El gran libro del reiki
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Comentarios para El gran libro del reiki
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- Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Me encanto el libro, su enseñanza y su mensaje. Bastante practico y entendible. Quedé completamente enamorada del reiki.
- Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Para mi, la integración de la información sobre los chakras, las piedras y sus usos, y sobre todo la visión de una posición ante la vida muy sabia. Gracias.
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El gran libro del reiki - Massimo Mantovani
Notas
INTRODUCCIÓN
El nacimiento de este libro fue realmente extraño. Aunque empecé con la idea de escribir algo sobre el reiki desde un punto de vista heterodoxo, me sorprendí dando vida a una defensa en toda regla de la forma más tradicional del sistema Usui de curación natural.
Ahora puedo afirmar que el reiki se ha dejado sentir a lo largo de estos meses: ha estado trabajando dentro de mí y me ha permitido ver muchas cosas —incluido mi título de maestro— en su justa medida.
El núcleo principal de este libro está compuesto por los cinco primeros capítulos: en ellos expongo el sistema del reiki tradicional, de acuerdo con mis capacidades y conocimientos. Los capítulos tercero y cuarto abordan temas derivados de diversas tradiciones, mientras que el octavo y el noveno representan el intento de inscribir el reiki en un contexto más amplio: por un lado, en el ámbito de las disciplinas naturales y, por otro, en la vida cotidiana de todos los seres humanos, obligados a moverse entre sus aspiraciones y la realidad que les circunda. Para terminar, los dos últimos capítulos son mi modesta aportación a la teoría del reiki: por lo que sé, nadie hasta ahora había intentado analizar sus principios desde la óptica del Karma Yoga. Se trata de una idea personal, una semilla que ojalá pueda dar frutos en el futuro.
Con todo, antes de entregar este libro a la imprenta, quisiera hacer una última mención en honor del doctor Mikao Usui, sea quien sea, y expresarle mi agradecimiento por habernos legado este maravilloso presente.
¿QUÉ ES EL REIKI?
Puede parecer extraño o incluso ilógico que, en una época en la que las medicinas alternativas se conocen y practican en mayor medida que en cualquier otro momento de la historia, nos preguntemos qué es el reiki. De hecho, se trata de uno de los sistemas de medicina natural más conocidos en todo el mundo, y su difusión es probablemente la más rápida y constante de todas las disciplinas que hoy en día se engloban bajo la definición genérica de terapias naturales.
Pues bien, en estos momentos, cuando el reiki se está convirtiendo en la terapia natural por excelencia, sobrepasando en términos cuantitativos a todos los demás sistemas basados en una concepción holística del ser humano, es cuando resulta más necesario definir su forma más tradicional y primigenia.
Y es que, con la difusión del reiki, se ha producido otro fenómeno: a partir de 1988, año en el que la gran maestra, Phyllis Lei Furumoto, concedió a todo maestro de reiki (o reiki master, por utilizar la expresión inglesa más extendida en todo el mundo) el derecho a formar e instruir a otros maestros, el reiki se dividió en una serie de ramificaciones distintas cada vez más numerosas. En el seno de estas corrientes, cada cual ha aportado elementos nuevos desde un punto de vista práctico en virtud de los criterios y los procedimientos que han creído más adecuados. Así pues, hoy en día se puede practicar el reiki combinado con la cristaloterapia, las hierbas, las flores de Bach o la reflexología podal; hay escuelas de reiki en cuyo seno las diferencias respecto a la práctica originaria de la disciplina se han institucionalizado, hasta el punto de asumir nombres concretos (como Osho neo-reiki, Karuna reiki, etc.).
Por nuestra parte, consideramos que estas variantes del método tradicional (mejores o peores, según las circunstancias) no constituyen un fenómeno negativo, sino que más bien se trata del desarrollo de las diversas posibilidades que ofrece. No son ni buenas ni malas: todo depende de las circunstancias y del profesional. En cualquier caso, son testimonio de la extrema flexibilidad y adaptabilidad de este sistema. Con todo, es necesario distinguir con precisión y claridad la forma originaria del reiki del resto de terapias derivadas.
