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Mabel Moraña
Mabel Morana is a professor in the Department of Hispanic Languages and Literatures at the University of Pittsburgh and the director of publications for Instituto Internacionalde Literatura Iberoamericana.
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Caleidoscopio - Mabel Moraña
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Esta publicación fue dictaminada por pares académicos bajo la modalidad doble ciego.
Caleidoscopio. Ocho ensayos
Primera edición impresa y ePub: 2025
D.R. © 2025, Mabel Moraña
D.R. © 2025, Bonilla Distribución y Edición, S.A. de C.V.
Hermenegildo Galeana 116, Barrio del Niño Jesús,
Tlalpan, 14080, Ciudad de México, México
editorial@libreriabonilla.com.mx
www.bonillaartigaseditores.com
Coordinación editorial: Bonilla Artigas Editores
Diseño de portada: d.c.g. Jocelyn G. Medina
Diseño editorial: Mariana Romero Sabre
Realización ePub: javierelo25
Bonilla Artigas Editores
ISBN: 978-607-2629-52-3 (impreso)
ISBN: 978-607-2629-53-0 (ePub)
ISBN: 978-607-2629-54-7 (pdf)
Impreso y hecho en México
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Contenido
Presentación
Centro-periferia. Notas sobre la espacialización del poder cultural
Las ciencias sociales francesas y América Latina: Touraine, Bourdieu, Foucault
Fronteras, fronterización y zonas fronterizas
El paradigma del afecto y las lecturas del capitalismo tardío
Lo pandémico y lo político
Textos, texturas y marcas de agua
Barroco postcolonial
El mundo adentro. Literatura latinoamericana y mercados globales
Bibliografía
Sobre la autora
Presentación
Los ensayos que aquí se recopilan enfocan distintos temas que, aunque se encuentran relacionados entre sí de manera más o menos laxa, tienen en común el punto de mira: la perspectiva crítica que explora el pensamiento contemporáneo justo en el punto en que hacen conexión política y cultura. Es importante destacar que casi todos estos estudios fueron elaborados respondiendo a solicitudes concretas de las instituciones que tuvieron a bien invitarme a desarrollar estos temas como colaboración en proyectos que se encontraban en desarrollo o que interesaban primariamente a los investigadores –docentes y estudiantes avanzados– que trabajaban en torno a estas cuestiones. Conferencias personales o participación en eventos académicos dieron así lugar a diálogos fructíferos que confirmaron o permitieron corregir el curso de mis propias ideas. Lo más importante para mí fue, sin embargo, constatar que las solicitudes o sugerencias recibidas acerca de los temas a desarrollar conectaba perfectamente con campos de interés que ya había recorrido en el pasado, y a los que quizá sin estos nuevos incentivos, no hubiera regresado, o con zonas del pensamiento que vinieron a enriquecer mis estudios actuales. Algunos de los ensayos de este libro fueron publicados en inglés como introducción a volúmenes colectivos. De más está decir que los mismos deben mucho a las colaboraciones de los colegas que formaron parte de esos proyectos editoriales.
La orientación principal de estas reflexiones ha sido, en algunos casos, revisar –revisitar– categorías bien establecidas en la crítica de la cultura, como las de centro-periferia, o el tema del barroco, tratando de percibir de qué modo y en qué medida las mismas se sostienen en el contexto de debates actuales, claramente diferenciados de aquellos en los que esas problemáticas surgieron. Al llevar a cabo esta revisión crítica, el campo conceptual que esos tópicos concitan se pone en movimiento. Se develan así connotaciones no siempre explícitas o percibidas en esas construcciones críticas o metodológicas, las cuales fueron en su momento ampliamente utilizadas y cuyo uso, ahora más cuidadoso y matizado, sigue dando rendimiento teórico. Los conceptos de centro-periferia, por ejemplo, capturan posiciones político-ideológicas orientadas hacia la comprensión de relaciones de poder, tanto dentro de los espacios nacionales como a nivel transnacional. Aunque incorporaron siempre un innegable grado de mecanicismo a la interpretación de procesos complejos y a menudo contradictorios, dieron una visión inicialmente útil para comprender ciertas versiones de implementación de la hegemonía y de las prácticas de subalternización política, económica y cultural. La crítica al binarismo conceptual, atravesado por perspectivas de esquematización y reduccionismo, fue esencial para matizar los excesos de los dualismos y cuestionar sus conclusiones, pero mantuvo el esqueleto teórico de las propuestas dependentistas, por ejemplo, como un aporte que, aunque históricamente datado, entrega una visión a partir de la cual pueden explorarse los intrincados procesos que han guiado las relaciones de poder desde tiempos coloniales. Es interesante ver cómo tales esquemas fueron interiorizados en el campo cultural y cómo recorrieron el ámbito crítico-teórico de los estudios literarios y culturales, hasta nuestros días.
