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Retrato del poeta como joven cuentista
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Libro electrónico306 páginas14 horas

Retrato del poeta como joven cuentista

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Este volumen concentra los quince primeros cuentos de Rubén Darío, escritos entre 1881 y 1889 y nunca incluidos en libros sino sólo publicadas en periódicos. La edición y el estudio estuvieron a cargo de Alberto Paredes, mientras que el prólogo lo escribió Alfonso García Morales. Retrato del poeta como joven cuentista se forma con títulos como "A las orillas del Rhin", "Las albóndigas del coronel", "Mis primeros versos", relatos que son parte primeriza o todavía experimental de la corriente en la que incursionó Darío con su obra Azul (1888), es decir la de la narrativa fantástica, fundamental para el Modernismo.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento9 dic 2016
ISBN9786071646507
Retrato del poeta como joven cuentista
Autor

Rubén Darío

Rubén Darío (1867-1916) was a Nicaraguan poet. Following his parents’ separation, he was raised in the city of León by Félix and Bernarda Ramirez, his maternal aunt and uncle. In 1879, after years of hardship following the death of Félix, Darío was sent to a Jesuit school, where he began writing poetry. He found publication in El Termómetro and El Ensayo, a popular daily and a local literary magazine, and was recognized as a promising young writer. Darío soon gained a reputation for his liberal politics and was denied an opportunity to study in Europe due to his opposition of the Catholic Church. In 1882, he travelled to El Salvador, where he studied French poetry with Francisco Gavidia and sharpened his sense of traditional poetic forms. Back in Nicaragua, he suffered from financial hardship and poor health while attempting to broaden his style through experimentation with new poetic forms. In 1886, he traveled to Chile, where he published his masterpiece Azul… (1888), a groundbreaking blend of poetry and prose that helped define and distinguish Hispanic Modernism. The success of Azul… enabled Darío to find work as a correspondent for La Nación, a popular periodical based in Buenos Aires. He travelled widely throughout his career, working as a journalist and ambassador in Argentina, France, and Spain. Darío continued to write and publish poetry, courting controversy with a series of poems written on Theodore Roosevelt and the United States which displayed his inconsistent political position on the impact of American imperialism on Latin America. Towards the end of his life, suffering from advanced alcoholism, Darío returned to his native city of León, where he was buried after a lengthy funeral at the Cathedral of the Assumption of Mary.

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    Rubén Darío es un gran cuentista, un pilar del modernismo, por supuesto, pero también de la literatura en español del siglo XX en general. Su aporte en la renovación literaria es tan amplio en la poesía como en los dos géneros en prosa que más asiduamente cultivó: el cuento y la crónica. Este volumen invoca al gran poeta como joven cuentista; la visión completa de esta fase dariana se obtendrá por la lectura de los quince cuentos aquí contenidos más los catorce textos que el autor presenta en Azul… como Cuentos en prosa y que ocupan la mayor extensión de tan trascendental título.

    Nunca reunió estos quince en un solo volumen, así como tampoco lo hizo con su amplia producción cuentística posterior a 1890. Sobre los que aquí nos competen surgen espontáneamente las preguntas: ¿ejercicios de juventud?, ¿tanteos primerizos?, ¿Félix Rubén antes de Darío? Eso y más es mi respuesta. Eso y mucho más manifiesta prolongadamente el ensayo que aparece aquí como posfacio.

    El presente volumen es un libro construido/reconstruido de y sobre el joven y muy talentoso cuentista que fue Darío en sus inicios literarios. Tal es el tono en el que reflexiona el estudio final, que es ejercicio de lectura.

    Agradezco a la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM así como a la DGAPA de la misma universidad el permitirme dedicar mi tiempo profesional a la obra de Rubén Darío; es un placer que agradezco en todo lo que vale. Gracias a Alfonso García Morales por presentar este libro y hacerlo con tanta agudeza como cordialidad; a Jorge Eduardo Arellano, por todo lo que le ha aportado. A Rocío Oviedo y Marta Palenque, por su presencia. A Gustavo Elías, quien con la generosidad y la energía de la juventud me ha auxiliado en algunas búsquedas encarnizadas de pequeños, valiosos, datos y fuentes.

