En salida: Francisco y la comunicación
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¿Cómo lo consigue? ¿A través de qué construcciones simbólicas vehicula su comunicación? Dario Viganò se sirve de los diversos aspectos de la "representación pública" del pontificado de Francisco —desde el saludo de la logia central de San Pedro hasta los viajes apostólicos, desde las homilías hasta las encíclicas— y explora los caminos que recorre el mensaje del Papa, abierto a todos, en salida.
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En salida - Dario Edoardo Viganò
DARIO EDOARDO VIGANÒ
EN SALIDA
El papa Francisco y la comunicación
Traducción de:
Bernardo Moreno Carrillo
Herder
Título original: Fratelli e sorelle, buonasera. Papa Francesco e la comunicazione
Traducción de: Bernardo Moreno Carrillo
Diseño de portada: Gabriel Nunes
Edición digital: José Toribio Barba
© 2016, Carocci Editore, Roma
© 2017, Herder Editorial, S. L., Barcelona
ISBN DIGITAL: 978-84-254-3956-8
1.ª edición digital, 2017
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro de Derechos Reprográficos) si necesita reproducir algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com).
Herder
www.herdereditorial.com
ÍNDICE
Introducción: comunicar la verdad
1. Francisco, un hombre sin ceremonial
2. Lenguaje y comunicación
3. De las encíclicas a los viajes
Conclusión. La revolución de la misericordia
Índice onomástico
INTRODUCCIÓN. COMUNICAR LA VERDAD
El papa Francisco ha dado un vuelco al estilo de comunicación del papado. Busca la inmediatez, la espontaneidad, la sinceridad, la convicción. Su comunicación es global. El papa Francisco habla a todos. No muestra preferencias, pues todos tienen necesidad de su palabra, una palabra que se transforma en mensaje. En el acto la comunicación, al papa Francisco no le gustan los intermediarios. Él mismo se vuelve comunicación con sus gestos, su espontaneidad, su inmediatez. El suyo es un mensaje universal dirigido sobre todo a las «periferias existenciales» del mundo. Sus viajes, ya nacionales ya internacionales —Lampedusa, Río de Janeiro, Cagliari, Asís—, testimonian esta fuerza comunicativa, que se nos antoja más extraordinaria que ordinaria. Por eso nos honra premiarlo aquí en nombre de todos aquellos que creen en una comunicación que se torna diálogo, coloquio, justicia, anuncio de fraternidad.¹
Con estas palabras, pronunciadas el 13 de diciembre de 2013, Gino Falleri y Carlo Felice Corsetti, promotores del Premio Periodístico Internacional «Argil: hombre europeo», mostraron su reconocimiento especial al papa Francisco, al que definen también como «una personalidad de relieve mundial, un gran Comunicador Global». Pero no es esta la única mención especial; unos días antes, la revista Time había dedicado su portada al nuevo pontífice de la Iglesia católica, al que consideraba «hombre del año 2013»: «Ha tomado el nombre de un santo humilde, ha lanzado un llamamiento a favor de una Iglesia de la reconciliación. Primer papa no europeo desde hace mil doscientos años que va a transformar el Vaticano»,² leíamos en el semanario estadounidense. Y en el editorial, su directora, Nancy Gibbs, sintetizaba de este modo la actuación del santo padre: «En menos de un año, el papa Bergoglio ha hecho algo que me parece muy notable: ha cambiado no solo las palabras sino también la música».³
Pero todavía estaban por llegar los emocionantes momentos de los viajes apostólicos a Tierra Santa y a Turquía (mayo y noviembre de 2014), así como a Sarajevo, Sudamérica, Cuba y Estados Unidos (junio, julio y septiembre de 2015), a África para la apertura de la Puerta Santa (noviembre de 2015) y a México (febrero de 2016), con una escala en Cuba para el encuentro histórico con el patriarca moscovita Kirill, más otros muchos episodios públicos que tendrían a Jorge Mario Bergoglio como protagonista de un intenso diálogo con el mundo. Con todo, solo nueve meses después de su elección, estos dos reconocimientos confirmaron el entusiasmo que ya suscitaba su figura en el mundo de los medios de comunicación, tanto entre los creyentes como entre los no creyentes.
Sin duda, Bergoglio ha sido percibido como un Papa capaz de revolucionar en profundidad el estilo comunicativo de la Iglesia desde su primera aparición en público, el atardecer del 13 de marzo de 2013. Antes aún de que se asomara a la logia de la plaza de San Pedro, bastó con que el cardenal protodiácono Jean-Louis Tauran hiciera el anuncio de la elección para que los comentaristas televisivos de todo el mundo empezaran a preguntarse por las motivaciones subyacentes a la confirmación del nombre, que por primera vez en la historia era el del santo de Asís, protector de los pobres y amigo de los olvidados, un nombre que sugiere humildad de inmediato pero también, en cierto sentido, una fuerza de ánimo revolucionaria, así como una voluntad decidida de intentar cambiar las cosas.
