El historiador Carlos Díaz Sánchez afirma en Las guerras púnicas (Actas, 2022): «La cuestión sobre cómo dos civilizaciones que llevaban una tradición diplomática estable y de cordialidad acabaron enfrentándose entre ellas no es baladí».
A la postre, la insaciable expansión de la República romana convirtió en papel mojado sus acuerdos comerciales con Cartago, que se remontaban al año 509 a. C. (si bien la datación exacta de los distintos tratados sigue siendo objeto de estudio). El Bello Promontorio, en el golfo de Cartago, había fijado entonces el límite para las naves romanas, en tanto que los cartagineses se comprometían a no ofender a ninguno de los pueblos aliados de su socio. Sobre Sicilia, el texto apuntaba que los romanos gozarían de los mismos privilegios que los cartagineses en el oeste de la isla, es decir, la parte bajo influencia púnica.
En el año 348 a. C., los votos fueron renovados en el segundo tratado romano-cartaginés, que enfatizaba los aspectos comerciales sobre los políticos y ampliaba la exclusión romana a Cerdeña y varias ciudades norteafricanas. Ciertamente, Roma ya había incrementado su territorio, pero carecía de una flota de guerra que pudiera amenazar la seguridad de Cartago.
Las claves del tercer tratado, suscrito en 306