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Rescate mortal: Un misterio de Matt Davis, #5
Rescate mortal: Un misterio de Matt Davis, #5
Rescate mortal: Un misterio de Matt Davis, #5
Libro electrónico342 páginas3 horas

Rescate mortal: Un misterio de Matt Davis, #5

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Rescate mortal: Un misterio de Matt Davis. Joe Perrone Jr.

Matt y su antiguo compañero, Chris Freitag, viajan a Montana para frustrar un secuestro.

Ralph Gilly, el dueño de un complejo turístico de pesca en Montana, donde Chris y Matt estuvieron de vacaciones años antes, tiene un amigo en apuros y se ha puesto en contacto con Matt y Chris para que le ayuden. El valioso toro de Clint Davidson ha sido degollado y su capataz, Shorty McMann, ha sido secuestrado y está retenido para conseguir un rescate. El ganadero ha sido advertido de que cualquier implicación del FBI u otro cuerpo de seguridad tendrá como resultado la muerte de su empleado. Desesperado, el dueño del rancho se ofrece a pagarles todos los gastos a Matt y a Chris si pueden coger un avión juntos para ir a ayudarle. A regañadientes, Harold Swenson, el alcalde de Roscoe, accede a dejar marchar a Matt con nefastas consecuencias si no está de vuelta a tiempo, y él y Chris ponen rumbo al oeste. Mientras tanto en Roscoe, Rick Dawley asume el cargo de comisario en funciones y él, el Lince Walker y Pete Richards se encuentran hasta arriba de trabajo por culpa de un pirómano trastornado que anda prendiendo fuego a graneros en la zona.

IdiomaEspañol
EditorialBadPress
Fecha de lanzamiento1 feb 2019
ISBN9781547568765
Rescate mortal: Un misterio de Matt Davis, #5

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    Rescate mortal - Joe Perrone Jr

    Reseñas

    «Matt Davis ha vuelto —¡y eso son malas noticias para los malos! Matt Davis, el antiguo detective de homicidios de la ciudad de Nueva York, que casi perdió la vida cumpliendo con su deber en el debut de Joe Perrone Jr. Árbol que nace torcido, creía haber encontrado la tranquilidad como comisario en un pequeño departamento de policía al norte del estado. Pero los problemas tienen una manera asombrosa de encontrarle. Esta vez se trata de secuestro e incendios provocados en el quinto misterio de Matt Davis de Perrone, Rescate mortal, una lectura obligada para sus muchos fans».

    —Tom Connor, coautor del éxito de ventas del New York Times Martha Stuart´s better than you at entertaining.

    *   *   *   *

    «Generalmente no leo novelas en serie y tengo que admitir que tuve que luchar para mantener a raya mis prejuicios cuando empecé a leer este libro. Para mi sorpresa, Rescate mortal es un libro apasionante, no se puede dejar de pasar páginas.

    El autor, Joe Perrone Jr., presenta astutamente en su última novela de suspense una historia psicofrénica. Un amigo le pide a Matt Davis, un antiguo detective del departamento de policía de Nueva York que ahora es jefe de policía en Roscoe, en el norte del estado de Nueva York, que resuelva un secuestro en Montana. Davis convence a su jefe, el alcalde, para que le deje tomarse unas vacaciones que tenía que haberse tomado hacía mucho tiempo y accede a trabajar en su tiempo libre. Mientras se desarrolla el misterio de Montana, de vuelta en Roscoe un pirómano anda suelto manteniendo bastante ocupado al sustituto temporal de Matt. El lector se pasa la novela entera esperando a que el sustituto solucione el misterio de los incendios provocados de manera que Matt no vuelva a Nueva York, después de resolver el crimen de Montana, para encontrarse con un desastre sin solucionar en casa.

    Una de las cosas que me gusta son los capítulos cortos. Según vas leyendo, hay una agradable certeza al saber que la acción cambiará cuando llegues al final del capítulo. La escena cambia de protagonista a antagonista, o retoma la acción, bien en Montana bien al norte del estado de Nueva York.

    A pesar de ser parte de una serie, Rescate mortal tiene una trama lo bastante sólida y suficiente desarrollo de los personajes como para mantenerse por sí misma. De hecho, puede que despierte lo bastante la curiosidad como para volver a la escena del crimen y recorrer el camino a través de los cuatro primeros libros de la serie».

