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Transladado a Australia: Australian History Novel
Transladado a Australia: Australian History Novel
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Libro electrónico389 páginas6 horas

Transladado a Australia: Australian History Novel

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Información de este libro electrónico

Basada en la verdadera vida de George Smith, la historia narra cómo este tuvo que delinquir, ser condenado a morir en la horca, para que luego su sentencia de muerte fuera conmutada a una vida en las colonias, se levantó de sus humildes orígenes para convertirse en pionero y en un rico dueño de tierras australiano. Al llegar a la colonia siendo todavía un joven ingenuo, aprende a manejar el ganado y prospera en el campo solitario y duro, lidiando con Aborígenes nativos que comenzaban a tener sus primeros contactos con el hombre blanco.

Obtiene su libertad por ayudar en la captura de unos delincuentes asesinos, y comienza a soñar en lo impensable – poseer tierras. En medio de un incendio que arrasa con el campo, él salva al jefe de la tribu local y a cambio recibe la mano de su hija. Por suerte George consigue la manera de hacer dinero y la oportunidad de cumplir su sueño de poseer tierras. Su esposa nativa muere poco después de dar a luz a su quinto hijo y George viaja a la Ciudad de Sidney en busca de un ama de llaves. Atraído por una mujer irlandesa, le propone matrimonio y ella acepta, regresándose con él al remoto distrito. Poco a poco los hijos la aceptan como su madre y ahora la próspera familia empieza a reclamar respetabilidad.

IdiomaEspañol
EditorialTerry Spring
Fecha de lanzamiento16 oct 2020
ISBN9781393315124
Transladado a Australia: Australian History Novel

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    Transladado a Australia - Terry Rachelle Spring

    Transladado a  Australia

    Terry Rachelle Spring

    ––––––––

    Traducido por Carlos Rojas A. 

    Transladado a  Australia

    Escrito por Terry Rachelle Spring

    Copyright © 2020 Terry Spring

    Todos los derechos reservados

    Distribuido por Babelcube, Inc.

    www.babelcube.com

    Traducido por Carlos Rojas A.

    Babelcube Books y Babelcube son marcas registradas de Babelcube Inc.

    TRASLADADO

    A

    AUSTRALIA

    La Historia De Un Pionero

    De

    Terry Spring

    ––––––––

    Traducción al Español: Carlos Rojas A.

    Otros Títulos de Terry Spring:

    ‘Rainbows End at Double Bay’

    ‘Twenty Two Truly Twisted Tales’

    ––––––––

    Fotografía de Portada por gentil autorización de:

    La Colección de Estudios Locales de

    La Biblioteca de la Región de Macquarie

    Sucursal de Dubbo

    ––––––––

    1ra Edición 2010

    Texto de Terry Spring

    www.terryspring.com

    Impreso en Australia por Publicious P/L

    ISBN 978-0-646-51179-5

    ––––––––

    Todos los derechos reservados.

    Ninguna porción de este libro puede ser reproducida, copiada, almacenada o transmitida en cualquier forma, incluyendo fotocopias, grabaciones o mediante cualquier sistema de almacenamiento y recuperación de información, sin previa autorización escrita del autor.

    NOTA DEL AUTOR

    La historia de George Smith—quien más tarde sería conocido en Dubbo como el 'Polvoriento Bob '—comienza en la Inglaterra del siglo XIX. Eran tiempos difíciles para quienes vivían de trabajar la tierra. El perturbado rey Jorge III y el Parlamento de Westminster, aprobaron leyes para desincentivar los asentamientos en las zonas rurales y mucha gente fue expulsada de sus tierras, conforme las áreas comunes de pastoreo eran tomadas y cercadas por los ricos. Debido a la caída del empleo en las zonas campesinas, las familias tuvieron que recurrir a los asilos para pobres o a vivir en la calle. La población del campo disminuía a medida que multitudes de personas se desplazaban a las ciudades, y en especial a la ciudad de Londres, en busca de sustento para la vida.

    Para no morir de hambre, la gente que no tenía trabajo o casa, optaba por incurrir en la delincuencia, lo cual ocasionó sobrepoblación en las cárceles, y un aumento acelerado de sentencias de ahorcamiento. Finalmente el Parlamento tomó la decisión de cambiar tales condenas, optando por la deportación de delincuentes a América como mano de obra no remunerada, en un intento por despejar las cárceles peligrosamente abarrotadas.

