Durante décadas el régimen franquista alimentó la idea de que la División Azul estaba formada por voluntarios que pretendían aplastar al «demonio bolchevique» del que hablaba la propaganda sublevada como forma de salvaguardar los «valores cristianos». No en vano, su verdadero nombre era División Española de Voluntarios (o División de Infantería). Sin embargo, ni todos los que conformaron aquella unidad militar comandada por Muñoz Grandes fueron voluntarios ni todos ideológicamente afines a la ideología gubernamental. No obstante, era una forma de librarse, en algunos casos, de los campos de internamiento e incluso de la prisión, todavía muy reciente la Guerra Civil, así que terminaron alistándose.
Además de numerosos militares de carrera (con importantes éxitos castrenses, y casi en su totalidad afines al bando reaccionario durante la contienda fratricida) se unió al grupo que debía marchar hacia las estepas rusas, el temido Frente del Este que sería comienzo del fin del nazismo, un ecléctico grupo de hombres formado por periodistas, futuros cineastas, dibujantes e incluso nobles venidos a menos. Fueron la «flor y nata» intelectual de los divisionarios, de ideologías diversas (algo que entonces debieron silenciar) y orígenes muy variopintos.
BERLANGA, EL CRONISTA DE LA ESPAÑA TRISTE
Entre ellos, uno de los más ilustres de nuestros divisionarios sería un jovencísimo Luis García Berlanga, futuro director de joyas cinematográficas como o y uno de los que mejor supo diseccionar la sociedad española en tiempos de censura y represión a base de fina ironía, sarcasmo y humor, mucho humor (aunque con trasfondo trágico). Al parecer, Berlanga se alistó con 20 años para ayudar a su padre, que estaba condenado a pena de muerte por ser republicano. Según confiesa Miguel Ángel Villena, autor de la biografía (Tusquets, 2021), el hecho de que Berlanga se convirtiera en uno de los 47 000 españoles que velarían por los intereses del Führer en las estepas rusas se debió a un «deber moral con