    —Greg Miller, encargado de producción de Thomson Reuters; autor de Springsteen —A notion deep inside (2016 www.BossScribbler.com); antiguo reportero de noticias para Record (Periódico diario de NJ); antiguo editor de Tri-Boro news (semanario de NJ).

    *    *    *    *

    «Rescate mortal es justo eso, otro misterio de Matt Davis que bien vale su precio. Sin embargo, esta vez consigues dos casos de Matt Davis por el precio de uno. Matt y su antiguo compañero, Chris Freitag, se van a Montana —pero no a pescar, sino a rescatar a un trabajador de un rancho secuestrado cuyo nombre es Shorty. Mientras Matt está fuera, Roscoe está en llamas, ya que un pirómano está aterrorizando el campo. El autor Joe Perrone Jr. se lleva al lector en un típico viaje lleno de giros, de las montañas Catskills a los grandes cielos de Montana. Los personajes incluyen vaqueros, indios, un pirómano y más personajes tridimensionales.

    Al final, serán el buen sentido común y la experiencia vital de Matt los que arreglarán las cosas. Rescate mortal es una adición bienvenida a la serie de misterio de Matt Davis y consigue mantener la atención hasta el final».

    —Jim Krull, exdirector del Museo y Centro de Pesca con Mosca, Livingstone Manor, NY.

    Dedicatoria

    A mi única e incomparable nieta. Has sido la luz y la inspiración de mi perseverancia. Sin tu espíritu y tu presencia en mi vida es poco probable que este libro hubiera sido terminado jamás.

    Nota: Desde la publicación inicial de este libro, el autor ha sido bendecido con una segunda nieta. Ambas siguen proporcionándole inspiración.

    Otros libros de Joe Perrone Jr.

    Ficción

    Árbol que nace torcido: un misterio de Matt Davis. 

    El día de la apertura: un misterio de Matt Davis.

    Promesas rotas: un misterio de Matt Davis.

    Dos veces mordido: un misterio de Matt Davis.

    Escaping innocence: A Story of awakening. (Pendiente de traducción).

    ––––––––

    Todos los libros arriba mencionados están disponibles en formato de libro digital a través de Amazon.com y otros distribuidores de libros electrónicos; y en formato de audiolibro en Audible.com.

    Los cinco libros de ficción están disponibles en formato de letra grande.

    Árbol que nace torcido también está disponible en portugués.

    Capítulo 1

    Valle Beaverhead, suroeste de Montana.

    El toro pesaba más de seiscientos kilos y se llamaba Tyrus, por el jugador de béisbol del Salón de la Fama Ty Cobb. Al igual que su tocayo, era un semental —y tan irascible como el legendario «melocotón de Georgia», según su dueño, Clint Davidson. Tyrus era un clásico ejemplo de toro de pura raza braunvieh, de dos años de edad y en su plenitud sexual.  Su único objetivo en la vida era proporcionar cantidades regulares de semen de alto valor para ser vendido a otros ranchos con el fin de ser utilizado para inseminación artificial, o IA, que era como lo llamaban en los círculos rancheros. Los Davidson tenían alrededor de una docena de braunviehs, pero Tyrus era su productor número uno.

    Clint era dueño del rancho ganadero Crooked Creek, una extensión de 13.500 acres que en su lado oeste bordeaba con el río Beaverhead, un arroyo de truchas premiado. Numerosos afluentes, llenos a reventar de pesca deportiva, atravesaban la propiedad. Clint y su mujer le habían comprado el rancho dos años antes a Denyse Salmon, una viuda; la familia de su difunto marido había poseído la propiedad durante casi doscientos veinticinco años. Cuando Joe Salmon falleció después de sufrir un ataque masivo al corazón, al no tener hijos ni herederos, fue inevitable que Denyse dejara la tierra. Los Davidson hicieron una generosa oferta y se llegó a un acuerdo.

    Los pastos del rancho acomodaban a más de mil cuatrocientas cabezas de black angus, incluyendo vacas madre, vaquillas de raza mezclada braunvieh-angus y algunos toros.

    Clint, de sesenta y siete años, observaba como Shorty McMann guiaba al toro que tenía un único propósito hacia la sustituta que esperaba, usando una cuerda corta cogida del anillo del morro. Shorty era cualquier cosa menos pequeño: medía un metro noventa y pesaba noventa kilos. Le habían puesto el apodo cuando aún era un adolescente en pleno crecimiento, y con él se quedó. Como parte de las condiciones de venta, Shorty había accedido ha continuar como capataz durante al menos dos años para ayudar a los nuevos dueños. El acuerdo les había venido bien a ambos, a Clint y al empleado del rancho, y se daba por hecho que Shorty se quedaría con los Davidson hasta que decidiera retirarse —si es que alguna vez lo hacía.