Por ello, la pregunta que encabeza este capítulo no resulta en modo alguno superflua, ni la respuesta debe darse por descontado. Comprender, o tratar de comprender, lo que es el reiki en su forma más pura significa comprender las raíces de una disciplina que está modificando la vida de centenares de miles de personas en todo el mundo; significa comprender una de las bases más firmes e irrenunciables de la que, probablemente, será la próxima etapa en la evolución del conocimiento colectivo de la especie humana, la afirmación a escala planetaria de la sensibilidad que suele conocerse como «Era de Acuario», es decir, la era de la colaboración, de la apertura a los demás, del conocimiento de uno mismo.
Técnicamente, el reiki es un sistema de terapia natural basado en la imposición de manos y el uso de determinados símbolos con objeto de facilitar procesos de curación en el cuerpo del enfermo. Esta definición, bastante aséptica por su propio esquematismo, no nos dice gran cosa acerca de sus formas de funcionamiento. Por consiguiente, es preciso dar un paso atrás y examinar los conceptos de enfermedad y salud en el ámbito cultural del que procede el reiki: el Extremo Oriente.
Para los pueblos de China, de la India y de Japón, la enfermedad no es únicamente el efecto de una patología presente en el cuerpo del enfermo, sino también, y sobre todo, un mensaje que el organismo emite para «informar» a la mente de la existencia de un desequilibrio. Pero ¿cómo se origina este desequilibrio? ¿Cómo puede eliminarse? Y, sobre todo, ¿desequilibrio de qué? Llegamos de esta forma a un concepto fundamental, el de energía o, mejor aún, el de energía vital.
Las civilizaciones mencionadas comparten, con diferencias de matiz debidas a condicionamientos culturales diversos, la idea de que el plano físico no es el único que existe en el universo en que vivimos, sino que existe, con independencia de las convicciones religiosas y existenciales de cada persona, una energía vital que lo impregna todo, desde el objeto más ínfimo y en apariencia inanimado hasta el mayor ser vivo que pueda imaginarse. Esta energía mantiene el universo con vida, regula su evolución y asegura que el ciclo vital se repita de manera regular en todos los planos de la existencia. Es la energía que determina la alternancia de las estaciones, el crecimiento de las plantas, la apertura de las flores por la mañana y que vuelvan a cerrarse por la noche, el florecer de los árboles en primavera y su letargo invernal.
Prácticamente todas las razas y culturas han asumido, en un momento u otro de su historia, la existencia de esta energía: así, los gnósticos la llamaron luz o pleroma; los chinos, qi; los místicos rosacrucianos europeos, lux; los hindúes, prana; los esotéricos, gran agente mágico universal; los indígenas de las islas Hawai, mana; los científicos de la antigua Unión Soviética, influidos por sus investigaciones en torno a las facultades paranormales, energía bioplásmica; y los japoneses, ki.
Las teorías desarrolladas por estas culturas para tratar de explicar esta energía resultaban muy divergentes entre sí; en cualquier caso, esta diversidad se debía al hecho de que se intentaba definirla con términos y conceptos propios de una única cultura. Sin embargo, la energía siempre ha sido la misma: el propio vocablo reiki, por ejemplo, se podría sustituir por cualquiera de los otros y seguiría aludiendo únicamente al conjunto de técnicas específicas de las que se habla en este libro. De hecho, hay innumerables métodos mediante los cuales emplear esta energía; el reiki, sin embargo, alcanza unas cotas de eficacia y facilidad de las que carece la práctica totalidad de las técnicas conocidas por las restantes culturas.
Esta energía existe en todo el universo, ya que este se compone precisamente de energía, la cual da forma, con distinta intensidad, a todos los objetos y seres vivos que lo pueblan; en este sentido, las disciplinas y filosofías orientales se anticiparon a las teorías más recientes de la ciencia. Así, las formas de la metafísica antigua y las de la física cuántica convergen en un punto: admitir que el universo está compuesto de energía y que esta energía puede manipularse.