    Al otro lado del océano, la nueva colonia de América se independizó de Inglaterra, lo cual trajo como consecuencia que las cárceles inglesas volvieron a desbordarse. Era prioritario descongestionarlas—al mismo tiempo, había una creciente necesidad de mano de obra para la recién establecida colonia de Australia. A fin de solventar tal insuficiencia de mano de obra, se enviaban barcos cargados de reos hacia el otro lado del mundo. La mayoría no contaba con las destrezas necesarias para adaptarse a la vida en un país que apenas comenzaba a formarse y George Smith fue uno de ellos, trasladado como reo a una colonia emergente con dificultades para alimentar a sus habitantes.

    CONTENIDO

    PRÓLOGO

    CAPÍTULO 1 COMENZAR DE NUEVO

    CAPÍTULO 2 LA CIUDAD DE LONDRES

    CAPÍTULO 3 LA LUCHA POR SOBREVIVIR

    CAPÍTULO 4 LA CÁRCEL DE NEWGATE

    CAPÍTULO 5 RUMBO A LO DESCONOCIDO

    CAPÍTULO 6 LA GUARNICIÓN DE WELLINGTON

    CAPÍTULO 7 MEJORES PERSPECTIVAS

    CAPÍTULO 8 VIDA FAMILIAR

    CAPÍTULO 9 INDULTO CONDICIONAL

    CAPÍTULO 10 EMPEZAR DE NUEVO

    CAPÍTULO 11 TIERRA EN ABUNDANCIA

    CAPÍTULO 12 LA FAMILIA CRECE

    EPÍLOGO

    PRÓLOGO

    Para no morir de hambre, George sabía que tenía que robar. Solo tenía que olvidarse de las enseñanzas recibidas en su pueblo y del sentimiento de culpa... necesitaba comer. Lo cierto es que eso equivalía a faltar a su convicción de ser un hombre honesto. Pero, ¿no se supone que Dios proveerá a quienes sean buenas personas? Eso es lo que le habían enseñado, pero Dios le había fallado. Nadie me dará trabajo... me tratan como un parásito... qué sentido tiene intentarlo... bien podría hacer lo mismo que hacen los demás. Solo me queda una opción.

    El aguacero amainaba para convertirse en llovizna y George se abría paso a zancadas entre los caminos, estaba decidido a llegar a aquellas calles donde según su amigo Will, había ventas de oro y plata. Se paseó de arriba a abajo por las calles observando las vitrinas de los negocios. Se detenía en las tiendas donde no había clientes, para ver si los vendedores mostraban alguna señal de vulnerabilidad. George había decidido no usar la violencia, no quería hacerle daño a nadie... no podía... ni siquiera a estos ricachones.

    En Silver Street estudió con mucha atención dos tiendas adyacentes. Había solo una mujer atendiéndolas y alternándose entre ambas. George fingía estar refugiándose de la lluvia, al tiempo que observaba y esperaba pacientemente. Un cliente entró a una de las tiendas y la vendedora lo siguió, dejando desatendida la otra tienda. Jadeante, George entró como un rayo. Rápido, agarra algo y sal de aquí, pensó él. Extendió sus manos temblorosas. Demonios, todo está protegido con vidrios.

    Un resplandor proveniente de la sala que daba hacia la tienda, captó su atención. George podía oír los fuertes latidos de su corazón mientras entraba a escondidas a una sala bien amoblada. Estaba desocupada. George suspiró aliviado y registró furtivamente el lugar. Había un bol sobre una mesa auxiliar de madera pulida. Allí encontró un reloj de oro y otras piezas de oro pequeñas.

    El corazón le palpitaba, y así se lanzó a por todas. Tomó los objetos de valor rápidamente y los metió en su bolsillo. En estado de pánico, giró para salir rápidamente de allí y atravesar la tienda para alcanzar la libertad de la calle...excepto que...la dueña había bloqueado la entrada. Estaba parada en la puerta con las manos en la cintura y vigilando en la salida. Aterrorizado, sintió que el corazón le salía por la boca. Sin poder respirar y nervioso al verse descubierto, George luchó por mantener la calma. La mujer comenzó a gritar. Su voz retumbaba con fuerza... acusatoria... enojada.

