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Historia mínima de Israel 2da edición
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Libro electrónico493 páginas6 horas

Historia mínima de Israel 2da edición

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Este libro reconstruye una de las historias nacionales más debatidas: la de un Estado que apela como una de sus fuentes de legitimación al más remoto de los tiempos, el del Antiguo Testamento. Para dar cuenta de ello, el autor se remonta al pasado del pueblo judío en las tierras bíblicas y también a su diáspora, para presentar los fundamentos de lo
IdiomaEspañol
EditorialEl Colegio de México
Fecha de lanzamiento20 jun 2025
ISBN9786075647098
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    Historia mínima de Israel 2da edición - Mario Sznajder

    I. El pueblo de Israel

    (

    SIGLO

    XVIII AEC

    -

    SIGLO

    XIX EC

    )

    En el relato bíblico existen elementos históricos confirmados por fuentes primarias exteriores a la Biblia, por ejemplo, las Cartas de Tel Amarna (Egipto, siglo

    XIV

    AEC

    ) escritas en acadio, donde figuran los Habiru —antiguos hebreos— o las Cartas de Lajish o Cartas de Hoshaiá (Judea, siglo

    VI

    AEC

    ) escritas en hebreo durante el reino de Zedequías. La Biblia hebrea —Biblia hebraica en latín, o Tanaj-Tanak (Torá, Nevi’im, Ktuvim en hebreo)— consiste en una compilación de textos escritos a partir de finales del siglo

    VII

    AEC

    por diversos autores, en hebreo. En el debate sobre arqueología bíblica han surgido controversias especialmente acerca del periodo de los reyes del Reino Unido de Israel —Saúl, David y Salomón— en relación con su realidad histórica y su existencia. Por un lado, los minimalistas ponen en duda la existencia del reino o lo confinan a límites muy reducidos de ciudad-reino, por otro, los maximalistas sostienen que el relato bíblico es histórico. El hallazgo de dos pequeños rollos de plata del siglo

    VII AEC

    en Jerusalén y los 981 manuscritos o Rollos del Mar Muerto, encontrados en Qumrán, a partir de 1946, así como nuevos descubrimientos arqueológicos en la zona de Silwán-Ciudad de David, en Jerusalén, y en el valle de Elá —donde según el texto bíblico David venció a Goliat—, sustentan parcialmente algunos relatos bíblicos.

    Según el relato bíblico, el pueblo judío o israelita está conformado por los descendientes de los patriarcas Abraham, Isaac y Jacob. Abraham emigró de la ciudad de Ur, en la Mesopotamia asiática del Medio Oriente, hacia la Tierra de Canaán aproximadamente en el siglo

    XVIII AEC

    . Su familia vivió en los alrededores de Hebrón, ahí los integrantes se desempeñaron como pastores durante dos generaciones. Sin embargo, después de una hambruna de siete años emigraron a Egipto y se establecieron en la Tierra de Goshén, invitados por José, uno de los 12 hijos de Jacob que había alcanzado un alto rango en la corte faraónica. Tras vivir en este lugar durante varios siglos y haber sido esclavizados por los egipcios, un nuevo líder, Moisés, guio a este pueblo en lo que se denomina el éxodo de Egipto. La salida de Egipto constituye para los judíos una festividad o mejor dicho un vínculo identitario fundacional que se festeja cada año en la celebración de Pesaj. Es en la huida de Egipto al desierto donde el pueblo judío acentuó su identidad religiosa al recibir los Diez Mandamientos que, amén de reforzar la identidad monoteísta, establecen principios morales que constituyen una parte de las bases de la cultura occidental. Tras 40 años de la salida de Egipto y poco tiempo después de la muerte de Moisés en el monte Nebó —ubicado según la Biblia en Moab, Jordania actual— los judíos ingresaron a la Tierra Prometida de Canaán y la conquistaron. Canaán fue subdividida entre las 12 tribus que descienden de los hijos de Jacob y en el marco de la interacción con los habitantes locales comenzaron a asentarse durante la llamada Época de los jueces de Israel. De acuerdo a los especialistas Israel Finkelstein y Neil Asher Silberman, autores de la Biblia, éste parece ser el periodo en que las prácticas y rituales de la élite, que según la tradición bíblica lideró el éxodo de Egipto, se transformaron en una religión popular que reguló las conductas sociales de la mayoría demográfica de Canaán que posteriormente se transformó en el pueblo de Israel.