    Ahora, una vaca de cuatro años estaba colocada en una rampa de captura, con la parte trasera ofrecida para la tarea. El objetivo bovino había sido preparado recortándole el vello púbico y lavándole sus partes privadas con una solución estéril (para evitar que el toro pudiera contraer una enfermedad venérea en caso de penetración accidental). Todo esto se hacía para facilitar la falsa cópula que se necesitaba para estimular al toro e incrementar la cantidad y movilidad de su esperma —el premio definitivo. En vez de depositar el semen en la vaca, el  miembro del toro era dirigido por un afortunado técnico de IA hacia una vagina artificial que se usaba para capturar los más o menos cinco mililitros de polución.

    El toro resopló, pisoteó el suelo y se acercó a la vaca. Estaba más que listo para cumplir. En menos de un minuto estaba hecho y Tyrus era separado de su indiferente compañera para un merecido, aunque breve, descanso.

    Unos minutos después, cuando el técnico ya había vaciado el tubo de captura en un recipiente estéril, Shorty dijo: «Vale, vamos a intentarlo una vez más». Llevó a Tyrus hacia una vaca diferente cogiéndole del anillo del morro y en menos de treinta segundos se había repetido el proceso entero. Finalmente, tras una tercera «actuación» con otra vaca, llevaron a Tyrus de vuelta a su corral —para descansar y recuperarse de la estresante actividad.

    El negocio del ganado se había portado bien con la familia Salmon. Dos años antes, los ingresos brutos habían llegado al medio millón de dólares, lo cual no tenía nada que ver con la precaria existencia que los ancestros de Joe Salmon habían conseguido arrancar de la tierra al principio de emigrar al oeste en 1891. Ahora, mientras Clint iba de vuelta a casa montado en su caballo palomino, pensó en todos aquellos que habían existido antes que él y sonrió. Por supuesto, ninguno de los Salmon hubiera conseguido ganar nada sin la ayuda de los cientos de trabajadores del rancho que tan bien les habían servido a lo largo de los años. De todos los empleados del rancho que Clint tenía, ninguno se acercaba ni de lejos a Shorty, su capataz  y, últimamente, su mejor amigo. A menudo se preguntaba qué haría sin él.

    Pronto lo descubriría.

    Capítulo 2

    Roscoe, Nueva York.

    El jefe de policía, Matt Davis, acababa de revisar los requerimientos y las órdenes judiciales en su ordenador, prestando atención a un informe sobre un incendio en un granero en el condado Green cuando Nancy Cooper, su secretaria, le gritó desde su oficina al otro lado del pasillo:

    —Eh, Matt. Nunca adivinarás quién está al teléfono.

    —¿El gobernador?

    —No. Prueba otra vez.

    —¿J. Edgar?... No, espera, está muerto.

    —Venga, Matt —rio Nancy—. En serio. Piensa quién puede ser. Te daré una pista. Es alguien de tu pasado con quien hace bastante que no hablas. Piensa a lo grande.

    —¿A  lo grande? Vaya. Estaba esperando que fuera Rita Valdez.

    —Se lo voy a decir a Val —bromeó Nancy.

    Rita había sido un miembro del equipo de Matt cuando era detective de homicidios en la ciudad de Nueva York.

    —Oh, por favor, no se lo digas a la parienta —dijo Matt en falsete—. Prometo que seré bueno.

    —Ah... Eres imposible —dijo Nancy, quien ya había recorrido la corta distancia entre su oficina y la de Matt—. En realidad, te has acercado. Es Chris Freitag.

    Chris había sido el compañero de Matt y ahora estaba casado con la que antes fue la «señorita» Valdez.

    —¿Freitag? Estás de broma, ¿no? ¿Freitag?

    —Eso es lo que él dice.

    —Me pregunto qué querrá.

    —No lo sé —contestó Nancy—. Supongo que tendrás que coger la llamada si quieres averiguarlo.

    Matt cogió el auricular y gritó:

    —¿Es este el mundialmente conocido detective de homicidios de Nueva York, Chris Freitag?

