Los ritmos de la alcachofa
cuando la alcachofa es pequeña, pero pequeña de verdad, la puedes comer entera, tal cual, casi sin quitarle las hojas de fuera. Me lo acaba de decir Jesús y no acabo de creerlo. Para confirmarlo, corta una que será casi del grosor de mi dedo corazón y me anima a quitar las tres hojas de fuera y morderla. “Come, vas a ver”, me dice. Y es verdad. La como en dos bocados pequeños y para cuando empiezo a darle vueltas al primero ya ha desaparecido el recelo inicial, dejando lugar a la sorpresa y el embeleso; es un bocado mágico. Nunca hubiera imaginado comer así una alcachofa, cuando acaba de empezar a formarse, sin esperar a que sea más grande y tenga ‘más comida’, como he escuchado en algunos sitios del campo. Tampoco encontrarla sin fibra ni un amargor muy marcado, comestible de principio a fin. Se me revela tierna y compacta, como si las hojas fueran una sola unidad, ligeramente herbácea pero más dulce que amarga, suave, sutil y fragante. No había dado el segundo bocado, que incluía el principio del tallo, y ya estaba enganchado. Me hubiera comido un saco. Lo saben los agricultores que cultivan alcachofas
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