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Mata a tu león: Una guía a través de las pruebas que enfrentan los hombres jóvenes
Mata a tu león: Una guía a través de las pruebas que enfrentan los hombres jóvenes
Mata a tu león: Una guía a través de las pruebas que enfrentan los hombres jóvenes
Libro electrónico213 páginas3 horas

Mata a tu león: Una guía a través de las pruebas que enfrentan los hombres jóvenes

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Mata a tu león es una exploración entre padre e hijo, a las preguntas a las que los hombres jóvenes se enfrentan cuando se acercan a la edad adulta-preguntas que siguen acosando a muchos hombres aún en la mediana edad.

El título proviene de la tradición Masai en la que un joven finalmente sabe que se ha convertido en un hombre cuando ha matado a un león.

El estilo del libro es conversacional. Por lo general Sam toma la iniciativa al contar una historia de sus años en la universidad, graduación, cortejando a una mujer, de su casamiento, o de la búsqueda de una carrera, y John responde con el consejo de un padre y sus propias historias de "comienzo en la edad adulta."

Un diálogo entre un hombre joven que representa a los Millennials y un hombre maduro ofreciendo conocimiento y sabiduría sobre las questiones eternas de la jornada hacia la edad adulta.

Mata a tu león is an exploration, by father and son, of the questions young men face coming into manhood.

The title is drawn from the Masai tradition in which a young man finally knows he has become a man when he has killed a lion. The style of the book is conversational. Sam will typically take the lead by telling a story about his college years, graduation, pursuing a woman, getting married, or finding a career, and John will respond with counsel from a father and his own stories of “coming into manhood.”

IdiomaEspañol
EditorialThomas Nelson
Fecha de lanzamiento30 sept 2014
ISBN9780529100481
Mata a tu león: Una guía a través de las pruebas que enfrentan los hombres jóvenes
Autor

John Eldredge

John Eldredge is a bestselling author, a counselor, and a teacher. He is also president of Wild at Heart, a ministry devoted to helping people discover the heart of God, recover their own hearts in God's love, and learn to live in God's kingdom. John and his wife, Stasi, live in Colorado Springs, Colorado.

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  • Calificación: 5 de 5 estrellas
    5/5
    Este es el mejor libro que me he leído este año (y me he leído bastantes). Siempre errante e intentando encontrar lo que he encontrado finalmente y para la gloria de Dios en este. Le doy cinco estrellas porque es el máximo pero le daría 15.

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Mata a tu león - John Eldredge

Prólogo

En el verano de 2012 me encontraba pasando un año fuera de la universidad y planteándome de repente un montón de preguntas. Cuando dejé las montañas de Colorado por las playas de California para conseguir una educación universitaria, lo hice sin mucha previsión. Me gustaba el clima más cálido, el recinto era hermoso, y necesitaba apartarme del muchacho que había sido en el hogar paterno. La mayoría de mis decisiones de esos años las hice impulsivamente. ¿Me gusta lo que esto ofrece? Bien, lo haré.

Entonces me gradué. Pasados los primeros meses de júbilo que la libertad y la vida independiente pueden traer, me encontré atascado. Me había lanzado de cabeza a la piscina que es la vida en los veintitantos, con la impresión de que estaba pataleando en el agua sin llegar a ninguna parte. La vida se complicaba por semanas y mi capacidad de escoger el rumbo correcto para mí mismo se hacía añicos. Lo cierto es que estaba tragando agua.

Como la mayoría de los jóvenes que conozco, quiero ser autosuficiente. Quiero pelear por seguir mi propia dirección y salir en busca de mis sueños. Quiero saberlo todo y nunca pedir ayuda. Así es como la mayoría de mis amigos abordan su edad juvenil adulta: por sí mismos, no pidiendo ayuda, deambulando por esos años y fingiendo que lo llevan mejor de como realmente van.

Puede que mi combustible se acabara más rápido. Puede que ignorara que no tenía por qué ir solo si no quería. Cualquiera fuera la razón, me detuve un día y le pregunté a mi padre si podíamos hablar acerca de cómo me estaban yendo las cosas. Lo que siguió a eso fueron llamadas telefónicas cada semana en las que nos internaríamos en mis luchas y buscaríamos respuestas juntos; conversaciones que no todos los hombres sostienen, pero que creo que todos queremos desesperadamente. Este libro es el resultado de esas conversaciones, una oportunidad de desarrollar el proceso en beneficio tuyo.

La historia discurre en idas y venidas dentro y fuera de la universidad, en busca de un trabajo significativo, intentando conquistar a una joven, casándome y persiguiendo mis sueños. Nada de eso es ficticio, las preguntas son reales, las dudas son reales, las respuestas son reales. La interacción entre padre e hijo es real.

