Yo no fui ¡fue papa! Crónicas de cuarentena
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Disfruta de más de 30 historias cortas y divertidas de todo el caos que sucede en casa durante el confinamiento de cuarentena. Relatadas desde la óptica de papá (la cual no es muy acertada que digamos), descubre sus experiencias al dejar que su esposa le corte el pelo en casa viendo videos de YouTube, el lidiar con un internet lento mientras los niños están en clases, o el pelear en el supermercado por el papel higiénico. ¡Lectura apta para toda la familia!
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Yo no fui ¡fue papa! Crónicas de cuarentena - Enrique López Salcido
CRÓNICAS DE CUARENTENA
Enrique López Salcido
Yo no fui fue papá, Crónicas de cuarentena
Enrique López Salcido
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Derechos reservados a nombre del autor.
© Enrique López Salcido
CONTENIDO
EL LICUADO
APUROS MATUTINOS
LA LONJA
CHAMACOS CON AZÚCAR
¡YA NO ME DES CHAMBA VIEJA!
EL CAFECITO VIRTUAL
CORTE DE PELO
EL INTERNET
HACIENDO EL SUPER EN CUARENTENA
CALOR DE HOGAR
HACIENDO LIMPIA
FESTEJANDO A MAMA
¡NO ENCUENTRO A MI VIEJA!
ACTIVIDADES EN UN DIA COMUN DE CUARENTENA
ACOSTANDO CHAMACOS
ENTRETENIENDO AL CHAMACO
PASEO EN AUTO
HISTERIAS VIRTUALES
NOCHE FAMILIAR
¡CORRELE GORDO, SE TE VA EL CAMION DE LA BASURA!
¡VENGAN A CAMBIARSE CHAMACOS!
UNA CERVECITA
DIA DEL PADRE
¡GOORDOO! ¿¿QUE PASA CON EL INTERNET??
EL MAZAPÁN
EL CALENTADOR DE AGUA
TEMPESTAD EN EL HOGAR
UN COCHINERO EN CASA
GUERRITAS CONTRA LOS CHAMACOS
¡¡VIEJO NECESITO LANA!!
¡NÚNCA ME ESCUCHAS GORDO!
REACOMODO EN CASA
LA CARNE ASADA
EL LICUADO
¡Papá! ¡¡Quiero más plátano!!
Un potente y furioso grito me despierta hoy, en un día más de esta cuarentena en la que nos encontramos inmersos.
Mis exaltados y carcomidos nervios no han terminado de asentarse, cuando un segundo y más potente grito prosigue: ¡Papáááá! ¡¡Mi plátano?!!
Nublada mi visión aún por incontables lagañas, me percato de que el sol aún no asoma. Mónica, mi esposa, me da a entender que no despertará pronto, ya que la escucho mencionar a un tal Chayanne en reiteradas ocasiones, en el que parece ser un profundo sueño.
Me levanto a regañadientes de la cama, sintiendo las marcas de la almohada todavía presentes en mi rostro. Logro avanzar algunos pasos, cuando un tercer grito vuelve a sobresaltar mí ya castigado músculo cardiaco: !Aaaay! ¡¡¡Quiero plátano!!! – Vuelve así a reclamar el más pequeño de mis retoños desde su cuarto por su licuado de plátano matutino.
!Ya voy Daniel Enrique!
- Respondo rápido, intentando mitigar la tempestad que sé que se avecina, pero es demasiado tarde, un terrible llanto prosigue a mi respuesta, clara señal de que no se permitirá postergación alguna en la tarea que me reclaman.
Como puedo y aún sin contar con mi visión enteramente recuperada, logro llegar con prisas hasta la cocina. Una de las ventajas que ha traído consigo esta cuarentena, es que he aprendido a utilizar la licuadora y otros electrodomésticos a base de prueba y error. Es sorprendente lo que puede uno lograr cuando la vida se pone difícil. La semana entrante me he propuesto comprender el funcionamiento del horno tostador.
¡¡Quiero mi plátano!! Se escucha un nuevo grito del jefecito más pequeño, y el cual hace retumbar la casa y que el ruido de la licuadora palidezca en comparación. Me apresuro a verter el líquido en un vasito infantil que encuentro en la alacena, al cual pongo su tapita y corro presuroso al cuarto del infante para aplacar sus rabietas.
Durante mi veloz carrera, paso a un lado del cuarto principal de la casa, y escucho que mi esposa aún sigue en sueños procurando al tal Chayanne ese.
Tropiezo con algunos juguetes que mis hijas han dejado tirados la noche anterior. Me he doblado el tobillo con algunos trastecitos, y mi vieja lesión de rodilla, la misma que acabó con mis sueños de ser beisbolista de barrio a los 12 años, ha vuelto a doler, producto ahora del trompicón con un unicornio de juguete.