    ‘¿Qué quieres tú? ¿Quién eres? ¿Qué hacías adentro?’

    Una voz gritaba en su cabeza ‘di algo...lo que sea...pregunta algo’. Pero por más que lo intentó, no pudo sacar de su boca seca una palabra coherente – solo sonidos indescifrables. Incluso en medio del terror, una voz interior le decía que estaba siendo incoherente, y que no podía engañar a esa mujer. Con rostro pálido y ojos saltones, George temblaba de miedo. Nada mi señora. No he tocado nada alcanzó a decir, moviendo su cabeza de un lado a otro. Quiso correr pero no se pudo mover. Su mente le decía que empujara a la mujer y saliera corriendo, pero las piernas no respondían.

    La mujer arremetió contra él, lo abrazó por la cintura y gritó, ¡AYUDENME...UN LADRÓN...QUE ALGUIEN ME AYUDE!

    George trataba de zafarse. La mujer gritaba y continuaba agarrándolo, un peso muerto alrededor de su cintura. De algún modo George pensó que no tenía sentido seguir forcejeando, una voz en su cabeza le dijo que todo había terminado... que no había escapatoria. Golpeándose contra los vidrios y la madera, se revolcaron por la tienda durante todo un minuto—él tratando de escapar y ella aferrándose a la vida y gritando a todo gañote.

    George escuchaba el ruido de pasos que se acercaban por el empedrado fuera de la tienda. En medio del pánico, metió la mano en su bolsillo, sacó el reloj y lo lanzó. El reloj cayó en un estante de madera en la ventana emitiendo un sonido metálico. De pronto apareció gente de todas partes y dos hombres entraron para evitar que escapara. George se vio indefenso, tirado en un piso de madera e inmovilizado por un fornido transeúnte.

    Nadie se dio cuenta ni le hizo caso cuando gritaba: ¡NO HE TOCADO NADA...SUELTENME...NO HE HECHO NADA! 

    A estas alturas, la dueña de la tienda estaba furiosa. Tenía el rostro enrojecido, comenzó a halarse los cabellos y a gritarle a George que se retorcía en el piso, ladrón sucio. Desde la multitud que se aglomeró afuera, entró otra mujer y trató de calmarla, después de algunos minutos, llegó un funcionario de la ley. El funcionario se elevó como una torre sobre un George con lágrimas en los ojos que seguía defendiendo su inocencia, mientras yacía exhausto en el piso. Con rostro serio, el funcionario lo miró desde arriba y gritando más fuerte que la vendedora para poder ser escuchado, le exigió a George que no se moviera mientras se disponía a oír el relato de la mujer.

    El sensato cazador de ladrones de un tirón puso a George de pie y lo esposó. George no opuso resistencia. Con la cabeza adolorida, quería que todo desapareciera. Deseaba retroceder el tiempo y esconderse en algún lugar, cualquier lugar menos estar allí parado frente a un grupo de personas que le miraban con rostros de desaprobación...su mente era un torbellino, estaba consciente del problema en que se había metido. Avergonzado, se preguntaba que habría dicho Ma si estuviera viva.

    Partieron hacia las habitaciones del magistrado donde se pidió a las partes declarar sobre lo ocurrido. El funcionario, Ruben Rice, escribió todo de manera clara y nítida y la vendedora, con los labios apretados, firmó la declaración. Con rostro grave, el funcionario escuchó el relato de George y por tanto redactó una declaración en la cual se negaba cualquier conocimiento del robo. George también quiso dejar claro que había otras personas en la tienda en ese momento, afirmando que ‘una de ellas debe haberse llevado el reloj’. Como no sabía leer ni escribir, George firmó colocando una equis al final del documento.

    El funcionario acusó formalmente a George de robo, y acompañó al joven arañado, magullado y aturdido a una celda donde le quitó las esposas, y enseguida lo empujó hacia el interior, se escuchó el sonido metálico de las llaves al asegurar la cerradura de la  puerta que ponía fin a su libertad.

    Exhausto, George se sentó en un saco de heno sobre la piedra gastada, tratando de contener el llanto. Durante el forcejeo se había roto los labios, le dolían las costillas y tenía moretones en sus muñecas. Miró las paredes de piedra con la mente desconcertada.

