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El Puente: Trolls
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El Puente: Trolls
Libro electrónico236 páginas3 horas

El Puente: Trolls

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Información de este libro electrónico

Evangeline Kane es empujada hacia un mundo y un trabajo que nunca pidió. De repente se encuentra cuestionándose su propia cordura cuando se ve vinculada a un puente como su troll y el anterior campeón muere en sus brazos.

La puerta de entrada desde el Infra-Velo a la ciudad de Cincinnati queda desprotegida, abierta a los planes de los feéricos malignos de sembrar el caos y la corrupción de los mortales que la habitan, si ella no les planta cara.

IdiomaEspañol
EditorialErik Schubach
Fecha de lanzamiento15 abr 2017
ISBN9781507180921
El Puente: Trolls

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    La historia es original, es rápida y esta muy bien escrita. Se trata de un mundo fantástico, con una protagonista sorprendente. La mezcla del género de aventuras, fantástico y romántico hace que probablemente guste a mucho público. Considero que es un crédito muy bien gastado. Espero con ansia la próxima entrega.

Vista previa del libro

El Puente - Erik Schubach

El Puente: Trolls

Por Erik Schubach

Copyright © 2017 por Erik Schubach

Publicación Propia

P.O. Box 523

Nine Mile Falls, WA 99026

Traducido por Smart Copy Translation

Foto de Portada © 2017 Pindyurin Vasily / Kumiko Murakami Campos / ShutterStock.com license

TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS.  Este libro contiene material protegido bajo las leyes y tratados de Copyright Internacionales y Federales. Queda prohibida cualquier reproducción o uso no autorizado de este material. Ningún fragmento de este libro puede ser reproducido o transmitido, de ninguna manera ni por ningún medio, electrónico o mecánico, incluyendo fotocopias, grabación o cualquier sistema de almacenamiento y reproducción sin el expreso consentimiento por escrito del autor o editorial, excepto para realizar una reseña cuando el autor de dicha reseña desee citar breves pasajes relativos a la reseña que se hayan escrito para ser incluida en una revista, periódico, blog o publicación.

Esta es una obra de ficción. Cualquier parecido con personas reales, vivas o fallecidas, es pura coincidencia.

Manufacturado en los Estados Unidos de América

PRIMERA EDICIÓN

Prólogo

Me agazapé sobre la luz de advertencia para aviones en lo alto de la torre del puente, observando a través de la incesante lluvia. Los rayos arrojaban rígidas sombras sobre la ciudad. El viento fuerte se hacía notar entre el bullicio de más abajo. No me importaba, ya nunca sentía frío. Podía notar el fluir del río según pasaba lejos, bajo mis pies, sintiéndolo tan parte del puente como de los cimientos de la propia estructura, como parte de mi. Mi pulso palpitaba en consonancia con los coches sobre la cubierta del puente, a más de 30 metros por debajo de mi... el flujo sanguíneo del puente, dándole fuerza, un propósito.

Las nubes negras de la tormenta no dejaban ver el cielo. Si no fuera por el hecho de que ahora podía sentirlo, no habría podido saber cuándo se había puesto finalmente el sol en el horizonte, debilitando la puerta de entrada entre el Infra-Velo y el mundo mortal. Pero ahora lo sentía como una energía palpitante. Temía esta noche por encima de cualquier otra. No solo la llegada de la noche debilitaba el Velo, además era la Noche de Todos los Santos. Entre lo poco que había aprendido en el escaso tiempo que había estado vinculada a mi puente, estaba el hecho de que hay ciertas noches en las que la división sobrenatural entre dominios se debilitaba aún más, permitiendo a criaturas más grandes y más fuertes lograr su paso al otro lado.

Cuanto más grande y poderoso era el ser que intentaba pasar, más energía le consumía el intento de cruzar. Tenían que acumular poder durante semanas o años y, en un par de casos, incluso siglos para hacer el intento. Por eso la noche de Halloween era su preferida, ya que la frontera era hasta dos veces más débil, más incluso que en noches de luna nueva, cuándo la luna es más oscura.

La mayoría de seres que cruzaban al mundo de los mortales por la noche eran bastante inofensivos y seguían las reglas establecidas por el Triunvirato, el consejo mortal sobrenatural y las criaturas del Infra-Velo. Pagaban su peaje, una moneda de oro que mágicamente les obligaba a no hacer daño a los mortales hasta que regresaran a través de la frontera antes del amanecer. Esta restricción no les impedía algún mal comportamiento ocasional o llevar a cabo crímenes menores.