    El último de los jueces, el profeta Samuel, ungió a Saúl como primer rey de Israel, al parecer, en el siglo

    XI

    AEC

    . A su vez, Saúl fue sucedido por David, su yerno, quien actuó como líder militar y rey de Israel a la vez. David conquistó Jerusalén —una antigua ciudad cananea, jebusita, en la tierra de la tribu de Judá-Judea—. Este centro, declarado mucho más tarde como Ciudad Santa del judaísmo y luego del cristianismo y el islam, ha desempeñado siempre un rol central en la identidad judía y actualmente en la identidad palestina. Salomón, sucesor de David, construyó ahí el Primer Templo judío con el objetivo de albergar el Arca de la Alianza que contenía las dos tablas de la ley con los Diez Mandamientos en el Sancta Sanctorum. La época de David y Salomón brindó los materiales necesarios para construir el tipo de mito histórico que en los siglos

    XIX

    y

    XX

    utilizaron los nacionalismos modernos con tintes heroicos, gloriosos y románticos a la vez. El Antiguo Testamento muestra una continua lucha entre el estricto monoteísmo de los profetas y las prácticas paganas de grandes grupos judíos y de sus élites. Los profetas mayores —Isaías, Jeremías, Ezequiel y Daniel— actuaron especialmente en el reino de Judea entre los siglos

    VII

    y

    V

    AEC

    .

    La división del reino de Israel tras la muerte del rey Salomón y el acceso al trono de uno de sus hijos, Rehoboam, fue producto de la rebelión de la mayoría de las tribus de Israel contra el poder central que sustentaba su esplendor no sólo con base en el comercio, sino con fuertes impuestos. En la época del Reino Unido de Israel y luego en la de Judea, los judíos poseían un único templo en Jerusalén al cual peregrinaban tres veces por año en las festividades religioso-agrícolas de Pesaj, Shavuot y Sucot. Éste era el único lugar donde se permitía el sacrificio ritual. Sólo se conoce la existencia de otro templo judío en el primer milenio

    AEC

    , ubicado en la isla de Elefantina en Egipto, que al parecer data del siglo

    VII AEC

    , cuya existencia fue analizada por Simon Schama.

    La división entre el reino de Israel —más extenso y poblado, en el norte— y el reino de Judea —en el sur— sucedió al final de la tercera década del siglo

    IX AEC

    . El reino de Israel, con capital en Samaria —Shomrón (en hebreo)—, se desarrolló rápidamente pero debido a sus enfrentamientos con Asiria perdió su independencia en el año 722

    AEC

    .

    El reino de Judea parece haber comenzado en forma fracturada o cantonizada para integrar una unidad monárquica hacia el siglo

    VIII

    AEC

    . La capital de este reino fue Jerusalén. Este pequeño Estado judío, vasallo de Asiria, siguió existiendo hasta que fue conquistado por el Imperio neobabilónico.

    La diáspora judía existe desde el 597

    AEC

    , fecha de la derrota de Judea y comienzo de la ocupación babilónica. No obstante, ante la resistencia judía, los babilonios destruyeron Jerusalén y el Primer Templo en 586

    AEC

    .

    Las deportaciones a Babilonia y la salida de judíos a Egipto provocó una nueva dispersión. Es decir, una diáspora multipolar, aunque a diferencia de las deportaciones asirias del siglo

    VIII AEC,

    para muchas partes de ese imperio, y de los deportados que se convirtieron en las Diez tribus perdidas de Israel, la deportación y dispersión con la conquista babilónica de Judea fue a lugares identificados en los que los deportados conservaron su identidad colectiva judía.

    El Imperio babilónico sucumbió frente a las huestes de Ciro el Grande, fundador del Imperio persa. Éste permitió a una parte de los desterrados judíos —liderados por Zorobabel, Ezra y Nehemías— el retorno a Jerusalén y la reconstrucción del templo. El retorno parcial se efectuó en varias etapas durante los siglos

    V

    y

    IV AEC

    y el templo fue reconstruido en Jerusalén (mapa 1).

    Ésta fue la época de canonización de los libros sacros que constituyen la Biblia judía, también llamada Antiguo Testamento o Tanak (en español sería Tanaj debido a la letra hebrea Kaf, que es k y jota al mismo tiempo): Torá (Pentateuco: los Cinco Libros de Moisés o instrucción), Neviím (Ocho Libros de los Profetas) y Ktuvim (los 11 Libros de la Verdad o escritos). En total son 24 libros que integran un relato que va desde la creación del mundo (Génesis) hasta la época del Segundo Templo. La tradición bíblica oral paralela fue recopilada más tarde en los textos del Talmud —traducido del hebreo como enseñanza— que recopila el multisecular bagaje legal-religioso-ritual del pueblo judío. Ritual y religión, costumbres sociales y vínculo con la tierra ancestral fueron ingredientes centrales para la existencia de comunidades judías autónomas en la diáspora.

