la Iglesia. Análisis eclesiológico
Jesús Martínez Gordo
FACULTAD DE TEOLOGÍA DEL NORTE DE ESPAÑA (VITORIA)
II
MESA REDONDA
La revolución digital desde distintas culturas
Ester Palma
COREA
La revolución digital y la Iglesia hoy, una historia parroquial al sur de California
Padre Juan Bernardo Navarro
DIÓCESIS DE ORANGE, CALIFORNIA
Semana Teológica Juan XIII
Fr. Lawrence Muthee, SVD
TANZANIA
Internet como modo de existencia
Fray Abel de Jesús
ESPAÑA
III
ACTO ACADÉMICO EN MEMORIA DEL PROFESOR JUAN MARTÍN VELASCO
Presentación del Acto académico
Lorenzo de Santos
DIRECTOR DEL INSTITUTO SUPERIOR DE PASTORAL
Saludo del arzobispo de Madrid
Cardenal Carlos Osoro
Palabras de Francisco García
DECANO DE LA FACULTAD DE TEOLOGÍA UPSA
La oración como vida mística
Miguel García-Baró
Juan Martín Velasco: una presencia inolvidable en el Instituto Superior de Pastoral
Felisa Elizondo
Juan Martín Velasco: el ámbito fenomenológico
José Luis Corzo
Juan: Iglesia-mundo
Felicísimo Martínez, O.P
Quehacer formativo y pastoral
Antonio Ávila
Acto Académico en memoria del profesor Juan Martín Velasco, Instituto Superior de Pastoral, Madrid 26 de enero de 2022
Presentación de las Jornadas en Santa Cruz del Valle (29 de junio de 2022)
Enrique Rodríguez González
ALCALDE DE SANTA CRUZ DEL VALLE (ÁVILA)
Créditos
Presentación
Juan Pablo García Maestro, OSST
COORDINADOR DE LA XXXII SEMANA DE TEOLOGÍA PASTORAL
En los días del 25 al 27 de enero de 2022 se celebró la XXXII Semana de Teología Pastoral, cuyo tema marco fue «El desafío de la revolución digital a la Iglesia». La actualidad de este tema queda más que suficientemente reflejada en los textos que aparecen en este libro de actas, que tan generosamente nos viene publicando la editorial Verbo Divino a la que, en nombre de los profesores del Instituto Superior de Pastoral, deseo agradecer.
Una de las cuestiones centrales que emerge del desafío de la era digital a toda la sociedad y también a la Iglesia es esta: ¿caminamos hacia un futuro posthumano? A través de las de las nuevas herramientas podemos construir un mundo des seres humanos más libres o también de nuevos esclavos. Es imprescindible evaluar las antropotecnias desde la perspectiva de los valores, desde el para qué. Es posible que las nuevas antropotecnias abran nuevos caminos para la construcción de la propia vida de manera más plena, libre y responsable. Todo el rango
de mejoras contempladas, desde las físicas hasta las morales, contiene un potencial positivo que debería aprovecharse, pero también un reverso amenazante que un discernimiento cuidadoso individual y social podría evitar. Así, más que posthumanos, podríamos emplear los potenciales de la tecnología para ser más humanos (Sara Lumbreras).
La tecnología no es un mero instrumento para nuestros fines. Esta tentación pasa por no entender que el mundo digital es un mundo en relación, donde la persona tiene que abrirse a los demás y dejarse interpelar. Si convertimos la red en mundo volcado de ideas sin interrogantes por lo que vemos en otros, es que no hemos entendido que el mundo digital es un espacio de encuentro donde habitan personas.
Internet no puede ser considerado un medio de comunicación, sino una forma de existencia virtual que condiciona nuestra vida en todas sus dimensiones. Uno no usa internet, sino que vive de él. Y a su vez, no se trata de demonizar todo lo digital. Esta es la perspectiva de los fundamentalistas y supersticiosos. Como también otra forma de mal discernimiento que es considerar internet nuestra salvación. Esta opción cae en la ingenuidad de pensar que lo moderno y lo progresista es asumir todas las propuestas del avance tecnológico, sin matices.
