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Capítulos de literatura española: Segunda serie
Capítulos de literatura española: Segunda serie
Capítulos de literatura española: Segunda serie
Libro electrónico234 páginas3 horas

Capítulos de literatura española: Segunda serie

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Las investigaciones que Alfonso Reyes hizo acerca de la literatura en lengua española fueron provechosas para esclarecer cuestiones relacionadas con autores y temas clásicos de nuestra lengua en España e Hispanoamérica. La presente serie, fruto de investigaciones posteriores fue preparada en el lapso que corresponde de 1917 a 1943.

En conjunto son trabajos que se fueron haciendo al lado de las obras de creación del gran escritor. Las obras de Calderón de la Barca, de Juan Ruiz de Alarcón o de san Juan de la Cruz, además de múltiples personajes mayores y menores de las letras hispánicas, son aquí considerados de acuerdo con las últimas conclusiones de la crítica y, muchas veces, con el propósito de descubrir —contra afirmaciones más o menos extendidas entre los estudiosos— aquellos aspectos que ayudan a plantear los problemas desde nuevos puntos de vista.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento6 jul 2018
ISBN9786071657305
Capítulos de literatura española: Segunda serie
Autor

Alfonso Reyes

ALFONSO REYES Ensayista, poeta y diplomático. Fue miembro del Ateneo de la Juventud. Dirigió La Casa de España en México, antecedente de El Colegio de México, desde 1939 hasta su muerte en 1959. Fue un prolífico escritor; su vasta obra está reunida en los veintiséis tomos de sus Obras completas, en las que aborda una gran variedad de temas. Entre sus libros destacan Cuestiones estéticas, Simpatías y diferencias y Visión de Anáhuac. Fue miembro fundador de El Colegio Nacional. JAVIER GARCIADIEGO Historiador. Ha dedicado gran parte de su obra a la investigación de la Revolución mexicana, tema del que ha publicado importantes obras. Es miembro de las academias mexicanas de la Historia y de la Lengua, y de El Colegio de México, que presidió de 2005 a 2015. Actualmente dirige la Capilla Alfonsina. Reconocido especialista en la obra de Alfonso Reyes, publicó en 2015 la antología Alfonso Reyes, “un hijo menor de la palabra”. Ingresó a El Colegio Nacional el 25 de febrero de 2016.

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    Capítulos de literatura española - Alfonso Reyes

    ALFONSO REYES

    (Monterrey, 1889-Ciudad de México, 1959) fue un eminente polígrafo mexicano que cultivó, entre otros géneros, el ensayo, la crítica literaria, la narrativa y la poesía. Hacia la primera década del siglo XX fundó con otros escritores y artistas el Ateneo de la Juventud. Fue presidente de La Casa de España en México, fundador de El Colegio Nacional y miembro de la Academia Mexicana de la Lengua. En 1945 recibió el Premio Nacional de Literatura. De su autoría, el FCE ha publicado en libro electrónico Aquellos días, La experiencia literaria, Historia de un siglo y Las mesas de plomo, entre otros.

    LENGUA Y ESTUDIOS LITERARIOS


    CAPÍTULOS DE LA LITERATURA ESPAÑOLA

    SEGUNDA SERIE

    ALFONSO REYES

    Capítulos de la literatura española

    Segunda serie

    Primera edición en Obras completas VI, 1957

    Primera edición de Obras completas VI en libro electrónico, 2016

    Primera edición en libro electrónico, 2018

    Diseño de portada: Neri Saraí Ugalde

    D. R. © 2018, Fondo de Cultura Económica

    Carretera Picacho-Ajusco, 227; 14738 Ciudad de México

    Comentarios editorial@fondodeculturaeconomica.com

    Tel. (55) 5227-4672

    Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra, sea cual fuere el medio. Todos los contenidos que se incluyen tales como características tipográficas y de diagramación, textos, gráficos, logotipos, iconos, imágenes, etc., son propiedad exclusiva del Fondo de Cultura Económica y están protegidos por las leyes mexicanas e internacionales del copyright o derecho de autor.