    ¿Por qué no me quedé en Harrold con sus flores de dedaleras y sus setos? ¿Qué me hizo pensar que podía entrar a una tienda, robar un reloj y escapar? Su mente estaba llena de ‘porqués’ ¿Por qué no empujé a la vendedora y salí corriendo rápido hacia el sendero? Un paso más y habría llegado. Una y otra vez recreaba la escena en su mente.

    Se quejaba y miraba a su alrededor. La pequeña y oscura celda apestaba a vómito, sangre y orina. Un delgado haz de luz entraba por los barrotes de hierro de la ventana y un tenue resplandor entraba por los barrotes de la puerta de la celda. George tomó la medalla del rey que escondía en su abrigo y la colocó en su zapato. De nuevo sollozaba angustiado mientras el tiempo se detenía frente a él. Intentó sentarse y no pudo, el esfuerzo lo agotó. Se recostó cansado y triste, pensando en su familia. Había lágrimas en sus ojos y la desolación se apoderó de él ¿Qué voy a hacer...por qué Dios me hizo esto?

    Trataba de olvidarlo todo para poder recordar el rostro de su madre y su cálida voz...había pasado tanto tiempo. Se perdía lentamente en el silencio, recordaba la agonía...dejando atrás su niñez y llegando a Londres. Su respiración se hacía más lenta cuando, exhausto, se quedó dormido, soñando con su difunta familia y la vida en el pueblo que había dejado atrás. 

    CAPÍTULO 1

    COMENZAR DE NUEVO

    George miraba y se quitaba las costras que la viruela había dejado en sus brazos y piernas. Al menos ya no duelen. Estaba de vuelta en el pueblo. La fiebre había cedido, pero le dolían los huesos y la cabeza le latía.

    Había sobrevivido en donde otros no pudieron y se preguntaba por qué había tenido tanta suerte. Toda su familia había muerto. Estoy tan solo. No le importo a nadie. No me puedo quedar aquí, viviendo entre fantasmas y recuerdos. Debería dejar el pueblo. Irme... ¿adónde? A cualquier lugar...simplemente irme...dejar el trabajo en la herrería... dejar atrás los recuerdos de cavar tumbas... ¿adónde me voy? A cualquier lugar donde no tenga recuerdos de la viruela... Podría irme a Londres... conseguir un trabajo. Había escuchado en el pasado que otros se habían ido en busca de trabajo allí. Lejos de la viruela, de los muertos y del sufrimiento.

    Si la viruela había sido enviada por el diablo, ¿por qué él me había salvado y había matado a los demás... incluso a los bebés? ¿Qué ha reservado Dios para mí? No puedo retroceder el tiempo...ojalá pudiera. No puedo quedarme aquí. Debo irme...odio este lugar. No tengo a nadie—me quedé sin familia. No tengo nada que buscar aquí.

    Ahora se despedía del párroco...otra experiencia agotadora. El párroco exponía sus motivos en contra de dejar el pueblo y exaltaba las virtudes del trabajo arduo, la tierra siempre había dado de comer a quienes la trabajaban. Pero George se contuvo, estaba decidido a escapar de los horrores de las agonizantes muertes y de las excavaciones de tumbas.

    Suspirando, el párroco dijo ‘Tu madre fue una de mis feligresas favoritas y también de toda la grey. Te ves muy flaco. Hace solo unos meses eras un muchacho sano y fuerte, gracias al trabajo en la herrería. Necesitas comer. No te dejaré ir sin provisiones. Ven, debes llevarte algo de comer—para el viaje’.

    George siguió al párroco por el jardín de rosas hacia el huerto de árboles cargados de fruta. El párroco recogió manzanas y las envolvió en un lienzo junto a un trozo de queso y pan de cebada, y le entregó el fardo.

    El viejo párroco se secó las lágrimas de los ojos con el puño. ‘¿Cómo vas a llegar a Londres?’.

    'He escuchado que hay señales que marcan el camino’ respondió George sin precisar. No había pensado en cómo encontrar el camino.