    En esta fase histórica del pueblo de Israel o pueblo judío, los niveles de autonomía fueron distintos según el área religiosa. Jerusalén y las áreas habitadas por judíos que retornaron de Babilonia quedaron sometidas al poder político del Imperio persa, luego del Imperio griego de Alejandro Magno y a su heredero local, el griego ptolemaico, y más tarde el griego seléucida. Fue en el periodo en que Roma se perfilaba como futura potencia cuando se llevó a cabo la rebelión de los macabeos. En el año 167

    AEC

    los judíos se rebelaron contra el rey greco-seléucida Antíoco IV Epífanes encabezados por un sacerdote judío, Matatías, cuyo hijo Judas Macabeo asumió el liderazgo político-militar del enfrentamiento. La contienda permitió la restauración religiosa judía del Templo de Jerusalén. En el marco de esta guerra Judas Macabeo envió una delegación a Roma para intentar aliarse con la República romana contra los griegos seléuci das. La autonomía de Judea se consiguió hacia la cuarta década del siglo

    II

    AEC

    . En términos religiosos, la guerra macabea y la purificación del Templo de Jerusalén, en la que se eliminó todo rastro del paganismo helénico, son recordadas desde entonces por los judíos con el nombre de Janucá, fiesta de las luminarias o de la reinauguración del Templo de Jerusalén y su dedicación a Dios. Janucá acentúa los valores de piedad religiosa, sacrificio frente al paganismo y lucha por la independencia. Los apoyos y alianzas exteriores, las divisiones internas hasta el nivel de guerra civil, el ethos militar y guerrillero del lado macabeo (percibido como la parte menos numerosa y débil pero que logra sus objetivos a través de una combinación de sabiduría aplicada, fe y heroísmo) fueron usados por el nacionalismo judío contemporáneo.

    M

    APA

    1. Israel en la época del Antiguo Testamento

    Simón, el último de los hermanos de Judas Macabeo, estableció la dinastía Hasmonea que logró expandir los territorios de Judea a Samaria, partes de Transjordania —en donde generó la conversión de idumeos al judaísmo—, la Galilea oriental y la zona de la costa del Mediterráneo. La mezcla entre religión y política creó dos grupos políticos religiosos: los fariseos —del vocablo hebreo, arameo y griego separarse— o puristas religiosos y los zadokitas —quienes se relacionan con el antiguo gran sacerdote Zadok—, encargados de los rituales en el Templo de Jerusalén y comprometidos con las autoridades políticas. En el año 63

    AEC

    Pompeyo tomó Jerusalén y comenzó el control romano sobre Judea. El reino de Judea continuó existiendo durante la época de Herodes el Grande, reconstructor del Segundo Templo, quien erigió Cesárea y reinó protegido por Roma durante la época en que nació Jesús. Herodes asesinó a los miembros de la estirpe hasmonea, colaboró con los romanos y fue responsable por la masacre de los Santos Inocentes. La época herodiana fue de desarrollo material y turbulencia política. Precedió al nacimiento de una nueva religión, monoteísta y universal, que surgió del seno del judaísmo y sus discusiones internas: el cristianismo.

    La presencia histórica de Jesús de Nazaret ha sido discutida y probada en múltiples oportunidades. En la historia de Israel, la vida y crucifixión de Jesús son hechos de fundamental importancia no sólo por el efecto contemporáneo que en aquella época turbulenta significó un intento de reformar o revolucionar al judaísmo, sino por su importancia histórica posterior. La propagación del monoteísmo, la creación de una Iglesia cristiana de carácter universal —que quebraba los límites tribales, étnicos y religiosos del judaísmo— y el enfrentamiento histórico entre cristianismo y judaísmo continúan a través de los siglos. Apenas en el Concilio Vaticano II (1962-1965), las iniciativas del papa san Juan XXIII transformaron positivamente las relaciones judeo-cristianas.

