¿Me Amas?: Padre Carlos Padilla
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“Tu lo sabes todo, tu sabes cuanto te quiero”. Ojalas siempre podamos mirarnosel uno al otro y amarnos asi. Con respeto, con toda el alma y todo el cuerpo.
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¿Me Amas? - Padre Carlos Padilla
La castidad matrimonial
Al hablar de castidad matrimonial resuenan en el corazón mensajes negativos y limitadores. La castidad matrimonial parece de primeras una contradicción. Al hablar de castidad pensamos en la vida célibe de los consagrados a Dios. Unir el matrimonio y la castidad a muchas personas les sorprende. A veces vemos la llamada a ser castos y puros como algo opuesto a una vida matrimonial armónica en la que el cuerpo y el alma se donan por entero. Se ve la castidad como el límite a nuestra entrega. ¿Hasta dónde podemos llegar? ¿Qué podemos hacer y qué se sale fuera de los límites del matrimonio? ¿Qué permite la Iglesia? ¿Qué prohíbe? Muchas veces nuestra moral sexual ha estado centrada en los límites y en los mínimos. Vemos más las sombras que la luz. Lo que no se puede hacer más que lo que se me anima a hacer. Nos cuesta ver las posibilidades y los desafíos. Más que desarrollar un amor pleno, buscamos los límites, pretendemos que nos digan hasta dónde podemos llegar. Queremos saber hasta dónde me ampara la norma y a partir de dónde estoy fuera de lo que la Iglesia defiende. Algunos prefieren buscar un sacerdote benévolo que les diga que lo que hacen no es pecado. Para tranquilizar la conciencia. Esta forma negativa de ver la moral la tenemos muy metida en el alma. Vivimos poniendo límites y tratando de mantenernos dentro de los mismos, para no sentirnos fuera de la Iglesia. Cumpliendo, pasando por esa fina línea que divide lo que está bien de lo que está mal. Pero entonces, ¿en qué consiste la castidad matrimonial? Cuando me detengo a leer el Catecismo de la Iglesia Católica descubro que la castidad es «una virtud moral y también un don de Dios» (C.I.C. n.2345). Una virtud a cultivar y un don que se me regala. El Catecismo también dice que: «La castidad significa la integración lograda de la sexualidad en la persona y por ello, en la unidad interior del hombre en su ser corporal y espiritual» (C.I.C. n.2337). La sexualidad ha de estar integrada en todas las facetas de nuestra vida. Pero, mirando nuestra vida matrimonial, ¿nos basta con esa definición algo parca? ¿De qué estamos hablando realmente al hablar de la castidad? ¿Qué soñamos? ¿A qué aspiramos? ¿Cómo podemos vivir la castidad de una forma sana y santa en el matrimonio? ¿Cómo llegamos a amar de una forma más plena y armónica?
Cuando pienso en la castidad pienso en algo más amplio que en el control del instinto sexual. Una persona casta es una persona íntegra. Es aquel que se posee a sí mismo, que tiene los distintos aspectos de su vida integrados. Es aquel que no se desparrama en el mundo, en los demás. Tiene un centro en el alma, un mundo propio, un núcleo. Es alguien que ama con toda su alma y con todo su cuerpo. Se posee para darse de forma exclusiva a alguien. Es algo sagrado. Es el misterio más bonito y profundo del matrimonio. Y en él está Dios. Es el movimiento de ser y darse, de ir hacia el otro y de guardarse. Porque en el matrimonio tampoco me diluyo en el otro. Me guardo cada día y me doy al otro cada día de una forma como no me doy a nadie. Al darme no caigo en los escrúpulos. No busco continuamente dónde está el límite en el ejercicio de la vida sexual. Amo con todo mi ser. Con toda el alma, con todo el cuerpo. Pero antes de darme en el amor, me poseo. Es importante cuidar mi mundo interior, mi relación personal con Dios, el jardín de mi alma donde habita de forma especial, el océano interior en el que me sumerjo cuando me encuentro a solas con Él. Y por otro lado, me doy desde lo que soy al otro, desde ese mundo propio que sólo se abre para él y para Dios. Una persona casta es aquella que está guardada. El pudor protege su alma, su ser más profundo. Es aquel que ha sabido ahondar y se conoce. Conoce sus pasiones y debilidades, sus fuerzas y tentaciones. Sabe lo que hay en lo más hondo de su ser. No teme las sombras. Vive en la luz. Se ha guardado. O bien para entregarse totalmente a Dios en la vida consagrada. O bien para entregarse a aquella persona a la que ama. Vive la paciencia del amor, que se construye sobre la entrega generosa y la renuncia consciente. Sabe que por amor se lo entrega todo a Dios o a la persona a la que le ha entregado su vida. Sólo puede dar lo que tiene porque se posee, se conoce y se ama. No vive escondiendo su verdad. Vive la verdad con inocencia. Es aquella persona que mira su vida con ingenuidad, con mucha paz. Su pureza está en su forma de ver la vida, a las personas, el amor. Una persona casta no vive buscando los mínimos, pretendiendo saber hasta dónde puede llegar. Se da sin límites. Se guarda sin límites. Se entrega totalmente. Se reserva totalmente para Dios si es consagrado. La castidad es la virtud que habla de un alma magnánima, grande, sin límites. Que sueña con los mares más profundos y se eleva a las cumbres más altas. La castidad es una gracia, un don, que se construye sobre la belleza de un alma inocente que sólo busca amar desde la verdad. Es cierto que estamos heridos por el pecado. Esa ruptura nos divide. Y se convierte en misión de nuestra vida llegar a poseernos, tener una sana armonía, unir el corazón y la razón. Que la voluntad esté llena de alma. Que nuestra vida, dentro de sus debilidades, esté en una sana armonía interior. El poseernos para poder darnos es tarea para todo el camino que tenemos por delante. Se convierte en ideal y en misión. Vivir la castidad no es entonces un deber sino el sentido de nuestra vida como cristianos. Vivir castos es vivir esa integridad que anhelamos. Es vivir el amor en