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Historia mínima de Uruguay
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Libro electrónico359 páginas6 horas

Historia mínima de Uruguay

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La singularidad de Uruguay ha sido un tema muy debatido en la historia de América Latina. Este pequeño país, sobre todo si se le observa entre Argentina y Brasil, a menudo ha sido percibido como un laboratorio de experiencias singulares. En los siglos coloniales, la colindancia entre el imperio portugués y el español otorgó a este territorio un per
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento14 feb 2020
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    Historia mínima de Uruguay - Gerardo Caetano

    Primera edición impresa, 2019

    Primera edición electrónica, 2020

    DR © El Colegio de México, A.C.

    Carretera Picacho-Ajusco 20

    Ampliación Fuentes del Pedregal

    Alcaldía Tlalpan

    14110 Ciudad de México

    www.colmex.mx

    ISBN impreso: 978-607-628-567-1

    ISBN electrónico: 978-607-564-160-7

    Conversión gestionada por:

    Sextil Online, S.A. de C.V./ Ink it ® 2020.

    +52 (55) 52 54 38 52

    contacto@ink-it.ink

    www.ink-it.ink

    Índice

    1. Presentación

    2. Algunos perfiles históricos de larga duración

    3. La mirada geopolítica y las marcas fronterizas

    de la cuenca del Plata. Algunas implicaciones útiles

    a partir del caso uruguayo

    4. Las herencias de la Colonia y de la Revolución

    en el destino divergente de Asunción, Buenos Aires

    y Montevideo

    5. Revolución, patrias e independencias (1810-1830)

    6. El surgimiento del Estado oriental (1830-1838)

    7. El Uruguay comercial, pastoril y caudillesco.

    Guerra, bandos y la carrera de la libertad (1838-1851)

    8. La posguerra y el azaroso pleito por las libertades (1851-1872)

    9. La primera modernización:

    capitalismo, secularización y militarismo trunco (1872-1886)

    10. Del colectivismo oligárquico a las revoluciones saravistas

    y la emergencia del primer batllismo (1886-1904)

    11. Otros partidos, otros actores, otras ideas

    12. De los legados políticos de la tierra purpúrea al impulso

    y freno del afán reformista del primer batllismo (1904-1930)

    13. La democracia uruguaya, sus grandes familias ideológicas

    y su matriz republicano liberal

    14. De la crisis de los treinta a la derrota electoral del batllismo en 1958: alcances y límites del modelo de sustitución de importaciones (1930-1958)

    15. La disputada transición hacia el autoritarismo

    y el golpe de Estado (1958-1973)

    16. De Frugoni al Frente Amplio:

    dispersión y unidad de las izquierdas uruguayas en el siglo xx

    17. La dictadura civil militar (1973-1985)

    18. Transición democrática y reforma, crecimiento y crisis

    (1985-2005)

    19. Los últimos años: la era progresista.

    Sus balances y tendencias actuales (2005-2018)

    20. Epílogo

    Anexo estadístico

    Bibliografía

    1

    Presentación

    Uruguay es un país pequeño, aunque su caracterización como paisito, como se verá, ha generado en la historia muchas polémicas. Sobre todo entre los uruguayos, los que si bien son indiscutiblemente pocos, son muy discutidores, en particular sobre temas políticos y futboleros. Allí radican sus identidades más fuertes. También es un país que razonablemente puede reputarse como portador de una historia joven, aunque el envejecimiento creciente de su población dentro de fronteras está adquiriendo niveles asombrosos. En sus orígenes como Estado nacional, el Uruguay fue construido a partir de un aluvión inmigratorio temprano, desplegado sobre un país vacío abierto al poblamiento. Hoy vuelve a recibir una sostenida inmigración, pero ésta ya no proviene de Europa sino que se origina preferentemente en otros países latino­americanos. De modo paralelo, hay otro Uruguay que está en una diáspora tan dispersa en términos geográficos como conectada (entre sí y con el país del adentro) por redes y vínculos que permanecen. Ese otro país es más joven y calificado que el que reside en el interior, reúne aproximadamente a casi un quinto de la población residente en el territorio, pero carece del reconocimiento del voto exterior, en una paradoja que resulta difícil de explicar: Uruguay es el único Estado sudamericano en que ello ocurre.