    ISBN 978-607-16-5730-5 (ePub))

    ISBN 978-607-16-5728-2 (ePub, Obra completa)

    Hecho en México - Made in Mexico

    Índice

    Prólogo

    Un tema de La vida es sueño

    La Garza Montesina (Retrato imaginario)

    Ejercicios de historia literaria española

    Los autos sacramentales en España y América

    Influencia del ciclo artúrico en la literatura castellana

    Un precursor teórico de la aviación en el siglo XVII

    Si el hombre puede artificiosamente volar, por

    A. de Fuente la Peña

    Tercer centenario de Alarcón

    Urna de Alarcón

    San Juan de la Cruz

    Galdós

    Apéndices

    Prólogo

    LA PRIMERA serie de estos Capítulos de Literatura Española apareció en 1939, en las ediciones de La Casa de España en México, hoy recogidas y continuadas por El Colegio de México. Los años que he tardado en reunir esta segunda serie miden la enormidad de labores y deberes que me esperaban a mi regreso al país, después de varios lustros de ausencia.

    Sobre el carácter mezclado de estas páginas, ajustadas unas al rigor filológico, otras escritas en el tono de voz que conviene a los públicos generales, y algunas tocadas de imaginación; o sobre la imposibilidad de poner al día tal o cual especie, salvo los leves retoques evidentes, ofrezco las mismas disculpas que ya di en el prólogo de la primera serie y que, a juzgar por los comentarios, fueron aceptas a la crítica.

    Agradezco la libertad de juntar aquí estos trabajos a todas las revistas y publicaciones de donde los he entresacado.

    A. R.

    México, 1944.

    I. Un tema de La vida es sueño

    El hombre y la naturaleza en el monólogo de ‘Segismundo’

    I

    A la puerta de la torre que le sirve de cárcel, Segismundo recita el conocido monólogo: Apurar, cielos, pretendo. Mucho se ha pensado en torno a la cautivadora escena de Calderón: Parece un grabado de Durero, escribe Azorín; y en las increpaciones de Segismundo cree oír Unamuno la genuina voz de la raza.¹

    Krenkel advierte la semejanza de este monólogo con el del Barlán y Josafá de Lope de Vega, e insiste sobre el paralelismo que hay entre él y otros pasajes de las obras de Calderón.² Buchanan aporta al problema abundantes materiales y recopila además algunos trozos que, aunque posteriores al monólogo, forman con éste un verdadero ciclo literario.³ Monteverdi —que se alarga sobre las fuentes de La vida es sueño en general—, aunque nada nuevo propone sobre este monólogo, fija así las conclusiones de Buchanan: "Entre los pasajes anteriores a La vida es sueño que pone Buchanan, sólo el del Barlán y Josafá y los de Lo que ha de ser de Lope de Vega —y, a lo sumo, el gracioso soneto de Guillén de Castro ‘Apenas tiene pluma el avecilla’…— pueden relacionarse directamente con el monólogo de Segismundo. Y ofrecen ocasionales semejanzas con este tema algunos pasajes de otros dramas calderonianos, citados también por Buchanan.⁴ Menéndez Pelayo había recordado vagamente que, según lo advierte el traductor Fernández Vinjoy, el pensamiento filosófico de los monólogos" en La vida es sueño parece proceder de Filón Hebreo, La vida del político.⁵ Buchanan, que no pudo consultar esta fuente, la creyó relativa al monólogo estudiado; pero por el análisis que de los trozos de la traducción latina de Filón hace Monteverdi, veo que éstos no atañen a dicho monólogo, sino al que comienza Es verdad, pues reprimamos, y, en todo caso, al concepto de la vanidad de la vida y, con menos probabilidad, a la fábula que da asunto a la tragedia calderoniana.⁶ Northup señala las semejanzas entre La vida es sueño y Los yerros de naturaleza, de Calderón y Antonio Coello.⁷ Farinelli, además de las varias observaciones recogidas en las notas de este artículo, señala alguna derivación extranjera del tema. Pero, dado el carácter de su obra, sólo ha tocado de paso nuestro asunto: Di proposito —escribe— accenno a qualche derivazione, e non mi sbizzarrisco elencando le fonti così dete…