Sin embargo, existe otra forma más ponderada: esta forma lleva el nombre de «astucia evangélica». El discernimiento, al tiempo y prudente, no desdeña lo nuevo, si de ello pueda sacar un beneficio, y no teme prescindir de aquello de lo que verse perjudicado. Esta doble valentía, la de la astucia y la renuncia, ha movido al cristianismo desde sus comienzos.
Ante la cultura digital no debemos ser ni apocalípticos ni integrados. La cultura digital ha llegado para quedarse. No hay que controlar a las máquinas; debe autocontrolarse el sujeto que utiliza las máquinas.
La Red no es un nuevo modo de evangelización, sino que es sobre todo un contexto en el que la fe está llamada a expresarse no por una mera voluntad de presencia, sino por la connaturalidad del cristianismo con la vida de los hombres (Antonio Spadaro). La cultura digital nos reta a no aislarnos con «los nuestros», sino a dialogar abiertamente con todos. En vez de relacionarnos solo con los que son igual que nosotros, debemos favorecer el ecumenismo en sentido amplio y evitar el complejo de sentirnos «fortaleza aislada».
Frente a la posverdad y a las fake news, es más urgente que nunca una de las propuestas pastorales de lo que se llama «ser honrados con la realidad» (Jon Sobrino) y, ante todo, educar para ello. En la cultura digital existe el riesgo de debilitamiento del pensamiento crítico. Y es muy importante la atención a los últimos para solucionar o mitigar el problema de «la brecha digital». En la era digital urge pasar de una pastoral de la transmisión a la pastoral del testimonio; de una pastoral de ideas a la pastoral de la narración. Pero sobre todo una pastoral atenta a la intensidad y a la interioridad (Jesús Rojano).
La pandemia ha demostrado con particular fuerza algunos de los aspectos positivos de la revolución digital: facilitando la comunicación entre los confinados y la interrelación entre las personas aisladas que hemos sido durante meses. Pero también nos hemos percatado de algunos límites, en particular para los mayores y los deficientemente formados, los que no disponen de recursos suficientes y no son rentables; y que son lo que algunos denominan «la brecha digital doméstica».
Durante la pandemia el ministerio de la presidencia y de la animación de la comunidad quedó muy centralizado en los presbíteros, asumiendo, en ocasiones, casi todos los servicios que, hasta entonces, prestaban otros bautizados, vistas las dificultades del laicado para salir, de manera autorizada, a la calle.
Decía el hermano Alois de Taizé: «Es asombroso la capacidad que tienen los jóvenes para adentrarse en el silencio, gracias a las nuevas tecnologías». Pero matizó esa primera admiración indicando que creer en Cristo significa fortalecer la vida comunitaria y la unidad; lo cual quiere decir que internet no puede reemplazar los encuentros cara a cara.
Otro hecho real es el consumo de contenido proporcionado por blogs religiosos y sitios web reforzando las corrientes partidarias –tanto entre los seguidores de muchas de las nuevas espiritualidades como de la liturgia tradicional– de un anti-intelectualismo a la vez devoto y entusiasta. Son webs que, presentándose como católicas y visitadas por muchos seminaristas, sacerdotes y jóvenes y activistas eclesiales, practican un anti-intelectualismo militante anti-Vaticano II y neo-tradicionalista, a la par que pro Vaticano I (Martínez Gordo).
En las actas hemos querido incluir también las brillantes comunicaciones con motivo del homenaje más que merecido a nuestro compañero Juan de Dios Martín Velasco. Felisa Elizondo destaca la presencia inolvidable de Martín Velasco en el Instituto Superior de Pastoral. José Luis Corzo desarrolla la aportación tan original de Juan en el ámbito fenomenológico. Miguel García Baró, lo místico en los escritos de Juan. El religioso dominico Felicísimo Martínez se centra en la relación Iglesia-Mundo. Finalmente, Antonio Ávila reflexiona sobre el quehacer formativo y pastoral.