Reflexionemos un momento sobre las implicaciones de esta afirmación. Si esta energía puede ser manipulada mediante el pensamiento o cualquier otra técnica, las posibilidades que se abren ante nuestros ojos son realmente infinitas: comprendemos entonces que una persona pueda verse aquejada por enfermedades aparentemente inexplicables, y que de la misma manera desaparezcan sin una razón aparente; en el primer caso, la energía sufría un desequilibrio que se tradujo en enfermedad; en el segundo, el equilibrio se vio restablecido.
Puesto que impregna y forma parte de todo el universo, esta energía también está presente en cada uno de nosotros, en todo organismo humano: si un ser humano mantiene un cuadro de equilibrio y armonía con ella, el resultado es la salud, tanto del cuerpo como de la mente y el espíritu; si, por el contrario, se coloca voluntaria o involuntariamente en una situación de desequilibrio con el resto del universo, el resultado es la enfermedad, que constituye una especie de alarma que nos informa de la necesidad de hallar un remedio al mismo.
Según las filosofías orientales (si bien, como hemos visto, esta idea forma parte también de numerosas tradiciones occidentales, paradójicamente muy poco conocidas por los propios occidentales), la energía vital del universo estaría ordenada según una serie de esquemas muy precisos, cada uno de los cuales correspondería a una forma concreta de la existencia (algo similar al mundo de las ideas de Platón): el hecho de desviarse del modelo provocaría la enfermedad del ser vivo, mientras que la armonía con este modelo tendría la salud como resultado.
En algunas ocasiones, puede ocurrir que todo el organismo del enfermo sufra una carencia de esta energía, o que el problema consista en el hecho de que una o varias partes del organismo del enfermo la padezcan: las posibilidades de desequilibrio que ofrece el ritmo de vida tan frenético que nos vemos obligados a llevar en Occidente son prácticamente infinitas, y sin duda mucho más numerosas que los remedios. En estos casos, la solución es, a nivel conceptual, muy simple: habrá que restablecer el equilibrio entre la energía presente en el organismo del enfermo y la que circula por el universo. ¿Cómo conseguirlo? En los últimos años se han difundido numerosas disciplinas y formas terapéuticas, habitualmente de origen oriental, basadas en la idea de la energía vital y de la necesidad de su equilibrio constante en todo ser vivo. Una de ellas es el reiki.
El término reiki es una expresión de origen japonés que podría traducirse como «energía universal» o «energía vital». Parece, pues, que el paso para llegar a la definición del reiki como «energía vital del universo» es realmente pequeño. De hecho, rei es una palabra que indica la energía vital y creativa presente en el universo, mientras que ki alude a la forma que adquiere esta energía universal en el organismo de todo ser vivo. Nuestro ki (o qi) no es, por lo tanto, sino nuestra parte de rei, la cantidad de energía vital y creativa presente en cada uno de nosotros. Esta energía es esencialmente dinámica, se mueve continuamente como la sangre por nuestras venas y fluye por todas las partes de nuestro cuerpo manteniéndonos con vida. En los capítulos siguientes veremos cómo las culturas, tanto de Oriente como de Occidente, han desarrollado unos sistemas de clasificación muy sofisticados de los canales invisibles por los que fluye esta energía repartiéndose por cada parte de nuestro organismo. Por ahora, bastará con decir que esta técnica permite crear un puente, verdadero e individual, un «canal» entre el organismo del enfermo (y su ki inarmónico) y el rei, la energía del universo, perfecta y equilibrada en su incesante dinamismo. El practicante de reiki crea este puente para que, en el curso de la terapia, se produzca una auténtica conexión entre el enfermo y el universo: por el simple principio de los vasos comunicantes, la energía del universo fluirá entonces por el organismo del paciente, restableciendo así el equilibrio que este había perdido.
Como veremos en el capítulo siguiente, con este término se indican las técnicas redescubiertas a principios de este siglo y transmitidas hasta nuestros días por Mikao Usui, un monje cristiano de origen japonés. Como ya se ha dicho, el reiki es sumamente fácil de aprender y practicar. En cierto sentido, el practicante de reiki no debe realizar ningún esfuerzo suplementario para acometer su actividad terapéutica: basta con que ponga en comunicación el organismo del paciente con la reserva inagotable de energía del universo.
