” Después de la victoria sobre Inglaterra se hará una reordenación del Reich. Habrá cambios profundos. La Iglesia, en su forma actual, tiene que desaparecer. Entonces sólo habrá una Iglesia, la Iglesia nacional. Para quien no se una a esta, ya le tenemos preparado un sitio”. Con estas palabras amenazaba Fritz Wächtler, líder nazi de la región de Baviera del Esta, el 8 de julio de 1940. Se trata de una de las muchas declaraciones con las que el gobierno de Hitler quiso dejar claro que el nacionalsocialismo no era nada más un movimiento político, sino que aspiraba a convertirse en una especie de religión basada en la raza y en la sangre que debía suplantar al cristianismo.
Un año después, cuando Alemania ya había invadido Bélgica, Países Bajos, Dinamarca, Noruega, Luxemburgo, Yugoslavia, Grecia y Francia, el jefe del Partido Nazi (NSDAP) en Múnich expresaba la idea con más contundencia: “Nosotros, los que vivimos ahora, Hitler y su vieja guardia, debemos destruir la Iglesia por completo. Que no se piense que es suficiente con que la juventud de Alemania crezca sin Iglesia: el sucesor del Führer podría ser más benigno, tener conmiseración, y el foco de pus volvería a estallar. El nazismo es a las confesiones cristianas lo mismo que el agua