Caminar por los pasillos de la Central de Abasto (Ceda) de la Ciudad de México equivale a recorrer todo el país en poco más de 300 hectáreas. A este centro neurálgico del comercio lo caracterizan corredores repletos de frutas, flores, legumbres, hierbas, carnes y abarrotes producidos en distintos estados; juntos forman un abanico de colores, olores y sabores en el vaivén de casi 500 mil personas que visitan el lugar diariamente.
La propia área de seguridad de la Ceda considera que se trata de un mundo aparte, de una ciudad en sí misma: tiene bancos, una agencia del Ministerio Público, equipos de Protección Civil, un cuerpo de paramédicos y toda una red de más de 5 mil cámaras de vigilancia que –al menos en teoría– observan todo lo que sucede en los pasillos, las bodegas, los locales, las zonas de carga para los tráileres que entran y salen a toda hora, la interacción de los comerciantes y empleados y la seguridad de la ola de gente que acude al lugar.
Y aun cuando podría ser una ciudad en sí misma, la Central de Abasto no es una isla. Al igual que el resto de