    Éste es un libro cuyo seno nutricio son las bibliotecas; en todas ellas he sido recibido —en persona o por comunicaciones a distancia— de manera impecable por muy cordiales bibliotecarios y conservadores. Gracias, pues, a la Dirección General de Bibliotecas de la UNAM, a las Bibliotecas Nacionales de Chile y Francia, y a la Hemeroteca Nacional de Guatemala. Las bibliotecas y los archivos son los hogares de los libros; los amables conservadores y responsables de las instituciones mencionadas me han hecho sentir como en mi casa.

    El FCE y yo agradecemos ampliamente al Centro de Documentación e Investigación de la Cultura de Izquierda (CeDInCI) en Argentina habernos facilitado generosamente las imágenes digitales de Mundial Magazine para la portada, así como la autorización para utilizarlas.

    Es un honor que este libro aparezca bajo el sello del Fondo de Cultura Económica. Es aquí donde Ernesto Mejía Sánchez y Raimundo Lida ofrecieron la edición destinada a ser modélica de los entonces llamados Cuentos completos; sea este libro un homenaje a su legado y una forma de prolongarlo. El FCE es el sello ideal para cobijar esta propuesta de edición y lectura de los quince cuentos juveniles que quedaron fuera de Azul…, y que llegan ahora, renovados, a manos de estudiosos y lectores. Agradezco personalmente a Tomás Granados Salinas y Adriana Romero Nieto el hospedar este libro en el marco del centenario luctuoso y sesquicentenario natalicio del gran Rubén Darío.

    ALBERTO PAREDES

    Coyoacán, 18 de enero de 2016

    Presentación

    El 19 de agosto de 1950 salió de las prensas del Fondo de Cultura Económica nuestra primera edición de los Cuentos completos (Biblioteca Americana, 1950) de Rubén Darío; se aprovechaban las solapas para invitar al curioso lector a adentrarse en sus páginas mediante una sucinta presentación que no ha perdido actualidad. O dicho de otra manera, ésta envejece muy bien gracias a la pluma que la redactó. Sesenta y seis años después, la batalla en favor de los otros géneros darianos está ganada; su prosa de ficción (cuentos, fragmentos de novelas, prosas varias) así como la de no ficción (artículos, semblanzas literarias, crónicas, textos autobiográficos) reciben la atención que se merecen. Los especialistas laboran en el mejor establecimiento textual posible, de manera que cada vez podemos leer mejor a Darío en la amplitud de sus géneros e intereses. El horizonte dariano es más vasto, en gran medida gracias a la misión cumplida de las generaciones que nos precedieron. Al leer ahora aquel párrafo introductorio descubrimos que sigue iluminándonos, indicando el sentido y la relevancia de los cuentos del nicaragüense inmortal.

    El textito no está firmado; a todas luces debe tratarse del responsable de la edición de aquella obra, don Ernesto Mejía Sánchez. Repárese en la fineza con la que elogia a Raimundo Lida por el estudio preliminar, que de inmediato se convirtió en un clásico sobre la materia, tantas veces citado y aun reimpreso en su integridad; a renglón seguido se menciona con suma discreción el trabajo en la preparación del volumen, fruto de Mejía Sánchez, por supuesto. Ofrecemos aquí la pieza no como página curiosa sino por ser una concisa reflexión siempre vigente sobre Rubén Darío autor de cuentos.

