MUCHOS EMPRESARIOS SIN ESCRÚPULOS APOSTARON POR “ESTIRAR” SUS EXISTENCIAS ADULTERANDO LOS PRODUCTOS: “CORTABAN” LA MERCANCÍA
La imagen era impactante por lo solemne del acto: los doce miembros de aquel exclusivo club gastronómico de Washington, D.C., jóvenes elegidos entre cientos de solicitantes, se sentaban en sillas de roble oscuro y respaldo alto, seis por mesa, con sus trajes de tres piezas y corbatas de seda. Las mesas estaban vestidas con manteles lino blanco en un comedor, por otro lado, bastante sencillo en sí, con paredes blancas y desnudas. La membresía de los doce a aquel singular club incluía tres comidas completas al día. Vino para todos. Para seis de ello, con una dosis de veneno.
Para ser justos, hay que explicar que el veneno era administrado y monitoreado cuidadosamente. El experimento, que comenzó en 1902, fue idea del químico gubernamental Harvey Washington Wiley, quien durante mucho tiempo había estado preocupado por los novedosos conservantes y colorantes que se aplicaban a los alimentos.