    Hubo una serie de revueltas. La primera, llamada la Gran Revuelta judía contra los romanos, se desarrolló entre los años 66 y 73

    EC

    y comenzó con la captura de Jerusalén por parte de los rebeldes y la huida de esta ciudad tras la derrota de las tropas de la guarnición romana. En este periodo aparecieron los sicarios —hombres de la sica, latín: daga o espada corta— relacionados a un grupo de extremistas llamado zelotes —admiradores celosos o celosos seguidores de la fe—. Esta suerte de sociedad de asesinos sembró el pánico entre los enemigos de la revuelta, ya que actuaban en lugares públicos y con impacto terrorista. Los grupos rebeldes lograron apoderarse de Jerusalén e impidieron negociar con los romanos. Roma envió al general Vespasiano y su hijo Tito (ambos, más tarde, emperadores romanos) para que evitaran el choque frontal contra la Jerusalén reforzada y destruyeran las otras plazas fuertes judías. La reducción territorial concentró a los rebeldes que lograron escapar de los romanos en Jerusalén. Se produjeron fuertes enfrentamientos entre los zelotes y los zadokitas que coincidieron con una guerra civil en Roma, donde a su vez Vespasiano fue llamado y nominado emperador. Tito sitió Jerusalén al acampar en el monte Scopus. En el verano de 70

    EC

    Jerusalén y el templo cayeron y fueron saqueados e incendiados por los romanos. Sin embargo, los zelotes aún resistían en otros lugares; se apoderaron de Masada y masacraron a la guarnición romana local. Los zelotes resistieron en esta zona hasta abril de 73

    EC

    , cuando, de acuerdo a la versión prevalente en Israel y la diáspora judía, los combatientes de Masada prefirieron realizar un suicidio colectivo antes que rendirse ante los romanos. Nachman Ben Yehuda analiza cómo la narrativa de Flavio Josefo en su texto La guerra de los judíos vivió un proceso de ideologización y mitificación. La ruina de la fortaleza de Masada se tornó un símbolo de la libertad y del Estado de Israel. Se transformó en un santuario nacional moderno venerado por generaciones de sionistas y militares israelíes y, a la vez, en un gran atractivo turístico. Durante las primeras décadas de Israel los soldados del Tzahal —acrónimo de Tzavá Haganá Leisrael, hebreo: Ejército de Defensa de Israel— prestaban su juramento de fidelidad allí con la fórmula: Masada no caerá de nuevo.

    La segunda fue la Revuelta de las Diásporas o de las Comunidades Judías en el Imperio romano entre los años 115 y 117

    EC,

    también llamada la Guerra de Kitos o de Lusius Quietus —el comandante romano que la reprimió—. Se rebelaron contra Roma grandes grupos de judíos que poblaban ciudades como Alejandría —Egipto—, Cirene —actual Libia—, y otras más en Chipre y la Mesopotamia asiática. El resultado final fue la intervención militar romana masiva que prácticamente destruyó a las comunidades judías rebeladas.

    La última revuelta fue liderada entre los años 132 y 136

    EC

    por Simón Bar Kojvá (Hijo de la Estrella, según el apodo que le otorgó su líder espiritual Rabbi Akiva). Durante un breve periodo se restableció una entidad judía independiente cuyo centro estaba en Judea, sin embargo, la rebelión fue reprimida, con más de medio millón de judíos muertos, por el emperador romano Adriano, quien erradicó a los judíos de Jerusalén y de la zona. Adriano, en su intento por eliminar la influencia judía, impuso el nombre de Siria Palestina a la zona que los romanos llamaron antes Iudaea —Judea, el antiguo Reino Unido de Israel—. Asimismo, en lugar de Jerusalén estableció una ciudad romana: Aelia Capitolina, dominada por un templo en el que primaban la estatua de Júpiter y la de su propia imagen como altares paganos. Ésta es la época en que el pueblo judío se descentralizó por la prohibición del culto israelita en Jerusalén, la desaparición no sólo del templo sino de la esperanza de reconstruirlo y la dispersión física de las comunidades judías en el marco del Imperio romano y más allá de éste. Las discusiones teológicas judías surgieron en lo que se denomina el judaísmo rabínico de las sinagogas —latín y griego: lugares de congregación—. El centro geográfico-religioso-político del pueblo de Israel/pueblo judío, se desplazó en forma radial de Jerusalén hacia Oriente —Babilonia— y hacia Occidente —Roma— y de allí a comunidades en todo el mundo. El Antiguo Testamento o Tanaj fue aceptado como texto canónico entre el siglo

    V AEC

    y el siglo

    I EC

    , es decir, en la época en la que la mayoría de los judíos estaban territorialmente concentrados en Israel-Judea y existía el Templo de Jerusalén; posteriormente, fue respetado, estudiado e interpretado en la diáspora.

