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Despachador de pollo frito
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Despachador de pollo frito
Libro electrónico144 páginas

Despachador de pollo frito

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En la literatura de Velázquez todo es retorcido. Si hay gore, éste es rosa. Si hay humor, éste es descabellado. Si hay amor, éste es un pretexto para el abismo. Pero la existencia de sus personajes no es una excentricidad inextricable, son seres comunes y corrientes que son arrastrados hacia la infamia por la tan irresistible atracción fatal, como le puede ocurrir a cualquiera de nosotros. Despachador de pollo frito, quinto libro de relatos de Carlos Velázquez, nos lleva por una serie de protagonistas y entornos en donde la mentira y las triquiñuelas; el travestismo y la dipsomanía; el delirio y la enfermedad; la ruina y los desastres emocionales, configuran a través de su inconfundible prosa cáustica, sonora y veloz, un universo mordaz que termina siendo un espejo despiadado en el cual incluso el lector más escéptico se verá seducido y hechizado. Un detective privado mexicano recibe la inaudita encomienda de desenmascarar a un falso Paul McCartney, un cinéfilo y sensible godín recibe un revés kármico a su prolongada carrera como rompecorazones, un director de orquestas xenofóbico con su propio pueblo llevará al borde de la locura a la comunidad de Tatahuila por sus conflictos con la autoridad, un travesti verá su vida arruinada a partir de una úlcera rectal que lo conducirá al camino de la redención pseudo-evangélica y un despachador de pollo frito arrastra una disputa con su jefe a un péndulo de venganzas y revanchas en donde el propio cuerpo será usado como el campo de batalla principal. En estos cinco cuentos, Velázquez maneja a su entero placer el devenir de estos seres cuasi fantásticos de tan desposeídos, con un magistral manejo de la estructura y la forma que reverencia a los grandes maestros del género. Sin dejar nunca el sentido del humor como punta de lanza, conduce las tramas a partir de una premisa encantadora y envolvente, en donde todo mundo soltará una carcajada rotunda.
IdiomaEspañol
EditorialSexto Piso
Fecha de lanzamiento13 sept 2022
ISBN9786078619863
Despachador de pollo frito

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    Despachador de pollo frito - Velázquez Carlos

    PAUL MCCARTNEY FOR DUMMIES

    You know the story.

    Claro que la conocía. En 1966 Paul McCartney había muerto en un accidente automovilístico y había sido remplazado. John Lennon se había burlado del incidente en la canción «How Do You Sleep?»: «So Sargeant Pepper took you by surprise». Las pistas que la banda había sembrado en el arte del Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band eran de dominio público. El bajo de flores en la portada del disco que formaba el nombre Paul con un signo de interrogación. McCartney de espaldas en la portada del disco. El escudo con las siglas OPD (Declarado Oficialmente Muerto) en el brazo del bajista. Y tantas otras que los fans se han dedicado décadas a desmenuzar.

    ¿El gobierno lo sabe?

    Everybody knows. The C.I.A, the F.B.I. Interpol. K.G.B.

    Me estás diciendo que McCartney está muerto.

    Oh, c’mon, mai muchachou, me badulaqueó el agente con su español mucho picoso mucho barato.

    Siempre pensé que era una broma.

    Paul is not dead. Sólo fue remplazadou.

    ¿El McCartney que sale de gira no es el original?

    I told you. Ese no es el Beatle. Es uno prestanombres.

    ¿Y el verdadero dónde está?

    Do you want the job or not?

    Entonces si el que da los conciertos no es el Beatle, quién es.

    Paul has been remplazadou dos ocasiones. La segunda cuando se lanzó el álbum Paul is Live. Recuerdas cómo se mofó de la portada de Abby Road.

    Cómo no. Había estado en una de las fechas de la gira. En primera fila, rememoré.

    ¿Entonces el doble compone las canciones?, pregunté.

    Of course not. Es un cascarón. Un envase vacío.

