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Conversaciones sobre la escritura
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Libro electrónico60 páginas1 hora

Conversaciones sobre la escritura

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Camilleri y Montalbán dialogan en estas páginas sobre el oficio de escribir y sobre sus célebres personajes, Salvo Montalbano y Pepe Carvalho. Los dos maestros de la novela negra no solamente explican las claves que dan forma a sus historias, sino que reflexionan con agudeza e ironía sobre la literatura, la sociedad y la vida con la espontaneidad propia de una conversación entre amigos. El lector tiene la oportunidad de conocer la faceta más informal y cercana de dos de los más grandes y queridos autores contemporáneos, y, a través de la viva voz de cada uno de ellos, descubrir los entresijos de su universo ficcional y personal, así como su forma de concebir la escritura.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento23 may 2022
ISBN9788418481581
Conversaciones sobre la escritura

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    Conversaciones sobre la escritura - Manuel Vázquez Montalbán

    I

    Festivaletteratura Mantua, 11 de septiembre de 1998

    Andrea Camilleri: Creo que fue el propio Vázquez Montalbán quien afirmó que Tatuaje, uno de los libros que tiene como protagonista a Pepe Carvalho, nació como resultado de una apuesta… etílica. Ahora, tengo curiosidad por saber si Pepe nació también de esta apuesta y de qué tipo de alcohol se trataba, porque estoy absolutamente convencido de que del güisqui surge un cierto tipo de literatura, de la ginebra otra y aun otra del vino.

    Manuel Vázquez Montalbán: Es cierto, Pepe es el resultado de una apuesta etílica. Hacia 1972 o 1973, en España comienza una época de cambios en los gustos literarios. Tras los años de la literatura social se produce una reacción de carácter vanguardista influida por la revista Tel Quel, por el estructuralismo, el post-estructuralismo y cosas así, y la literatura se convierte en algo muy pesado. Una definición precisa la dio Rafael Alberti cuando le preguntaron si leía a autores españoles: «La poesía sí, he leído la poesía, pero la novela me resulta muy difícil porque los protagonistas necesitan cuarenta páginas para subir una escalera o treinta para abrir una ventana». En cierto modo yo pertenezco a aquella época, a aquella clase de escritores. Creía en la interpretación mecanicista de la inminente muerte de la burguesía y de la novela como instrumento de análisis y de conocimiento de la sociedad. Escribíamos novelas que eran una especie de autodestrucción de la novela. Buscábamos, con una especie de laocoontismo, entre los diferentes géneros el modo de destruir la estructura literaria, su arquitectura interna. Yo también había escrito alguna novela experimental y, en una de estas titulada Yo maté a Kennedy, el personaje se llamaba Carvalho, pero no era aún el Carvalho de la serie…

    Una noche, a altas horas, tras una cena no demasiado buena y en una reunión con jóvenes de izquierdas —por esos años la izquierda no comía bien, tenía una cierta voluntad de querer expiar su origen pequeño burgués y creo que la conversación versó sobre lo malo que era el vino— llegó un momento en el que dije: «Estoy harto de esta literatura tan pesada. Quiero escribir una novela como las de antes, una novela de policías y ladrones, llena de acción; contar una historia en la que sea necesario organizar la trama, donde la intriga sea parte necesaria; escribir una novela policíaca». Como consecuencia de este desafío dediqué quince días a escribir Tatuaje. Es una novela muy sencilla, creo, pero para mí supuso redescubrir la posibilidad de recuperar un modelo. No era consciente, en aquel momento, de estar bajo la influencia de lo que se llamaba posmodernidad y buscaba un modelo, el modelo original del género policíaco para romperlo en cierto modo y llegar a proponer una novela de tipo casi social, un retrato de la sociedad, pero en clave irónica y con la capacidad de extrañamiento que puede ofrecer la novela policíaca.

    Si el vino que acompañó la cena hubiera sido un Barolo o un buen vino de Borgoña, no sé si el resultado habría sido diferente.

    A. C.: Uno de nuestros grandes poetas, uno hoy algo olvidado que se llamaba Cardarelli, decía: «Soy un cínico que tiene fe en lo que hace». En las solapas de los libros, solo en las solapas, se lee que Pepe Carvalho es un cínico. ¿Comparte la idea?

    M. V. M.: Creo que Carvalho es un cínico en sentido filosófico. No es un cínico moral, convencional, tal y como hoy se entiende el significado de la palaba cínico. De hecho, es un nihilista activo, es un anarquista. Yo soy todavía un socialista científico, pero Carvalho es un anarquista. La lectura que hace de la realidad y la relación que tiene con ella y con los demás es una relación nihilista, pero a la hora de la verdad Carvalho demuestra una cierta capacidad de involucrarse con los perdedores, con las víctimas. Este es un comportamiento típico del héroe romántico, y también del héroe de la novela policíaca que tiene algo de nivel literario y ético. «Cínico» me parece una palabra excesiva para calificar a Carvalho.

    A. C.: Usted ha ambientado dos novelas protagonizadas por Pepe Carvalho (El delantero centro fue asesinado al atardecer y El laberinto griego) en una Barcelona devastada por la especulación inmobiliaria en la que, como ha escrito usted de manera espléndida, lo más importante es reducir todo lo posible la distancia entre el comprarse y el venderse. Todos sabemos cómo uno consigue venderse, pero ¿cómo consigue uno comprarse a sí mismo?

    M. V. M.: Creo que en el momento en el que

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