En el caso de los estudios sobre afectos o fronteras, el propósito fue, más bien, definir el estado de la cuestión, es decir, el modo en que esos campos del saber se insertan en la mirada inquisitiva de nuestro tiempo, para nombrar conflictos, grados de percepción e interrogantes que remiten a la intersección de subjetividad y conciencia social, territorialidad y sentimiento. El análisis de las emociones como forma de mediación individual y colectiva entre el sujeto y el cuerpo social, entre interioridad y vida pública, está en pleno desarrollo y es de gran relevancia para la comprensión de procesos sociales, estrategias discursivas y proyectos políticos, pero también para el análisis de la vida diaria y de fenómenos concretos como el consumo, la violencia y la definición identitaria. La temática de la frontera, estrechamente ligada al mundo de los afectos y el poder, marca nuestro presente de manera dramática, no solamente por la proliferación de los límites territoriales y el fortalecimiento de la represión fronteriza, sino por la multiplicación de fronteras invisibles relacionadas con el prejuicio, la discriminación y, en general, el mundo de los valores y principios que rigen a la sociedad civil. La problemática fronteriza, una de las más intensas de nuestro tiempo, se proyecta a todos los niveles de los imaginarios colectivos y avanza en la creación simbólica (el cine, la música, la literatura) en relación estrecha con los debates en torno a la ciudadanía, la soberanía y los límites y vigencia de lo nacional.
La reflexión sobre las ciencias sociales francesas y su proyección sobre el pensamiento latinoamericano es de tipo historiográfico y se centra en la obra de tres pensadores fundamentales: Alain Touraine, Pierre Bourdieu y Michel Foucault, cuya impronta marcó fuertemente las ideas en torno a sociedad civil, movimientos sociales, campos de poder y desarrollo institucional. Muchas de las ideas de estos autores siguen siendo parte constitutiva de nuestra concepción de lo social y lo político, aunque se impongan modificaciones de ese aparato crítico tendientes a captar el particularismo de nuestro tiempo.
El significado y los retornos del barroco no necesitan presentación. En América Latina el tema es una constante, desde tiempos coloniales, ya que está estrechamente ligado al desarrollo de la conciencia social desde el siglo xvii, y a la distribución de lo sensible
tanto en el contexto virreinal como en nuestros días. Como expresión del poder imperial, el modelo peninsular del Barroco tiene su contracara en el Barroco de Indias, como dispositivo de resistencia simbólica y de expresión de la integración conflictiva entre paradigmas dominantes y sensibilidad dominada. Su análisis permite comprender la relación de mímica bien analizada por Homi Bhaba como expresión de un sincretismo crítico que revela la subjetividad del colonizado y su lucha por descolonizar los paradigmas impuestos desde el poder a partir del despliegue de su propia conciencia crítica y de su capacidad representacional. El neobarroco moderno y contemporáneo ofrece nuevas versiones de la codificación barroca al re-significar los usos del exceso y la contra-normatividad estética como respuesta a nuevos desafíos político-ideológicos.
El ensayo sobre hidrocrítica se aventura en un área menos recorrida del conocimiento, en la que nociones y metodologías específicas desafían el concepto geocultural de territorio, entendido como terreno, extensión o hábitat continental o insular, como lugar de asentamiento y apropiación colonialista. La tierra, y no los cuerpos de agua, fueron tradicionalmente consagrados como espacios primarios para el estudio de culturas y formas de organización social y de relacionamiento político-económico. La hidrocrítica funciona, en este sentido, como estrategia crítico-teórica capaz de complementar y problematizar la hegemonía territorial a partir de la idea de espacio náutico, oceánico o marítimo, señalando la importancia de regímenes fluviales y demás extensiones hidrográficas y, en general, de los cuerpos de agua y de la administración de este recurso con distintos propósitos. Las extensiones acuáticas son entendidas, desde esta perspectiva, como espacios vitales y como repositorios no sólo materiales sino también simbólicos vinculados a la cultura, al poder y a las formas de vida. Así, además de su importancia histórica y geopolítica, los ámbitos marítimos constituyen espacios cognitivos que generan su propia epistemología.