Agradecemos la presencia de Francisco García Martínez, decano de la Facultad de Teología de la UPSA. También queremos agradecer a la Fundación Pablo VI, a los alumnos y a la asociación de antiguos alumnos del ISP que, con su apoyo, hacen posible que estas semanas sigan adelante.
I
PONENCIAS
¿Caminamos hacia un futuro posthumano?
Sara Lumbreras
INSTITUTO DE INVESTIGACIÓN TECNOLÓGICA, UNIVERSIDAD PONTIFICIA COMILLAS (MADRID)
La tecnología ha progresado espectacularmente, sobre todo en las últimas décadas. En las próximas páginas repasaremos algunos avances especialmente interesantes de la medicina o las ciencias de la computación, por ejemplo. Uno de los factores definitorios de estas nuevas tecnologías es su ámbito de aplicación. El objeto de la tecnología solía ser la naturaleza: el ser humano modificaba su medio ambiente para adaptarlo a sus condiciones de vida óptimas. Sin embargo, ahora el objeto de la tecnología es el ser humano mismo. Así, definimos las antropotecnias como las tecnologías que aplican al ser humano, su actividad y sus relaciones.
Las antropotecnias no contemplan, en general, una aplicación neutra de sus desarrollos, sino que se centran en la idea de «mejorar» la condición humana mediante la superación de sus límites, idea que en el mundo anglosajón se conoce como enhancement. Esta mejora se focaliza con fuerza en retrasar y potencialmente eliminar el envejecimiento e incrementar de nuestras capacidades físicas e intelectuales. En algunos casos, se habla también de mejoras morales (a través, por ejemplo, de la administración de fármacos con efectos sobre el comportamiento). El resultado de este proceso de mejora será el posthumano, en el que la mayoría de las limitaciones que hoy día nos definen dejarán de hacerlo (incluso, según algunos, la muerte misma). El transhumanismo se define entonces, con relación al posthumano, como el movimiento intelectual y cultural que afirma no solo la posibilidad, sino la conveniencia de avanzar hacia ese posthumano, mejorando la condición humana a través de tecnología.
En la mayoría de los pensadores, la mejora del ser humano o enhancement se contempla desde dos puntos de vista: el individual (que permite que sea el individuo el que decida qué mejoras quiere aplicarse a sí mismo desde su libertad) y el colectivo, en el que la mejora de la especie humana se plantea como un imperativo moral en el que la evolución pasa de ser un proceso ciego a un acto colectivo consciente.
El transhumanismo es una forma de tecnooptimismo, en el que está implícita una confianza total en la tecnociencia no solo para trascender nuestros límites, sino para acabar con los males sociales. Este es, precisamente, el primer desafío del transhumanismo. Solo desde la prudencia y desde una esperanza consciente conseguiremos guiar el avance de la tecnología según los valores que escojamos como sociedad. El segundo desafío es que el transhumanismo asume que la tecnología es la que guía el avance de las sociedades. Es necesario un diálogo abierto entre saberes, especialmente con las humanidades, para aprovechar el potencial humanizador de la tecnología. En este capítulo repasaremos brevemente la historia del transhumanismo, sus autores principales y las aristas más notables de la definición de mejora o enhancement, para intentar plantear de manera coherente la pregunta: «¿Caminamos hacia un futuro posthumano?». Parte de este texto aparece en las secciones de introducción del libro (S. Lumbreras, 2020).
1. Breve historia del transhumanismo
Como decíamos, el transhumanismo tiene como objetivo «mejorar la condición humana a través de tecnología», especialmente mediante la eliminación del envejecimiento y el incremento de las capacidades intelectuales y físicas. Según algunos autores, como Nick Bolstrom, desde que el hombre es hombre ha intentado luchar contra el envejecimiento y contra la propia mortalidad.