    Se podrían anticipar muchas otras paradojas que contiene la historia de este país singular, que durante mucho tiempo ostentó con indisimulado orgullo el mote de la Suiza de América. Su pasado, como siempre ocurre, promueve lecturas e interpretaciones siempre debatidas, a menudo con más pasión que fundamento. En cualquier hipótesis, ésa es una de las razones que hace muy difícil someterse a las condiciones que establece esta colección de historias mínimas de El Colegio de México: no hay espacio para citas; su estilo debe ser ensayístico y abierto a lectores muy diversos; tiene restricciones de hierro en términos de extensión, entre otras. Como bien se nos explicó cuando nos convocaron a esta desafiante tarea, debía tomarse el ejemplo ilustre de Daniel Cosío Villegas, quien con la ya clásica Historia mínima de México publicada en 1973, que coordinó, marcó el origen y el formato básico de esta colección. En verdad él supo sintetizar el desafío al explicar que la primera restricción apuntaba a la necesidad de sacrificar sin piedad hechos e ideas de una importancia no prioritaria, en procura de relatar con equilibrio el gran cauce de cada historia. El autor de este texto ha participado desde hace un cuarto de siglo en varias iniciativas orientadas a ese objetivo, tan difícil como apasionante para un historiador. Lo que aquí se presenta es una narración sustentada en una selección de procesos, acontecimientos y actores, tan honesta como debatible, pero que se produce desde el conocimiento crítico y plural, con fundamentación empírica disponible, por cierto que no desde la pretensión equívoca de un discurso de la verdad.

    El diseño general de la obra responde en forma rigurosa a los criterios de la colección, aunque presenta algunas pequeñas innovaciones parciales. Se perfila un relato central ordenado en clave cronológica, con un foco narrativo que es prioritariamente político, aunque en tensión permanente con otras dimensiones del proceso histórico. Por muchas razones que pueden resultar obvias pero que no son triviales y que no responden a ningún tipo de valoración, el centro de la narración parte de los tiempos de la Colonia y del ciclo revolucionario de las primeras décadas del siglo xix, sin pretensión de zanjar con ello esa interminable interrogante que apunta a los orígenes de una historia del Uruguay. En búsqueda de un equilibrio interpretativo e informativo, se incluyen en un anexo final series estadísticas de larga duración, referidas a la demografía, a la economía, a la política y a la sociedad. Además de ofrecer un aporte de sistematización de datos muy difíciles de construir y también de presentar en forma sintética, estas series son complementarias con la narración central y abonan las grandes claves interpretativas que se proponen de manera abierta. También se incluyen algunos mapas, que ayudan a sustentar miradas tanto geopolíticas como culturales. Asimismo, cada capítulo tiene al comienzo un pequeño acápite que ayuda a orientar la lectura y la interpretación. Al final también se incorpora una bibliografía básica, de la que el autor se reconoce como deudor y cuya reseña ojalá aliente al lector a profundizar en temas y procesos que aquí se narran en forma forzosamente resumida.

    Como siempre, al final de una presentación corresponden algunos agradecimientos indispensables. A Pablo Yankelevich, director de la colección, quien me hizo el honor de invitarme a esta aventura. A Wanda Cabella, María Inés Moraes, Antonio Cardarello y Gustavo de Armas, quienes me ayudaron de manera decisiva en la sistematización y presentación de los cuadros y gráficas sobre demografía, economía, política y sociedad. Sin ellos, esa sistematización de información estadística que creo muy valiosa hubiera sido imposible. Finalmente, debo agradecer a Salvador Neves, quien leyó la versión original y me ayudó a editarla.