    El viejo asintió. ‘Así es. Sigue las señales y camina hacia el sur, guíate por las estrellas’. Miró a George compasivamente. ‘Ay muchacho, estás demasiado flaco. No sé cómo sobreviviste’. Moviendo su cabeza prosiguió ‘Solo deseo que Dios te lleve con prisa y espero que Su bondad brille sobre ti. Pero George...por favor rézale a Dios’.

    George, con el corazón abatido, agradeció al viejo párroco y luego gesticuló con su mano despidiéndose desde el otro extremo del patio. En silencio se despidió de su familia la cual él mismo había enterrado meses atrás. Es difícil creer que todo haya cambiado tan rápido, pensó. Su familia fue muy trabajadora y eran buenos feligreses. Asistían a la iglesia por insistencia de Lord Montague. Pocos en el pueblo sabían leer o escribir—no les hacía falta una escuela ya que se dedicaban a trabajar la tierra—así que se aprendían la misa de memoria. Les decían ‘Dios proveerá para aquel que sea fiel’. Se encogió de hombros mientras se alejaba de la casa parroquial, el sermón del párroco le retumbaba en los oídos. Dios no le otorgó ninguna bondad a mi familia, pensaba él. Se los llevó a ellos y me salvó a mí... ¿para qué? Rezar era lo último que le pasaba por la cabeza mientras se disponía a iniciar su partida.

    George echó un último vistazo. Miró a su paso las casitas de cal con ventanas abatibles y la placita del pueblo de Harrold-On-Ouse donde su madre vendía sus quesos. En aquellos tiempos, el mercado se llenaba de gente en el pabellón de piedra construido en la placita del pueblo para dar sombra a los productos en venta. Ahora solo había silencio...ninguna persona a la vista. Todos se quedaban en casa.

    Caminaba por el sendero y recordaba los tiempos pasados cuando recogía flores de aciano y jacintos silvestres para llevarle un ramo a su madre. Era aquí donde peleaba con los chicos del pueblo, luchaban hasta caer al suelo, y poco después, descubrió su amor por los caballos. Luchaba contra la desesperanza que ahora mismo le embargaba. Su madre siempre le aconsejó recordar los momentos felices.

    Momentos felices, sí. Así era como Ma encaraba la vida. Cuando cumplí 13 años, ella habló conmigo a solas y descubrí la verdad...entonces sí que maduré. Todo se aclaró...me dijo quién era mi verdadero padre.  No era su esposo, el herrero, sino una persona de alto rango. El Príncipe Regente vino de visita para el mercado del 1ro de Mayo y vio a mi madre. Soy especial...Dios me salvó...Soy especial... no un simple muchacho de pueblo. Ma siempre decía que viera el lado positivo. Tratando de ser optimista, George enumeraba mentalmente las cosas buenas conforme se iba alejando del pueblo. Vamos a ver, la cicatriz de viruela en mi frente estaba cubierta...peinándome de lado solucioné ese problema. No quiero asustar a nadie...y tengo algo de dinero, algo de comida y la medalla del rey en mi bolsillo...y voy camino a la aventura... a la ciudad de Londres.

    A fin de evitar el peligro de los maleantes, George no caminaba por las rutas públicas a menos que no tuviera otra alternativa. Utilizaba las vías laterales llenas de altos pastizales y margaritas—para  eludir a caballos y viajeros—y a las estrellas como guía, cuidando de no caerse. Las pedregosas rutas estaban llenas de baches y las ruedas rotas de carretas plagaban los bordes del camino.

    Con una vara larga hecha con la rama de un árbol y llevando el fardo que contenía todas sus pertenecías, George recorría el duro camino durante el día, descansando únicamente cuando caía la noche y el cansancio lo vencía. Dormía de forma intermitente. Por las noches soñaba con su madre y con Mary, la pequeña pelirroja, y durante el día, mientras se abría paso por vías irregulares, pensaba en ellas.

    George pensaba en lo afortunado que había sido al haber vivido en las prósperas tierras de Lord Montague. Nunca había estado en las condiciones que ahora se encontraba. Pasó su niñez entre campos de trigo que ondulaban con el viento y vacas gordas. Los trabajadores de la finca tenían mejillas redondeadas y eran alegres.