    La publicación de los Cuentos completos de Rubén Darío, reunidos por primera vez para la Biblioteca Americana del Fondo de Cultura Económica, constituye un verdadero acontecimiento editorial. Si en general puede decirse que a la importancia del gran poeta se ha correspondido hasta hoy [1950] con la injusticia de las peores ediciones, no es exageración afirmar que sólo ahora podrán leerse sus cuentos en una edición digna de este clásico de nuestra América. Textos fidedignos, dispuestos en orden cronológico para mostrar con más limpieza la frecuencia con que fueron apareciendo y la curva de su evolución artística, y cuidadosamente estudiados y anotados, proporcionan una nueva visión del Darío cuentista, a quien, en adelante, ya no se podrá juzgar sólo por sus primerizos relatos de Azul… Producción narrativa copiosa y variada, desconocida en su mayor parte, nos presenta un nuevo Darío, preocupado por el arte de la ficción en prosa, experimentador, renovador y autocrítico, y siempre, y por encima de todo, poeta lírico incorregible. Inquieto y avizor, muy antiguo y muy moderno, audaz, cosmopolita, Darío frecuenta los más diversos caminos de la prosa de su época y aun abre otros nuevos. La tradición española e hispanoamericana, el cuento exótico, realista o fantasista, las recreaciones arqueológicas de temas y ambientes lejanos, la página autobiográfica, el suceso humorístico, la tradición colonial, la mitología y la hagiografía, lo sonriente y lo macabro, la denuncia social, el misterio y la fantasía hallaron adecuado lugar y expresión en su obra de cuentista. El brillante estudio preliminar de Raimundo Lida guía certeramente al lector a través de estos aspectos ignorados de Rubén Darío. Las notas de Ernesto Mejía Sánchez, investigador de El Colegio de México, señalan las fuentes literarias, artísticas e históricas que Darío aprovecha en sus cuentos, así como los temas constantes de su prosa y su verso, y su íntima comunicación e interdependencia. De la masa de estos Cuentos completos de Rubén Darío destacan algunos que —lo mismo que sus mejores poemas— se ofrecen al lector de hoy como muestras no de mera habilidad sino de un ímpetu verdadero y profundo. Llegan hasta el presente y van hacia el porvenir, como su autor quería. Aparte de lo que signifiquen para la historia del cuento hispanoamericano (y significan más de lo que comúnmente se cree), aparte de su utilidad para el estudio del Darío poeta, estos cuentos pueden por sí aspirar a una dignidad propia y autónoma, a una justa y suficiente inmortalidad.

    Prólogo

    Editar y explicar los cuentos de Darío

    NUEVO APORTE A UNA VIEJA TAREA

    A lo largo de su vida Rubén Darío no dejó de escribir y publicar, con mayor o menor constancia, cuentos en la prensa, pero nunca llegó a recogerlos en libro, con la gran pero parcial excepción de Azul…, pues ahí los cuentos se compaginan poéticamente con los poemas. Durante la década de 1920, surgieron aquí y allá los primeros fervorosos, pero no siempre preparados ni escrupulosos, buscadores y editores de textos darianos dispersos: Teodoro Picado, Regino E. Boti, Máximo Soto Hall, y junto o tras ellos los encargados de las primeras y fallidas series de Obras completas.¹ En las décadas de 1930 y 1940 siguieron nuevos y más recopiladores profesionales: Raúl Silva Castro y Julio Saavedra Molina en las hemerotecas de Chile, Erwin K. Mapes en Argentina y Diego Manuel Sequeira en Nicaragua.² Muchas páginas habían pasado de estar dispersas en periódicos y revistas casi inencontrables a estarlo en recopilaciones apenas conocidas más que por los especialistas. Superada la prueba de fuego de las vanguardias, se llegaba a la mitad de siglo XX con una consideración prácticamente unánime de Darío como gran clásico moderno en español, pero también con un estado editorial lamentable de su obra, especialmente de su obra en prosa, lo que impedía avanzar sobre bases seguras en el conocimiento integral del escritor y, por ende, en el de todo el modernismo.

    Uno de los primeros en enfrentar con claridad esta situación fue el nicaragüense Ernesto Mejía Sánchez. Poeta de la generación de 1940, la que representaba la posvanguardia en su país, investigador de El Colegio de México desde 1947 y dariano fanático y profesional, como él mismo se definía, se propuso dar a Rubén Darío, el gran mito nacional de Nicaragua, un riguroso tratamiento histórico y filológico.³ Sin dejar de afirmar su modernidad y universalidad —que defendería polémicamente frente a Cecil M. Bowra y Luis Cernuda—, subrayó su carácter centroamericano, y sin descuidar su obra total presidida por la poesía, empezó por centrarse en los cuentos, una de sus facetas peor conocidas y valoradas. Animado por Alfonso Reyes, entonces al frente de El Colegio de México, entre cuyos múltiples intereses había también un antiguo interés personal por los vínculos mexicanos de Darío, y dirigido por Raimundo Lida, profesor argentino consciente de las posibilidades de extender los estudios estilísticos a la prosa modernista, Mejía Sánchez se dio a la difícil tarea de editar por primera vez de manera sistemática y responsable sus cuentos.