    No entiendo. Si no es McCartney, cómo ejecuta el repertorio.

    En 1968, tras el accidente, el cuerpo de Paul quedó destrozadou. Pero sobrevivió su cabeza. La preservamos en un frasco con un respirador artificial.

    ¿Como Beck en Futurama? Y yo que pensé que Matt Groening era un genio.

    That prick.

    ¿Tuvo que ensayar mucho el doble para memorizar todas las composiciones de McCartney?

    No funciona así. Tiene un chip instalado en el cerebro con toda la información. El procesador le ordena tocar el bajo como el mismísimo Paul.

    ¿Es decir que si lo deseo me pueden instalar un chip y podría tocar como si fuera él?

    Correcta mundo.

    Y por qué quieren deshacerse del doble. Hace su trabajo a toda madre.

    Porque firmó un contrato. El suplente está listo. And it’s too old.

    No entiendo cuál es el pedo.

    The problema is. El sustituto no quiere retirarse.

    Y por qué me solicitan el trabajo a mí. Ustedes pueden contratar a un agente de Scotland Yard.

    Por dos cosas. La primera, el Paul actual tiene sobornados a todos los agentes del planeta. Entradas gratis, fotos autografiadas para las hijas, esposas, amantes. Es un Beatle. Es encantador. Es irresistible. Y la segunda: «Paul McCartney» es mexicano. En la agencia creen que tú eres el indicado para esta misión. Veneno mata veneno.

    Me tienen bien clachado.

    We know all about you, Dr. Pooh, dijo el agente y desapareció.

    Caminé unas calles y me subí al coche. Al arrancarlo de las bocinas salió una melodía: «Hope of Deliverance».


    Saberlo todo sobre mí significaba que conocían los sucesos de la Operación Moctezuma. En 1996, cansado de la negativa de los austriacos para negociar el penacho del emperador azteca, el gobierno mexicano se propuso recuperar la pieza por las malas. Me contrataron para suplantarlo con la copia perteneciente al Museo Nacional de Antropología. Cualquier traficante de arte de medio pelo sabe que en La Lagunilla se consiguen mejores réplicas, pero ya sabemos cómo son de obcecados los políticos mexicanos.

    En resumen: en Viena quedó el penacho de Antropología, en el museo del Castillo de Chapultepec quedó una de las imitaciones de La Lagunilla, al igual que en casa del político que planeó la encomienda. El que pertenecía a los austriacos pasó a manos de un coleccionista inglés que trabajaba con Margartet Thatcher, de cuyo nombre no me está permitido acordarme, quien me forró de libras esterlinas y me consiguió inmunidad diplomática vitalicia. Sabía que tarde o temprano usarían esta información en mi contra. Y el momento había llegado.

    Mientras preparaba mi maleta para huir a Jamaica me cayó el veinte de que no tenía a quién rebarajearle mis penas. Veinte años en Londres y ni un solo compa. Como siempre que me amilanaba, llamé al único amigo que conservaba de mis días en la universidad.

    Mi queridísimo Watson, respondió Villoro.

    Juan ¿crees que exista alguna posibilidad de que Paul McCartney sea mexicano?

    Si Chabela Vargas lo era, no veo por qué un Beatle no pueda serlo.

    Con el pretexto de implantarme un chip me vinieron con una jalada que ni tú que eres escritor.

    El desempleo tiene sus consecuencias.

    Oye, una ocasión tú entrevistaste a Yoko Ono ¿cierto?

    Dices bien.

    Cómo era. ¿Parecía mexicana?

    Entiendo a qué te refieres. Aunque nuestro nivel de piratería es admirable, no, más bien parecía fabricada en China, como esas virgencitas de Guadalupe que venden afuera del metro Balderas.

    Escuché que alguien intentaba forzar la cerradura de mi departamento.

    Tengo que colgar.

    ¿Volverás a México, Dr. Pooh? El Necaxa subió a primera división.