Las notas sobre pandemia son una aproximación tentativa a un tema coyuntural, de múltiples connotaciones políticas, que continuará dando que hablar tanto desde el punto de vista científico como biopolítico, económico y social, e inspirando diversas formas simbólicas que intentan aprehender las enseñanzas que se desprenden de la experiencia de la desigualdad en el acceso a la salud y a la supervivencia.
Sólo el último ensayo de este libro, quizá el más ambicioso del conjunto, puede ser leído como una intervención deliberada en el campo de los estudios literarios, aunque su contenido deriva –a mi criterio, necesariamente– hacia un espacio conceptual más amplio y más complejo: el que tiene que ver con el sentido mismo de la globalización, y con el impacto de sus estrategias y de sus retóricas en la imaginación simbólica y en la cultura transnacionalizada de nuestro siglo. El cambio de valores, la modificación del sensorium colectivo, la transformación de lenguajes y modos de decir, la variación de escenarios y el impacto de la tecnología son procesos que están dejando una marca innegable en la escritura actual –en la ficción, la escritura testimonial, la autoficción, y otros registros literarios–. Mis reflexiones al respecto reproducen, con modificaciones menores, mi introducción a una edición publicada en inglés sobre literatura latinoamericana actual.
En este ensayo uso la imagen del caleidoscopio para hacer referencia al modo en que la percepción va acomodándose a los giros que damos a los elementos reales para percibirlos a nueva luz. La pluralidad de imágenes que aparecen en la mira, lejos de remitir a las ideas de pluralidad y relativismo alertan más bien, a mi juicio, sobre el modo en que trabaja, para bien y para mal, la mentalidad crítica. Creando un juego de espejos que permiten la articulación variada de las partes, el crítico se mueve entre las formas y matices que asume lo real, condicionado por lo que es dado tanto como por los colores de la ideología. Lo que ve, lo que cree ver, o lo que quiere ver, depende de su lugar de observación y de enunciación, de sus compromisos y sus convicciones. La percepción prismática que da el caleidoscopio está determinada por la orientación de los espejos, alguno de los cuales siempre refleja el interior, la subjetividad, los valores, creencias e intereses del que mira. El ángulo de inclinación de este dispositivo es fundamental, tanto como la luz que ilumina las partes. Como es obvio, el que mira está siempre situado del lado opuesto de lo que se ofrece a la mirada. Esta disposición necesaria no es ni casual ni irrelevante, y da para pensar. Situado entre el juego y la ciencia, el caleidoscopio ha sido y continúa siendo considerado un dispositivo lúdico, pero sus efectos invitan a la reflexión sobre los resultados de la manipulación de las partes, el estatuto de lo real y la importancia de la mirada. La crítica es, de algún modo y en diferentes grados, nos guste o no, un ejercicio de poder. Por eso pienso que el crítico siempre debe tener presente para quién trabaja.
Estos estudios son, necesariamente, tentativos, ya que muchos de los temas que tratan se están desarrollando en la actualidad, ante nuestros ojos. Toda mi gratitud a quienes con sus invitaciones y reconocimiento a mi trabajo me dieron la oportunidad de compartir estas ideas en sus instituciones, y de ensanchar, así, mi propio horizonte.