Pero había seres más oscuros, como los necrófagos, duendes y espectros, que no cumplían con los términos establecidos. Su principal razón para cruzar era causar desorden y caos, provocar sufrimiento y corrupción entre los mortales que tanto despreciaban. Darse un festín con sus miedos y muerte. Ahí es donde entro yo.

Mis ojos controlaban el extremo Kentucky del puente, preparándome para mi patrulla por la entrada de ese lado del mismo. Volví a mirar a las luces de Cincinnati, ahora atenuadas por la fuerte lluvia que caía. Mis ojos se volvieron rápidamente cuando sentí que algo venía, algo grande. La sangre pareció drenarse de mi cara cuando me di cuenta de que ya había sentido antes esta oscuridad y esta sensación.  ¡Era él! Estaba aquí. Sacudí la lluvia de mi oscura cabellera, me subí la capucha negra del abrigo, oscureciendo mi cara, y salté desde la intermitente luz roja, aterrizando suavemente en el tejado de la torre. Corrí hacia el borde del tejado, resonando mis pisadas en armonía con el rumor de la gente que nada sospechaba por debajo de mi, ocupados en sus asuntos. Entonces me dejé caer desde el borde con implacable determinación en mi corazón mientras me precipitaba hacia el suelo.

La mayoría de mortales no podían percibir la batalla que se disputaba cada noche en el puente. Llamábamos a esa gente convencionales. Sus ojos estaban velados a lo sobrenatural y seres de otro mundo. Sólo veían los disfraces humanos en los que estos se envolvían. Esa ignorancia les hacía presa fácil para aquellos que les podían corromper, aquellos como el ser que estaba cruzando ahora.

Apreté los dientes. Aquí no, no en mi puente.

La ironía de aquello me sacudió, ya que yo nunca había querido esto, nunca había querido la responsabilidad, esta lucha cada noche contra la corrupción y el mal del otro lado. Pero aquí, exactamente un año después de aquella noche, no había otro lugar en el que prefiriese estar. Amaba mi ciudad y este era mi puente.

Mis manos se agarraron a uno de los cables de suspensión del puente a medio camino en mi caída hacia la cubierta, impulsándome en semicírculo y columpiándome de vuelta con la inercia. Sentí mi cuerpo absorbiendo el material cuando la piel de mis manos entró en contacto con él, su masa, propiedades y la inagotable fuerza del cable. Aterricé en el colgante principal, de acero entrelazado recubierto, más grande que mi cuerpo en grosor. A medida que me desplazaba hacia abajo por su longitud, saltaban chispas al contacto con mis piernas, ahora metálicas, según me deslizaba a velocidades capaces de partir un cuello. Un rayo arrojó densas sombras sobre el puente, debajo de mi, por un rápido e intermitente instante. Salté desprendiéndome del cable en su punto más bajo y me giré en el aire para aterrizar sobre la acera para peatones con un crujido que resonó en el aire, dejando un cráter en la cubierta de hormigón y levantando una enorme nube de polvo proveniente de la piedra pulverizada.

Mi cuerpo comenzó a absorber las propiedades del puente, convirtiéndome en una estatua de roca viva mientras sanaba el daño que había infligido a mi puente con un poco de mi energía. Di un paso hacia la cubierta una vez que el daño quedó reparado.

Cuando la incesante lluvia despejó el polvo, pude ver un imponente y aterrador espectro avanzando a través de los escombros, al mismo tiempo que un rayo encendía el cielo de nuevo, iluminando también al ser. Miré fijamente al demonio, el mismísimo heraldo de la muerte, y me llené de determinación. El rayo hizo titilar su apariencia entre su verdadera forma y la de su disfraz humano. Hablé, mi voz áspera como gravilla rozando contra el hormigón:

–Nadie puede pasar por mi puente con malas intenciones. Paga el peaje, comprométete a no causar ningún daño o afronta mi ira. ¡Soy Evangeline Kane, Troll de este puente!.

El gran espectro sonrió con una espantosa mueca que, literalmente, iba de oreja a oreja en su enfermizo, oscuro y podrido rostro, enseñando en esa inhumana sonrisa largos dientes recubiertos de saliva goteando. Entonces hizo chirriar su desafío con un grito que me estremeció hasta los huesos.  Dios mío, ¿cómo pude pensar que podía derrotar a esta bestia? Me erguí y absorbí poder de mi leal amigo, desde los mismos cimientos del puente, y gruñí desafiante mientras ambos corríamos uno hacia el otro, impactando en un choque lleno de sangre y violencia.

Cuando llegó el primer golpe, una pequeña parte de mi se preguntó cómo había llegado a esto. Pensé de nuevo en aquél día, hace un año, que cambió mi vida para siempre. Pude verlo como si fuera ayer. Cuántas cosas habían cambiado desde entonces.