    Larry, el barman del pub Hey Bulldog, era un catálogo de historias sobre agentes retirados a los que habían reclutado contra su voluntad para lavarles el cerebro y usarlos en misiones secretas que terminaban con el pobre bastardo con un tiro en la cabeza. No era difícil diagnosticar que era el tipo de desenlace que deseaban administrarme. Me escabullí por la escalera de incendios. Al alcanzar el techo del edificio me estaban esperando. Había mamado dos décadas de las tetas del gobierno británico. Era tiempo de mostrar algo de gratitud hacia la corona.


    Me condujeron por un túnel que parecía más el de un estadio de futbol que el de un laboratorio ultra secreto. El máximo experimento científico al que me había sometido era la ingesta de Viagra. Temía una trepanación, que me arrancaran la cabellera como los pieles rojas o ya de jodido que me practicaran la sandía calada. La colocación del chip duró menos que el orgasmo de un zancudo. Un piquetito en la nuca y ya estaba listo para cargarle las bolsas del mandado a la reina. Me soltaron en Camden Town, a los pies de la estatua de Amy Winehouse. Me embistió una sed tántrica. No sabía si culpar al chip o al monumento a la cantante. Antes de que comenzara a cometer pendejadas decidí despedirme del mundo con una buena borrachera.

    Al Hey Bulldog, le ordené al taxista.

    Pedí una Guinness. El chip me había inducido una lucidez pacheca. Me sentía como el hombre araña. Pero mis sentidos no se exacerbaban con el peligro, sino con la música. La clientela del Hey Bulldog estaba conformada en su mayoría por patrulleros, policías, sargentos, etc. Relacioné entonces que el nombre del pub se debía a los acordes detectivescos de la canción de los Beatles. No tocaba ningún instrumento. Ni planeaba tomar lecciones a mi edad. Pero un resorte invisible me impulsó a sentarme al piano. No me envalentonaron las cervezas. Me he embriagado diez mil veces en el Hey Bulldog y jamás se me había antojado hacerle al Stevie Wonder.

    Posé las manos sobre el teclado y toqué «Für Therese» de Beethoven.

    Qué clase de brujería es ésta, me pregunté. Qué me ocurre.

    Cut that shit, me ladró Larry, el cantinero: Play rock & roll.

    Me acodé en la barra y asustado me bebí la chela de hidalgo. Leí en mi celular el instructivo que me habían enviado por email. Me sentí una pinche tele Samsung. Según el informe, el chip me había convertido en una rocola humana. Estaba dotado de la capacidad de interpretar cientos de canciones a mi antojo. Volví al piano y pretendí tocar «Sympathy for the Devil» de los Rolling Stones pero los dedos no me respondían. Intenté con «Jumping Jack Flash» y nada. «Satisfaction» y cero. Hasta que traté con «Maybe I’m Amazed» no tuve problemas. Pinche McCartney.

    Larry me llevó una pinta hasta el piano.

    Keep on it, Dr. Pooh.

    Me arranqué con «For No One». Al fondo una mesa de gendarmes en ginebra comenzó a cantar «And in her eyes you see nothing / no sign of love behind her tears / cry for no one». Las peticiones me comenzaron a llover junto con las cervezas. «Bennie & the Jets», «Behind Blue Eyes», «Hey Jude» y entonces nah, nah, nah, nah, nah, nah, nah, nah, nah / Hey Jude / nah, nah, nah, nah, nah, nah, nah, nah, nah / Hey Jude, tenía al pub en la bolsa. Cantaban, brindaban, se abrazaban, chocaban sus cervezas, nah, nah, nah, nah, nah, nah, nah, nah, nah. No permitieron que me detuviera. Hey Jude. Me emborraché gratis. Pinche Juan Torres y su órgano melódico me la pelaban.

    Nunca antes me había marchado tan tarde del Hey Bulldog como esa

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