    2

    Algunos perfiles históricos

    de larga duración

    No es [el Uruguay] una patria chica… En el Uruguay caben Inglaterra y Bélgica juntas.

    Hermano Damasceno, 1941

    ¿Qué significa en el mundo de hoy ser un país chico? ¿Cómo se ha redefinido en los últimos tiempos de cambio vertiginoso el tema tradicional de la relación entre pequeños y gigantes? ¿Qué puede aportar en esta perspectiva analítica la atalaya del Uruguay, país fundado en clave histórica desde la autoimagen de un pequeño país entre dos gigantes? Hace más de cien años, un cura de la Congregación de la Sagrada Familia nacido en Francia y que había llegado a Uruguay en 1897, de nombre Gilbert Perret pero que firmaba sus textos con el seudónimo de H.D. (Hermano Damasceno), argumentaba con insistencia en el más exitoso de sus manuales escolares (Ensayo de Historia Patria) sobre la necesidad de que los uruguayos abandonaran en forma definitiva la noción de país pequeño. Para ello no encontraba mejor alegato que presentar el contorno del Uruguay con distintos países europeos insertos en su interior, como se advierte en el mapa que se reproduce a continuación.

    Más allá de su exotismo, la propuesta de H.D. introducía un concepto importante: la definición de la escala debía fundarse en la comparación y ésta debía inscribirse en perspectivas más amplias y abarcadoras. El autor señalaba en esta misma dirección en su manual, dirigido a un público escolar:

    No es [el Uruguay] una patria chica, ni aun geográficamente considerada: tenemos [casi] doscientos mil kilómetros cuadrados. Es una superficie que representa los 2/3 del territorio de la Inglaterra y de la Italia; casi la mitad de la Francia, de la Alemania y de la España; es seis veces mayor que el territorio de la Bélgica, cinco veces mayor que la Suiza, tres veces mayor que la Grecia; tiene una superficie igual a la de la Bélgica, la Holanda, la Suiza, la Dinamarca y la Grecia reunidas. Es bastante.

    Las comparaciones elegidas por el sacerdote revelaban la matriz europeizante de la mirada uruguaya: él sabía bien que toda comparación internacional ante lectores uruguayos, aun si éstos eran niños, sólo podía resultar persuasiva si se tomaba como referencia a países europeos. La Suiza de América, como se ufanaban en reiterar por entonces propios y ajenos, miraba al mundo a través del prisma de su frontera transatlántica, con el foco orientado a Europa primero y a Estados Unidos después. Todo el resto, aun los vecinos cercanos de los que dependía como de nadie, se situaban como complementos o en los márgenes de esa cosmovisión cultural dominante. De esta última podían salir otros sintagmas como la de Francia sudamericana o la visión de Montevideo como la Atenas del Plata o la Amberes rioplatense, entre otras muchas.

    Por su parte, hacia 1953, un connotado jurista uruguayo, Eduardo J. Couture, publicaba uno de sus principales libros. Su título, La comarca y el mundo, ya perfilaba todo un horizonte interpretativo, que mucho tenía que ver con la progresiva autopercepción de los uruguayos en relación con su identidad nacional. Luego de registrar diversos rasgos que a su juicio caracterizaban a sus compatriotas (entre los que destacaba su espíritu polémico y, al mismo tiempo, su acuerdo básico respecto a coincidir en la democracia como forma superior de convivencia humana), Couture se preguntaba acerca de cómo verificar si su interpretación resultaba exacta o errónea. Ante esa interrogante, proponía un camino:

    … la mejor manera de comprender el propio país consiste en comparar. Los uruguayos todavía comparan muy poco. Además, cuando comparan lo hacen confrontando realidades con ideales… Para curarse de exageraciones conviene, de tanto en tanto, alejarse un poco. Toda lejanía en el tiempo y en la distancia es provechosa para conocer el propio país…: la comarca vista desde lejos y el mundo visto pensando en la comarca.