    —No —dijo la voz al otro lado de la línea—. Es el alcalde DeBlasio. ¿Quién demonios creías que era, idiota?

    —¿Te gustaría saberlo?

    —Sí, claro, como que me importa una mierda.

    Algunas cosas nunca cambian. Freitag estaba tan peleón como siempre. Solo oír la voz de su antiguo compañero era suficiente para hacer sonreír a Matt. ¿Cuánto tiempo había pasado? «Madre mía, no hemos hablado desde la boda».

    —Lo sé, lo sé —se disculpó Matt—. Soy un capullo. Un tío se casa y su mejor amigo se comporta como si se hubiera muerto.

    —Bueno, no te castigues. Tampoco es que yo pueda hablar muy alto.

    —¿Cómo andan las cosas por Haus Freitag? ¿Cómo está la mujercita? Espera, espera, no me lo digas. ¿Me llamas para decirme que está embarazada?

    —Sí, y es tuyo.

    —Muy buena. Pero, en serio, ¿cómo está Rita?

    —Rita está bien. Y, no, no está embarazada.

    —Vaya, sinceramente, estoy decepcionado.

    —Bueno, pues no lo estés. Ya sabes lo que pienso de los perros, los gatos y los niños. Son geniales; siempre y cuando sean de otros.

    —Vale, pues sorpréndeme. ¿Qué pasa?

    Hubo una larga pausa.

    —¿Chris?

    —Sí, estoy aquí. Escucha, bromas aparte, Matt, necesito un gran favor... En realidad, alguien que conocemos necesita un favor. —El tono de voz de Freitag había cambiado de desenfadado a completamente serio.

    —¿Algún problema?

    —No, no. Con nosotros no. Es otra persona. ¿Te acuerdas de Ralph Gilly?

    —¿El tipo del rancho de pesca de Montana? Dios mío, ¿hace cuánto? ¿diez años desde que estuvimos allí?

    —Sí. Bueno, pues me llamó anoche.

    —¿Tiene algún problema?

    —No, él no. Es un amigo suyo, un ganadero. Tiene problemas gordos.

    —¿Qué tipo de problemas? ¿Y por qué te llama Ralph a ti?

    —Es una larga historia —suspiró Chris—. En realidad es un amigo suyo el que necesita nuestra ayuda.

    —¿Nuestra ayuda?

    —Sí. La de los dos. Yo no puedo ir allí solo.

    —¿Ir a dónde? ¿Montana?

    —Sí. Montana. Escucha, ¿tienes unos minutos?

    —Por supuesto. ¿Qué te parece ir a comer? Vente e iremos a Raimondo. Yo invito.

    —Mmm, es muy tentador... Me encantaría, en serio, pero no puedo irme de aquí ahora mismo. Escúchame un minuto, ¿vale? Este amigo de Ralph, se llama Clint...

    Quince minutos más tarde Matt colgó el teléfono.

    —¡Nancy! Si llama alguien, coge el mensaje y dile que le llamaré luego. Tengo que ir a ver a Harold.

    Capítulo 3

    Montana.

    La recogida de semen del día anterior había sido un completo éxito y Clint Davidson se despertó fresco después dormir la noche entera, la cual, para variar, no había sido interrumpida ni una sola vez por su próstata que envejecía.

    Se sentó en la cama de matrimonio, estiró los brazos por encima de la cabeza y se giró hacia la izquierda. Pero, por supuesto, su esposa Harriet no estaba allí. Había pasado poco más de un año desde que el amor de su vida hubiera sucumbido a un ataque al corazón repentino y hubiera muerto a la tierna edad de sesenta años, pero los hábitos creados durante cuarenta años de matrimonio no habían muerto con ella —al menos todavía no. Clint aún dormía en el lado izquierdo de la cama y probablemente siempre lo haría. El lado de Harriet estaba tan arreglado como si acabara de ser hecho.

    Un sol brillante asomaba por los bordes de las pequeñas persianas que cubrían las dos grandes ventanas del lado este del enorme dormitorio, casi como si intentaran hacer crecer las flores que adornaban el papel pintado. Clint no podía evitar sentirse revitalizado. Echó un vistazo al reloj de pie que había en el rincón y vio que ya eran las siete. «Madre mía. Ya ha pasado casi la mitad del día». Suspiró y giró hacia el borde de la cama, dejando que sus largas piernas colgaran por el lateral. Se dejó caer sobre el suelo de madera, caminó lentamente hacía el sillón reclinable que había al lado de la televisión y cogió sus vaqueros y su camisa tejana de donde los había dejado la noche anterior.