    Resulta de las anteriores investigaciones que el tema aparece en varias obras de Calderón, sin que se pueda fijar cronológicamente la primera forma en que se produce; que, además, para la época de Calderón un simile confronto era divenuto un luogo comun (Monteverdi). Que aunque no haya que buscarlo en Filón Hebreo, el motivo del soliloquio risale ad una antichità rispettabile (Farinelli). Que hasta donde se infiere por los trabajos anteriores, Lope de Vega was probably the first to transplant the conceit to Spanish soil (Buchanan). Por todo lo cual este estudio no debe plantearse como una simple averiguación de fuentes, sino como la historia de un tema que se desenvuelve en la literatura, plegándose al criterio de cada época. Por lo demás, conviene referirse constantemente al monólogo de Segismundo, que representa la culminación del tema.

    Las siguientes observaciones tienen por objeto corregir y ampliar el cuadro anterior, no sin limitar antes nuestro campo. Hay en el monólogo de Segismundo dos ideas centrales. Concéntrase la primera en la frase el delito mayor / del hombre es haber nacido, y la segunda en el estribillo Y teniendo yo más alma / tengo menos libertad. La primer idea —compendio del pesimismo práctico— es, por lo menos, tan antigua como la fábula de Sileno y Midas, y recuerda las lamentaciones de Job. La segunda —inferioridad del hombre entre los demás seres naturales, ya en cuanto a su suerte en general o ya en cuanto a su libertad— es, acaso, tan antigua como los orígenes mismos de la fábula zoológica. Ya asegura el Eclesiastés que la humanidad no tiene preeminencia sobre los brutos. Homero exclamaba que el hombre es la más triste de las bestias del campo; y la oda anacreóntica —bien que en ella la conclusión sea inversa— compara a la mujer, armada de su sola belleza, con el toro, el caballo, el león, el pez, el ave y el hombre. Y adviértase que en los ejemplos que nos da la literatura ni se trata siempre del género humano, sino de tal o cual persona, ni siempre de la libertad metafísica, sino de la corporal; pero el poeta procura elevarse, simbólicamente, hasta esas especies filosóficas. La primera idea de este monólogo fácilmente se transforma, a poco que el espíritu cristiano la rectifique, en el tema del desengaño, que inspira el segundo monólogo de Segismundo: Es verdad, pues reprimamos. Buscar sus manifestaciones en España sería, mucho más que una investigación literaria, emprender un examen filosófico de toda nuestra tradición escrita y oral, y acaso de toda una fase del pensamiento europeo, glosando, una vez más, las coplas de Manrique. No lo intentaré. Me limito, pues, dentro de la literatura española, a estudiar la segunda idea: la comparación entre los objetos naturales y el hombre, cualquiera que sea el concepto de esa comparación, puesto que en la trama y mecanismo de ésta consiste la unidad del tema: la mente literaria, en efecto, no procede sólo por asociaciones ideológicas, sino también por simples asociaciones verbales.

    II

    Comenzaré por el teatro, donde, por lo visto, el tema se había desarrollado abundantemente en el siglo XVII. La conjetura de Buchanan sobre la prioridad de Lope de Vega no puede mantenerse, ya se trate de las letras españolas en general, o ya particulamente del teatro. Pero acaso fue Lope de Vega quien, dentro del teatro, dio al tema verdadera popularidad. En las anteriores notas he recogido los datos que sobre este punto proporciona la erudición, procurando incorporar al estudio algunos que andaban dispersos. A ellos puedo añadir los siguientes:

    Francisco de Rojas en su comedia de Progne y Filomena. Habla ‘Filomena’:

    El aire, el ave y el cristal sonoro,

    todos hallan venganza, y yo la ignoro:

    Aquel monte, que primero

    sufrió al año ofensas mil,

    ya le desagravia abril

    de las injurias de enero;

    del ave el curso ligero

    halló su consorte igual,

    y el fugitivo cristal

    halló el centro a su corriente;

    pero mi mal solamente

    se descuenta con mi mal,

    Clicie, que al sol enamora,

    si con ingrato arrebol

    suele marchitarla el sol,

    la reverdece la aurora;

    nube que el reflejo dora,

    aunque vierta su cristal,

    la entrega nuevo caudal

    aquel vapor diligente;

    pero mi mal solamente

    se descuente con mi mal.