    A continuación, Couture recreaba un viaje de reflexiones a partir de un conjunto de notas y comentarios sobre distintos lugares de América y de Europa que había recorrido. Al final de un largo itinerario, el intelectual uruguayo volvía al comienzo de su libro, evocando —como él mismo advertía— la geografía de la comarca.

    En último término —concluía Couture—, nuestra vida se apoya en un metro cuadrado de tierra… Debemos formarnos conciencia del mundo y trabajar en la dirección de ella; pero nunca trabajaremos más para el mundo que cuando pugnemos por asegurar la autenticidad de nuestra pequeña comarca… Al principio era la comarca. El mundo vino por añadidura.

    Corría entonces el año 1953. Aunque ya resultaban visibles varias grietas en el muro (como diría Carlos Real de Azúa) de su temprano welfare state, los uruguayos todavía tenían motivos como para soñar con la eternidad de la Suiza de América y su sociedad hiperintegrada. La porfiada frontera transatlántica aún nublaba la visión de lo que el caudillo del Partido Nacional Luis Alberto de Herrera (1873-1959) había caracterizado como el Uruguay internacional. Un creciente provincianismo comenzaba a hacerse sentir con todos sus peligros. El mundo cambiaba profundamente y los uruguayos —salvo excepciones— no parecían advertirlo. De todas formas, todavía había herencias y energías suficientes para postergar —aunque fuera un poco— la tragedia que llegó finalmente en los sesenta y setenta.

    Más de sesenta años después y a partir de todo lo vivido desde entonces, en la comarca y en el mundo, el provincianismo es un vicio que sin duda nadie puede permitirse. En ese sentido, tal vez puedan contribuir los consejos de H.D. y de Couture, aunque desde una imperiosa resignificación que los haga genuinamente contemporáneos. Para reflexionar sobre la escala, propia y ajena, sigue siendo necesario comparar. Pero el mundo ha cambiado y, tal vez, Occidente deba visibilizar más y mejor algunos retornos, como el de China, por ejemplo. La conciencia de mundo, indispensable en tiempos de globalismo extremo, debe ayudar a ubicar con precisión a la comarca sin provincianismo.

    Esa autopercepción persistente del Uruguay como país pequeño entre dos gigantes debe complementarse con la percepción rigurosa acerca de que la escala geográfica y demográfica de los países no siempre se corresponden con sus desempeños económicos, en especial en lo que refiere a los flujos comerciales y también, aunque en menor grado, a la evolución del producto interno bruto (pib), entre otros factores que podrían mencionarse. Adviértanse los siguientes datos: con apenas un sexto de la extensión territorial de Uruguay (el país más pequeño del Mercosur), en el año 2000 Bélgica más que duplicaba las exportaciones de todo el Mercosur y sumando a Holanda (ambos países con una extensión dos veces y media menor a la de Uruguay), la relación en el mismo sentido era de aproximadamente de 4.5 a 1; diez años después y luego de un crecimiento muy importante del flujo comercial desde el Mercosur, especialmente en el periodo 2005-2010, Bélgica prácticamente equiparaba las exportaciones anuales de todo el Mercosur, mientras que si agregábamos a Holanda la relación descendía pero manteniéndose en una sólida superioridad de 2.5 a 1; en cuanto a la evolución del pib, pese a sus variaciones en la década considerada, la relación se había mantenido más o menos estable en 2.5 a 1, favorable al Mercosur en su conjunto. Las comparaciones podrían multiplicarse pero con seguridad todas convergerían en la necesidad de una problematización cada vez mayor en torno a la consideración de la escala de los países y de sus traducciones en el campo de la economía y del desarrollo. Después de todo, más allá de la caricatura, tal vez H.D. no estaba tan descaminado en sus provocaciones para la reflexión de hace un siglo.