En el Gilgamesh mesopotámico (2100 a.C.), una de las primeras épicas escritas, ya se planteaba la búsqueda de la inmortalidad. El héroe Gilgamesh empieza a temer la muerte cuando su mejor amigo perece víctima de la enfermedad (que, por cierto, le había sido enviada por los dioses como castigo). Entonces, parte en busca de Utnapishtim, el único superviviente del diluvio, al que los dioses concedieron salvarse mediante la construcción de una gran nave y cuya obediencia premiaron con la inmortalidad. Después de un accidentado viaje, cuando Gilgamesh se encuentra cara a cara con Utnapishtim, este le revela que para alcanzar la inmortalidad debe vencer al sueño. Lejos de conseguirlo, tras solo unas horas, Gilgamesh cae rendido y duerme durante doce días seguidos. Sin embargo, aunque la inmortalidad no esté a su alcance, sí que se le ofrece la manera de recuperar la juventud: Utnapishtim le da una planta con la capacidad de revertir el envejecimiento y restaurar la salud. Desafortunadamente, una serpiente le roba la planta, con lo que debe regresar sin haber conseguido su objetivo (Mitchell, 2004).
Gilgamesh es solo un ejemplo, aunque uno de los más tempranos, de la búsqueda de la inmortalidad y la juventud que aparecen en la mitología o la literatura. Desde el mito del ingeniero Dédalo desafiando a los dioses y su hijo Ícaro muriendo por volar demasiado cerca del Sol, a la alquimia medieval, sobran referencias tanto al deseo de trascender los límites de lo humano como a lo potencialmente perverso de esas ambiciones (el hubris que forma parte también de lo humano).
Aunque el objetivo del transhumanismo no sea nuevo, sin embargo sí lo es (al menos, relativamente) la idea de poder alcanzarlo a través de la tecnología, que es el concepto clave de este movimiento. En un interesante ensayo, Nick Bostrom (2005), autor del libro Superinteligencia del que hablaremos más tarde, realiza un estudio sobre las raíces del transhumanismo. Las encuentra en el humanismo de Pico della Mirandola, que pone el foco en la capacidad del ser humano para transformarse a sí mismo («criatura que no es ni del cielo ni de la tierra, ni mortal ni inmortal, que libre y orgullosamente da forma a su propio ser» (Della Mirandola, 2012), y en la fe en el método científico surgida en la Ilustración. Bostrom también encuentra curiosas referencias a tecnologías soñadas por los transhumanistas en pensadores muy anteriores, como por ejemplo un texto de Benjamin Franklin, en el que expresa su deseo de que se desarrolle tecnológicamente un medio para preservar a los muertos y poder devolverlos a la vida en un momento futuro.
Por otro lado, la palabra transhumanismo no es tan nueva como podía parecer. Aparece por primera vez en 1924, en un ensayo de Haldane, titulado, muy apropiadamente, Dédalo: la Ciencia y el Futuro (Haldane, 1924). En él, Haldane predice que la tecnología hará que en el futuro todas las sociedades sean ricas y dispongan de energía barata y eficiente, y que la genética hará que seamos más altos, sanos e inteligentes. También imagina que estos nuevos humanos llegarían al mundo por ectogénesis (la gestación externa en un vientre artificial) y que serían capaces de trasladarse a otros planetas. Su definición fue la siguiente:
La especie humana puede, si lo desea, trascenderse a sí misma, no solo esporádicamente, un individuo aquí de una manera, un individuo allí de otra manera, sino en su totalidad, como humanidad. Necesitamos un nombre para esta nueva creencia. Quizás «transhumanismo» sirva: el hombre sigue siendo hombre, pero se trasciende a sí mismo, al darse cuenta de nuevas posibilidades de y para su naturaleza humana.