    La nueva estructura geográfica, social y demográfica del pueblo de Israel, disperso por Asia, África y Europa, generó un judaísmo de comunidades pequeñas y necesitadas de nuevos textos canónicos centrales que adaptaran las tradiciones orales y escritas a la realidad de la diáspora. El Talmud se convirtió en el texto central del judaísmo rabínico y diaspórico compuesto por la Mishná o estudio repetitivo (con base en lo escrito) de la antigua tradición oral atesorada por los fariseos, y la Guemará (complemento o finalización) que es el resultado de las discusiones de los rabinos en Galilea —que redactaron el Talmud de Jerusalén— y los rabinos en la Mesopotamia asiática (actual Irak) —que redactaron el Talmud de Babel (o Babilonia)— entre los siglos

    III

    y

    VI EC

    . La asociación entre los conceptos de diáspora y exilio indicaba un cambio radical en el modo de vida no solamente asociado con la pérdida de la soberanía sobre un territorio y el alejamiento de sus santuarios, sino con la transición de mayoría a minoría.

    En el Imperio bizantino, la tierra de Israel fue subdividida en Palaestina Prima (capital: Cesárea), Palaestina Seconda (capital: Scythopolis o Bet Shean), Palaestina Salutaris o Palaestina Tertia (capital: Petra).

    El emperador Heraclio reconquistó Jerusalén de los persas sasánidas para Bizancio en 629

    EC

    . Posteriormente el territorio fue conquistado por la ola de expansión islámica en 638

    EC.

    Entre esta fecha y la Primera Cruzada (1099

    EC

    ), Palestina estuvo controlada por sucesivos califatos. El dominio musulmán estableció el Yund Filastin —árabe: Distrito Militar Palestina con capital en Lod y luego Ramle— en el territorio de Palaestina Prima y Yund al-Urdunn —Distrito Militar Jordania— en Palaestina Seconda con capital en Tiberíades. Los cruzados tomaron Jerusalén en 1099

    EC

    y establecieron el Reino Latino que sobrevivió hasta que su último enclave —Acre— cayó frente a los mamelucos en 1291. Jerusalén había sido recuperada para el islam por Saladino en 1187. Además esta zona fue escenario del enfrentamiento entre mongoles y mamelucos en la batalla de Ein Jalut (1260, victoria mameluca). En 1517 el Califato otomano reemplazó al mameluco e incluyó todo Israel-Palestina histórico en el Vilayá-Vilayet —turco: provincia— de Damasco. Esto se mantuvo durante el dominio otomano y se usa como referencia a la inmigración sionista moderna hacia la parte sur de la provincia otomana de Siria o Palestina otomana.

    La aparición del cristianismo en el seno mismo del judaísmo y luego del islam en Medio Oriente plantearon retos mayores a la preservación de la identidad colectiva judía.

    El proceso de dispersión siempre fue mucho más largo y menos abrupto que el de exilio. Flavio Josefo sostenía que la nación judía estaba ampliamente dispersa en toda la tierra habitable. Filón de Alejandría percibía la dispersión judía como una bendición comparable a la dispersión de los griegos entre sus colonias.

    Desde el punto de vista geográfico, las primeras diásporas judías que conservaron su identidad se encontraban en el Medio Oriente, particularmente en Babilonia y Egipto. La Ruta de la Seda de Asia Central vio florecer comunidades judías en Bujara, Samarcanda y el valle de Fergana (Uzbekistán), así como en Herat y Kabul (Afganistán) y hasta en Kaifeng (China). Algunos judíos se establecieron en Cochín (India); e incluso, muchos siglos después, bajo control británico, llegaron a la India judíos de Bagdad. Igualmente otros grupos judíos se establecieron en todo el norte de África.

    En la ciudad de Roma residieron judíos que llegaron de Alejandría en el periodo final de la república y gozaron de libertades religiosas desde la época de Julio César. Asimismo llegaron los primeros cristianos, quienes al principio fueron vistos como una secta proveniente de Judea. La población judía de Roma y del imperio aumentó con la llegada de judíos prisioneros, tras las revueltas. Desde Roma, algunos judíos lograron llegar a las diversas provincias del Imperio romano. En cuanto a las decisiones de los emperadores romanos, Tiberio y Calígula expulsaron a los judíos, en cambio, Vespasiano estableció un impuesto especial para esta comunidad (fiscus judaicus). Es posible que miembros del pueblo de Israel/pueblo judío hayan llegado a la península ibérica junto a los fenicios varios siglos antes de la era cristiana pero sólo existen testimonios de la presencia judía en esta zona a partir de la época romana.

    La existencia e identidad judías de Arabia y Yemen preceden la destrucción del Segundo Templo. Inscripciones y datos arqueológicos indican que existieron tribus judías —o convertidas al judaísmo— en Arabia durante los siglos anteriores al islam. El tráfico cultural, comercial y militar a través del estrecho de Bab el Mandeb, entre Yemen y Etiopía, proveyó una explicación más real sobre el origen del judaísmo etíope que la leyenda de la reina de Saba y su visita al rey Salomón en Jerusalén.