    Muchas de las más exitosas líneas de larga duración que han marcado la autopercepción de los uruguayos, desde sus prólogos coloniales y de fundación estatal hasta los tiempos más contemporáneos, requieren una rediscusión semejante al de esa idea dominante del paisito, de sustento más demográfico que geográfico. Advirtamos algunas de esas tensiones. La banda pradera, frontera y puerto fundada en la Colonia todavía proyecta supervivencias pero éstas han terminado por ser sometidas a interpelaciones de profundidad inédita.

    La pradera, cuya potencialidad especialmente ganadera se inició en plena Colonia con la introducción del ganado impulsada en 1611 y 1617 por Hernando Arias de Saavedra, más conocido como Hernandarias, un español americano que como gobernador de Asunción pudo intuir que había otras formas para poblar aquella tierra sin ningún provecho de la que hablaban hasta entonces los mapas españoles, actualmente enfrenta los retos de una auténtica revolución agropecuaria. Muy articulada a los avatares de los países vecinos (en especial de Argentina) y a la incorporación de ciencia y tecnología y de cuantiosas inversiones extranjeras directas (como en el caso de la papelera upm de origen finlandés), aquella pradera hoy es escenario de un paisaje nuevo (con las presencias expansivas de la soja y de la forestación) y de un perfil ya no abrumadoramente ganadero sino en verdad agropecuario. La frontera, forjada desde la fundación por los portugueses de Colonia del Sacramento en 1680, como veremos en detalle a continuación, todavía persiste como marca y desafío del territorio, pero la tentación hacia su constitución como un Gibraltar o un Singapur en el Río de la Plata hoy aparece más vinculada con la apuesta estratégica de China (desde hace años convertida en primer socio comercial del país, como en casi toda América del Sur) que con los intentos tradicionales de Estados Unidos o de Europa. Finalmente el puerto, asociado con el proceso fundacional de Montevideo entre 1724 y 1730, aunque sigue conteniendo la indispensable vocación exportadora del país y continúa configurando un factor de controversias con la vecina Argentina (en una persistente lucha de puertos con Buenos Aires originada ya en la Colonia), hoy adquiere una proyección y una magnitud de alcances muy disímiles a los de otrora. Todo ello vuelve una y otra vez a presentar como novedad urgente el viejo proyecto de crear un puerto de aguas profundas en las costas oceánicas del departamento de Rocha, no sólo como canal de salida de un gran "hinterland platense sino también como el destino atlántico" de un corredor transversal y bioceánico, comunicado con Valparaíso y el Pacífico.

    Algo similar en términos de interpretación contemporánea, con sus cargas de revisión y de confirmación complementarias, podría decirse a propósito de otras visiones tensionadas de larga duración: la vocación de constituir una avanzada europea esencialmente diversa a los clásicos perfiles más nítidamente latino­ameri­canos; la presencia de un estatismo casi cultural, en términos de expresión de una perdurable primacía del Estado sobre la sociedad civil; los contornos de una configuración capitalista originariamente débil y periférica; el desequilibrio de primacías entre un Uruguay urbano, tempranamente dominante en términos demográficos, sociales y políticos, frente a otro Uruguay rural, al que se advierte como el afuera del territorio del adentro, pero en el que radica la primacía agropecuaria del país productivo y exportador; una sociedad hiperintegrada y amortiguadora, que pudo constituirse históricamente a partir del aluvión inmigratorio europeo sin las grandes tensiones interclasistas y étnicas del continente, pero que desde hace décadas aparece cada vez más desafiada por una fragmentación cultural y territorial con perfiles que a menudo parecen incontenibles; una democracia de partidos y acuerdista, que pese a todos los pesares sigue siendo reconocida en los primeros lugares de calidad democrática por los rankings internacionales; un país de cercanías, algo provinciano y autocomplaciente, por lo general adverso a disputas polarizadoras y a la ambientación de populismos perdurables y raigales, que sin embargo en los últimos tiempos (como el eco insoslayable de un cambio civilizatorio que aunque tarde, también llega al Uruguay) viene siendo sometido a contestaciones cada vez más fuertes; un Uruguay laico de temprana construcción en el siglo xix, a menudo cuestionado pero vigente; una sociedad de talante más republicano que liberal en términos estrictos, con identidades más bien débiles (a excepción de las futbolísticas y alguna más).

