La existencia de ruinas en la Luna, incluyendo la propia artificialidad de nuestro satélite; la evocadora y maltrecha esfinge de Marte, digna heredera de sus imaginarios canales decimonónicos; o la reciente irrupción en nuestro sistema solar del asteroide interestelar Oumuamua, de extravagante comportamiento y forma, constituyen excelentes y desiguales ejemplos de lo que, a falta de un término mejor, podríamos catalogar como arqueología cósmica. Por su parte, Avi Loeb, el afamado astrofísico de Harvard, prefiere referirse a estas anomalías como arqueología espacial extraterrestre, erigiéndose en la actualidad en su máximo representante.
Mientras ese cajón de sastre que denominamos ufología escudriña nuestro cielo y planeta en busca de evidencias de la visita, pasada o presente, de extraterrestres a nuestro mundo, una parte de los astrofísicos dedica esfuerzos a localizar a esos hipotéticos alienígenas fuera de la Tierra, la mayoría de las veces en localizaciones espaciales que jamás alcanzaremos y en escenarios tecnológicos teóricos sobre los que difícilmente tendremos confirmación. Pero sea como fuere, la búsqueda de esos vestigios de vida inteligente continúa, y el debate académico sobre ella se perpetúa, al incorporar nuevos hallazgos astronómicos que no encajan en nada conocido o bien enfoques innovadores a la hora de afinar las búsquedas. Por ambas vías la esperanza de obtener resultados positivos se mantiene viva, y la disposición de los científicos a incorporar la palabra «extraterrestre» a su narrativa va en aumento. Pero, ¿qué buscamos y qué tipo de rarezas hemos encontrado hasta la fecha?
RASTREANDO «TECNOFIRMAS»
En los últimos años «tecnofirmas» se ha convertido en un concepto de éxito en la jerga de la exobiología a la hora de referirse a la búsqueda de huellas tecnológicas que delaten la existencia actual, o en algún momento del pasado, de una civilización extraterrestre en algún punto de nuestro universo observable. Estamos ante el equivalente tecnológico de las llamadas biofirmas, en este caso referidas al rastreo de potenciales fósiles, gases o moléculas que favorecen el desarrollo de la vida o son consecuencia de la existencia de la misma, etc. Y es que, de la misma manera que la existencia de vida inteligente en la Tierra podría ser deducida por un observador externo a nuestro planeta, ya sea a través de la detección