    Hay quienes sostienen que en el norte de Mesopotamia sobrevivieron, como judíos arameo-parlantes entre los grupos poblacionales kurdos, restos de las tribus del reino de Israel, deportadas por los asirios en el siglo

    VIII AEC

    .

    Tras las conquistas musulmanas, hacia el siglo

    X EC

    las comunidades judías de Sefarad-España musulmana y católica se fortalecieron y se convirtieron en centros espirituales, culturales y económicos en el transcurso de lo que se identifica como la Edad de Oro del judaísmo sefaradí. Francia y el valle del Rhin albergaron crecientes poblaciones judías, que fueron muy afectadas por la violencia judeofóbica generada en torno a la Primera Cruzada (1096

    EC

    en adelante). La organización comunitaria con un elemento confederativo regional, originario de Babilonia, fue usada en España y, después, se transfirió al Imperio otomano por medio de los judíos expulsados de España por el Edicto de Granada de enero de 1492.

    En el centro de Europa, entre los denominados judíos de Ashkenaz (en el medioevo, el valle del Rhin, Alemania y, por extensión, el norte de Europa y sus tierras eslavas), las comunidades judías utilizaban la Halajá o código legal judío que compilaba la ley oral y la ley escrita como guía para la vida diaria. Más tarde esta misma práctica se extendió a las florecientes comunidades judías de Polonia, Lituania, Bohemia y Moravia que construyeron la confederación denominada Vaad Arba Aratzot —cuya traducción en hebreo significa: Consejo de las Cuatro Tierras— que funcionó desde 1580 hasta 1764. De este modo, la resolución de problemas puntuales quedaba en manos de los rabinos encargados de proporcionar respuestas a las dificultades de los individuos y las comunidades. Algunos individuos y grupos de judíos que conservaban su identidad se desplazaron a lo largo y ancho de Europa; y tras los grandes viajes de los siglos

    XV

    al

    XVIII

    , desde Europa y el Medio Oriente a todos los continentes que recibían migraciones.

    En el medioevo, comunidades judías enteras fueron expulsadas de diversos lugares de Europa. Detrás de las expulsiones habían abiertas manifestaciones de antisemitismo, algunas relacionadas con la crucifixión de Cristo, otras con los roles económicos y sociales de los judíos, su impopularidad social, su endogenismo; aunque, en general, se debía a la judeofobia. Eduardo I de Inglaterra expulsó a los judíos para apoderarse de sus bienes y aliviar las penurias económicas estatales —edicto de expulsión de Inglaterra y de Gales en 1290—. Las expulsiones de judíos fueron recurrentes en diversos lugares, por ejemplo: en Gasconia, por el mismo Eduardo I, en 1287; Francia en 1182, 1305, 1327 y 1394; los territorios alemanes, durante las cruzadas —asesinatos masivos y desarraigo de comunidades en el valle del Rhin— y luego en 1348, 1510 y 1541; el reino de Hungría en 1349 y 1360; Silesia en 1150 y 1494; Austria en 1421; España y Sicilia en 1492; Portugal en 1497; Nápoles en 1541; y en los Estados Papales en 1569 y en 1593. Dichos actos implicaban el traslado de judíos a otros lugares y una migración judía hacia las tierras eslavas del este, especialmente Polonia, donde durante un largo periodo se incentivó la migración judía como un factor positivo de desarrollo económico y urbano. La gran expulsión de España en 1492 llevó a miles de judíos al norte de África y a los territorios controlados por el Imperio otomano, así como a Italia y los Países Bajos.

    Los estallidos de antisemitismo comúnmente se dieron en el marco de crisis y movilizaciones generales, como lo fueron las Cruzadas o la gran revuelta antipolaca de los cosacos ucranianos, encabezada por Bogdan Jmielnitski (1648-1656), en la que la violencia cobró la vida de decenas de miles de judíos y destruyó centenares de comunidades judías en Ucrania. El odio xenófobo y religioso combinaba con la aversión al rol de muchos judíos como delegados económicos (cobro de impuestos, cobro de arriendos y todo tipo de cobranzas) de la nobleza polaca, que era vista como esclavizadora de los ucranianos. La mediación económica y artesanal judía colocaba a dicha minoría en el ojo de la tormenta de esta revuelta, como había sucedido en circunstancias diferentes en la primera cruzada (finales del siglo

    XI

    ) y en la peste negra (siglo

    XIV

    ).

