“Todo esto te daré, si postrándote me adoras”, relató Mateo (Mateo, 4:9) que le dijo Satanás a Jesucristo, a lo que este respondió: “¡Vete, Satanás! Porque está escrito ‘Adora al Señor tu Dios y sírvele solamente a él’”. Aunque el relato bíblico termina con el triunfo del bien sobre el mal, este no siempre es el resultado de tan eterna batalla contra la seducción. Uno de los mejores ejemplos que la historia ha dejado al respecto lo encontramos en el Reichskonkordat y la relación entre la Iglesia católica y la Alemania nazi.
Como spoiler, señalemos que, en julio de 1933, el representante en la Tierra de Jesucristo, Pío XI –junto a su sucesor, Pío XII, el entonces cardenal Eugenio Pacelli-, se postró ante el embajador más importante de Satanás en aquellos momentos, Adolf Hitler, y –en la peor de las versiones– lo adoró o –en la mejor– simplemente se sirvieron mutuamente el uno del otro.
Por tanto, hasta aquí, una realidad tan incuestionable como contraria a las Sagradas Escrituras, quizá lo único incuestionable del o Concordato Imperial firmado en 1933 entre Alemania y la Santa Sede: la Iglesia católica se “rindió” ante el régimen nazi. Pero, más allá de lo teórica y éticamente correcto o incorrecto, en la colaboración de la Iglesia