    Estas y otras ecuaciones similares, que a menudo han despertado y despiertan polémicas, incluso en el campo de la interpretación historiográfica, han sido sin embargo las dominantes, al menos durante buena parte de los relatos uruguayos del siglo xx. En buena medida, su arraigo —como se verá más adelante— tuvo su momento de auge en los tiempos del primer batllismo de José Batlle y Ordóñez (1856-1929), en particular durante los tiempos del primer Centenario entre 1910 y 1930. Sin embargo, como también se verá, desde los tiempos de la dictadura civil militar (1973-1985) y en particular en los últimos años, muchas de estas nociones aparecen, como se ha dicho, fuertemente cuestionadas. El tiempo echará luz sobre los alcances y la profundidad de esa revisión política, social y hasta cultural. Sin embargo, su referencia como nociones de larga duración constituye un preámbulo pertinente para recorrer y comprender de modo más profundo las raíces y trayectorias del Uruguay moderno.

    3

    La mirada geopolítica y las marcas fronterizas de la Cuenca del Plata. Algunas implicaciones útiles a partir del caso uruguayo

    Montevideo tiene en su situación geográfica un doble pecado y es el de ser necesario a la integridad del Brasil y a la integridad de la República Argentina.

    Juan Bautista Alberdi

    Naturalmente todo territorio tiene una prehistoria. Pero si es discutible encuadrar la historia colonial dentro de marcos estatales que tanto tardarían en definirse, la pretensión de una prehistoria uruguaya podría descartarse sin más si no se hubiese enfatizado tanto sobre ella en el discurso historiográfico tradicional, apremiado por hallarle sólidos cimientos a la construcción de la nación. O si no se continuase predicando con singular indiferencia de los avances en la investigación sobre las sociedades que precedieron a la irrupción europea. Tal vez ocurra que en este plano los resultados de las pesquisas contemporáneas han sido realmente desconcertantes. Unas, valiéndose de las herramientas de la genética, alegan una presencia amerindia bastante mayor a la esperada para unos uruguayos acostumbrados a imaginarse sin indios y nacidos de los barcos. Otras, exhibiendo sólidas pruebas documentales, han demostrado que la nación charrúa —expresión que funciona como sinónimo de uruguayo en el discurso corriente, en especial en la épica del futbol— pasó a la margen oriental del río Uruguay apenas en la segunda mitad del siglo xviii. Las evidencias actuales apuntan entonces a una presencia temprana —al este y al sur del territorio— de aquellos a quienes sus descubridores, los guaraníes, llamaron guenoas y que después también serían llamados minuanes.

    Pero aquellos los habrían acompañado, en las orillas del Uruguay y el Plata, desde algo antes del arribo de los europeos. Y seguirían llegando luego, cuando los ganados introducidos por Hernandarias hicieron de provecho, como se verá más adelante, la visita a estas tierras. Integrados a la sociedad misionera, los guaraníes le dieron al territorio no sólo una abrumadora cantidad de topónimos, sino una organización económica que se extendía desde el noroeste, para ponerse al servicio de un mercado interno que demandaba carne y ofrecía yerba mate, tabaco, prendas de algodón.

    Y continuarían llegando después, cuando las batallas y conciliábulos de españoles y portugueses terminaran desintegrando poco a poco aquella marca misionera. Los últimos millares llegarían todavía como desenlace de la última escena de las guerras de independencia. Entre tanto, la expansión colonial fue arrinconando al noreste del río Negro a las naciones originarias que persistían infieles (minuanes, charrúas y otras menores, incluso guaraníes renegados) en unas tolderías cuyo destino común diluyó en alguna medida aquellas identidades. Aliadas alternativas de españoles, portugueses y misioneros, enemigas otras veces de todos ellos, proveedoras de cuero cuando el producto se convirtió en producto del Plata para el mercado exterior, las naciones de indios infieles no morirían sólo por las armas sino por la práctica colonial (y luego criolla) de apoderarse de la chusma (las mujeres y los niños). En las nuevas investigaciones, la clásica cautiva revela un rostro predominantemente cobrizo y una descendencia mestiza que la genética sugiere más influyente de lo sabido. Y mientras la arqueología busca completar los extensos huecos de una presencia humana en el territorio que data de 12 000 años, la etnología, la lingüística e incluso la historia económica dan consistencia a un pasado despojado de razones prehistóricas para devenir Estado nacional.