Asimismo, en los numerosos artículos y comunicados de prensa que durante días llenarían los periódicos y los noticiarios se desgranarían los demás factores indicadores de este cambio. En las valoraciones de índole «política» se subrayaba que se trataba del primer pontífice proveniente del continente sudamericano, no ya solo extraeuropeo, y que el nombre de este obispo bonaerense, muy conocido en Argentina pero desconocido en otras partes, no había sido contemplado entre los más papables, es decir, entre las numerosas «apuestas» y «cábalas» difundidas por los entendidos tras la apertura del cónclave.
También nos detendremos por extenso en aspectos más simbólicos como, por ejemplo, la preferencia del nuevo pontífice por los paramentos litúrgicos sencillos y sobrios, lo que se puede interpretar como un distanciamiento con respecto a otras formas de corte «imperial». No obstante, con el paso de los meses y los años resulta cada vez más evidente que la del papa Francisco es una revolución comunicativa, pues busca un renovado diálogo con el mundo (véase, por ejemplo, la constitución pastoral Gaudium et spes) y aborda de una manera directa cuestiones centrales de la sociedad.
En estos primeros años de pontificado, hemos tenido sobradas ocasiones para conocer mejor a Bergoglio y ver en acción su especial capacidad relacional; hemos descubierto, en suma, que su especial don para mostrarse próximo al otro, para acortar las distancias, es, sin duda, la razón por la que cada una de sus palabras y de sus gestos nos resultan tan comprensibles y accesibles a todos, creyentes y no creyentes. En la práctica de sus discursos, el papa Francisco no prevé el papel del oponente, como diría el semiólogo Algirdas Julien Greimas.⁴
Su estilo comunicativo, que de acuerdo con el espíritu del Evangelio se sustrae a las catalogaciones fáciles, suele resultar difícil de encasillar en el panorama mediático contemporáneo. Un buen ejemplo a este respecto lo tenemos en las palabras mismas de Bergoglio, cuando nos habla de la comunicación en términos poco corrientes:
Entonces, ¿cómo se puede poner la comunicación al servicio de una auténtica cultura del encuentro? Para nosotros, discípulos del Señor, ¿qué significa encontrar a una persona según el Evangelio? ¿Es posible, aun a pesar de nuestros límites y pecados, estar verdaderamente cerca los unos de los otros? Estas preguntas se resumen en la que un escriba, es decir un comunicador, le dirigió un día a Jesús: «¿Quién es mi prójimo?» (Lc 10,29). Esta pregunta nos ayuda a entender la comunicación en términos de proximidad. Podríamos traducirla así: «¿cómo se manifiesta la proximidad
en el uso de los medios de comunicación y en el nuevo ambiente creado por la tecnología digital?». Yo descubro una respuesta en la parábola del buen samaritano, que es también una parábola del comunicador. En efecto, quien comunica se hace prójimo, cercano. El buen samaritano no solo se acerca, sino que se hace cargo del hombre medio muerto que encuentra al borde del camino. Jesús invierte la perspectiva: no se trata de reconocer al otro como mi semejante, sino de ser capaz de hacerme semejante al otro. Comunicar significa, por tanto, tomar conciencia de que somos humanos, hijos de Dios. Me gusta definir este poder de la comunicación como «proximidad».⁵
Comunicación, pues, no como manipulación —insiste el Papa—, sino como comprensión y abrazo al otro, para poder superar los escollos de la diversidad y los bajíos de la exclusión. Un mensaje que, por revolucionario que pueda parecer, nos llega directamente del Evangelio y de la predicación de Jesús. Y no es casual que la figura a la que Bergoglio hace referencia para ilustrar la dimensión ideal del comunicador sea la del buen samaritano, protagonista de una parábola evangélica convertida en proverbial por su connotación principal: la generosidad. Como veremos, la forma de comunicación que el papa Francisco propugna y practica sin cesar es justo la palabra que salva, la palabra dialógica que «ve» al otro y va a su encuentro, la palabra que encarna el don Supremo de la misericordia. Una palabra, en fin, «católica» de verdad, que no deja detrás, ni fuera, a ningún interlocutor.
Con estos presupuestos de acción comunicativa, Francisco se ha convertido con rapidez en uno de los papas más amados, escuchados y citados, tanto por los creyentes como por los no creyentes. Sin embargo, cometeríamos un error si consideráramos los contenidos que él tan bien sabe vehicular como el resultado de una estrategia comunicativa «fácil», no meditada o banal. Antes al contrario, la comunicación de este pontífice llega a todos precisamente porque, gracias a su gran conciencia y refinamiento en la gestión de los códigos lingüísticos y culturales, consigue aproximarse a ese imposible «grado cero» teorizado por el semiólogo Roland Barthes, quien aseguraba que, si «el grado cero» de la escritura se halla privado de sus defectos, resulta una mitología del lenguaje literario.⁶ Resulta imposible, según Barthes, imaginar una escritura (entendida como manifestación del lenguaje en la sociedad) no comprometida con lo que él llama «el poder», y que nosotros podríamos entender como la cultura dominante lastrada por sus recorridos de exclusión. Imposible, pero la comunicación del papa Francisco se aproxima con exactitud a este «grado cero» que no está impuesto por nadie y que resulta comprensible para todos.