Varias piezas de Lego enterradas después en mis pies, llego al cuarto de Daniel Enrique, quien acrecienta el nivel de sus reclamos en cuanto me ve entrar. Me apresuro a hacerle entrega del vasito mientras continúa recostado en su camita, ¡cuando tropiezo una vez más! ahora con unos carritos tirados en el piso
¡Observo en cámara lenta como el vasito infantil vuela sin control por el aire! ¡Mi corazón se paraliza! Y me estiro con la intensión de poder atraparlo, pero es inútil, el líquido se derrama por todas partes: en la cama, en el suelo, sobre el niño.
Daniel Enrique me observa un momento con incredulidad. Nuestras miradas se cruzan, y es en ese momento, cuando un incontenible llanto vuelve a surgir de su pequeña pero potente garganta, reclamando con ahínco la torpeza de su padre.
Tirado ahí en el piso, ruego que mi esposa haya encontrado en sueños al Chayanne ese, o me irá mal.
APUROS MATUTINOS
Me causa una gran emoción el hecho de que he sido asignado para trabajar en casa debido a la cuarentena esta que vivimos. No tendré que lidiar con conductores histéricos, bicicletas y personas atravesándose en el camino o baches desbaratando los amortiguadores de mi auto y la parte posterior de mi ser.
La noche anterior, programo feliz el reloj despertador a las 6am, con la finalidad de comenzar a hacer ejercicio por primera vez en el año. Seguiré una rutina que vi de la Bárbara Regil para bajar la panza mientras uno sonríe. Posteriormente me bañaré y me conectaré al trabajo a la 8 en punto.
La alarma suena puntal a las 6:00 de la mañana, pero esa vocecilla interna que siempre, sieeempreee corrompe mis mejores intenciones, me motiva con sólidos argumentos a seguir acostado un rato más. Le doy pues a la alarma otra oportunidad para intentar sacarme de la cama dentro de 15 minutos.
El despertador suena de nuevo a las 6:15, después repite el proceso a las 6:30, 6:45, 7:00 y 7:15am. Al sonar una vez más a las 7:30, mi esposa logra lo que el aparatejo no pudo, y con un persuasivo: ¡YA LEVANTANTE ENRIQUE! ¡DEJAME DORMIR!
Y el miedo me impulsa como resorte fuera del lecho.
Debido a la hora, he debido posponer el ejercicio un día más, por lo que me dirijo a la cocina a prepararme mi primera taza de café. Un tanto adormilado aún, descubro que las niñas se han levantado ya, e intentan prepararse su desayuno en medio de un impresionante caos.
Hay una gran cantidad de cereal en el piso, algo más quemándose en el horno tostador, todo mientras ambas ríen a carcajadas al no atinar el verter de manera correcta un pesado galón de leche en sus diminutos vasitos de plástico.
Volteo a ver el reloj de la cocina: son las 7:45 ya, por lo que decido abandonar el área sin poder prepararme mi café. Solo tengo 15 minutos para cambiarme y poder conectar mi computadora personal a tiempo; de no hacerlo, el que siempre arregla las computadoras en la oficina lo reportará a mi jefe y me pondrán retardo.
Corro por la casa para cambiarme, pero Daniel Enrique, el bebé, tiene otros planes: me espera en mi cuarto llorando para que le preparen su desayuno. ¡No tengo ya tiempo para esto! Siento como gotas de sudor producto del estrés recorren mi frente, por lo que hago lo más sensato en este caso: "!!MÓNICAAA!! ¡¡EL CHAMACO TIENE HAMBRE!! Pero no hay respuesta.
Solo cuando me aproximo a la ventana del cuarto me doy cuenta del porqué; se escuchan desde el lavadero unas carcajadas de mi esposa viendo videos y memes… la conozco, no me escuchará.
7:55am. El niño llora cada vez más, mi esposa no para de reír allá afuera, el estrés se vuelve insoportable.
Corro por algo de comer para el niño, encuentro una manzana ¡y se la dejo ahí en la cama para que se la coma! El bebé se queda llorando, pero ni hablar, ¡el tiempo apremia! ¡tengo que apresurarme al área del comedor para poder conectarme a tiempo!
7:57am, abro mi computadora… se enciende, pero ¡nada sucede! ¡¡ESTA DEMASIADA LENTA!! ¡Seguro tiene un Coronavirus o algo así que no deja que trabaje bien!
7:59am. ¡Por fin la computadora me permite acceder al sistema! ¡Introduzco usuario y contraseña, pero equivoco el usuario! Los nervios me invaden por completo. Respiro profundo, lo intento una vez más con mayor calma y ¡ÉXITO!
Por fin me he podido conectar cuando el reloj marca las