    Si se parte de la Colonia, en términos geográficos pero también históricos, como puede advertirse en el mapa que se encuentra más adelante, el territorio de la cuenca del Plata ha presentado hasta la actualidad un contorno bipolar, en el que se distinguen un polo hegemónico, conformado inicialmente por los dominios de España y Portugal y luego por los grandes Estados de Argentina y Brasil, y una zona de frontera, cuyos territorios se convirtieron con el tiempo en tres pequeños países restantes (Bolivia, Paraguay y Uruguay). La larga competencia argentino-brasileña por el liderazgo en la región configuró sin duda la base dominante del paradigma del conflicto, que prevaleció en la cuenca por lo menos hasta fines de la década de los sesenta del siglo xx. Por su parte, los otros Estados frontera básicamente pendularon —aunque de manera diversa, como se verá— entre los dos gigantes. Cerrada definitivamente la vía aislacionista luego de la ominosa destrucción del Paraguay originario en la Guerra de la Triple Alianza (1865-1870) y sin salida al mar luego de la también condenable Guerra del Pacífico (1879-1883), Paraguay y Bolivia quedaron en cierto modo convertidos en prisioneros geopolíticos, con las severas restricciones de esa situación. Uruguay, en cambio, desde su privilegiada ubicación en la desembocadura del estuario platense, pudo tener otras posibilidades de conexión más allá de la región. Sin embargo, su historia no puede ser entendida sino en relación estrecha, tal vez con una mayor flexibilidad, con el devenir de la región. Aunque de distinta manera, incluso con enfrentamientos bélicos entre sí (Bolivia y Paraguay en la fratricida Guerra del Chaco entre 1932 y 1935), los tres países pequeños de la cuenca configuraron una marca fronteriza (el Benelux sudamericano, como la llamaría el uruguayo Alberto Methol Ferré desde su particular revisionismo, aludiendo de esa manera a la comparación con la ubicación geopolítica de los llamados Países Bajos en la primera Comunidad Europea). Su apoyo sería disputado con fervor por los dos gigantes regionales para afirmar sus respectivos proyectos y sus aspiraciones de liderazgo.

    En ese sentido ha señalado con acierto Paulo R. Schilling en uno de sus textos:

    La región presenta la siguiente situación: dos países grandes, Brasil y Argentina, con no disimuladas tendencias expansionistas, y tres países chicos (geográfica, demográfica o económicamente chicos): Uruguay, Bolivia y Paraguay. Estos dos últimos son países mediterráneos, sin salida al mar: prisioneros geopolíticos… Su liberación depende fundamentalmente de la integración. Uruguay estratégicamente ubicado en la cuenca del Plata, entre los dos grandes y el océano Atlántico, con posibilidades de construir un superpuerto (oceánico) en La Paloma (para los barcos del futuro), podría tener un papel fundamental en el futuro de la región integrada.

    Esta dualidad configuró y aún configura una de las claves para entender los avatares políticos de la cuenca del Plata a lo largo de su historia. La gran mayoría de los conflictos que se desplegaron en la historia de la cuenca tuvieron que ver con los significados de esta dualidad, en particular con la dialéctica generada por la puja de liderazgo entre los dos Estados hegemónicos y por las acciones restringidas implementadas por los otros tres Estados fronteras. Estos últimos bregaron por aprovechar la disputa de sus

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