Algunos años después, el biólogo Julian Huxley popularizó el término «transhumanismo» en sus escritos. Huxley se interesó principalmente por la eugenesia, por controlar la evolución humana para intentar mejorar la especie. Huxley fue un brillante biólogo en un momento en el que las ideas de la evolución de Darwin acababan de ser asimiladas. Tras el choque inicial de sabernos solo una especie más entre millones, vivas o extintas, apareció rápidamente el deseo de utilizar de forma práctica el nuevo conocimiento y, con él, el interés por la eugenesia, que se extendió como la pólvora a ambos lados del Atlántico. No conviene olvidar que, pese a que afortunadamente no se llegó a extremos como las tragedias vividas en el Tercer Reich, se fundaron sociedades en apoyo de la eugenesia tanto en los Estados Unidos como en varios países europeos, con grandes influencias políticas. Una de las primeras fue la británica (1907), que ya desde su fundación abogó por la esterilización de los «débiles» para mejorar la raza británica (no conviene olvidar tampoco que el concepto y el término mismo eugenesia se lo debemos a Francis Galton, primo de Charles Darwin). Julian Huxley llegó a ser presidente de la Sociedad Británica por la Eugenesia (Baker, 1976).
Además del deseo de inmortalidad y de transformación del ser humano, en el corazón del transhumanismo se encuentra la idea de crear consciencia artificial. Fue también en la mitología y la literatura donde apareció por primera vez la idea de crear a otro ser vivo: el golem judío se formaba partir de barro e, incapaz de hablar, nunca pasaría de ser la sombra de un ser humano. El Frankenstein de Mary Shelley, en el siglo XIX, sigue conmoviendo. La misma palabra «robot» apareció por primera vez en la literatura, en una obra del escritor checo Čapek (Čapek, 1923) para referirse a unos trabajadores autómatas: «robot» designa en su lengua el «trabajo pesado» (por cierto, la obra acaba mal, con los robots rebelándose contra sus creadores).
En paralelo a los avances en la comprensión de los mecanismos de la evolución, se realizaron desarrollos sorprendentes en las ciencias de la computación que llevaron, a mediados del siglo pasado, a concebir la creación de inteligencia artificial (IA). Uno de los padres de esta disciplina, Turing, se preguntaba ya en 1950 si sería posible crear una máquina que fuese capaz de pensar (Machinery, 1950). En su ensayo, Turing se planteó primero qué entendemos por máquina y qué entendemos por pensar. Así, definió su conocido «Test de Turing»: decidiríamos que una máquina es capaz de pensar cuando pueda convencer a un ser humano, a través de sus comunicaciones, de que se trata de una persona. Muy pronto después de conceptualizar las «máquinas inteligentes» se concibióa la «máquina superinteligente», una IA que fuese capaz de superar al ser humano en toda tarea posible. Esta máquina sería la última invención del ser humano, ya que el resto de ellas las realizaría la máquina directamente (Good, 1965).
Otra de las ideas clave del tecnooptimismo tiene su origen curiosamente el mismo año: la ley de Moore, que conceptualiza el crecimiento acelerado de la tecnología. Moore, uno de los fundadores de Intel, se dio cuenta de que el número de transistores que se podían instalar en un circuito de superficie dada se multiplicaba por dos cada dos años (Moore, 1965). Esta tendencia parece haberse mantenido hasta nuestros días y se da en una multiplicidad de procesos tecnológicos, inspirando el concepto de singularidad (la existencia de un momento futuro en el que el progreso será tan rápido que producirá una discontinuidad entre el mundo futuro y el que conocemos ahora).
Las décadas siguientes fueron testigos del desarrollo de los conceptos fundamentales del transhumanismo por dos vías distintas, pero mutuamente alimentadas: la tecnociencia y la ciencia ficción, con autores como Arthur C. Clarke e Isaac Asimov.