Recientemente leí un artículo acerca de un joven masái que llegó a Estados Unidos para obtener su título de maestría y luego su doctorado. Antes de llegar al mundo occidental, el joven guerrero había matado a un león para proteger a su pueblo y su ganado. Esa práctica está profundamente arraigada en su tradición: los jóvenes varones deben enfrentarse a un león y derrotarlo con una lanza, o la fiera atacaría a sus animales. El joven había resultado malherido, como cabía esperar, pero después de matar al depredador le consideraron héroe y líder. No puedo imaginarme un final universitario ni una entrevista de trabajo que pudieran atemorizar a un hombre con cicatrices de garras de león surcando su pecho.

Había algo en esa historia que me habló a lo profundo del alma, algo en cuanto a afrontar un gran reto en el que la victoria no era muy clara todavía ni conquistable, algo que me hacía plantear preguntas. Si yo hubiera vencido en mi propia prueba, ¿caminaría más erguido o me internaría con mayor confianza en mi futuro incierto? No puedo evitar este pensamiento: si yo hubiera derrotado a un león, no me sentiría como saliendo al monte con solo un iPhone.

Así pues, presentamos este libro como una confesión, una invitación y un manifiesto para una generación.

Es mi confesión, porque espero que al contar mi historia puedas ver que te estás haciendo las mismas preguntas. Es nuestra invitación a unirte a nuestra travesía, para que seas el hijo que recibe la labor del padre o el padre que aprende lo que hay que decir a su hijo. Es un manifiesto para la generación que está surgiendo y no sabe cómo comenzar la cacería del león ni tras qué rostros se ocultan nuestros leones. Creemos que con un poco de ayuda puedes ser el hombre que deseas, el hombre que el mundo necesita que seas.

Sam Eldredge

Mineápolis, Minnesota

uno

La universidad, ¿y después qué?

Sintió de repente que podía contemplar el mundo como la pobre víctima de un ladrón o como el aventurero en busca de un tesoro. «Soy un aventurero en busca de un tesoro», pensó.

—Paulo Coelho, El alquimista

Creo que no te he contado hasta qué punto era patético mi primer empleo. Probablemente por vergüenza.

Tenía yo veintidós años, mi diploma universitario reciente —de un prestigioso centro de la costa occidental, podría añadir— y entré a formar parte de la población trabajadora como profesional… como el mensajero. Algunas grandes empresas emplean a personas para puestos conocidos como «conejos». (Creo que estos amigos no suelen llevar tarjetas de presentación.) Encontré el trabajo en Craiglist, bajo el título de «Mensajero», así que me dije: salgo a llevar mensajes.

No es que mi empleo fuese muy exigente; de hecho, lo que me aburría mucho era su trivialidad, lo cual me parecía desalentador. Por darte un ejemplo de un día normal, la lista de productos que llevaba a la familia (muy) rica que firmaba los cheques sería:

• una caja de Coca light

• tres cajas de agua Perrier con limón

• doce raciones individuales de comida para gatos AvoDerm (sin gambas ni sabor a hígado. Su gato, Taco, ya me hizo regresar para devolver esos sabores en múltiples ocasiones. En todo caso, ¿quién llama Taco a su gato?)

• dos galones de agua destilada

• yogurt natural griego

• galletitas saladas Milton

• almuerzo para los dieciocho miembros del personal desde un establecimiento (después de comprobar tres veces que la ensalada de Angie tiene semillas de girasol y que el batido de Lynn es especial)

• dejar paquetes en UPS y una caja de vino en casa de un socio en la ciudad

Parecía chistoso. Los primeros trabajos son infames. Todos se quejan de ellos como un adolescente angustiado. Pero, mientras conducía por la ciudad, pasando de una emisora de radio a otra durante horas que parecían no tener fin, no podía evitar preguntarme: ¿qué estoy haciendo con mi vida? Mis amigos que habían tomado el camino de los negocios acabaron trabajando para agencias de publicidad de música y empresas de contabilidad; uno de ellos trabajaba para una incipiente empresa tecnológica. Un compañero de graduación inglés estaba en la recepción de un hotel tan lujoso que Paris Hilton podía desarrollar allí su hobby de musicalizadora. Pero cuando nos reuníamos en torno a la mesa de Dargan los viernes en la tarde, no estaba yo tan seguro de que a esos avanzados «expertos en negocios» les fuera mejor que a mí. También estaban decepcionados.

Los fines de semana pasaban volando y tenía que regresar cada lunes a mi aburrido empleo, para poder pagar la comida y el alquiler, para así poder volver al trabajo, para así poder pagar más comida y alquiler. Me parecía algo tan repetitivo, era como una interminable prueba mojándose los pies en el agua para graduarse y entrar en la piscina de adultos.