    Los agricultores propietarios y la alta burguesía habían extendido sus tierras y se anexaban campos, ocasionando el caos. Las aldeas por donde ahora pasaba eran pobres y descuidadas. Gente de aspecto triste viviendo en chozas fétidas hechas de palos amarrados, las familias incluso compartían refugio con animales de granja. Niños flacos que lucían sucios y abatidos, de hecho pensó que toda la gente parecía enferma y medio hambrienta.

    El cuerpo de George estaba adolorido debido al mal dormir. La comida del párroco duró apenas unos días. Cansado y hambriento continuaba caminando, cada vez menos optimista por haber dejado el pueblo ¿Debí haberme quedado? Todos se ven tristes. Tal vez tomé una mala decisión. El ánimo de George decaía a medida que caminaba por el campo, y comenzó a perder la esperanza.

    Llegando a Londres, el camino lleno de baches se congestionaba. A cada hora tenía que apartarse apresuradamente, ya que un carruaje tirado por caballos sudorosos pasaba a toda prisa. Ya casi de noche, George se detuvo frente a una taberna con un letrero pintado que la brisa balanceaba. A través del arco pudo ver el patio de establos donde había un carruaje. Los caballos ya se habían refrescado y los pasajeros regresaban al carruaje. Quizá tengan comida caliente con carne y vegetales pensó, se le hacía agua la boca de solo pensar en las escudillas con comida.

    Con tristeza miró su último trozo de pan y queso. Desanimado y extrañando a su madre, le volvió la desesperanza. De nuevo se preguntaba si había hecho lo correcto... ¿pero para qué quedarme allá? Una vez más se acordó del pueblito de Harrold.

    Cuando a él le comenzó la fiebre se acostó en su cama, temiendo lo que se venía. George estuvo dos semanas de reposo antes de sentirse lo suficientemente bien para poder andar otra vez. Cada día caían de su cuerpo más y más costras de viruela y se sentía más fuerte físicamente, no obstante la soledad lo rodeaba. Totalmente solo, sobrevivía a base de agua y vegetales pasados y daba vueltas en su cama. Nadie se le acercó.

    Una visita al capataz de Lord Montague reforzó su convicción al enterarse de que todas las pertenencias de su familia eran propiedad de su Señoría. Todo pasaba a ser propiedad de la hacienda al morir sus padres. Estupefacto, George se enteró al dejar el pueblo que no era dueño de nada a excepción de algunos utensilios y una manta, la ropa que llevaba puesta y las botas que había retirado de los pies de su padrastro al fallecer. Por primera vez comprendió lo que significaba ser un siervo, como habían sido sus padres. Entendió que si se quedaba, pasaría el resto de su vida trabajando en las tierras de Lord Montague. No sería dueño de nada, trabajando solo por la comida para luego morir. Decidió que eso de permanecer en servidumbre para siempre, no era lo que él quería.

    El viejo amo lucía cansado y demacrado, con rostro de evidente  sufrimiento. ‘Siento mucho tu pérdida Smith. Tantas familias han muerto. Tu familia ha trabajado aquí desde los tiempos en que mis ancestros obtuvieron estas tierras... este es tu lugar. Necesitamos un  herrero. Londres no es sitio para los muchachos del campo, y quizá no consigas trabajo’.

    Acostumbrado a no tener conflictos con sus ‘superiores’, George temblaba pero mantuvo su compostura. ‘Sé que será difícil su Señoría pero aun así quiero intentarlo. Necesito dejar atrás el pasado. Debo irme de aquí...los recuerdos de muertos’, respondió George rotundamente, con ojos abatidos. No voy a pasarme la vida trabajando en el yunque con carbones ardientes para luego morir sin nada, como Pa...como el herrero, pensó para sí.

    El amo gruñó. ‘Otro que se va. Supongo que te escabullirás si te lo prohíbo’ Lord Montague murmuró amargamente mientras metía la mano en su bolso para sacar algunas monedas. ‘Muy bien muchacho. Toma, te entrego algunos chelines para que te ayudes en el camino. Eres un buen trabajador y un tipo honesto. Puede que consigas empleo en casa de mi hermano en Londres...El Honorable Jeffrey Ashbourne. Él vive en Manchester Square. Pero no descartes volver aquí en caso de no encontrar la vida que buscas en Londres’.