    Reina la rosa divina

    del clavel y de la flor,

    para manos de rigor

    conserva arqueros de espina;

    yedra allí, al riesgo vecina,

    no encuentra consorte igual,

    y con amor natural

    la abraza el olmo prudente;

    pero mi mal solamente

    se descuenta con mi mal.

    Del mismo Francisco de Rojas, Los bandos de Verona, donde dice ‘Julia’ a su padre:

    Señor, si el cielo me deja

    obrar con el albedrío,

    imita a Dios, y no quieras

    hacer lo que Dios no hizo.

    La nube arbitria en los vientos,

    y el aire diáfano y limpio

    se mancha con sombras negras;

    flor hay que cierra el capillo

    a la noche, y a la aurora

    sale a lograr el rocío;

    hurón de plata, el cristal

    roza la peña a su arbitrio,

    y, aunque por frágil arena

    brotará al prado florido,

    eligieron sus audiencias

    la dificultad del risco;

    el ave manda en el viento,

    y aunque él se oponga atrevido,

    o le vence con las alas

    o le corta con el pico;

    fiera elige de su especie

    la otra fiera; blanco armiño

    —símbolo de la pureza—,

    o no vive o vive limpio;

    la palma cuaja en el prado

    —gigante vegetativo—,

    a la vista del consorte,

    el embrión amarillo.¹⁰

    Pero donde verdaderamente conviene fijarse es en el teatro anterior a Lope de Vega, que hasta hoy no ha sido explorado en lo que compete a nuestro tema. Éste se esboza vagamente: unas veces se precisa y otras se diluye. No creo haber sorprendido todas sus apariciones. Las que cito a continuación las agruparé según las fases principales del teatro en el siglo XVI: 1) Al comenzar el siglo, Juan del Encina y la abundante producción popular que de él deriva en églogas, farsas, representaciones y autos. 2) Después, menos copiosa, pero más cercana al tipo definitivo de la comedia, la corriente derivada de Torres Naharro y La Celestina, y del recuerdo de los modelos italianos. 3) La imitación formal de La Celestina, que se manifiesta en el empleo de la prosa, produce algunas obras irrepresentables, que caen, sin embargo, dentro de la historia del teatro. 4) El esfuerzo de los humanistas por resucitar la tragedia clásica (Villalobos, Pérez de Oliva, Simón Abril, Díaz Tanco, Bermúdez). 5) En la segunda mitad del siglo, Lope de Rueda y la imposición de los modelos italianos. 6) Al finalizar el siglo, Cueva, Virués y Rey de Artieda ensayan el drama romántico, nacional, que contiene ya la materia prima de la Comedia.¹¹

    Como manifestación previa debe considerarse la de Rodrigo Coto en el Diálogo del Amor y el Viejo. Aparece allí la idea del amor universal en estos términos:

    En el aire mis espuelas

    fieren a todas las aues,

    y en los muy hondos concaues

    las reptillias pequeñuelas:

    toda bestia de la tierra

    y pescado de la mar

    so mi gran poder s’encierra,

    sin poderse de mi guerra

    con sus fuerças amparar.

    Algún ave, que librar

    se quiso de mi conquista,

    solamente con la vista

    le di premia d’engendrar:

    mi poder tan absoluto

    que por todo cabo siembra,

    mira cómo lo secuto:

    árbol hay que no da fruto,

    do no nasce macho y hembra.

    Pues que ves que mi poder

    tan luengamente s’estiende,

    do ninguno se defiende

    no te pienses defender…¹²

    Aquí, como se ve, la valoración natural del hombre consiste en declararlo semejante a los animales por lo que respecta al amor, sin que aparezca aún el problema de su superioridad o inferioridad general.