En la década de 1960 se formó el primer grupo de pensadores tecnooptimistas, los Up-Wingers. El grupo fue fundado por F. M. Esfandiary, que cambió su nombre a FM-2030. Según Bostrom, estos primeros pensadores concebían el transhumano de manera diferente a la actual y mencionaban como características definitorias vivir de manera cosmopolita, ser usuarios de cirugía estética o ser hermafroditas. Bostrom critica duramente esta visión temprana, aunque probablemente deberíamos entenderla como una toma de control sobre el propio cuerpo y los roles sociales más allá de los estereotipos.
En las décadas de 1970 y 1980 se crearon diversas asociaciones aisladas que se centraron en tecnologías concretas (por ejemplo, la criogenización o los viajes espaciales). Natasha Vita-More organizaba reuniones de transhumanistas en Los Ángeles y escribió y dirigió la primera película transhumanista, Breaking away (Liberándose, 1980), en la que el ser humano escapa de sus limitaciones físicas y pasa a vivir en el espacio. Vita-More comenzó a introducir elementos relacionados con las artes en la esfera transhumanista.
La extropía fue un concepto creado por estos pensadores como el antónimo de la entropía (desorden que va aumentando en el universo) y que define los valores y el marco tecnológico que llevan a la mejora de la condición humana. Poco después, los mismos pensadores fundaron el Extropy Institute. En 1998, Nick Bostrom y David Pearce fundaron la Asociación Transhumanista Mundial, que pretendía unificar los grupos dispersos bajo un mismo Manifiesto Transhumanista, que se puede encontrarse en su versión en castellano en (https://transhumanismo.org/declaracion/) y se reproduce a continuación:
En el futuro, la humanidad cambiará de forma radical por causa de la tecnología. Prevemos la viabilidad de rediseñar la condición humana, incluyendo parámetros tales como lo inevitable del envejecimiento, las limitaciones de los intelectos humanos y artificiales, la psicología indeseable, el sufrimiento, y nuestro confinamiento al planeta Tierra.
La investigación sistemática debe enfocarse en entender esos desarrollos venideros y sus consecuencias a largo plazo.
Los transhumanistas creemos que siendo generalmente receptivos y aceptando las nuevas tecnologías tendremos una mayor probabilidad de utilizarlas para nuestro provecho que si intentamos condenarlas o prohibirlas.
Los transhumanistas defienden el derecho moral de aquellos que deseen utilizar la tecnología para ampliar sus capacidades mentales y físicas y para mejorar su control sobre sus propias vidas. Buscamos crecimiento personal más allá de nuestras actuales limitaciones biológicas.
De cara al futuro, es obligatorio tener en cuenta la posibilidad de un progreso tecnológico dramático. Sería trágico si no se materializaran los potenciales beneficios a causa de una tecnofobia injustificada y prohibiciones innecesarias. Por otra parte, también sería trágico que se extinguiera la vida inteligente a causa de algún desastre o guerra ocasionados por las tecnologías avanzadas.
Necesitamos crear foros donde la gente pueda debatir racionalmente qué debe hacerse, y un orden social en el que las decisiones serias puedan tomarse eficientemente.
El transhumanismo defiende el bienestar de toda conciencia (sea en intelectos artificiales, humanos, animales no humanos, o posibles especies extraterrestres) y abarca muchos principios del humanismo moderno. El transhumanismo no apoya a ningún grupo o plataforma política determinada.
Las siguientes personas han contribuido a este documento: Doug Bailley, Anders Sandberg, Gustavo Alves, Max More, Holger Wagner, Natasha Vita-More, Eugene Leitl, Berrie Staring, David Pearce, Bill Fantegrossi, Doug Bailly Jr., Den Otter, Ralf Fletcher, Kathryn Aegis, Tom Morrow, Alexander Chislenko, Lee Daniel Crocker, Darren Reynolds, Keith Elis, Thom Quinn, Mikhail