    La judeofobia también existía en el mundo musulmán. Todos aquellos que no eran musulmanes —judíos, cristianos: dhimma— eran tolerados y protegidos bajo la condición de pago de un impuesto especial, tal como lo establece el Qurán. Algunos ataques antijudíos ocurrieron en Córdoba (1013), Granada (1066), Fez (1032, Marruecos) y Kairouan (1270, Túnez). La vida era posible durante largos periodos estables y tranquilos, pero en la memoria del pueblo judío se incorporó el recuerdo de la intolerancia, la discriminación y las persecuciones.

    La idea mesiánica apareció en los textos bíblicos proféticos de Isaías, Jeremías y Ezequiel. Ésta comprendió, amén de la visión escatológica, una visión de paz y reino universal. A pesar de que Ciro el Grande fue visto como una figura mesiánica ungida, el futuro rey mesías debía ser un descendiente patrilineal del rey David y, desde la dispersión judía, tendría como tareas principales reunir a todos los judíos en la tierra de Israel, restablecer su reino y construir el Tercer Templo en Jerusalén. Desde Judas Macabeo, en el siglo

    II AEC

    , hasta Menachem Mendel Schneersohn, el rabino Lubavitch y líder de la secta jasídica Jabad de 1950 a 1994, han aparecido figuras mesiánicas en el seno del pueblo judío. La aparición y muerte de Jesús, el fundador del cristianismo, fue el fenómeno mesiánico que más influencia tuvo sobre el desarrollo del judaísmo, aunque también destacan las figuras mesiánicas de David Reuben y Shlomo Molkho. Por otra parte, Shabtai Zvi (1626-1676), rabino cabalista originario de Esmirna, se autoproclamó mesías en el periodo en que la desesperación generada por las matanzas cosacas de la rebelión de Jmielnitsky en Ucrania —mediados del siglo

    XVII

    — cundía entre los judíos. La pretensión de retorno a la tierra originaria y reconstrucción del Templo de Jerusalén lo enfrentó al poder otomano. Cuando el sultán dio a Shabtai Zvi la opción de elegir entre la conversión al islam o la ejecución, éste aceptó la primera opción, por lo que para la mayoría de los judíos se convirtió en un falso mesías. En el siglo

    XVIII

    en Polonia apareció Jacob Franck, quien creía ser una reencarnación de Shabtai Zvi. Llevó a su secta a prácticas de purificación a través de la transgresión sexual y terminó por convertirse al cristianismo junto a miles de sus seguidores. Las corrientes místicas judías se canalizaron hacia el surgimiento del jasidismo o judaísmo jasídico basado en rabinos carismáticos y milagreros como Baal Shem Tov (1698-1760), fundador de esta corriente. Los jasidim —hebreo: los píos— y sus cortes rabínicas se enfrentaron con la escuela bíblica racionalista de los judíos de Lituania, dedicada al estudio e interpretación de la Ley Mosaica y el Talmud. El pueblo judío mostraba vitalidad y a la vez fraccionamiento.

    La palabra pogromo, de origen ruso, significa demoler violentamente y sembrar confusión sobre una base discriminatoria. Habría que considerar el uso de este término —desde la época del primer pogromo, en Odessa, 1821— como una acepción general de ataques antijudíos.

    El barrio judío cerrado o cercado —judería en la península ibérica medieval, Melaj en Marruecos— y luego gueto, fue otro aspecto discriminatorio. El encierro de minorías judías en predios amurallados parece haberse originado en Worms, en el valle del Rhin, durante la época de la primera cruzada (1096) y en Praga para defender a la población judía local. El gueto de Venecia, instaurado en 1516, fue el primero que registró este nombre. El endogenismo propio de la religión judía, el antisemitismo circundante y la guetización judía tuvieron una compleja relación en términos socioeconómicos, culturales y religiosos. Diversos grupos de judíos obtuvieron serios cambios estatutarios en paralelo a las grandes reformas y revoluciones de las sociedades de las que eran parte. Las grandes revoluciones europeas además de las americanas cambiaron el estatus de las minorías judías al liberalizar cada una de sus sociedades.

    La Revolución Gloriosa en Inglaterra tuvo lugar tres décadas después de que Oliver Cromwell volviera a admitir judíos en dicho país, tres siglos y medio después de la expulsión de éstos por parte del rey Eduardo I. La reina María y su consorte, Guillermo de Orange, trajeron consigo a los grandes banqueros judíos holandeses de origen ibérico —especialmente los Mendes da Costa, Salvador y López Suasso—, quienes ayudaron a transformar a Londres, en lugar de Ámsterdam, en el principal centro del comercio y las finanzas internacionales.