Capítulo 1 – Un año antes

Me desperté con resaca de la fiesta de Halloween de la noche anterior, mirando con desprecio a mi reloj despertador, casi gruñendo a los parpadeantes números rojos. Las puñeteras seis y media, ¿por qué me hacía esto a mi misma? Me levanté de donde había caído redonda boca abajo en mi cama, aún con mi disfraz de bruja sexi. ¿Cómo demonios dejé que Kyla me convenciera para ponerme esta estúpida cosa? Tuve que estar espantando pesados con mi escoba toda la noche en el O'Flanagan, un agujero irlandés, aquí en Cincinnati.

Tanteé con las manos mi oscuro pelo para intentar quitármelo de la cara y tratar de mitigar el insistente dolor de cabeza. Me obligué a ponerme en pie y me sacudí el estúpido disfraz negro y burdeos mientras iba de camino al cuarto de baño. Cogí unas aspirinas del armarito sobre el lavabo y eché un poco de agua del grifo en un vaso para tragarlas.

Después bebí dos vasos más de agua, murmurando –mantente hidratada, Evangeline–, a sabiendas de que era la mejor forma de combatir la resaca.  Me salpiqué la cara con un poco de agua, cerré la puerta con espejo del armarito y me quedé mirando mi reflejo.

Joder, tenía un aspecto de mierda. La culpa era solo mía, nunca debí haber aceptado ir a la fiesta con Kyla, pero necesitaba una compañera. Si no cuido yo de ella, no sé quién lo iba a hacer. Pasé demasiado tiempo en el O'Flanagan siendo la camarera de reserva de Colin. Observé esos azules y ensangrentados ojos míos y me recogí el desaliño que tenía por cabellera. Levanté un brazo, olisqueé un poco y di un paso atrás.

Meneé la cabeza y dejé caer mis bragas y sujetador negros al suelo mientras me metía en la ducha, moviendo el grifo hacia el agua fría y abriéndolo mientras exclamaba –¡ascuas y fuego!– con el esperado shock. Aquello tuvo el efecto deseado de terminar de despertarme por completo.

Tras una ducha rápida me sequé el pelo. Ya me daría una ducha caliente en condiciones después de ir a correr. Miré al pequeño plato de ducha que ocupaba casi la mitad del minúsculo cuarto de baño.  Dios, qué no habría dado por una bañera. Ni siquiera puedo recordar la última vez que me di un largo y cálido remojón en una bañera de verdad.

Busqué entre los montones de ropa sucia del suelo. –Qué vaga soy– me reprendí, y me tomé un momento para elegir un puñado de ropa previamente descartada para tenderla en la cuerda de secar sobre mi cabeza. Mierda, iba a tener que bajar a la lavandería pronto, estaba casi sin ropa limpia.

Me puse unas bragas, un sujetador deportivo y unos calcetines tobilleros negros. Después unos pantalones cortos y un top y lo cubrí todo con mi sudadera negra.

Iba a ser un día frío. El termómetro que había puesto en la parte de fuera de la ventana que daba a la escalera de incendios, en el segundo piso del edificio de ladrillo en el que vivía, marcaba apenas cuatro grados. Eso eran casi 15 grados por debajo de la media para octubre... bueno, noviembre ya, supongo.  Pero entraría rápidamente en calor con mi carrera de cada mañana.

Me puse mis zapatillas de correr y crucé el pequeño apartamento para coger mi riñonera de piel negra. Quité mi teléfono móvil del cargador y lo puse en mi riñonera abrochando el cinturón de piel negra un poco suelto en mi cintura. Entonces empujé la puerta de casa, con algo de esfuerzo ya que siempre se atascaba un poco por la parte de abajo cuando bajaban las temperaturas. Casi tropecé con el Sr. Baranovsky, mi casero ruso, que se encontraba barriendo el estrecho pasillo que bajaba hasta la calle, entre la pequeña tienda de copia de llaves y cerraduras, Key-Em-Up, y la pequeña tienda de alimentación coreana de Kim.

Apenas hice una mueca durante nuestro encuentro, mientras echaba el cierre de mi puerta, y el pequeño pero rechoncho hombre de antebrazos visiblemente más grandes de lo normal, me miró de arriba a abajo y me habló con su fuerte acento ruso.  Bienhablado es un eufemismo en lo que se refiere a las formas del Sr. Baranovsky, quien parecía decirlo todo gritando. 

–¡Kane! –gritó–. ¿Dónde está tu renta?

Entrecerré un ojo mientras intentaba forzar mi paso junto a él por las escaleras.

–La tendré para usted esta noche, Sr. B.