    En 1950 publicó en la colección Biblioteca Americana del FCE de México, Cuentos completos de Darío: 77 piezas dispuestas cronológicamente según los datos disponibles y sucintamente anotadas con aclaraciones bibliográficas y, en menor medida, literarias e históricas. Presentó algunos cuentos nuevos pero sobre todo reunió y ordenó todos los que se habían ido rescatando hasta entonces. En muchos casos no pudo cotejarlos con las primeras publicaciones en periódicos, especialmente en diarios no centroamericanos, y se tuvo que conformar con lo transmitido por los recopiladores mencionados. Cuando dispuso de varias versiones de un cuento, optó por la que consideraba mejor, y siempre corrigió lo que le parecían errores evidentes. También es importante señalar que incluyó como cuentos varios textos que se habían publicado originalmente como crónicas, ensayos o poemas en prosa: una de las ocho crónicas de la serie La semana, publicada en 1888 en El Heraldo de Valparaíso y recopilada por Silva Castro, él la distinguió como cuento por su contenido narrativo y la retituló con su primera frase El año que viene siempre es azul; lo mismo hizo con La pesca, rescatado como poema en prosa por E. K. Mapes, o con Primavera apolínea, que había aparecido en 1911 como prólogo a La juventud intelectual de Alejandro Sux. Son ejemplos concretos de que el cuento, más aun el cuento modernista, siempre presenta fronteras difusas con géneros próximos, señaladamente con el poema en prosa por un lado y con la crónica por otro, y que entenderlo de una forma u otra es en último extremo una decisión de lectura. Los críticos y editores son mediadores, incluso transformadores privilegiados, capaces de asignar o modificar el significado literario de los textos. En este caso Mejía Sánchez, editor autorizado de Darío, posiblemente por su interés en hacer visible la importancia de éste como cuentista, decidió clasificar como cuentos algunos textos suyos de incierta identidad genérica. Una práctica que, como veremos, él continuó y que editores posteriores acentuaron.

    Su maestro Raimundo Lida, que se iniciaba como dariísta junto a él, se encargó del estudio preliminar de la edición. Ofreció un minucioso análisis de los recursos empleados por Darío en la prosa poética de sus cuentos y una interpretación de los temas, siempre presididos por el del enfrentamiento entre la poesía y la realidad, entre el poeta y el mundo. Las preocupaciones y los logros de su narrativa se plasmaron con especial intensidad en los revolucionarios cuentos de Azul…, como supieron reconocer Valera, Rodó y otros críticos de la época, pero también —y es lo que le importaba añadir a Lida— perduraron, renovados y transformados, en relatos posteriores: "No es negar la importancia histórica de Azul… el añadir hoy al ‘canon’ de Rubén Darío otros cuentos, acaso de menos brillo y tersura, pero también menos sujetos al gusto estricto de su época".⁴ Su conclusión, con la que es difícil no seguir estando de acuerdo, es que los cuentos de Darío, aunque de menor calidad que sus poemas en verso, aunque mucho menos abundantes que sus crónicas y ensayos, tuvieron por su impronta renovadora una importancia histórica decisiva en la evolución de la narrativa breve y de la prosa moderna en español:

    Si por un lado Darío enriquece el verso y la estrofa, y los temas poéticos y su tratamiento, por otro lado encabeza una transformación de la prosa castellana que, siguiendo modelos franceses, apoyándose en conquistas aisladas de otros escritores hispanoamericanos y coincidiendo con intentos parecidos de diversas literaturas europeas, se adelanta, en la española, a los refinamientos de Valle-Inclán, Benavente, Azorín, Pérez de Ayala, Juan Ramón Jiménez, Miró, Ortega y Gasset. Una actitud reflexivamente innovadora preside esa transformación.

    Como concreción y ampliación de su trabajo en Cuentos completos, Mejía Sánchez presentó y publicó en 1951 su tesis de maestría, Los primeros cuentos de Rubén Darío, una modélica edición crítica de los entonces considerados tres primeros cuentos del escritor: el romántico y medievalista A las orillas del Rhin, el pastiche a lo Ricardo Palma Las albóndigas del coronel. Tradición nicaragüense y el humorístico Mis primeros versos. Con erudición e inteligencia Mejía Sánchez fue poniendo de manifiesto en cada uno de ellos la siempre reconocida capacidad verbal e imitativa de Darío, pero también su temprana ansia de innovar y de alcanzar una voz propia. El objetivo final de su estudio era, si no cambiar, sí matizar el paradigma interpretativo de la evolución de Darío, demostrando frente a lo mantenido por Mapes, Julio Saavedra y tantos otros que la educación literaria de Darío no empezó de cero en Valparaíso y Santiago de Chile sino que se remontaba a Nicaragua, donde junto a los jesuitas, en la Biblioteca Nacional o en contacto con hombres de letras como Ricardo Contreras, no sólo había obtenido una base general pero importante de humanidades, y un amplio y seguro conocimiento de la tradición hispánica, sino una primerísima orientación hacia la literatura francesa moderna que le hacía estar preparado para dar el salto cualitativo de Azul…, el libro nacido de la nueva experiencia chilena, en el que terminó de asimilar y realizar plenamente la escritura artística. Yo sé —habría de declarar el Darío consagrado de 1907— lo que debo literariamente a la tierra de mi infancia.