    * * *

    En contra de su voluntad pero exhausto, George utilizó el dinero de Lord Montague para pagar alojamiento y comida caliente. Con la barriga llena, George durmió en una cama hecha con fardos de heno en un cuarto sobre el establo de la taberna.  A pesar del silbido del viento que entraba, las pésimas condiciones, las puertas de madera que se abrían en el patio, durmió profundamente toda la noche.

    A la mañana siguiente George despertó sobresaltado, el canto de un gallo en algún lugar lejano llegó a sus oídos. Con cautela abrió sus ojos para mirar a su entorno y emitió un sonido de gran alivio al recordar donde estaba. Trató de apoyarse sobre un codo. Por momentos George pensó que todo había sido un sueño. Sí... que absurdo... todo fue un mal sueño. Luego volvieron los recuerdos y se dio cuenta de que no era ninguna pesadilla. Es verdad. Poco a poco volvían los recuerdos de los recientes meses de agonía. Había enterrado a su hermana, a su madre y a su padre y después cayó en cama con la fiebre. Lágrimas corrían por sus mejillas mientras recordaba la pena y la desesperación. La desdicha se transformó en un profundo dolor. Nunca más volvería a ver a su hermanita o sentir los abrazos de su madre—estaba solo en el mundo.

    Es hora de partir pensó, sabía que tenía que sacudir los sentimientos de tristeza que lo agobiaban. Rápidamente, el caminar y el aire fresco despertaron el hambre. Compró una tarta en una panadería cercana, consciente de que su dinero casi se había acabado y trató de no pensar en su estómago vacío.

    Sediento, cansado y con los pies adoloridos, se acercaba a los límites de la ciudad. La recta vía romana que conducía a la ciudad de Londres, tenía un tráfico infernal. Hombres a caballo, carruajes y coches pasaban a toda carrera y los bordes de hierba estaban llenos de gente durmiendo. Desorientado, George miró las pocas monedas en su bolsa y supo que no podía volver a comprar comida. Esa noche descansó bajo los arbustos de seto, acurrucado bajo su manta en el césped a la orilla del camino. El riesgo estaba latente pues a diferencia de los tranquilos senderos del campo, mucha gente convergía en la ciudad de Londres. Numerosos mendigos pedían en las cercanías y ya algunos parecían estar al borde de la desesperación. Desconfiado e inquieto, durmió y despertó en la madrugada en medio del aire frio, agradecido por no haber sido atacado. Ahora se quitaba con cuidado las botas de su padre mientras veía que tenían huecos en las suelas. Por llevar las botas, sus pies y tobillos estaban ampollados y adoloridos, comenzó a sentirse triunfante a pesar de que le dolía. Sus ánimos subieron pues ya se acercaba a la meta. A la distancia se divisaban edificios y chimeneas humeantes. Su corazón palpitaba de emoción—había llegado, sano y salvo a la ciudad de Londres.

    * * *

    Horas más tarde, fatigado pero con los ojos bien abiertos, George miraba a su alrededor asimilando la escena que se presentaba ante él: un amplio patio empedrado con una multitud de personas arremolinadas. Algunos soltando palabrotas y riendo a carcajadas y muchos parecían estar borrachos ya que se tambaleaban al caminar. Oyéndoles gritar y hablar, se daba cuenta de que esta gente era más grosera, aunque con un acento distinto al de su pueblo. Sus rostros eran diferentes a todos los que él había visto antes. Se empujaban y chocaban entre ellos por la calle y sus ropas también eran poco usuales. El aire olía tan mal que le producía náuseas—un desagradable hedor tanto de humanos como de animales. En las cunetas obstruidas, enjambres de moscas revoloteaban sobre montones de comida enmohecida. Carruajes y hombres a caballo inundaban la ancha calle y nubes de polvo se elevaban por los aires, la arenilla molestaba a George en los ojos y le hacía arrugar la cara.

    Al menos en Harrold la gente se veía limpia. Nunca imaginé que Londres sería así... tan sucia, pensaba él mientras se sentaba a descansar en un parche de hierba a la sombra de un roble extendido, tratando de asimilar el paisaje de edificios y gente. George vio a una chica guapa vendiendo leche directamente de una vaca. Normalmente a él no le gustaba acercarse a alguien que no conociera, pero su sed superó su timidez a acercarse y preguntar por el precio.