Centro-periferia. Notas sobre la espacialización del poder cultural
La cultura, sistema-mundo y la justicia espacial
Dualismos y (de)construcciones del espacio social
Los tiempos que vivimos, marcados por el impacto de nuevos influjos globales y la simultánea activación de dinámicas locales, regionales y nacionales que contrapesan o entran en conflicto con las fuerzas de integración mundial, tienen como una de sus características más salientes la de haber rebasado dualismos que guiaron, durante mucho tiempo, la comprensión de fenómenos sociales, culturales y políticos, así como económicos, psicológicos y cognitivos. La crítica derrideana a los antagonismos clásicos y modernos, que en sus muchas aplicaciones hemos visto expresarse en fórmulas oposicionales del tipo alma/cuerpo, hombre/mujer, adentro/afuera, civilización/barbarie, sano/enfermo, arriba/abajo, Norte/Sur, Este/Oeste, afuera/adentro, escritura/oralidad, hombre/animal, esencia/apariencia, presencia/ausencia, forma/contenido, monismo/pluralismo, etc., impulsó la atención a flujos, negociaciones, fluctuaciones e indeterminaciones entre tales extremos, los cuales solamente representan formas radicales y puras, si se quiere, de ser de lo real. La posmodernidad ha enfatizado más bien las zonas intermedias, los intersticios entre tales polaridades, las paradojas y contradicciones, superposiciones y variantes de grado. Los términos extremos sugieren una localización fija, que contradice la idea prevaleciente en nuestros tiempos acerca de la provisionalidad de cualquier posición, lo aparente de su definición y su porosidad, es decir, la vulnerabilidad de lugares asignados o asumidos, que en realidad pueden ser contaminados, intervenidos y penetrados por su aparente contrario.
Todo documento de civilización es a su vez un documento de barbarie
(Benjamin dixit), es una excelente ilustración de formas matizadas de conocer lo social y de poner en cuestión nuestras propias categorías de análisis, sobre todo cuando las aplicamos de manera rotunda y con sistemática rigidez. Además de iluminar áreas de lo real que de otro modo quedan oscurecidas por las mecánicas dualísticas, este ejercicio deconstructor del pensamiento crítico revela el simplismo de esas categorías y los posicionamientos ideológicos –en el sentido de falsa conciencia– que tales conceptos sustentan y perpetúan.
La oposición centro/ periferia puede ser enfocada como ejemplo claro de estas disposiciones. Aunque el campo principal de aplicación de este binomio ha sido, tradicionalmente, el de las ciencias sociales, su uso se extendió, principalmente en la segunda mitad del siglo xx, a muchos otros ámbitos de conocimiento, desde los estudios urbanos hasta la comunicación. Más que otros dualismos, el de centro/periferia resultó particularmente útil porque permitió visualizar, dentro de una macroestructura, un cierto orden distributivo, no sólo del espacio sino de las relaciones de poder y del posicionamiento de sujetos, proyectos o formaciones sociales dentro de ese amplio diseño.
Como metáfora espacial, centro/periferia permitió incorporar a la estructura de base otras categorías: jerarquías, funciones y privilegios, formas de marginación o integración, de subordinación, relegamiento y accesibilidad. El carácter espacial de lo social, como bien estudiara el sociólogo marxista Henri Lefebvre en La producción del espacio (1974), donde señala que
Las relaciones sociales de producción tienen una existencia social sólo en la medida en que existen espacialmente, se proyectan en el espacio, se inscriben en un espacio mientras lo producen. De otro modo, permanecen como pura abstracción, es decir, como representaciones y, consecuentemente, como ideología o, dicho de otro modo, como verbalismo o verbosidad, como palabras. (152-153)
Como es sabido, Lefebvre fue el responsable de haber introducido el aspecto espacial en el materialismo, como una dimensión fundamental de lo histórico. Para él, la experiencia y construcción de lo social se basa en la articulación de nuestras percepciones de los espacios reales con representaciones simbólicas de estos y con prefiguraciones acerca de los modos en que tales espacios pueden ser alterados, es decir, consiste en una proyección del deseo sobre la espacialidad de lo real.
A esta concepción la posmodernidad agregará elementos pertenecientes a otra dimensión de lo social, la que tiene que ver con la igualdad, la accesibilidad y la exclusión espacial. Edward Soja, desarrolla el tema de la justicia espacial en varios libros fundamentales, entre ellos Postmodern Geographies (1989); Third Space, Journeys to Los Angeles and Other Real-and-Imagined Places (1996) y Spacial Justice. Globalization and Community (2010). Sobre el tema de la justicia espacial (la accesibilidad a los espacios, la asignación de los mismos, su administración, su distribución, su usufructo) Soja comienza por reconocer la pionera puntualización de Foucault de que en la época contemporánea la crítica cultural había tratado tradicionalmente el espacio como estático, muerto y anti-dialéctico
, mientras que él consideraba esencial destacar la importancia de la simultaneidad, la yuxtaposición, la dispersión y las intersecciones, nociones fundamentales para una crítica al historicismo. Aunque Foucault es conocido por su trabajo sobre temporalidades e historicidad (método arqueológico y genealógico), considera fundamental los espacios para el performance del poder y de la resistencia, temas que son inherentes al binomio centro-periferia, en muchas de sus aplicaciones.
