Pocos hechos de la historia española poseen tanta trascendencia y son tan poco conocidos como la batalla de Covadonga. Aunque la primera mención a la rebelión de Pelayo se encuentra en un acta de donación fechada el 16 de noviembre de 812, la primera narración de cierta extensión se halla en las dos versiones de la Crónica de Alfonso III, redactadas en la década de 880, aunque este tal vez tenga un origen que se remonta al siglo viii. De igual modo, aunque la versión árabe más prolija en detalles procede de una compilación histórica del siglo xvii, realizada por Ahmed Mohamed al-Maqqari, el texto original parece ser de Ahmad al-Razi, un historiador andalusí del siglo x que compuso este contrarrelato basándose, probablemente, en textos latinos.
Poco sabemos a ciencia cierta sobre Pelayo. Las crónicas asturianas afirman que se trataba de un noble godo: en una versión, espatario de Witiza y Rodrigo; en otra, un hijo de Favila, el duque provincial; y no falta quien asegura que era «de ascendencia regia» en un intento de presentar al reino de Oviedo como sucesor del toledano. Los condes espatarios eran los jefes de la guardia palatina de los reyes visigodos, cuyo número debía de ser siete hacia la caída del reino. El único documento que, aparte de las crónicas, menciona al primer señor de Asturias, es un precepto real a través del cual el rey Alfonso III donó la iglesia de Santa María de Tentiana (Tiñana de Siero, una localidad próxima a Oviedo) que había sido