En las páginas que siguen intentaremos comprender las construcciones simbólicas a través de las cuales fluye su comunicación, para lo que analizaremos diversos aspectos de la «representación pública» de su pontificado, desde el saludo inicial a los congregados en una plaza de San Pedro abarrotada hasta los viajes apostólicos, y desde las homilías hasta las encíclicas, para, en un cuadro o marco más amplio y desde una perspectiva más articulada, poder comprender mejor los recorridos por los que su mensaje llega hasta nosotros en los distintos niveles de lectura.
1. FRANCISCO, UN HOMBRE SIN CEREMONIAL
No estaba la llave de la bomba atómica [en mi bolsa]. La llevaba porque siempre lo he hecho así: cuando viajo, la llevo. Y dentro, pues tengo la maquinilla de afeitar, el breviario, la agenda, un libro para leer… Me he traído uno sobre santa Teresita, de la que soy muy devoto. Siempre he llevado una cartera cuando viajo, es normal. Tenemos que ser normales. No sé, me resulta un poco extraño lo que usted me dice, que haya dado la vuelta al mundo esa foto. Hemos de habituarnos a ser normales. La normalidad de la vida.¹
Una ceremonia transformativa
«¡Hermanos y hermanas, buenas tardes!». Todo el mundo se quedó parado y conmovido aquel 13 de marzo de 2013, ante el primer saludo del nuevo Papa desde la logia de las Bendiciones de San Pedro. No menos comunicativo fue el tono de las palabras que siguieron: «Sabéis que el deber del cónclave era dar un Obispo a Roma. Parece que mis hermanos Cardenales han ido a buscarlo casi al fin del mundo…, pero aquí estamos. Os agradezco la acogida». Esta escena ha quedado grabada en la memoria colectiva; se trataba de las primeras frases del recién elegido, que evocan de inmediato las no menos memorables pronunciadas treinta y cinco años antes en la misma circunstancia —y también retransmitidas por la televisión en directo— por Karol Wojtyla,² otro Papa «venido de lejos» y dotado de una gran capacidad comunicativa.³
Mencionar la retransmisión televisiva que siguió en directo los dos acontecimientos no es un detalle baladí, pues en la época de la elección de Juan Pablo II y, para grandes sectores de la población mundial, también en la de Francisco, la televisión constituiría el medio privilegiado para ofrecer en vivo y en directo lo que sucedía en la plaza de San Pedro; sería, en fin, el medio que transformaría lo acaecido en evento y, por consiguiente, en comunicación.
Tras su saludo a la multitud congregada, el nuevo pontífice prosiguió su primer y breve discurso público rezando por su predecesor, el papa emérito Benedicto XVI, y augurando para todos un camino común de fraternidad. Pero antes de impartir la habitual bendición, realizó un gesto que sorprendería a todos los fieles, tanto a los congregados en la plaza como a los que se hallaban pegados a la pantalla, y que pilló por sorpresa asimismo a los operadores de la comunicación. Extendiendo los brazos, se dirigió a la festiva muchedumbre con estas palabras: «Os pido un favor: antes de que el Obispo bendiga al pueblo, os pido que vosotros recéis para que el Señor me bendiga la oración del pueblo, pidiendo la Bendición para su Obispo. Hagamos en silencio esta oración de vosotros por mí».
Ante estas palabras, la ruidosa plaza se quedó en silencio y se recogió en oración junto con el pontífice, el cual juntó las manos e inclinó la cabeza. Durante los veinte segundos interminables que siguieron, las pantallas de todo el mundo no pudieron hacer otra cosa que retransmitir el potentísimo espectáculo de una muchedumbre inmóvil, de una marea humana que contenía la respiración, sumida en un silencio grávido y vibrante de emoción. Un silencio por completo antitelevisivo, pero con seguridad el momento más importante de todo el discurso inicial, como destacaría Aldo Grasso en el Corriere della Sera:
Digamos enseguida que el gesto más espiritual, inesperado y en muchos aspectos más desconcertante es el momento del recogimiento, esos largos instantes de silencio en los que el nuevo Papa pide a los fieles de la plaza su intercesión para una bendición celestial: «Os pido que recéis para que Dios bendiga a vuestro obispo». El silencio vale más que todas las palabras juntas: un pontificado que arranca con un silencio tan intenso y clamoroso (en ausencia de clamor) no puede menos que preanunciar algo innovador. Son unos días en los que las imágenes se cargan de una valencia simbólica fuera de lo común […]. Las primeras palabras serán repetidas infinitas veces: «Parece que mis hermanos Cardenales han ido a elegir al Papa casi al fin del mundo… Pero aquí estamos». Veinte minutos después, el anuncio del nuevo Pontífice es tuiteado en