Recuerdo que a principios de los dos mil era común escuchar decenas de ca-sos de jóvenes (y adultas) con anorexia o bulimia, todas que-rían y queríamos el cuerpo más delgado, de acuerdo con lo que veíamos en pasarelas y portadas de revistas, muchas veces llegan-do a niveles esqueléticos que eran todo, menos estéticos, como si los huesos marcados fuesen la cúspide de lo hermoso.
A los pocos años