    El carácter dramático de este diálogo, dice Menéndez Pelayo, se acentúa más en otras imitaciones posteriores. La del códice de la Biblioteca Nacional de Nápoles, estudiada por Miola, contiene también la misma idea en el pasaje que comienza: Las aves libres del cielo, donde se describen los efectos del amor en los peces, los animales, el unicornio, las plantas y los hombres.¹³ Sobre esta idea del amor universal, que aparece en los versos de Examinarse de rey, de Mira de Mescua, citados por Buchanan (p. 245), advierte Farinelli (II, p. 412, n. 24) que conviene referirse al Aminta del Tasso che lasciò più traccia anche nell’ opera drammatica calderoniana. Y, en efecto, al comenzar el siglo XVII, Juan de Jáuregui traducía así los versos del Tasso:

    Mira allí aquel palomo

    con qué dulces arrullos y caricias

    besa a su compañera;

    oye aquel ruiseñor de ramo en ramo

    cómo salta cantando: Yo amo, yo amo.

    Pues la culebra, si es que no lo sabes,

    deja el veneno, y corre

    fervorosa al amante.

    Siente de amor el tigre;

    ama el bravo león. Tú sola, fiera,

    más que las fieras todas,

    le niegas en tu pecho acogimiento.

    Mas ¿qué digo león, serpiente y tigre,

    que tienen sentimiento?

    También aman los árboles y plantas.

    Y cuenta los amores de la vid, el abeto, el pino, el fresno, el sauce, la encina: Y si tuvieras tú de amor sentido, / bien sus mudos suspiros entendieras.¹⁴

    Entrando ya en el siglo XVI, y comenzando por el primer grupo dramático, nos encontramos con que, a pesar de ser la definición del amor y sus efectos uno de los motivos obligados en el teatro de Juan del Encina, no se da en él la comparación del hombre y los demás seres bajo este respecto. Encontramos en cambio, y conviene de una vez discernirla —porque constituye un tema aparte—, la increpación del hombre a la naturaleza, pidiéndole que participe de su duelo. En Emerson, el hombre dolorido exclama: Hemos venido a perturbar el optimismo de la naturaleza. Y esta necesidad de comunicar al cielo y a la tierra nuestros duelos y placeres —que es una de las raíces psicológicas de la égloga concebida a la manera de Garcilaso— se da con gran frecuencia en la primera fase dramática del siglo XVI, y suele interceptar también nuestro tema del valor natural del hombre. Hay, pues, que conformarse con seguir las apariciones momentáneas del concepto estudiado, por entre el conjunto de ideas extrañas que lo envuelven.

    Así en Juan del Encina, égloga de Fileno y Zambardo (Teatro completo, ed. Acad., 1893, p. 191): ¡Oh montes, oh valles, oh sierras, oh llanos… / oíd mis dolores, si son soberanos, grita ‘Zambardo’. Más adelante increpa a la mujer, a ‘Cefira’, cruel sobre todas: La sierpe y el tigre, el oso, el león… / Por curso de tiempo conoscen las voces / de quien los gobierna, y humildes le son. / Mas ésta, do nunca moró compasión… / Ni me oye, ni muestra sentir mi pasión. Y en la égloga de Plácida y Vitoriano (p. 266): Por las ásperas montañas / y los bosques más sombríos / mostrar quiero mis entrañas / a las fieras alimañas, / y a las fuentes y a los ríos; / que, aunque crudos, / aunque sin razón y mudos, / sentirán los males míos. En la misma pieza dice ‘Suplicio’, tratando de consolar al amante con el ejemplo de la mutabilidad de la naturaleza: Un león muy fuerte y bravo / por maña y arte se aplaca… / un muy atorado clavo, / con otro clavo se saca… / y lo que tiñe la mora / ya madura y con color, / la verde lo descolora; / y el amor de una señora / se quita con nuevo amor. Y siguen ejemplos tomados de la leyenda clásica (pp. 272-73). Adviértase que todos estos pasajes pertenecen a la última manera de Juan del Encina.

    En Lucas Fernández encontramos también aquel anhelo de comunicar y comparar con la naturaleza los afectos humanos. En cierta farsa o casicomedia que recuerda el principio de la Ardamisa de Negueruela (Églogas y Farsas, ed. Acad., 1867, p. 67), dice la ‘Doncella’: "Los graznidos de las aves, / con los gritos que daré, / gozaré / por cantos dulces, suaves; / de los osos sus bramidos / serán ya mi melodía… / Y en señal de mi gran luto, / los verdes sotos y prados /

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