Es día 2 de abril de 1942 y en Tokio, sobre una mesa donde se despliegan cartas de navegar, se enfrentan dos posiciones con un mismo objetivo: destruir la flota estadounidense en el Pacífico. Por un lado, el comandante Tatsukichi Miyo, perteneciente al Estado Mayor General de la Armada; por otro, el comandante Yasuji Watanabe, oficial de Operaciones en el Estado Mayor de la Flota Combinada, liderada por el almirante Yamamoto, que ya ha tomado la firme decisión de apostar por la ofensiva en el este. Cada uno de ellos mueve el aire que lo rodea según la forma que tome su inquietud, conforme va exponiendo sus argumentos.
El comandante Miyo y su Estado Mayor, que están contra el plan de atacar Midway y a favor de la alternativa para una acción contra Nueva Caledonia, Fiyi y Samoa, objetan acerca de la dificultad de reunir toda la logística necesaria para un proyecto de la envergadura del de Midway. Miyo también argumenta, siempre en consonancia con el criterio del Estado Mayor de la Armada, que, aun cuando puedan solucionarse los problemas de suministros, consideran que la empresa de Midway es temeraria desde el punto de vista táctico, pues este atolón está próximo a la principal base americana del Pacífico en Hawái y el enemigo podría emplear eficazmente sus submarinos y–lo que es más peligroso–muchos aviones con bases en tierra desde Hawái, obteniendo un aliento suplementario debido a esa elección geográfica que no convendría darles.