Vi
Por Nikolai Gogol y Luis Scafati
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Tolstói, aunque incluyó "Vi" en las lecturas recomendables entre los 14 y los 20 años, lo calificó como uno de esos textos que causan una "impresión enorme". Muchos años después, el crítico norteamericano Edmund Wilson, calificó a Gógol como el más grande escritor de cuentos que son a la vez de horror y de problemas psíquicos o morales (comparándolo con Poe, Hawthorne y Melville), y calificó a "Vi" como "un cuento de vampiros, uno de los más terroríficos especímenes de su clase jamás escrito".
Este relato de Gógol, que nos atrapa de principio a fin, está magníficamente ilustrado por Luis Scafati.
Nikolai Gogol
Nikolai Gogol was a Russian novelist and playwright born in what is now considered part of the modern Ukraine. By the time he was 15, Gogol worked as an amateur writer for both Russian and Ukrainian scripts, and then turned his attention and talent to prose. His short-story collections were immediately successful and his first novel, The Government Inspector, was well-received. Gogol went on to publish numerous acclaimed works, including Dead Souls, The Portrait, Marriage, and a revision of Taras Bulba. He died in 1852 while working on the second part of Dead Souls.
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Vi - Nikolai Gogol
Vi
Nikolái Gógol
Ilustraciones de Luis Scafati
Traducción de Víctor Gallego
Título original: Vij
© De las ilustraciones: Luis Scafati
© De la traducción: Víctor Gallego
Traducción cedida por Alba Editorial, s.l.u
Edición en ebook: mayo de 2016
© Nórdica Libros, S.L.
C/ Fuerte de Navidad, 11, 1.º B 28044 Madrid (España)
www.nordicalibros.com
ISBN DIGITAL: 978-84-16440-93-1
Diseño de colección: Diego Moreno
Corrección ortotipográfica: Ana Patrón
Maquetación ebook: Caurina Diseño Gráfico
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.
Nikolái Gógol
(Soróchintsi, Ucrania, 1809 - Moscú, 1852)
Escritor ucraniano en lengua rusa. Hijo de un pequeño terrateniente, a los diecinueve años se trasladó a San Petersburgo para intentar, sin éxito, labrarse un futuro como burócrata de la administración zarista. Entre sus primeras obras destacan Las veladas de Dikanka, Mirgorod y Arabescos.
En 1836 publicó la comedia El inspector, una sátira de la corrupción de la burocracia que obligó al escritor a abandonar temporalmente el país. Instalado en Roma, en 1842 escribió buena parte de su obra más importante, Almas muertas, donde describía sarcásticamente la Rusia feudal. También en ese año publicó El capote, obra que ejercería una enorme influencia en la literatura rusa.
Luis Scafati
Nací en Mendoza, Argentina. Estudié artes en la Facultad de Artes de la Universidad Nacional de Cuyo.
Publico desde los 17 años, en diarios y revistas. Algunos de mis libros son Tinta China, que recopila dibujos publicados en periódicos, Mambo Urbano, una visión de Buenos Aires y sus habitantes, El Tren Fantasma, un libro de dibujos y varios más. Ilustré textos de Kafka, Poe, Miguel de Cervantes, José Hernández, Ricardo Piglia y algunos más.
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En cuanto la campana del seminario, suspendida de la puerta del monasterio de Bratski, en la ciudad de Kiev, desgranaba al amanecer sus sonoros tañidos, de todos los rincones de la ciudad acudían tropeles de escolares y seminaristas. Gramáticos, retóricos, filósofos y teólogos¹ se dirigían a clase con cuadernos debajo del brazo. Los gramáticos eran aún de muy corta edad; por el camino se empujaban unos a otros y se insultaban con voces atipladas; casi todos vestían ropas andrajosas o sucias y sus bolsillos estaban siempre llenos de porquerías de todo tipo, a saber, tabas, silbatos fabricados con plumas, restos de empanada y a veces incluso pequeños gorriones, cuyo repentino piar en medio del insólito silencio de la clase valía a su propietario unos buenos reglazos en ambas manos y a veces unos azotes con una vara de cerezo. Los retóricos marchaban con mayor gravedad: por lo común sus vestidos estaban completamente inmaculados, pero en cambio siempre lucían en la cara algún adorno a modo de tropo retórico: bien un ojo morado o una ampolla que ocupaba todo el labio o cualquier otra marca distintiva. Conversaban y blasfemaban con voz de tenor. Los filósofos hablaban en una octava más baja y sólo llevaban en los bolsillos tabaco fuerte. Nunca guardaban provisiones y se comían en el acto cuanto caía en sus manos; el olor a pipa y a aguardiente que desprendían era a veces tan intenso que cuando un artesano pasaba a su lado se detenía largo rato y olfateaba el aire como un perro rastreador.
Por lo general, a esa temprana hora el mercado apenas acababa de abrir, y las vendedoras de roscas, panecillos, pepitas de sandía y tortas de semillas de amapola se agarraban de los faldones de aquellos estudiantes que lucían trajes de paño fino o de cualquier tela de algodón.
—¡Señoritos! ¡Señoritos! ¡Aquí! ¡Aquí! —decían por todas partes—. ¡Mirad qué roscas, qué tortas, qué trenzas, qué pasteles! ¡Ah, qué buenos! ¡Están hechos con miel! ¡Yo misma los he preparado!
Otra, levantando un dulce de pasta en forma de lazo, gritaba:
—¡Mirad qué golosina! ¡Compradla, se-ñores!
—No le compréis nada a ésa. Fijaos que pinta tan repugnante: tiene la nariz manchada y las manos sucias...
Pero las vendedoras no se atrevían a importunar a los filósofos y los teólogos, porque sabían que, aunque se servían a manos llenas, sólo querían probar la mercancía.
Una vez en el seminario, todo ese tropel se distribuía por las distintas aulas, habilitadas en piezas espaciosas de techo bajo, con pequeñas ventanas, anchas puertas y bancos llenos de manchas. La clase se llenaba de pronto del zumbido de las distintas voces: los auditores² tomaban la lección a los alumnos. La