La gestación, la dinámica del parto y el estado biológico del recién nacido son aspectos de la reproducción humana que evolucionaron en mosaico, es decir, conservando rasgos primates ancestrales e incorporando nuevas adaptaciones a lo largo de millones de años y hasta la aparición de nuestra especie, Homo sapiens, surgida en África hace 300 000 años. La reproducción en nuestros ancestros se vio afectada por los dos grandes procesos de nuestra historia evolutiva. El primero, la adopción del bipedalismo como modo de locomoción, hace entre siete y seis millones de años, lo que determinó la reducción del canal del parto; el segundo, el extraordinario crecimiento relativo del cerebro (lo que llamamos «cerebralización»), especialmente durante la etapa fetal, que determinó complicaciones obstétricas y una extrema y creciente demanda energética sobre la hembra gestante y lactante, que requirió del apoyo cooperativo de su grupo.
DESTREZA Y ESPECIALIZACIÓN VISUAL
Los seres humanos pertenecemos a un linaje de primates de actividad diurna y partos nocturnos. Pero los primeros primates —un grupo de mamíferos surgido hace al menos 60 millones— eran nocturnos, como lo era el ancestro común a todos los mamíferos. Los primates ancestrales evolucionaron y adquirieron sus características distintivas en el dosel de la selva, donde la coordinación motora y la destreza manual, apoyadas en la visión, fueron cualidades esenciales para su éxito evolutivo. Provistos de manos y pies que conservaban los cinco dedos, con uñas en lugar de garras, estos primeros primates eran depredadores nocturnos de muy pequeño corporal (apenas 20 gramos), que capturaban insectos con sus manos prensiles. La especialización visual de los primates impulsó el crecimiento de su cerebro, un rasgo distintivo de este grupo de mamíferos y que en nuestra especie se llevó a un grado extremo. Estas características primigenias otorgaron muy tempranamente a los primates una información precisa