Es una constante grave la falta de compromiso con la verdad de las Fuerzas Armadas. No sólo se trata de unas cuantas manzanas podridas que, entre sus filas, se han dejado corromper, o bien, que han incurrido en violaciones abominables de derechos humanos.
El problema más serio es la mecánica de encubrimiento que se ordena, cada vez, desde la más alta investidura. ¿En qué se parecen los casos de Tlatlaya y Ayotzinapa? En que ambos repiten un esfuerzo político descomunal para ocultar las desapariciones y la masacre.
Algo similar ocurrió esta semana con el asesinato de cinco jóvenes en la