Por lo tanto, una terapia de este tipo se lleva a cabo de un modo incluso elemental: el terapeuta coloca o acerca sus manos al cuerpo del enfermo, y la energía fluye casi automáticamente. Este principio es muy simple y se da también en la naturaleza: dos conductos (el universo por un lado y el organismo del enfermo por el otro) se ponen en comunicación, y el que está más lleno cede parte de su contenido al más vacío. El practicante de reiki lleva a cabo esta misma función de conexión, y se limita casi a asistir a lo que sucede sin participar en ello. Todas las técnicas, ejercicios y tratamientos que vamos a ver en los capítulos siguientes no son más que estrategias para permitir que la energía del universo regenere lo más rápidamente posible la parte enferma. El único límite de este trasvase es la cantidad de energía que pueda asimilar el propio paciente, su voluntad de curarse y, hasta cierto punto, su karma (aunque de ello trataremos en un capítulo posterior): es la propia energía la que dirige su flujo hacia el enfermo, deteniéndose cuando este ha recibido bastante.
Sin embargo, la característica que distingue al reiki de todas las demás técnicas de curación natural reside en el hecho de que no requiere ninguna preparación o predisposición especial para practicarlo. Como veremos, las técnicas que permiten al especialista canalizar la energía no dependen en modo alguno de sus características físicas: a diferencia de un pranoterapeuta, quien efectúa un tratamiento de reiki no transmite su propia energía —con la consiguiente necesidad de mantenerla lo más sana y equilibrada posible—, sino que actúa de intermediario entre el paciente y la energía del universo, infinita y equilibrada. Es más, el propio acto de practicar el reiki ejerce un efecto beneficioso no sólo sobre quien recibe el tratamiento, sino también sobre quien lo efectúa, ya que al circular la energía a través de él su organismo mejora ostensiblemente.
Al no actuar directamente sobre el plano físico, sino sobre el energético, el reiki alcanza los distintos niveles de la existencia del ser, los centra y equilibra, restablece la armonía allí donde esta se ha truncado y facilita los procesos de curación que nuestro cuerpo se dispone a realizar por su propia cuenta. Por ejemplo, si nos hacemos un corte, el objeto de la intervención del médico será facilitar la cauterización de la herida; sin embargo, somos nosotros (o, mejor dicho, nuestro organismo) los que llevamos a cabo el proceso que se denomina cicatrización. Así pues, el reiki acelera la curación y fortalece nuestros procesos vitales (por lo que, según veremos, hay que proceder con cautela al tratar mediante el reiki una fractura ósea).
Que este tipo de energía exista realmente y que los resultados positivos en las terapias que la utilizan no se deban únicamente a lo que se conoce como «efecto placebo», se ha demostrado mediante una serie de experimentos realizados por médicos e investigadores científicos en todo el mundo a lo largo de los últimos setenta años. Dejando a un lado la pura casuística derivada de los experimentos e investigaciones acerca de las facultades paranormales que se realizaron en la antigua Unión Soviética —cuyos resultados quizá nunca conozcamos por completo en Occidente—, también en el mundo científico occidental disponemos de pruebas sobre el hecho de que el ser humano está dotado de facultades que superan las meras capacidades físicas.
En su libro Getting Well Again, el doctor Carl Simonson explica el caso de una persona de 61 años afectada de cáncer de garganta, a quien se le había diagnosticado un 5 % de posibilidades de sobrevivir durante cinco años más, y que fue sometida a un régimen de visualización creativa como complemento de la terapia normal a base de radiaciones. El paciente debía imaginarse que los glóbulos blancos presentes en su sangre se coagulaban en forma de proyectiles que colisionaban contra las células cancerígenas. Transcurridos dos meses de terapia tradicional combinada con la visualización, el paciente no presentaba rastros de la enfermedad que debería haberle causado la muerte ¡y no había sufrido los efectos secundarios característicos de la terapia a base de radiaciones!
En 1977, un experimento llevado