    Cuentos completos (FCE, 1950) se convirtió de inmediato en la edición de referencia de los cuentos de Darío, base para todas las que han seguido hasta hoy. Recuperaba una dimensión ya casi olvidada del escritor, y era también una llamada de atención sobre la necesidad de tomar en cuenta la prosa como parte imprescindible de la renovación modernista, una necesidad definitivamente impulsada por la creciente proyección continental de la figura de José Martí, el centenario de cuyo nacimiento se celebró poco después, en 1953, y que llevó en las décadas siguientes a recuperar la crónica periodística como género central de la modernidad modernista, y a indagar en el cuento fantástico y en la novela de fin de siglo como posibles orígenes de la nueva narrativa hispanoamericana.

    Pero el mismo rigor de Mejía Sánchez le impedía engañarse. Sabía bien que su edición, aunque fundamental, iba a estar sujeta a modificaciones más o menos grandes, sobre todo por la posibilidad cierta de descubrir (o reconocer) nuevos cuentos, cuando no mejores versiones. Y tanto fue así que los Cuentos completos no habían acabado de salir de la imprenta del FCE cuando Edelberto Torres, el biógrafo dariano por antonomasia, encontró Huitzilopoxtli (1914), un tardío relato del siempre adelantado Darío que al cabo de los años reaparecía para ser leído como antecedente de la novela de la Revolución mexicana y hasta del realismo mágico. Raimundo Lida lo incluyó como apéndice junto al estudio Los cuentos de Rubén Darío en su miscelánea Letras hispánicas.⁷ En 1965 el propio Mejía Sánchez descubrió D. Q., otro no menos sorprendente, fantástico y valioso cuento sobre la guerra cubana del 98, en el que Darío volvió a adelantarse a la relectura finisecular del Quijote.

    Al calor del cincuentenario de la muerte de Darío en 1966 y del centenario del nacimiento en 1967, la industria académica produjo una verdadera avalancha de homenajes y estudios, entre los que no faltaron análisis de cuentos o series de cuentos concretos. Además de Azul…, el más favorecido fue el grupo de cuentos fantásticos. Entre las contribuciones generales dos fueron a mi juicio especialmente relevantes para nuestro tema, ambas de autores argentinos: la monografía de Enrique Anderson Imbert, La originalidad de Rubén Darío (Centro Editor de América Latina, Buenos Aires, 1967), y el primer volumen de la recopilación de Pedro Luis Barcia, Escritos dispersos de Rubén Darío. Recogidos en periódicos de Buenos Aires (Universidad Nacional, La Plata, 1968). Anderson Imbert era entonces un influyente historiador de la literatura hispanoamericana, que había prologado la también importante edición de poesía de Darío hecha por Mejía Sánchez, Libros poéticos completos y antología de la obra dispersa (FCE, México, 1952). La originalidad de Rubén Darío sigue siendo una de las mejores síntesis críticas de la literatura dariana. Respecto al Darío cuentista, no se aparta del enfoque y las conclusiones de Raimundo Lida, pero marca más claramente su evolución y ofrece observaciones de interés. Sobre todo dedica un capítulo específico a sus cuentos fantásticos. Darío, siempre fiel a su propia literatura pero también adaptable a sus diferentes públicos, practicó este subgénero con especial intensidad en Argentina, donde existía una tradición de literatura fantástica que alcanzaría su apogeo en el siglo XX y a la que, modestamente, pertenecía el propio Anderson Imbert narrador. A partir de entonces este aspecto de la narrativa de Darío se vería favorecido por diferentes estudios y antologías, como la difundida Cuentos fantásticos, seleccionada por José Olivio Jiménez (Alianza, Madrid, 1976). Además, Anderson Imbert se preguntaba ¿Agregaremos relatos que figuran en libros de crónicas?⁸ Aunque la pregunta insinúa cierta duda sobre la legitimidad de ampliar el corpus de cuentos con textos concebidos y publicados originalmente como crónicas, él terminó por proponer algunos ejemplos, como El faunida de Todo al vuelo (1912), que en seguida fue adoptado como cuento por Lida y otros.