–Sí, sí, contigo siempre es esta noche –se limitó a gritar detrás de mi–. Debería dejar tu perezoso trasero en la calle, Kane. No eres más que un grano en mi culo, podría tener otro inquilino en cinco segundos.

–Me dice usted unas cosas tan dulces, viejo charlatán... –contesté mientras saludaba con la mano alejándome–. Tendré algo de efectivo esta noche, –dije mientras empujaba la pesada puerta metálica y ponía un primer pie en el afilado crepúsculo matinal.

Sacudí mi cabeza con una pequeña sonrisa. El Sr. B podía sonar a viejo pedorro cascarrabias, pero en realidad me da mucho margen. Realmente se ha esforzado en dejarme pagar mi alquiler según he ido permitiéndolo en los cinco años que han pasado desde que me mudé después de irme de casa el día que cumplí los dieciocho.

Saqué el móvil de la riñonera, conecté los auriculares y puse a sonar mi playlist para correr, devolviendo el teléfono a la bolsa y cerrando la cremallera casi por completo. Me incliné contra la pared y comencé a hacer un poco de estiramiento. Eché un vistazo alrededor para ver a la Sra. Kim salir y subir la verja de seguridad, preparándose para abrir la tienda.

Le lancé una sonrisa mientras asentí con la cabeza. Me sonrió de vuelta y me tiró una manzana. La cogí y volví a asentir. La anciana se limito a sonreír y empezó a poner los carros de frutas y verduras en la acera. Dejé caer unas monedas en uno de los carros que había sacado al mismo tiempo que daba un mordisco a la dulce manzana. Comencé entonces un trote lento, a la vez que comía mi desayuno. Sí, ya sé que se supone que no debes comer y correr al mismo tiempo, denúnciame.

Cuando terminé la manzana y tiré el corazón a la papelera en una esquina un par de bloques después, le di caña a la música y aceleré el ritmo para empezar a correr, volviendo la vista hacia el puente suspendido a dos millas de distancia.

Cuando era una niña, el puente suspendido John A. Roebling siempre me había parecido algo como de cuento de hadas, con sus dos grandes torres de piedra. Siempre había visto luces parpadeando desde ese y los otros puentes. Escuchar los sonidos de violentos enfrentamientos y rugidos de grandes bestias provenientes de ellos por las noches; esa fue la primera señal de aviso de mi... ehm... afección. Mis padres por aquél entonces simplemente decían que tenía una imaginación muy vívida.

Subí un poco el ritmo a poco menos que un sprint con esos recuerdos envenenados.

La ciudad empezaba a despertar de su corto letargo; es en las lánguidas horas entre las dos y las siete de la madrugada cuando la ciudad duerme. Más y más gente iba emergiendo para comenzar sus días mientras yo me abría camino por las calles.

Juro que sentí el suelo temblar y un terrible rugido chirriante proveniente del puente mientras corría. Sabía que no era real, así que lo ignoré. Crucé la calle y entonces me topé con el hombre cuya sombra parecía tener la forma de una bestia con cuernos. Siempre estaba fuera temprano, barriendo la acera o atendiendo a las flores de su portal.

Desde que entré en la pubertad he estado viendo las sombras. No en todo el mundo, solo una o dos personas cada día tienen sombras que no encajan con su apariencia. Esas sombras fueron lo que hizo que mi niñez fuera una pesadilla en vida. Quizá una de cada mil personas o así la tenían.

Había cometido el error de hablarle a mis padres sobre esas cosas que había empezado a ver. Al principio se lo tomaron como una más de mis fantasías imaginarias. Hasta que una vez fuimos a un picnic de empresa a casa del jefe de mi padre. Era la primera vez que le veía y, cuando se acercó hacia nosotros, sentí una onda de maldad, algo corrupto, emanando de él. Su sombra era inhumana y las fauces abiertas que ésta reflejaba parecían mostrar una cruel y retorcida sonrisa. Empecé a gritar.

Ahí fue cuando la incesante sucesión de psiquiatras comenzó en mi vida, después de haber avergonzado a mi padre. Loqueros y drogas que solo me dejaban sentirme viva a medias, tan solo divagando de un paso a otro, no viviendo realmente. Me dio un ataque una vez que cambiamos de psiquiatra. El hombre tenía una sombra que casi podía sentir arder y se parecía vagamente a un minotauro. Enloquecí de nuevo.

Se puso un poco nervioso cuando él y mis padres me hicieron decirles por qué me había asustado tanto. Rápidamente diagnosticó esquizofrenia paranoide y que estaba teniendo alucinaciones vívidas. Las drogas que me recetó hacían que las otras pareciesen caramelos. Odiaba mi vida. Parecía que todas mis

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