    Buen día, señora ¿Cuánto por un vaso? Tengo poco dinero, preguntó esperanzado y con sonrisa juguetona. 

    ‘Lo mínimo es una taza. Y cuesta un cuartillo’. La muchacha respondió bruscamente con un acento nuevo para él. Se preguntaba si ella hablaba inglés y le había entendido, pero al verle los labios fruncidos era obvio que ella no quería coquetear. George buscó en su bolsa y encontró una sola moneda—un cuarto de penique. Él le sonrió esperando agradarle.

    Es todo lo que tengo, respondió con un suspiro exagerado, todavía con la esperanza de convencerla de que no le cobrara. La mirada en su rostro le dijo a George que ella estaba acostumbrada a que la gente no pudiera pagar el precio. Ella no estaba para regalar la leche.

    'Tómalo o déjalo’, la muchacha espetó en tono cortante, encogiéndose de hombros. George suspiró, asintió con la cabeza y a regañadientes entregó su última moneda.

    Gracias, una taza, por favor.

    Mientras él le daba una taza de lata de su mochila, George se percató de un joven alto y pelirrojo que lo miraba de pie a poca distancia. Volvió a ver a la muchacha ordeñar la vaca y devolverle la taza llena de leche tibia y espumosa. George se sentó en la hierba otra vez y bebió sediento hasta vaciar la taza. El fresco aroma de la leche le trajo recuerdos. La vendedora de leche le recordó a su madre y casi se le salen las lágrimas mientras vaciaba la taza. Ya me invade la nostalgia y apenas estoy llegando... pero he llegado ¡Lo logré! Estoy en Londres.

    Exultante por haber podido llegar ileso a su destino y luego de haber calmado la sed, el exhausto George observaba el terrible desastre dejado por las multitudes. Ratas muertas que apestaban, botellas y coles podridas ensuciaban el empedrado. El joven pelirrojo, quien estaba cerca de ahí, vino a sentarse en el césped a su lado y empezó a sonreír y a hablar para agrado de George.

    '¡Qué montón de gente! ¿Viste?’ El joven señaló con un movimiento de cabeza hacia el otro extremo del parque mientras flexionaba y estiraba sus brazos sobre su cabeza. George se dio la vuelta y sonrió deseoso de hablar con alguien amigable.

    ‘¿Ver qué? ¿Me perdí de algo? ¿Qué pasó? ¿Hay alguna marcha?’, respondió desconcertado.

    El joven rio y se pasó la mano por su pelo abundante y rojizo. El gesto hizo que George recordara a su difunta hermana Mary, la pequeña pecosa a quien él hacía guirnaldas de margaritas. Después de haber estado triste y terriblemente solo durante tantas semanas, hablar con una persona amigable, la primera en días, era una grata diversión.

    'Ninguna marcha. Colgaron a alguien... allá en la vieja horca de Tyburn’. El joven señaló el andamio ubicado después de la multitud a la distancia.

    ‘¿Vinieron a ver el ahorcamiento?’ Exclamó George, asombrado.

    'Sí. Es una pasada. La multitud arroja cosas podridas—tu sabes, frutas y esas cosas. Eso les divierte muchísimo’.

    George se dio cuenta de que la excitación de aquella gente se debía a al hecho de ver a alguien morir y agradeció por habérselo perdido. Hizo un gesto con su rostro. La mirada de asco delató sus sentimientos al pelirrojo. El joven volvió a sonreír—una sonrisa agradable, abierta y amistosa.

    'Bueno, un ahorcamiento no es para todo el mundo. Tú debes ser nuevo aquí. Acabas de llegar a Londres ¿verdad? Por cierto, me llamo Will’,  y extendió su mano mugrienta.

    George le dio su mano igualmente inmunda. ‘Sí, yo...hmm... yo vengo de un pueblo que queda a seis días de aquí caminando. Mi nombre es George’.

    ‘¿Y a dónde vas?’

    A ninguna parte...bueno...tengo que llegar a Manchester Square pero todavía no conozco nada. No me quiero quedar aquí’. Un escalofrío se deslizó rápidamente por su espalda estremeciéndolo por completo.  Ahora, aunque estaba cansado, quería ponerse en marcha lo más rápido

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