    Antes de la Revolución Francesa, la mayoría judía de Francia era askenazí y provenía de las regiones de Alsacia y Lorena, adquiridas en el Tratado de Westfalia (1648). Una minoría que parecía socialmente más integrada era de origen sefaradí, es decir, quienes en su momento fueron expulsados de España y de Portugal, y ahora residían en el suroeste de Francia. Es importante destacar que la Revolución francesa concedió derechos a los judíos. Napoleón, en la ocupación de Italia en 1797, vio por primera vez el gueto de Ancona y a los judíos marcados por bonetes y brazales amarillos. Ordenó anular la obligación de residencia en el gueto y las indumentarias discriminatorias. Las tropas francesas ampliaron esta medida a Padua, Verona, Venecia y Roma. Dichos símbolos fueron reemplazados por la escarapela revolucionaria tricolor francesa. Tras ocupar Egipto y combatir en Palestina a los otomanos, previo al sitio de Acre, Napoleón preparó una proclama en forma de carta a la nación judía. En ésta, Bonaparte llama a los exiliados israelitas, legítimos herederos de su tierra, Palestina, a levantarse y, siguiendo el ejemplo macabeo, recuperar su dignidad y derechos igualitarios. Algunos ven en este documento un predecesor del sionismo moderno. El Código Civil Napoleónico de 1804 otorgó todos los derechos civiles a judíos, protestantes y masones. La respuesta de la comunidad judía de Francia fue la composición y uso de una plegaria judía, en 1807, para que se orase por el éxito y la prosperidad del emperador Napoleón.

    A los antiguos argumentos antisemitas se sumaron nuevos argumentos de carácter nacionalista —en qué medida los ciudadanos judíos pueden llegar a incorporarse como parte integral de cada nación— que se sumaron a los etnorreligiosos y culturales ya existentes. La presencia judía se expandió mediante las migraciones masivas de Europa hacia América, y los procesos colonizadores europeos en Oceanía y Sudáfrica, entre otros. La revolución y guerra que llevó a la creación de los Estados Unidos de América se produjeron cuando ya existía una población judía que había llegado con los holandeses a Nueva Ámsterdam, después llamada Nueva York. A Iberoamérica llegaron no pocos judíos conversos y cripto-judíos con las colonizaciones española y portuguesa y luego con los holandeses.

    En el siglo

    XIX

    y hasta la Segunda Guerra Mundial, la mayor concentración de judíos residió en Europa oriental, en la zona de demarcación judía del Imperio ruso, establecida por Catalina II la Grande, zarina de Rusia, en 1791. Esta zona, en la que los judíos tenían permiso de residencia, comprendía gran parte de lo que actualmente son las repúblicas de Polonia, Ucrania, Lituania, Moldavia, Bielorrusia y parte de Rusia occidental. Salvo contadas excepciones, regía sobre los judíos la prohibición de residir en las ciudades imperiales de San Petersburgo y Moscú, así como Sebastopol, Yalta y Kiev. Europa oriental llegó a albergar a más de cinco millones de personas (40% de los judíos) a principios del siglo

    XX.

    El historiador Jarrod Tanny sostiene que durante el siglo

    XIX,

    los pogromos de Odessa, que fueron los primeros en el Imperio ruso y en una ciudad donde la proporción de población judía creció rápidamente, se debieron más a las fricciones provocadas por la modernización rápida —urbanización acelerada, movilidad social, presencia de una inteligencia secularizada y roces interétnicos en las nuevas industrias— que a un renacimiento de la judeofobia o el antisemitismo medieval. Los dos tipos de motivaciones no son excluyentes. Pues el antisemitismo o judeofobia era parte del bagaje cultural de todos los grupos étnicos presentes en Odessa —y en la zona de demarcación del Imperio zarista— durante el siglo

    XIX,

    además siempre operó violentamente sobre una base multifactorial.

    El especialista Bernard Lewis explica que los problemas de los judíos en el mundo islámico, especialmente desde finales del siglo

    XVIII,

    no se limitaban a la pobreza y la degradación. Estaban expuestos a estallidos de violencia. En 1770 y 1776 los judíos de Jeda —actual Arabia Saudita— fueron expulsados y se refugiaron en Yemen. En 1790 se produjo una masacre de judíos en Tetuán, Marruecos, y otra en 1828, en Bagdad. Lewis resumió el estatus de los dhimmis, a diferencia de los judíos en sociedades cristianas, diciendo que en el mundo islámico la actitud hacia judíos no era de odio, sino de desprecio (los tildaban de simios), mientras que para los cristianos, el

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