    Quince minutos después, tras una ducha de agua fría como el hielo (el único tipo de duchas que tomaba), se vistió, bajó las escaleras pisando fuerte con sus botas de vaquero y fue hacia la cocina en la parte trasera de la casa.

    Mientras iba por el pasillo, pensó que era raro que no podía oler café.

    —¿Shorty? —llamó—. ¿Qué pasa con el café?

    Shorty no era solo el capataz del rancho, sino que también era un cocinero tremendo. Vivía en una pequeña cabaña detrás de la casa principal y la primera cosa que hacía cada mañana era ir y poner la cafetera, siempre mucho antes de pelar ni una patata o freír una tira de beicon. Era un ritual. Por eso Clint no podía entender la ausencia del familiar aroma —igual que no comprendía por qué el capataz de su rancho no estaba por ninguna parte.

    Capítulo 4

    Roscoe, NY.

    El alcalde, Harold Swenson, escuchó pacientemente mientras Matt explicaba la situación. Cuando hubo terminado, preguntó:

    —¿Cuánto tiempo vas a estar fuera?

    —Tenemos billetes de ida y vuelta para diez días. Puede que solo nos lleve unos días o puede que sea una semana o más, pero lo que importa es que tengo que ir.

    Harold frunció el ceño. Era una expresión que ponía más que ninguna otra.

    —Me alegro de que tengas un compromiso tan grande con un completo desconocido, pero ¿qué pasa con tu compromiso con Roscoe? Estamos a mitad de verano, ¡por Dios! ¿Qué pasa con nosotros?

    —Mira, Harold, tú y yo sabemos que no me he cogido unas vacaciones desde que me hicieron jefe de policía. Joder, ¿cuánto tiempo ha pasado? ¿cuatro años? Quizá más. Y jamás me he quejado. Vivir aquí en Roscoe y poder pescar con mosca en estos grandes ríos es todo lo que siempre he querido, así que no tengo problema en responder a la llamada del deber. Pero esto es algo que necesito hacer de verdad.

    Harold se balanceó hacia adelante y atrás en su sillón con ruedas, con los ojos fijos en el techo, como si estuviera buscando una guía divina.

    —¿Qué pasa con vuestra jurisdicción allí? Después de todo, vosotros no estáis autorizados en Montana.

    —No, tienes razón. Y ya lo he pensado. No estamos autorizados en Montana. Pero, básicamente, lo que va a pasar es que vamos a actuar como investigadores privados para un ciudadano privado. No estaremos limitados por las mismas restricciones que se aplican a los cuerpos policiales. En realidad, es incluso mejor en algunos aspectos.

    —Así que la ciudad de Roscoe no tendrá nada que ver —dijo Harold—. No tendremos ninguna responsabilidad. ¿Correcto?

    —Absolutamente.

    Harold dejó que su cabeza registrara la respuesta de Matt, luego expuso su verdadera objeción:

    —¿Quién te va a cubrir? Solo tenemos cuatro agentes; y eso contándote a ti.

    Todo el tiempo que había estado hablando, Harold había estado empujando el suelo con los pies. En ese momento, el respaldo de la silla se dio contra la pared de detrás y él se deslizó hacia adelante, casi hasta el suelo.

    —Joder, Matt —se quejó Harold—. Estamos en un brete.

    Matt sonrió.

    —¿Dónde está la puñetera gracia?

    —Lo siento, Harold. Es por la película.

    —¿Qué película? —Harold estaba genuinamente confuso.

    O brother!. Es una frase de la película. El personaje de George Clooney siempre está diciendo...

    Estaba claro que Harold no lo pillaba.

    —Olvídalo. —Matt rio—. Era una tontería.

    —Sí, como esa estúpida idea tuya de ir a Montana con tu compinche. ¿Cómo se llama? ¿Frytack?

    —Freitag.

    —Lo que sea.

    —¿Puedo o no puedo ir?

    —Joder no, no puedes.

    —Vale. Pues dimito. —Matt empezó a quitarse la placa de la camisa—. Búscate a otro que te ponga las malditas multas de aparcamiento.

    —Espera —escupió Harold—. Espera un puñetero minuto. ¡Jesús, Matt! Desde luego no lo pones

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