    En cuanto a la recopilación de Pedro Luis Barcia, apareció con un apéndice de "Adiciones y correcciones a los Cuentos completos de Rubén Darío, por Ernesto Mejía Sánchez con nuevos datos sobre los lugares y las fechas de publicación de varios cuentos. Y aunque Barcia evitaba clasificar por géneros, entre sus aportaciones se encontraban, además del inequívocamente titulado Cuento de Año Nuevo, otros dos textos que Mejía Sánchez no dudó en reconocer enseguida como cuentos: Paz y paciencia y Pierrot y Colombina. La eterna aventura", los tres de 1898.

    Poco después el poeta y crítico uruguayo Roberto Ibáñez publicó en Páginas desconocidas de Rubén Darío (Biblioteca de Marcha, Montevideo, 1970) versiones anteriores y mejores de Huitzilopoxtli y D. Q., y dio a conocer El cuento de Martín Guerre y Caín. A este último lo consideró —y así lo subtituló— Fragmento de novela, pero Mejía Sánchez también lo clasificó como cuento. Por su parte, Ángel Rama dio comienzo con el libro Rubén Darío y el modernismo. Circunstancia socioeconómica de un arte americano (Biblioteca de la Universidad Central de Venezuela, Caracas, 1970) sus contribuciones a la crítica del modernismo, un movimiento que explicó como la respuesta literaria a la incipiente modernidad histórica de fin de siglo XIX, cuando Latinoamérica se incorporó de manera subalterna al capitalismo mundial. Su capítulo sobre La transformación chilena de Darío ayudó a una comprensión más profunda de los cuentos del artista de Azul

    En 1975 Mejía Sánchez dio a conocer su último hallazgo en este campo: el cuento Historia de mar (1898). Se cumplían veinticinco años de sus Cuentos completos en el FCE y hacía tiempo que deseaba hacer una segunda edición corregida y aumentada, incorporando las aportaciones que los investigadores darianos, tantas veces aislados entre sí, habían ido realizando. Pero su propia minuciosidad y probidad crítica, su entrega a otros compromisos, como las absorbentes Obras completas de Alfonso Reyes, o la colaboración con Ángel Rama en una nueva edición de Poesía de Darío (Ayacucho, Caracas, 1977), que revisaba la que hizo con Anderson Imbert, y finalmente la enfermedad, se lo impidieron. En 1983 el FCE decidió reimprimir la edición de 1950 de Cuentos completos, y así ha continuado haciéndolo hasta ahora, sin las rectificaciones pertinentes. Poco antes de morir, Mejía Sánchez llegó a recibir Rubén Darío primigenio. Nuevas investigaciones de sus inicios literarios (1984), en el que Jorge Eduardo Arellano y José Jirón Terán, representantes de una nueva promoción nicaragüense de estudiosos darianos que él había prohijado, daban a conocer el que a la fecha de hoy seguimos teniendo por su primer cuento: Primera impresión, que Darío publicó, bajo el pseudónimo de Jaime Jil, en 1881, cuatro años antes, pues, de En las orillas del Rhin.

    Julio Valle-Castillo, el más directo discípulo de Mejía Sánchez, quiso hacer realidad la segunda edición deseada por éste y publicó Cuentos completos (Arte y Literatura, La Habana, 1990; Nueva Nicaragua, Managua, 1990), que conserva el texto, las notas y el estudio introductorio de la primera, pero rehace el orden de acuerdo con las nuevas precisiones cronológicas y, sobre todo, añade nueve cuentos descubiertos desde 1950, llegando a un total de 86.⁹ Pese a editarse simultáneamente en Cuba y Nicaragua y reimprimirse varias veces, no alcanzó la difusión internacional ni logró sustituir como texto de referencia a la de la potente editorial mexicana.

    Pensando fundamentalmente en un público español, el dariísta José María Martínez preparó la selección Cuentos (Cátedra, Madrid, 1997). Dejó fuera algunos de los más esperables, empezando por los de Azul…, del que él había realizado poco antes una excelente edición crítica para la misma casa editorial; aun así también amplió mínimamente el corpus de cuentos reconocidos, incluyendo La klepsidra (la extracción de la idea) (1897), descubierto por Lea Fletcher, y Cherubín a bordo, parte

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