Puede que esta historia debiera comenzar en mi segundo año en la universidad, remontarse a cuando los pájaros trinaban, el sol brillaba cada día y todo el mundo reía con facilidad; remontarse a cuando teníamos que elegir nuestra carrera. La decisión se vivía como repetir el día de escoger la carrera: todos los estudiantes elegían lo que querían ser como adultos. Yo escogí Lengua Inglesa porque me encantaban los relatos y la creatividad, y quería ser escritor. Todavía me sienta mal la reacción que percibía cuando le decía mi decisión a la gente: «Vaya —siempre en el tono de alguien que escucha malas noticias—, ¿y qué vas a hacer con eso?». Yo quería espetarles: «¿Qué te parece que no me pase el resto de mi vida sentado en un cubículo, hipócrita?». Pero ahora, dos años después, no me resulta tan fácil convencerme de que después de todo tomé la decisión correcta. Me pregunto: ¿desperdicié todo mi tiempo en la universidad? ¿Qué piensas papá?

El titulado en administración de empresas que limpiaba anoche mi mesa y el arquitecto que me orientó en la librería se preguntan lo mismo. Y la gran batalla empieza en serio: la batalla por tu corazón, la batalla por encontrar una vida que valga la pena vivir, la batalla por no descorazonarte en tu búsqueda de una vida digna.

Así que respira hondo y da un paso atrás. Todo movimiento hacia lo desconocido suele parecer de primeras una caída libre. Recuerdo esos sentimientos en mí. La facultad es un escenario de ensayo. ¿Pero de qué? Para pensar con claridad sobre los años universitarios, pregúntate si eres un simple obrero, alguien que desarrolla una carrera en un ciclo económico sin fin, o eres un ser humano cuyo profundo latido del corazón te habla de una vida con propósito y significado para la que has sido creado. Como ves, Sam, las preguntas referentes a quiénes somos y por qué estamos aquí son mucho más importantes que cómo entrar en un buen trabajo y ganar dinero. No querrás acabar en un tipo de vida que al final aborrezcas. Hace unos años estaba yo aconsejando a un exitoso dentista de algo menos de cincuenta años (bueno, en realidad estaba escuchando sus confesiones). Le iba bien, tenía una hermosa casa, se tomaba unas vacaciones emocionantes y estaba profundamente deprimido. Tras una larga pausa se lamentó: «No tenía idea de qué es lo que quería cuando estaba en la universidad; cuando elegí esta vida yo era otra persona».

El pensamiento de que los jóvenes de dieciocho años tienen alguna idea de lo que son y de qué deben hacer el resto de sus vidas es insano. Alguien que acaba de entrar en la facultad apenas ha empezado a pensar en su vida, ni siquiera se ha separado de su familia y su cultura lo suficiente como para contemplar el mundo con claridad. Levantarse a tiempo para asistir a clase es un logro; acordarse de lavar su ropa, un triunfo personal.

Mi primer año en la universidad me sentía como en un campamento. Todo el mundo estaba tan aturdido, tan embelesado por la emoción y la libertad de aquello, que la mitad del tiempo apenas me parecía estar en la facultad. Queríamos dejar a un lado las tareas, ir a la playa, estar hasta bien tarde jugando Mafia o beer pong [los jugadores tratan de encestar pelotas de ping-pong en vasos llenos de cerveza], y flirtear con cualquiera. Unos empezaban a fumar, otros a tener noviazgo en serio, pero lo único en que podíamos pensar era en el hecho de que éramos libres. Libres de las reglas de nuestros lugares de origen y de nuestros padres. Libres de quiénes y de qué habíamos sido en la secundaria. Con mucho tiempo por delante para resolverlo todo. Era otra realidad.

Y eso está bien, eso es ser estudiante de primer año. Pero, por lo que más quieras, no pidas a esos campistas que definan cuál va a ser el curso de su vida. Tienen delante un mundo por descubrir y un puñado de duros despertares, cosas que van primero. Esa es una etapa de exploración y transformación; descubrimos tanto lo que somos como lo que amamos y cuál puede ser nuestro lugar en el mundo. Nuestros sueños y deseos tienen que despertarse, crecer y madurar. Necesitamos despabilarnos, crecer y madurar para ser capaces de lidiar con esos sueños y deseos. El hombre en quien me estaba convirtiendo cuando tenía dieciocho años estaba lejos del que llegué a ser a los treinta, y lejísimo de quien soy a mis cincuenta y tres. No hay por qué avergonzarse de ello; así es la vida, para todos. ¿Quién trajo esa idea de que el día que te gradúas en la universidad eres un adulto plenamente desarrollado que entra en una vida maravillosa y también plenamente desarrollada? Es algo tan loco como frustrante.