Como Soja señala, el giro espacial, es decir, el tema de la espacialización de la justicia social va a contrapelo del énfasis moderno en la temporalidad, y más que un tema académico, es un asunto que tiene connotaciones políticas (de clase, raza y género), como se ve claramente en el tema migratorio, en cuyo ámbito se vincula a los problemas de la movilidad, la soberanía, las políticas fronterizas, es decir, a políticas territoriales y marítimas. Soja propone, así, una hermenéutica de la espacialidad
que permita comprender la relación entre territorialidad y subjetividad.¹
La noción foucaultiana de heterotopía definida en Las palabras y las cosas (1966) hace referencia a un espacio pleno en el que se desarrolla una red de relaciones complejas: funciones, jerarquías y discursos. Estas relaciones funcionan como nexos que vinculan sitios específicos bien diferenciados, cuyas funciones se intersectan, pero manteniendo la singularidad de cada sitio –por ejemplo, la iglesia, la escuela, el cementerio, el burdel, el teatro, la cárcel–. Este es el ámbito de la diferencia donde lo otro se manifiesta fuera de toda definición dualística, mostrando alternativas e hibridaciones. Esta noción de productividad espacial atraviesa –corta, interrumpe– la temporalidad incorporando a lo moderno una nueva dimensión. Es como si un sistema de significaciones se insertara en el otro.²
Sin lugar a dudas, como también señalara Derrida, en todo dualismo uno de los términos tiene preeminencia sobre el otro. En la modernidad, los centros fueron considerados puntos álgidos de realización civilizatoria, núcleos que concentraban oportunidades que conducían a las metas del progreso, el orden, el conocimiento superior, el poder sobre el otro. Los centros fueron considerados lugares de indudable privilegio epistémico y, por tanto, de autoridad y poder. Sobre todo, se definieron como puntos cruciales de las dinámicas difusionistas que diseminaban, sobre sus respectivas áreas de influencia, valores (criterios para el juicio, la evaluación, calificación y clasificación del otro).
Sistemas binarios, dependencia y modernidad
Es interesante explorar las razones por las cuales el pensamiento moderno desarrolló y expandió la explicación dualística de los fenómenos sociales, políticos, económicos, etc. No es excesivo ni demasiado abstracto atribuir esta tendencia al primer estadio de desarrollo del capitalismo, es decir, a la etapa del mercantilismo monopólico que funcionó en correspondencia con las empresas colonialistas. A las formas de distribución socio-económica tanto a nivel metropolitano como en relación con las colonias, y las modalidades de abastecimiento a las poblaciones de ultramar, de comercio intercolonial y de tráfico de materias primas y manufacturas funcionó, al menos en teoría, de acuerdo con esquemas centralistas que se prolongaron en siglos posteriores a las independencias. Las formas de ordenamiento político-administrativo nacional siguieron similares conceptos para el control territorial y poblacional, a partir de los aparatos institucionales localizados en el centro urbano como antes en el corazón de los virreinatos, a partir de los cuales se irradiaban regulaciones político-religiosas, proyectos transculturadores y planes de modernización siguiendo los modelos europeos.
Con la posmodernidad, y a consecuencia de la crítica a la Ilustración, a los procesos modernizadores y a la nación liberal, el esquema centro-periferia se manifestó como excesivamente mecánico y polarizado, ya que impedía acomodar la creciente complejidad de un mundo en el que se observaba una clara proliferación de centros y periferias, de núcleos y de márgenes, de formas hegemónicas y espacios de resistencia, subversión y contrapoder operando en fuertes relaciones de interdependencia. Las dinámicas de descentramiento fueron esenciales en el paso de modernidad a posmodernidad. Categorías como las de identidad, nación, y soberanía pasaron a mostrar gran cantidad de fisuras, insuficiencias y contradicciones, demostrando que no llegaban a abarcar las transformaciones de un mundo que marchaba hacia la acelerada circulación del capital financiero, donde los Estados nacionales habían ido cediendo poder a las empresas transnacionales y donde flujos y