Y es una mentira. Creo que te habría ido mejor si hubieras visto esa etapa como una travesía por un territorio salvaje repleto de belleza y peligro —y algunos pantanos— en lugar de esperar que fuese un trayecto claro y definido de universidad, trabajo y vida cumplidos.

Hay dos modos fundamentales de plantearse la educación universitaria. El plan A es la mera «formación para tu carrera». Elegir la trayectoria profesional que tomará tu vida, seguir los cursos que te prepararán para esa profesión y ascender lo más rápido posible. Entiendo el atractivo de este planteamiento, porque parece tener sentido y promete resultados, al menos sobre el papel. A las universidades les encanta prometer resultados profesionales y a los padres las promesas. Pero hay un montón de economistas decepcionados trabajando en Starbucks. «Sigue este plan y conseguirás esta vida» puede resultar en una desagradable sorpresa cuando no se cumple; si trabajabas bajo ese supuesto, te deja con la sensación de haber sido traicionado. Eso es así especialmente en una volátil economía global.

El plan A ignora un elemento vital de la realidad: muy pocas personas acaban trabajando en el campo para el que estudiaron en la universidad. Personalmente no conozco a nadie. Incluso un amigo doctor se acabó cansando de la profesión médica y ahora trabaja en una entidad benéfica. Yo opté por una subespecialidad en teatro y luego hice una maestría en consejería; mami eligió sociología. Ahora los dos somos escritores. La vida no sigue una senda limpia, clara y lineal. Lo que es más importante, las personas tampoco.

Estoy leyendo un libro fascinante, titulado Con las manos o con la mente; el autor es un joven doctorado en Filosofía Política por la Universidad de Chicago, que desempeñó un buen trabajo como director ejecutivo de un grupo de especialistas de Washington. Pero se encontraba siempre cansado y decaído, por lo que después de seis meses dejó el trabajo para cumplir su sueño de montar un taller de motos. Los tiempos han cambiado. Mi padre venía de la generación de quienes se graduaban en la universidad, firmaban con una empresa y se quedaban en ella de por vida. Pero los signos de estos tiempos indican que tu generación tendrá algo así como nueve diferentes carreras profesionales —profesiones, no simplemente empleos— a lo largo de su vida.

Nosotros no somos nuestros abuelos, ni queremos serlo. Sentarnos ante un escritorio el resto de la vida no nos resulta tan atractivo como a la generación que vivió la Gran Depresión. Pero, aun sabiendo que tienes razón, que tantos graduados nunca trabajan en el campo para el que estudiaron, el concepto de «estudia lo que te gusta» parece una contradicción. Da la sensación de que en realidad nunca llegarás a hacer lo que te gusta.

Pero es lo opuesto. Debes estudiar lo que te gusta, porque ahí crecerás y así harás lo mejor que puedas, puesto que las garantías del tipo «este título igual a esta carrera» tienen hoy una fecha de caducidad muy corta. Lo cual nos lleva al plan B: exploración y transformación. Este plan asume que un uso mucho mejor de la facultad es tu transformación como persona, como ser humano que probablemente tendrá una vida profesional variada. Esa manera de entenderlo se ciñe mucho mejor a lo que somos y cómo estamos conectados (lo que da a entender que puede ser una mucho mejor manera).

Sí, ya sé, entiendo que ciertas profesiones exigen una preparación muy específica. Los neurocirujanos necesitan estudios premé-dicos y los ingenieros bioquímicos precisan de una formación en cálculo, no malgastar su tiempo en Platón y Dickens. Sin embargo, esos médicos e ingenieros no dejan de ser humanos y, con todo lo válidos que sean para ellos sus estudios profesionales, la tarea primera y principal es llegar a ser el tipo de ser humano al que se le puede confiar poder e influencia. Las facultades de medicina captaron eso hace algún tiempo, se dieron cuenta de que el doctor no necesita únicamente entender la anatomía humana, sino también a los seres humanos reales, sobre todo a aquellos que sufren. Si descuidan su propia humanidad en pro de una estricta ruta académica, no llegarán a ser el tipo de médicos con quienes quieren estar las personas.

Nuestra primera y primordial tarea es la educación como seres humanos, no meramente obreros, seres humanos necesitados de significación para poder florecer.

Mi generación desespera en busca de significado. En todo. Cuesta encontrar una categoría en la que no haya surgido en estos días una empresa para satisfacer la demanda de «una causa». La cadena de zapaterías Toms Shoes regala un par de zapatos a un niño necesitado por cada par que compres. Yo les he

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